LITERATURA › ¿QUE LEEN LOS ESCRITORES?
Página/12 consultó a una serie de autores, que desmitifican (o no) el estereotipo de la “evasión veraniega”. Cuestión de gustos.
› Por Silvina Friera
Las escenas se repiten, aunque transcurran en espacios tan disímiles como la árida y calurosa provincia de Tucumán, en la costa atlántica o en la ciudad de Buenos Aires. Escritores y escritoras que leen y trabajan en nuevos libros, cuando otros desenchufan los cables que los tienen conectados a una rutina diaria. ¿Nunca descansan o será que las vacaciones perdieron allá lejos y hace tiempo el atributo de “viaje romántico” o de búsqueda espiritual y ahora el uso del ocio no sólo cuestiona el tiempo laboral sino que se complementa? ¿Cierta flexibilidad y autonomía del oficio permite acaso un intercambio de figuritas entre el tiempo libre y la escritura, las confunde y las funde como las dos caras de la misma moneda? En El último lector, Ricardo Piglia señala que “en la literatura el que lee está lejos de ser una figura normalizada y pacífica; aparece como un lector extremo, siempre apasionado y compulsivo”. Liliana Heker, Alejandro López, Juana Bignozzi, Federico Andahazi, Rodolfo Alonso, Alicia Steimberg, Juan José Hernández, Alvaro Abós, Esther Díaz y la editora Julia Saltzmann definen ante Página/12 sus hábitos y comportamientos como lectores.
Lector a contrapelo
Alejandro López, autor de La asesina de Lady Di y Kerés Koger dice que “sus vacaciones no son tan vacaciones”. Enero y febrero son meses de trabajo; está escribiendo una novela y creando obra plástica que expone en su propia casa de Congreso, convertida en una galería de arte. “Voy a contrapelo –admite–. Quizá descanso después; cuando todos trabajan estoy más relajado”. Está leyendo El Quijote para analizar cómo es la estructura de la novela de Cervantes. “Me agarró a mí la locura del caballero ambulante. Como la obra empieza con un delirio, me pareció que tenía que leerlo”, bromea López. “El año pasado me pude hacer una escapada a Uruguay y leí a Martin Amis y El código Da Vinci. Aluciné con ese libro por cómo maneja el suspenso; a nivel ficción aplauso para Dan Brown. Es un guión divino de serie de televisión”. Sin importarle que en la tribu de escritores argentinos el best seller de Brown suscite serias sospechas, López confiesa: “Lo que hago es leer lo que me caiga en las manos”.
La dieta mixta
En el verano algunos se dan el gusto de elegir un popurrí de libros, géneros y autores. Es lo que hace la filósofa y escritora Esther Díaz. “En la lectura que me demanda mi trabajo soy muy sistemática porque tengo que leer sobre lo que estoy escribiendo o lo que utilizo para preparar mis clases o conferencias”, explica la autora de El himen como obstáculo epistemológico. Pero durante las vacaciones prefiere armar sus propias ensaladas rusas: mucha poesía, de poetas argentinos y brasileros, y especialmente de la uruguaya Marosa Di Giorgio, “una autora que me inspira y me ayuda mucho, sobre todo cuando escribo ficción”. Además, para estos dos meses, incluyó en su menú La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq; Historias y relatos, de Walter Benjamin; Pajaritos, de Anaïs Nin; y Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro. “Pero como decía Hegel, que nadie puede salirse de su pellejo, de su época, de su modo de ser, de su imaginario, también estoy leyendo filosofía”, admite Díaz. El pliegue y La isla desierta y otros textos, de Gilles Deleuze, y Cuerpo y síntoma y La mirada y la voz, ambos de Paul Loren Assouen. Y aclara que por esas extrañas cosas del deseo ha vuelto a releer La Ilíada.
“Cuando escribí mi primer libro de ficción, me di cuenta de que cuando sentía que tenía poco vuelo literario, leía algo de poesía y me soliviantaba, me daba alas, algo ideal y que recomiendo para el verano”, propone Díaz. “Estoy tratando de nutrirme como quien hace una dieta, estoy alimentando mi alma para ver si puedo seguir escribiendo ficción, además de filosofía”. ¿A qué tipo de dieta recurre la autora de La filosofía de Michel Foucault? ¿Es naturista o más bien calórica? “Hay algunos autores naturistas, más livianos; otros como Deleuze son explosivos. Con éste tengo alimento para todo el año”.
Ladrillos de 300 páginas, abstenerse
El tucumano Juan José Hernández volvió del infierno de las siestas ardientes de verano y puede contarlo. Acaba de regresar de su provincia natal y sobrevivió a los 45 grados de temperatura; de la sensación térmica mejor ni preguntarle para no transpirar. En los ratos en que no estaba en la pileta de la casa de su hermana, el único lugar donde se podía “matar” el calor espantoso, el autor de La ciudad de los sueños leyó y tradujo, doble hazaña climática, A pleno canto, un libro de poesía de Jean Cocteau. “Será porque uno tiene más tiempo y está más inspirado”, pondera Hernández. “La mayoría de la gente lleva a las playas o a los lugares de veraneo novelas. La tradición parece ser: ¿qué novela tengo para leer durante las vacaciones? Por lo general, me llevo pequeños libros de poesía y algo para traducir de algún poeta que me guste. La gente dice que si le toca días nublados, como no puede ir a la playa y se aburre si va a un café, lee novelas. No las terminan porque se llevan libros larguísimos y no tienen tiempo. Prefiero libros de bolsillo y no ladrillos de 300 páginas”.
