LITERATURA › JUAN MARTINI HABLA DE CINE, SU NUEVA NOVELA
El escritor rosarino propone una historia en la que un director de cine, Sivori, comienza a espiar a su nueva vecina, “la mujer de enfrente”, al tiempo que trata de avanzar sobre el guión de una película sobre Evita, que transcurre en la tarde del 17 de octubre de 1945.
› Por Silvina Friera
¿Cuál es el ojo que puede verse a sí mismo?, se preguntaba Stendhal. Juan Martini recoge el guante de este interrogante en Cine (Eterna Cadencia), su nueva novela. El protagonista, Sivori, un director de cine que acaba de cumplir 51 años, comienza a espiar a su nueva vecina, Pina Bosch, traductora de alemán de 43 años que está trabajando con un libro de cuentos de Robert Walser, adicta a las drogas, anoréxica y bisexual. La vida de este hombre amaestrado por sus costumbres cambia radicalmente y no puede evitar estar pendiente de la mujer que acaba de mudarse. Aunque nunca fue peronista y no quiere hacer otra película más sobre Eva Duarte, a pesar de ese “hay que cortarla con el peronismo”, tantas veces escuchado por ahí, de la idolatría partidaria o el desprecio gorila, del mito que oculta al mito, de sus propias dudas y apenas un par de certezas –no quiere filmar una biografía ni un documental–, Sivori sucumbe ante el fogonazo de una frase que imagina en boca de Eva: “Nunca más me llames así”.
A medida que se inmiscuye más y más en la intimidad de “la mujer de enfrente”, como la llama el narrador –perfecciona su voyeurismo, recuerda el film Monsieur Hi, de Patrice Leconte, le saca una foto con su teléfono celular a ella y a una amiga, Carola Holms, y se queda con una agenda que su vecina descartó después de la mudanza–, avanza en la escritura del guión que consistirá en un diálogo de una hora y media “en tiempo real” entre Evita y la cantante Rita Molina, la tarde el 17 de octubre de 1945, mientras ambas esperan que Perón sea liberado y conducido a Plaza de Mayo. Pero ellas no estarán en la plaza, sino en un departamento de la calle Posadas. Sivori, que evalúa hacer un único plano secuencia, como en la película de Sokurov El arca rusa, pero en un living chiquito, no quiere que escuchen por la radio el discurso de Perón. “Siempre buscando la manera de no dar en el clavo”, se queja Dippy, su productor.
En esos diálogos de entrecasa, Evita es consciente de que está a punto de convertirse en la mujer más importante de la historia argentina, que morirá joven y no tendrá tiempo de tener hijos, y duda de que Perón “tenga pelotas” para ponerse al frente de la gente. Martini vuelve al ruedo con una novela en la que explora el modo en que enfrentan sus soledades “la mujer de enfrente”, Carola, la joven hija de su productor, Florencia Dillon, y el propio Sivori, profesor de cine europeo despreciado por sus alumnos, que lo consideran “un hombre de otra época” por su afición hacia el Neorrealismo de la década del ’40, la Nouvelle Vague de los ’50 y el New American Cinema de los años ’60; un hombre que se deleita con la música de Keith Jarrett, las películas de Michael Hanecke, los cuentos de Flannery O’Connor, los spaghetti all’olio y las mujeres raras. El escritor habla de esa “máquina narrativa” con la que viene experimentando de un tiempo a esta parte, especialmente a partir de los cuentos de Rosario Express (2007), en la que combina pequeñas esquirlas de la historia personal, con la historia social, política, cultural y urbana, hasta ensamblar todas las piezas en un sistema narrativo donde, en palabras de Sivori, “nada es real, pero todo es verosímil”.
La mano de Martini parece sublevarse ante el exceso de leche del cortado y con la cuchara revuelve con la prolija obsesión de quien no abandona la contienda hasta obtener la mezcla en su punto justo, como si el énfasis de ese gesto fuera una nota al pie, inconsciente, de su propuesta literaria. “Hay dudas que compartí con Sivori y otras que no. En el momento de comenzar la novela, pensé mucho la película que haría Sivori. En principio había descartado que fuera sobre Eva Perón. Pero cuando se le aparece esa frase, ‘nunca más me llames así’, empieza a escribir el guión, aunque las dudas se desplazan especialmente hacia el carácter bastante antiperonista que podrían tener esos diálogos, sobre todo porque Sivori cree que Eva, el 17 de octubre del ’45, estaba decidida a enfrentar un cambio más profundo y desconfiaba un poco de Perón”, cuenta el escritor en la entrevista con Página/12. “Las escenas en las que Eva quiere que Perón vaya a hablar a la plaza, y la otra en la que dice que ‘Perón no tiene pelotas’, están basadas en hechos reales, aunque se sigue discutiendo el papel que jugó en el 17 de octubre. De lo que no hay ninguna duda es que ella influyó en la decisión de que Perón hablara. También es real en la novela lo que dice Eva, que cuando Perón se desinfla ‘lo levanto de una patada en las bolas’. Esto está tomado de diferentes testimonios; leí muchos libros y biografías, pero después el resto es totalmente ficcional. La idea de película que tiene Sivori, ese diálogo de una hora y media entre Eva y Rita Molina, en el cual ella deja en claro que sabe que se va a convertir en un mito en vida, incluso que sabe que no va a vivir mucho, es ficcional. Pero Eva sabía hacia dónde iba, tenía una idea muy clara de lo que quería hacer.”
