LITERATURA › JUAN CARLOS ONETTI, EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
El autor de El astillero y La vida breve, entre otras obras notables, fue uno de los fundadores de la novela contemporánea en América latina. Los numerosos homenajes y las ediciones póstumas permiten aproximarse un poco más a un personaje “irreductible”.
› Por Silvina Friera
En el centenario del nacimiento de Juan Carlos Onetti, y a quince años de su muerte, su obra logra esquivar definitivamente la sombra que supo proyectar ese árbol muy grande, de raíces al descubierto, que fue el boom de la literatura latinoamericana. Hasta que fue “descubierto”, cuando pegó el salto gracias al Premio Cervantes que recibió en 1980, sus libros emprendían un breve vuelo, apenas un aleteo instintivo que no lograba remontar más allá del Río de la Plata. Su estética estaba a años luz del patrón del barroquismo dictado por Alejo Carpentier, al parecer bolilla obligatoria para ser admitido en el club. Sus personajes, además, estaban amasados a espaldas de la épica latinoamericana del compromiso político y social. No fundaban naciones ni atravesaban cordilleras ni efectuaban asombrosas piruetas por los aires ni se jactaban de disertar sobre jazz y literatura en los cafés parisinos.
Los héroes onettianos son demasiado perezosos, inútiles perfectos cuya mayor impertinencia, la pérdida de tiempo total, es fumar y fumar, boca arriba y preferentemente en la cama. La pereza que profesaba el escritor, un hombre encerrado en sí mismo que se expresaba en lo literario, también parece haberse proyectado sobre la docena de novelas, 47 relatos, más de cien ensayos y alguno que otro poema que publicó. El tiempo terminó superando esta suerte de inercia o morosidad en la lectura de un autor que escribía con las vísceras, recogiendo los residuos que otros desechaban. El efecto de la luz cambia: el “outsider”, el escritor de culto, el creador de parias espirituales, desterrados morales y desencantados políticos, es desplazado de los márgenes hacia el centro. Ahora la crítica coincide en señalar que fue uno de los iniciadores de la novela contemporánea en Latinoamérica. Quizá los ojos, mejor entrenados para percibir belleza en historias crueles, puedan detectar que la oscuridad no era tan lúgubre, sino que el autor de Juntacadáveres, La vida breve y El astillero le otorgaba otra perspectiva, la de un ebrio que sostiene la mirada a un mundo que se tambalea.
Antes de que Juan Carlos Onetti decidiera “exiliarse en la cama”, transitó por otros exilios, como el de su propia Montevideo (donde nació hoy hace 100 años), cuando lo llevaron a vivir a Villa Colón, después pasó por Buenos Aires y finalmente se instaló en Madrid, donde esperó la muerte durante veinticinco años sin aceptar nunca volver a su Montevideo natal. En Buenos Aires publicó su primer cuento “Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo” el 1 de enero de 1933 en La Prensa. También en esta ciudad, en el diario La Nación, entre 1935 y 1936, aparecieron otros dos cuentos, “El obstáculo” y “El posible balde”. La década del 30 fue un período fructífero para el uruguayo, que escribió el relato “Los niños en el bosque” y la novela Tiempo de abrazar, aunque no serían publicados hasta 1974. En 1939 se editó su primera novela, El pozo, de apenas 99 páginas, que pasó sin pena ni gloria, especialmente en Montevideo, con una tirada de 500 ejemplares, que tardó más de veinte años en agotarse, aunque la crítica sostuvo, posteriormente, que fue la novela fundadora de la nueva narrativa latinoamericana. Esta nouvelle prefiguraría los temas significativos de sus obras futuras. A fines de la década del 30 publicó artículos y cuentos policiales con los seudónimos de Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy. Desde 1939 hasta 1941 fue secretario de redacción del semanario Marcha; luego comenzó a trabajar en la agencia de noticias Reuters y viajó a Buenos Aires, nuevamente, donde permaneció hasta 1955. La seguidilla se completa con la novela Tierra de nadie, editada por Losada (Buenos Aires) en 1941; “Un sueño realizado”, considerado su primer cuento importante publicado en 1941 La Nación; la novela Para esta noche y una serie de cuentos entre los que se destaca “La casa en la arena” (1949), por ser el que daría comienzo al mundo de su ciudad de Santa María, que desarrollará en la novela La vida breve (1950). Precisamente en esa ciudad mítica transcurrió la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos. En 1993 publicó la que fue su última novela, Cuando ya no importe, que acaba de ser reeditada, en el centenario de su natalicio, por Alfaguara. Al regresar a Montevideo en 1955 trabajó en el diario Acción y contrajo matrimonio por cuarta vez, con la joven argentina de ascendencia alemana Dorothea Muhr (Dolly). Encarcelado en 1974, durante el gobierno de Juan María Bordaberry, el poeta español Félix Grande, entonces director de Cuadernos Hispanoamericanos, recogió firmas para lograr su liberación. En 1975 viajó a España con su esposa, invitado por el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, ciudad en la que finalmente se radicó durante diecinueve años –los últimos cinco años, sin salir prácticamente de su cama–, hasta que murió el 30 de mayo de 1994.