Tiempo suspendido
No puede afirmar con precisión qué lee la gente en el verano. “Algunos se reservan esos momentos para dedicarlos a los libros que no leyeron durante el año. Hay otro tipo de lector que se dirige al entretenimiento y prefiere una literatura más de evasión. Como en todas las épocas del año hay una gran variedad porque uno no puede cambiar el tipo de lector que es de acuerdo con la estación”, explica Julia Saltzmann, editora de Alfaguara. “Yo siempre tengo una pila de libros que querría leer, así que pienso llevarme esos libros adonde me vaya de vacaciones o leerlos en mi casa”. En el plan de lectura de la editora de Alfaguara figuran Aquí nos vemos y Esa belleza, los dos últimos libros de John Berger; La rebelión del instante, de Diana Bellessi, y sugiere que le gustaría leer a Amós Oz. “A veces me guardo alguna novela más clásica para leer como antes. Creo que me voy a llevar también Boda en el delta, de Eudora Welty”, precisa Saltzmann. “En el verano aprovecho para leer tirones muy largos y los disfruto mucho más. La lectura de tirón largo es más placentera que la que es muy fragmentaria, de colectivo, de subte, de tren, o de antes de irte a dormir, ya muy cansado. Me gusta que el tiempo se suspenda durante dos o tres horas”.
La máquina infernal
A Federico Andahazi no lo afectan las estaciones; en verano o en invierno sigue siendo el mismo lector de siempre. “Las lecturas de un escritor están muy determinadas por la escritura –comenta el autor de El anatomista–. Me reparto mucho la lectura entre todo aquello que es bibliografía en función de la escritura. De modo que siempre estoy leyendo demasiadas cosas a la vez. Mi actitud de lectura es la misma, a lo sumo si me voy de vacaciones dispongo mi existencia de otra forma, lo cual me permite leer de una manera más reposada. Como estoy empezando a escribir una novela, leo mucha bibliografía histórica y más filosofía –especialmente Epicuro– y ensayos que ficción”. Alvaro Abós advierte que el que escribe deja de ser lector porque “lee en función de lo que escribe”. Por su columna en un diario nacional sobre crímenes célebres, Abós está sumergido en la lectura de textos de criminología y narrativa policial. “El escritor no se toma nunca vacaciones, para bien o para mal, o se toma vacaciones perpetuas”, chancea el autor de Al pie de la letra. Guía literaria de Buenos Aires. “En la madrugada me despierto, y si se me ocurrió una palabra, me levanto y la anoto para que no se me vaya de la cabeza, que es como una máquina infernal”.
Asignaturas pendientes
Liliana Heker no sabe lo que es una lectora relajada; para ella, que dicta talleres literarios durante todo el año, es un hecho muy afortunado tener más tiempo en enero y febrero para la lectura. Está leyendo Cerca del corazón salvaje, de Clarice Lispector, una novela que había intentado leer hace mucho tiempo en portugués, y lo que ella define como “una asignatura pendiente”, Zama, de Antonio Di Benedetto. “Siempre un escritor tiene asignaturas pendientes y libros que quiso leer y no leyó. Zama fue el libro que siempre quise leer y por distintas razones no lo había hecho”, asegura Heker. “No conozco las vacaciones respecto de la lectura desde que leí mi primera novela cuando tenía 7 años. La lectura siempre fue parte insoslayable de mi vida, una actividad ininterrumpida, que no se toma vacaciones o que significa una manera muy placentera de estar siempre de vacaciones. Tal vez tengo la fortuna de estar todo el año parcialmente de vacaciones, aunque no creo que sea así; en realidad me parece que trabajo en algo que me provoca mucho placer. Al mismo tiempo trato de permitirme el ocio, que es un estado necesario. Me raya totalmente no disponer de esos tiempos libres que también me constituyen”.
Escapar del cerco de la inmediatez, pero manteniendo la misma pasión de siempre por la lectura. Eso es lo que hace la poeta Juana Bignozzi. “Vuelvo sobre ciertos autores que me han resultado más complicados, que quiero rememorar o volver a leer”. Como está dando un taller de poesía en la cárcel de Ezeiza sobre la Generación del ’27, repasa por estos días sobre todo a Cernuda, a Guillén y a Salinas. “Lo único que cambia es que no leo cosas tan circunstanciales y del momento, entonces regreso a los libros de siempre o me dedico a los que tengo pendientes”. Similar recurso aplica Rodolfo Alonso, quien dice que lee más en verano porque tiene más tiempo disponible. “Volví a leer Lord Jim, de Conrad, y aparte de ser una gran novela, el tratamiento del lenguaje es como el de la poesía. Eso me llevó a leer otro libro de él, Cuentos de inquietud, que lo hizo editar Borges en Emecé. Hay libros que sólo se pueden leer en verano, las grandes obras como las de Dostoievski o Tolstoi. Hay libros que uno guarda para cuando tiene un período de tiempo que puede leer mucho. Es lo que hacía en mi adolescencia cuando era estudiante y trabajaba”.
El enero mítico de Alicia
Un poco agobiada por la tarea de revisar Aprender a escribir, libro que publicará en los próximos meses, Alicia Steimberg cuenta que está releyendo algunos de los autores que cita: Ricardo Piglia, Italo Calvino y Felisberto Hernández. “Sueño con el mes de enero, como si alguna vez pudiera suceder que no tuviera otra cosa que hacer que leer. El sueño nunca se hizo realidad, es un enero mítico. Pero cuando mis hijos eran chicos, estábamos en una casa en Atlántida, en Uruguay, y leía en el jardín cuando ellos se iban a dormir. Había aromas de pino y un lugar muy bien iluminado donde leía, mirá cuántos años hará de esto, a Simone de Beauvoir, ¡y me sentía participado ¡en la resistencia en París! Realmente era hermosa esa sensación, pero nunca más me volvió a pasar”.
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