–Sivori no es peronista, ha sido incluso tildado de “gorila”, pero en una parte admite que Eva Duarte fue una de las mujeres más sustantivas de la historia del siglo XX. ¿A Martini también lo pudo una vez más Evita?
–Y... digamos que me pasa lo mismo que al personaje (risas). No soy ni fui peronista, tuve acercamientos en el ’73 típicos de la época, al haber votado a Cámpora, pero Eva es un personaje que siempre me puede. No es la primera vez que aparece en mis libros. En La máquina de escribir hay un capítulo que se llama “La inmortalidad”, en el que ella deja a Perón, harta de sus infidelidades. En La construcción del héroe hay un personaje que se llama Beba Obregón, que anda regalando tapados de piel a las chicas que trabajan de noche, y también aparece en La vida entera. Cuando me pongo a trabajar con Eva desde la ficción, me puede. Más allá de todo lo que se quiera decir, que era caprichosa, arbitraria, resentida, aunque todo eso fuera cierto, había algo profundamente legítimo en la relación de Eva con la gente, una voluntad que está más allá de toda frivolidad, una voluntad de transformación social. Perón no, pero Eva me puede.
–¿Por qué la figura de Evita es tan fuerte que hasta los que no son peronistas la terminan queriendo?
–Sacando el gorilismo extremo de aquellos años, el gorilismo de “viva el cáncer”, a medida que pasan los años Eva tiene una consideración más estable en el conjunto del tejido social que Perón, con el que sigue habiendo muchas dudas y desviaciones. Pero con Eva no te metás porque se arma quilombo (risas).
Curiosamente, observa Martini, no hay una película que se titule 17 de octubre, como la que filmaría Sivori en la novela. El escritor revela que tiene la esperanza de que Carlos Sorín –que aparece mencionado en la novela como un amigo de Sivori que le recomienda ver Mulholland Drive, de David Lynch– lea Cine y decida hacerla. “Incorporé a Sorín por algunas de sus películas, como Historias mínimas; me interesa cómo construye los climas y las tensiones. Necesitaba un director de cine y pensé en él”, confiesa el escritor. “La pregunta constante de Sivori es cómo contar una historia, que es la pregunta también de la literatura, con la influencia enorme que ha tenido el cine sobre la narración literaria.” Sin embargo, las tres veces que Sivori vio el film de Lynch lo ha puesto de mal humor el hecho de que “ninguna de esas cuatro historias termina; el problema es que, por el contrario, estas historias se despliegan en nuevas historias que parecen entrecruzarse, y que, cuando se quiere creer que la llave azul abrirá la caja del sentido, lo único que se abre es un nuevo enigma sin solución”. Sivori pretende que esos círculos concéntricos “de alguna manera se ensamblen o, por lo menos, se rocen”. Y es lo que hace Martini en su novela con las vidas de Sivori, Pina, Carola y Florencia.
–Sivori siente una gran incomodidad ante “las putas ideas”; él prefiere hablar de intuiciones. ¿Le pasa a usted lo mismo como novelista, siente el peso de “tener una idea”?
–Sí, prefiero pensar en términos de chispazos, intuiciones, percepciones, que tienen que ver con la mirada y con la escritura. Cuando uno está escribiendo, de pronto se producen esos chispazos que condensan un sentido que estaba flotando previamente. Me gusta más pensar en intuiciones que en ideas. Me animaría a decir que Cine no es una novela de ideas, aunque haya ideas. No pretendería nunca hacer una novela de ideas, pero sí de intuiciones sobre la ciudad, sobre las relaciones amorosas, sobre cómo se cuenta una historia en el cine o en la literatura, por eso aparece con tanta insistencia Mulholland Drive (El camino de los sueños) de David Lynch, que es como una máquina de contar historias que a Sivori le fascina, al mismo tiempo que rechaza.
–Esta tensión entre fascinación y rechazo es una constante, pero más hacia el final, Sivori plantea que detesta concebir obras para irritar o desconcertar al espectador o al lector. ¿Le pasa esto que describe el personaje cuando lee las novelas de otros escritores?
