Lun 02.03.2009
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LITERATURA › LECKO ZAMORA Y LA COLECCIóN MIRA HACIA DóNDE VAS

El fuego vivo de la cultura wichí

Presente en la Feria del Libro de Chaco, el escritor y poeta celebra que exista una colección dedicada a su cultura, pero advierte que aún queda mucho camino por recorrer: “Buscamos transmitir a los no indígenas lo que sentimos, vemos y tenemos”.

› Por Silvina Friera

Desde Resistencia

Los sabios abuelos wichí siempre les dijeron a sus nietos: “No olviden, porque olvidar es una forma de morir”. El Estado chaqueño ha decidido pagar una pequeñísima cuota de la centenaria, violenta y dolorosa deuda que contrajo allá lejos y hace tiempo con los pueblos indígenas. La subsecretaría de Cultura de la provincia lanzó el año pasado una colección de libros de autores indígenas, Yah’ yin a nayij (en idioma wichí), que en castellano se tradujo como Mira hacia dónde vas. Es el título de una poesía del escritor Lecko Zamora, wichí de la parcialidad Wej Woos, de quien se ha publicado un libro bellísimo, Ecos de la resistencia, integrado por diversos relatos y poemas sobre su origen, sus ancianos y mujeres, los modos de educar y aprender, las relaciones con la naturaleza, el sentido de la memoria y la espiritualidad, su identidad y su cultura. “Por pedir perdón se comienza, por entregar los territorios se sigue, por hacer silencio, escuchar, conocer y querer es por donde quizá se continúa”, señala Teresa Laura Artieda, directora de la colección que se inauguró con La voz de la sangre, escrito por Juan Chico y Mario Fernández, quienes recogieron los testimonios de ancianos y ancianas Qom y Moqoit sobre la masacre de Napalpí de julio de 1924. “Para nosotros es muy importante la escritura, porque no queremos que se pierda nuestra historia, nuestros mitos. Desde nosotros, buscamos transmitir a los no indígenas lo que sentimos, lo que vemos y tenemos”, dice Zamora a Página/12.

Los wichí (que significa gente) vivieron ancestralmente en parte de lo que se conoce como el Gran Chaco, región que en la actualidad se encuentra dividida por Argentina, Bolivia y Paraguay. “Aun hoy, después de cinco siglos de la invasión de los europeos, ese territorio no es reconocido”, señala Zamora en el prólogo de su libro. “Y a pesar de ser un pueblo anterior a la creación de estas repúblicas que pronto cumplirán doscientos años, todavía no ha sido considerado por los gobiernos de turno”. Sufrieron atropellos, masacres; los espolearon los militares y las sectas religiosas, algunas ONG, punteros políticos de diversa pelambre y también algunos científicos sociales. Además de todos esos despojos que padecieron, Zamora subraya que se apropiaron de sus voces y de sus espíritus; que la palabra blanca, tomada al pie de la letra, siempre fue considerada por encima de la palabra indígena. “Los fundadores de la Argentina dibujaron la tribu salvaje, al indio malo, al indio malón, y al transmitir esos dibujos nosotros no tuvimos la oportunidad de desmentirlos”, advierte el escritor, que nació en El Algarrobal, Fwayuk, Salta, y es miembro fundador, entre otras organizaciones, del Movimiento indígena de Guayana, la Asociación de Empresarios Ye’ kwana de Erebato, la Empresa de Turismo Indígena Kuyuwi, todas de Venezuela.

“Si pensamos que más o menos a mediados del 1500 Garcilaso de la Vega escribía sobre su pueblo Inca, podemos afirmar que el indígena ya había tomado la palabra como instrumento mucho antes de que nos invadieran los europeos. Pero lo que pasa es que como Garcilaso era mestizo no se lo veía como indígena, porque el mundo blanco caracteriza quién es quién. Yo que vivo como criollo, que me visto como criollo y que vivo en la ciudad, para muchos no debo ser wichí”, razona Zamora. “Esta colección es un reconocimiento muy importante porque ahora tenemos la garantía de que lo que escribamos lo vamos a poder publicar. Antes teníamos que hacernos amigos de los políticos o de los curas de turno para que pudiéramos escribir algo”, reconoce el escritor. “El prejuicio de la escritura como herramienta del hombre blanco creo que lo hemos superado. Ahora hay una comprensión nueva de cierta gente, con cierto nivel cultural, que se da cuenta de que tenemos la misma libertad para escribir como cualquier otro ser humano, y que es muy consciente de la injusticia que se ha cometido con los pueblos indígenas”.

