LITERATURA › FEDERICO JEANMAIRE Y PABLO SIMONETTI EN LA FERIA DEL LIBRO DE CHILE
En una charla propuesta como Vida privada y literatura, los escritores pusieron una nota descontracturada que no escatimó alusiones eróticas para un auditorio entre atraído y escandalizado. Y fundaron la Literatura Heterosexual Masculina.
› Por Silvina Friera
Desde Santiago
En la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa), un puñado de santiaguinos asisten al encuentro entre el famoso escritor chileno Pablo Simonetti y Federico Jeanmaire, organizado por la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, el país invitado de honor. El tema convoca y promete. Se trata de Vida privada y literatura. Las mujeres exclaman “¡qué guapos!” cuando ven entrar en la sala Joaquín Edwards Bello a los dos galanes, listos para protagonizar una de las charlas más descontracturadas, eróticas y divertidas de esta edición. La militancia por el amor a las palabras del escritor argentino le permite llamar a las cosas por su nombre, sin subterfugios ni pudor. En el Centro Cultural Estación Mapocho, en Chile, ¿cachái?, la che se declara orgullosa y soberana. Acá se hablará de las relaciones de pareja sin convivencia, de la importancia de devolver a la palabra “concha” su dignidad perdida. Acá se fundará la Literatura Heterosexual Masculina (LHM), se criticará al “viejo” Mario Vargas Llosa, y Cortázar recibirá un tirón de orejas.
Al principio todo comienza por los carriles de cierta corrección. Simonetti presenta Vida interior, de Jeanmaire, tercera novela de una trilogía que empezó con Papá y continuó con La Patria. Dice que la prosa del escritor argentino es como escuchar “un adagio inspirado”; que tiene sentido del ritmo y su puntuación es innovadora. “Lo que más me sorprendió es que esta musicalidad logra transmitir el estado interior del personaje. El narrador de Federico no es un narrador majadero; todo lo contrario, nos hace sentir su respiración.” Dispuesto a torcer el rumbo hacia el terreno de la intimidad, Jeanmaire interviene con ese tono cansino y apacible que lo caracteriza. “Cuando me avisaron que venía a Chile, a fines de septiembre, juro que no sabía que la cara de Pablo iba a estar en los micros de Santiago”, dice aludiendo a la publicidad de la última novela de Simonetti, La barrera del pudor (Norma).
“Mi padre era un señor que estaba todo el tiempo leyendo, prácticamente no hablaba. Desde chico lo amé, pero me resultaba casi imposible comunicarme con él”, confiesa Jeanmaire. “Una tarde que estaba leyendo en el mismo sillón de toda la vida, le metí un papelito por debajo del libro. Se emocionó mucho, me abrazó y me dio muchos besos; ahí se decidió mi vocación. Supe que siendo escritor conseguiría muchos abrazos y besos.” A la mujer de la novela, Finlandia, con la que estuvo viviendo casi quince años, Jeanmaire le comentó la cantidad de horas por día que le dedica a la escritura: de 6 a 12 horas, según las circunstancias. “Lo primero que pensé es cuánto va a tardar en descubrir que estoy hablando de esto, pero estoy pensando en otra cosa.” El escritor argentino revela que ahora está más tranquilo y que hace dos años y medio que está de novio. “Ella trabaja doce horas por día, produce el noticiero más importante de la televisión argentina; los viernes tarda dos o tres horas en salirse del noticiero. No sé si podría soportar eso todos los días si viviera con ella. Mientras sea los viernes, está todo bien”, admite Jeanmaire. El público femenino no para de reírse a carcajadas. “Tomo la risa como una participación, como una identificación, pero no se piensen mejores que nosotros”, bromea el flamante ganador del premio Clarín de Novela.
Simonetti recuerda una escena de Vida interior en la que el narrador no quiere que su novia finlandesa, que acaba de llegar a Buenos Aires, cuelgue las fotitos de sus sobrinos en la pared. “Eso pasó en la vida real”, reconoce Jeanmaire. “Habíamos hablado de vivir tres meses juntos en Buenos Aires y después ver qué pasaba, qué hacíamos, si tomábamos alguna decisión. La fui a buscar al aeropuerto; ella vino con un montón de valijas y eso me impresionó. Cuando llegó a mi casa, sacó tres cuadros de sus sobrinitos, entró a mi cuarto y me pidió clavos y martillo. Fue la primera gran discusión de la pareja y el final... porque dio un paso que no estaba acordado. Ella había tomado la decisión de instalarse definitivamente en mi casa.” El escritor chileno comenta que Finlandia está durmiendo la mayor parte de la novela, pero cuando se despierta es ella la que toma la iniciativa sexual. “El personaje del escritor es más bien pasivo. A ella la encontré como una representación verbal del poder; en cambio él es una representación pasiva”, observa.
“Hay mucha literatura relacionada con la introspección femenina, mujeres que van pensando cómo son, qué son, qué decisión van a tomar”, plantea el escritor argentino. “En esta novela decidí exponer mis propios mecanismos masculinos para ver cómo funciona una cabeza masculina; creo que hay muy pocas cabezas masculinas pensando.” Simonetti coincide con el hecho de que la representación introspectiva del hombre es bastante más pobre en la literatura. “Más en la literatura heterosexual masculina”, aclara Jeanmaire. “Acabamos de inventar la literatura heterosexual masculina para los títulos de los diarios que están presentes.”
El escritor chileno revela que hace un par de semanas Vargas Llosa dijo que lamentablemente la libertad sexual atentaba contra el erotismo como arte.
–Está viejo –lo interrumpe Jeanmaire.
–Para Vargas Llosa tiene que ser un arte hacer el amor a esta altura –retruca Simonetti.
El escritor chileno define un capítulo de Vida interior como una celebración del sexo femenino. “En la Argentina el nombre popular de la vagina es concha, que me encanta como palabra, como cualquier palabra que tiene la che”, precisa Jeanmaire, mientras algunas mujeres se cubren la cara con las manos. La concha, sin dudas, inquieta a parte de la platea femenina. “Lo que escribo en el libro tiene que ver con cierta militancia por el amor por las palabras. Concha, esa palabra tan bonita, ha pasado a ser un lugar común para mencionar cualquier cosa, menos para nombrar el sexo femenino. Eso pasa cuando las palabras se vacían de significación. La tarea de la literatura es resignificar palabras que han perdido el uso que deberían tener; devolverle a la concha su dignidad.” Hay carcajadas de aprobación, pero también risitas nerviosas, un tanto pudorosas. “También la palabra chupar tiene una connotación difícil”, agrega Simonetti. “Por qué usar lamer si no decimos lamer. ¿Por qué chupar no puede tener la misma dignidad para connotar el acto sexual?”
Jeanmaire cita el caso de Cortázar, un escritor al que admira. “En Rayuela terminó inventando una lengua para no decir palabras sexuales. Muchos nos deslumbramos con eso, pero es una manera muy hipócrita de contar algo”, opina. En la orgullosa Mapocho, la ex estación ferroviaria de Santiago, la temperatura sube varios grados. Las mujeres santiaguinas, algunas con más fervor que otras, celebran la reivindicación de la dignidad de la concha de la que acaban de ser testigos.
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