–Sí, concretamente el trabajo complementario para escribir esta novela me llevó a leer mucho sobre Eva y sobre Buenos Aires, y me he encontrado con materiales que a veces me producen cierta irritación. Quiero ser muy claro y justo. Me pasó con Copi, un escritor que me encanta, pero cuando leí su obra de teatro, Eva Perón, sentí algo revulsivo que se me volvía por momentos intolerable. En esa obra Copi presenta a una Eva sanguinaria, feroz y absolutamente transgresora. Como lector y como escritor puedo entender su necesidad de presentar a Eva de esta manera, pero al mismo tiempo me parece que tiene algo de gratuidad. Lo que sobrevive de esa obra es una idea profundamente gorila, y la pregunta entonces es qué necesidad tenía Copi de ser tan sanguinario. No sé si son legítimas estas preguntas que me hago, pero las hago respecto de un escritor que me gusta mucho. En esa obra, que no voy a decir que me resulta incomprensible porque sé el lugar de reconocimiento que tiene, se cristalizan lugares que no vuelven a ser interrogados, y creo que la obra de Copi merece ser interrogada. Si bien en la novela no es explícito, estos planteos de Sivori están pensados en función de la obra de teatro de Copi. Si hay un diálogo o confrontación posible, me gustaría que estuviera entre la obra de teatro de Copi y el guión que escribe Sivori. El punto para mí es qué se consagra y por qué. ¿La trasgresión es motivo suficiente para consagrar algo rápidamente? A mí que no me vengan con eso de que la obra de Copi es “una patada en el culo a la literatura bienpensante”. Sé que se dice, pero yo no compro ese discurso.
–Cuando Sivori está revisando la agenda de su vecina, lee una pregunta que Pina escribió precisamente un 17 de octubre: qué es un día peronista. ¿Qué respuesta daría Martini a ese interrogante?
–Un día peronista debe haber sido un día de otro tiempo, un 17 de octubre en el que la Plaza de Mayo estaba llena de gente que tenía ilusiones puestas en el peronismo. Nosotros ya no estamos en ese momento, ni siquiera mi generación, los que nacieron entre el ’45 y ’55. Pero el 17 de octubre del ’45 fue un día peronista, con dos millones de personas en las calles, las patas en las fuentes y las chicas que cantaban algo así como “sin bretel y sin calzón, somos todas de Perón” (risas). ¿Está puesto en la novela?
–No; el que está es “sin galera y sin bastón, los muchachos de Perón...”
–Bueno, el cantito de las chicas era un tanto incorrecto (risas).
Los dedos de Martini golpean la mesa marcando el compás de ese cantito “atrevido” de las chicas peronistas. Por unos segundos pareciera que las manos del escritor acariciaran oblicuamente, acaso como en el ’73, una zona que lo conecta con el “ingenio” peronista, aunque más no sea desde el fulgor o la picardía de algunas letras. Pero el ritmo se va amortiguando y el escritor regresa a Sivori, a ese momento en que tiene que defender su guión, ante la demanda de su productor de “contar una historia”; guión que no convence a ninguna de las partes, ni a Sivori ni a Dippy. “Sivori apela a El camino de los sueños, de Lynch, para plantear que toda historia, en una novela o en una película, se sostiene si es verosímil. Más allá de los géneros, lo que se requiere es verosimilitud”, subraya el escritor.
–El punto de partida de esta novela, el hombre que espía a la nueva vecina, también parte del verosímil, aunque la cuestión de espiar no esté tan legitimada, ¿no?
–Espiar es mucho más frecuente de lo que uno cree (risas). Estoy cada vez más convencido de que las películas y las novelas tienen su fundamento en la mirada, aunque también apelen a otro tipo de soportes. Pero la mirada juega un papel principal, no solamente en las novelas sino en la sociedad en la que vivimos, donde estamos mirando la vida de los otros, desde los realities hasta lo que se te ocurra, y somos mirados y espiados todo el tiempo. Es raro que en cualquier patio o negocio no haya varias cámaras que nos estén vigilando. Mirar al otro sin que se dé cuenta es casi el principio de empezar a espiar...
Sivori cree que la ficción es la forma perdurable de lo real; Martini también. Con un final que deja rebotando un “continuará”, el escritor admite la posibilidad de una segunda parte de Cine. “Sivori podría abandonar la película sobre Evita y ponerse a trabajar en otra. Pero también podría haber una muerte: Pina muere derrotada por su anorexia o Dippy por un paro cardíaco por exceso de merca. Cualquiera de estas dos muertes le complicaría la vida a Sivori”, anticipa el escritor, sembrando nuevos enigmas que el tramoyista resolverá, sigiloso, tras bambalinas.
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