Zamora habla despacio, pero pone ahínco en cada palabra como si estuviera apuntando al blanco. “Quizá para los indiólogos, como llamo a antropólogos, sociólogos y otros aventureros que entran a nuestras comunidades para estudiarnos, puede ser un poco molesto que escribamos porque a la larga vamos a desmentir todo lo que ellos dijeron amparados en su ciencia. No digo que están diciendo mentiras, lo que digo es que es imposible conocer en profundidad a pueblos de miles de años con pasar veinte días o dos o tres meses en sus comunidades. Es como si de pronto viniera un marciano a la Argentina por unos meses y empezara a decir que somos todos malos, ¿no es cierto?”, pregunta y esboza la mueca de una risa que relaja su rostro severo. “La escritura nos va a servir para transmitir nuestros conocimientos y para decir la verdad. Porque los periódicos muchas veces no reflejan la verdad cuando tratan las protestas de nuestros pueblos.”

Ecos de la resistencia, ilustrado por la artista plástica Siboney Haylly Zamora Aray, hija de Zamora, es un compendio de textos, relatos, poemas y artículos que el escritor wichí produjo en los últimos diez años. “En Wichí escribo, pienso y hablo, pero mi mensaje no está dirigido hacia los wichí sino hacia el mundo, por eso escribo en español. Escribo para la humanidad, pero pretendo que los textos reflejen el espíritu del pueblo indígena, de mis hermanos idos y presentes de pueblos sometidos, como Túpac Amaru, Juan Chalimin, Enriquillo y Tekumseh, y tantos otros héroes desconocidos”, plantea el escritor. La versión del origen que le contaba su madre a Zamora no tiene desperdicio: “Los hombres fueron creados en la tierra. Las mujeres son celestiales, porque fueron creadas en el cielo. Allí moraban y misteriosamente sólo bajaban para buscar alimentos”. El tópico de la mujer lima la aspereza de Zamora. Lo ablanda. “Recreo los mitos que escuché de mi madre, de mi abuela y de otras mujeres, porque en la primera época de la vida de un niño se pasa mucho más tiempo con las mujeres. Y ellas son la fuente de enseñanza de nuestras vidas. Uno queda marcado en sus primeros años de vida, y las mujeres, con su cariño, con su afecto, con son sus enseñanzas, están entre esas marcas”, explica el escritor, que no es el primer wichí en publicar un libro. En Salta, su “hermano” Laureano Segovia ha publicado una recreación de los mitos de su comunidad wichí, en la que aún sigue viviendo.

“Mucha gente repite que el Chaco era un crisol de razas. Pero creo entender que ese crisol no nos incluye, que se alude a los blancos que llegaron de Europa, y a los mestizos. Porque al indígena siempre lo han combatido. Esta civilización es muy belicosa, tanto es así que ha levantado monumentos a los asesinos de los indios, los hacen héroes, los magnifican, les ponen nombres a la ciudad, a las calles, como Roca, que es como un nuevo Dios”, recuerda Zamora, caminador incansable que supo andar por Bolivia y Venezuela, donde colaboró con la lucha que encabezaron los pueblos indígenas. “Cuando volví al país y me instalé en el Chaco, en 1998, me di cuenta de que aquí el indígena no había ganado espacio como pueblo, pero sí a través de los partidos políticos”, compara Zamora. “En Resistencia hay gente con pensamientos universales, sin prejuicios, y muy consciente de la injusticia que se comete con el pueblo indígena, y eso me dio ánimo para dar charlas en las universidades y empezar a militar en esta causa. La integración puede ser buena cuando se respeta la cultura de cada uno. Nosotros no nos cerramos, más bien es el mundo criollo que se cierra cuando nos plantea una integración condicionada. Pero el sello del silencio fue roto. Nos resta oírnos y hablarnos de igual a igual, aunque sólo con la devolución de nuestros territorios se demostraría de verdad que pedir perdón no es sólo un discurso.”

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