La manera de narrar de Onetti recuerda a otro gigante de la literatura mundial, William Faulkner, pero también a Louis-Ferdinand Céline, influencias siempre asumidas por el escritor uruguayo. “Faulkner fue el escritor más grande de todos los tiempos”, decía. “Influyó muchísimo en mi formación de escritor. Yo, antes que escritor, me considero un lector empedernido, así como soy un fumador incurable.” Cuando le preguntaron por qué bebía y si era cierto que era un alcohólico insalvable, Onetti respondió: “El escritor es un ser perverso. Yo soy perverso. Tomo porque me gusta; fumo porque me gusta. El alcohol me ayuda a escribir. Todavía no he escrito borracho como Faulkner, mi maestro. Este es mi maestro en lo literario, no en lo alcohólico. Hubo un tiempo en que tomaba pastillas, recetadas por un médico, para escribir. Ahora escribo en ‘pelo’, como dicen los gauchos que montan a caballo; o, si quiere, a ‘capella’”. Mario Vargas Llosa plantea que el estilo del escritor uruguayo es “crapuloso” porque frente a sus personajes se comporta como un crápula. “Lo frecuente es que el narrador narre insultando a los personajes –llamándolos cretinos, bestias, animales, abortos, estúpidos, monos, etcétera– y provoque al lector, utilizando con frecuencia metáforas e imágenes sucias, relacionadas con las formas más vulgares de lo humano, como la menstruación y el excremento.”
Si la vida no es más que una música que cada uno interpreta de manera distinta, la música del autor de El infierno tan temido es una cadencia escéptica, quebrada por la desazón y el desamparo. De sus mejores páginas siempre emerge un personaje que siente que la vida es intolerable, al que se le clava una especie de aguijón en el alma y no puede salir de esa cárcel asfixiante. Por eso, precisamente, estos seres astillados se fugan a la ficción, a lo imaginario, hacia un mundo inventado “más digerible”, con un lenguaje que logra disipar esa realidad tosca o mezquina. Entre los tópicos permanentes del mundo onettiano sobresalen la culpabilidad, la responsabilidad moral, la relatividad de la verdad, la locura, el amor, el sueño. “Yo podría salvarme escribiendo”, dice Brausen en La vida breve. La salvación por la escritura será la puerta que permitirá la huida de ese sótano profundo; la imaginación será el atajo frente a la precariedad esencial de la condición humana. En su narrativa proliferan seres marginales, antihéroes que son rufianes, prostitutas, enfermos, locos, todos ellos privados de ligaduras con el mundo. Sus héroes cultivan más la resignación que la angustia, conscientes de que en la raíz misma del ser humano está lo inevitable de su destrucción.
El centenario de Onetti habilita una eclosión de novedosas lecturas. Pocos han reparado en el funcionamiento erótico de las narraciones del uruguayo. Pero impulsores de la teoría “Queer” están sometiendo a una original relectura la obra del escritor, buscando desestabilizar identidades o maneras repetidas de concebir la sexualidad, el género o el cuerpo. En el cuento “Los niños en el bosque” (1936) Onetti hace referencia a las relaciones homosexuales entre adolescentes que no tienen una identidad homosexual y deja en evidencia que “esas preferencias implican una indefinición, una ambigüedad extraña”, según Roberto Echavarren, poeta, narrador y ensayista uruguayo. Un libro reciente, Género, erotismo y subjetividad, se interroga sobre las identidades promovidas por escritores uruguayos como Armonía Sommers, Cristina Peri Rossi, Jorge Arbeleche y Onetti, entre otros. En el cuento “Jabón” (1981), el protagonista “goza del acercamiento y contacto de un cuerpo andrógino, indefinido”. No son pocos los ejemplos. También en El pozo así como en otras narraciones aparecen referencias a ese universo ambiguo, que para Omar Prego, un estudioso de su obra, no es algo que sorprenda. “Era un raro que se metía en su casa y pasó años sin siquiera salir al jardín, acostado, escribiendo en papelitos que Dolly (su última esposa) después tenía que desentrañar”, subraya Prego.
El mundo narrativo de Onetti sigue colándose por los orificios más inesperados del alma de sus lectores; empuja a la fascinación por el abismo, a la manera nietzscheana: “Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.
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