Mar 01.12.2009
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LITERATURA › JOSé EMILIO PACHECO, GANADOR DEL PREMIO CERVANTES 2009

“Es para toda la literatura mexicana, que no sale mucho”

Aunque confiese que las celebraciones lo fatigan y repita que no le gusta sentirse importante ni alabarse, éste será un año inolvidable para el poeta, que enhebró el Reina Sofía y el Cervantes y editó los libros Como la lluvia y La edad de las tinieblas.

› Por Silvina Friera

El hombre que escribió en un poema que la realidad “siempre nos deja con la boca abierta” recibe muy temprano, a las siete menos diez de la mañana, un llamado en Guadalajara que lo deja con la boca abierta. Casi se le caen los aparatosos anteojos que cubren sus ojos sonrientes, pero extenuados del ajetreo que ha tenido este año, que piden la tregua de un descanso que no llega. Al otro lado de la línea, la voz de la ministra de Cultura de España, Angeles González Sinde, le dice: “Ha ganado usted el Premio Cervantes”, el más prestigioso de la lengua castellana. Al escritor mexicano José Emilio Pacheco, la emoción lo deja literalmente mudo un segundo, hasta que deletrea la palabra ganador y de tanto repetirla cristaliza en una certeza, “el museo de un segundo”, como acuñó en su poema “Paisaje”. El jurado, integrado por Jaime Labastida, Luis García Montero, María Agueda Méndez, Soledad Puértolas, Almudena Grandes, Ana Villarreal, David Gíes y Juan Gelman –ganador en 2007–, lo define como “un poeta excepcional de la vida cotidiana”, por “su capacidad de crear un mundo propio” y por “el distanciamiento irónico de la realidad” que hay en su obra. Feliz y agotado por el vértigo de una seguidilla de reconocimientos y homenajes –acaba de recibir el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana–, Pacheco escucha la catarata de elogios con un dejo de incredulidad, justo a él que tiene el ego domesticado y no se cansa de repetir que no le gusta sentirse importante ni alabarse; que no lo representa Carmen Balcells ni pertenece al boom ni al crack ni es publicado por los tanques editoriales. “José Emilio Pacheco se puede definir como el idioma entero”, pondera José Antonio Pascual, presidente del jurado.

Pacheco, reacio a dar entrevistas porque está acostumbrado a escribir, a ver lo que piensa, declara a la agencia EFE que quiere dejar en claro que el Premio Cervantes “es para toda la literatura mexicana, que no sale mucho de nuestras fronteras”. El escritor, que está siendo homenajeado en la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), dice que el fallo del jurado es “una irrealidad” que nunca aspiró a recibir. El poeta, prosista y traductor, nacido el 30 de junio de 1939 en la Ciudad de México, agradece la generosidad del jurado por fijarse en su obra “cuando hay tantos buenos escritores”. Y por si hiciera falta aclarar, el escritor agrega: “No me puedo quejar”, aunque admite que tanta celebración le causa “mucha fatiga” y que se cansa “de una manera terrible”. Desde mayo no ha parado. “Un escritor joven está acostumbrado a las cámaras y a los micrófonos; yo no”, señaló el domingo en la FIL.

Gelman, ganador del Cervantes de 2007, miembro del jurado y vecino del flamante ganador, subraya que Pacheco “es una figura intelectual que no se repite mucho en América latina, porque a sus dotes de poeta une las de narrador, crítico y periodista, todo eso sostenido por una cultura enorme y afinada”. Hace dos semanas, en España, donde asistió a la entrega del Premio Reina Sofía, cuando le preguntaron si se consideraba el mejor poeta mexicano, Pacheco, infatigable a la hora de afilar su ironía, disparó: “¡Cómo voy a ser el mejor poeta mexicano si no lo soy ni de mi colonia, ni de mi barrio! A la vuelta de la esquina de mi casa vive Juan Gelman”.

Fábulas

Figura central de la literatura mexicana, el hombre orquesta que cabalga entre la poesía, el ensayo, la novela, el cuento y la traducción, pertenece a la llamada “Generación de los años cincuenta”, integrada también por Carlos Monsiváis, Eduardo Elizalde, Sergio Pitol (también Premio Cervantes), Vicente Leñero y Salvador Elizondo, entre otros, y fue profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Universidad de Maryland (College Park), en la Universidad de Essex y en algunas otras de Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido. Especialista en Literatura Mexicana del siglo XIX y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde mayo de 2006, Pacheco es un profundo conocedor de la obra de Jorge Luis Borges, en cuyo honor dictó una serie de conferencias en 1999. De su obra narrativa se destacan las novelas Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981), llevada al cine por el director Alberto Isaac como Mariana, Mariana; los textos en prosa El viento distante y otros relatos (1964) y La sangre de la medusa (1958). La poesía ha sido el gran amor de su vida literaria, con títulos como Los elementos de la noche (1963), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970), Ciudad de la memoria (1990) y El silencio de la luna (1996); y después de varios años sin publicar, este año redondo coincidió con la publicación de los poemas en verso de Como la lluvia y el poemario en prosa La edad de las tinieblas.

La voz que ha emocionado a varias generaciones de mexicanos conoció a Octavio Paz, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Max Aub y Borges. Pacheco tiene el vicio asumido de reescribir sus libros, incluso una vez publicados. “Nunca termino de estar satisfecho; es una tortura muy grande y una manera de hacerse impopular, pues la gente siente que el viejo autor los está despojando de la versión que leyeron”, suele decir el escritor que carga con la mochila de haber nacido en un año “terrible”, 1939; aunque tuvo la gran ventaja de crecer con la generación del exilio español. Además de ganar dos Premios Ariel del cine mexicano en 1973, compartidos con el director Arturo Ripstein, por la mejor historia original y mejor adaptación de El castillo de la pureza, Pacheco no ha dejado de acumular importantes premios como el Xavier Villaurrutia por El principio del placer (1973), el Asunción Silva al mejor libro de poemas en español publicado entre 1990 y 1995, el Iberoamericano de Letras José Donoso (2001), el Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2003), el Ramón López Velarde (2003), el Pablo Neruda (2004) y el Federico García Lorca (2005), entre otros.

A contrapelo del mito del escritor y lector precoz, tan caro para muchos escritores, Pacheco tuvo una infancia común y corriente. De niño jugaba al fútbol y básquet. “Esto puede ser no muy atractivo, pero así lo viví. Y lo digo así, sin más, no puedo hacerme el interesante e inventar: ¡Yo a los cinco años leía en latín y griego! No, nada de eso ocurrió. Todo totalmente normal y nada extraordinario.” Lo que resulta anormal en el planeta de los egos desmesurados es la sencillez, el bajo perfil que ha cultivado este hombre de 70 años que cree que lo importante son los textos, no el escritor. Tampoco ha incurrido en generar el mito contrario, el del escritor huraño y malhumorado que rehúye completamente de las entrevistas. Ha aceptado, a regañadientes, un puñado, pero siempre preguntándole con respeto, a su ocasional interlocutor, “a quién diablos le importa qué hago o qué como”.

A pesar de su temprana devoción por la poesía –a la que miraba con respeto por la extrema dificultad para escribirla bien–, Pacheco, a diferencia de otros escritores que comienzan escribiendo versos, empezó a garabatear sus primeros relatos en los años ’50. Aunque celebra la facilidad con la que otros escritores hablan de sus obras, plantea que tener una excesiva confianza de lo que se escribe es paralizante. El flamante Premio Cervantes apela a la fábula del ciempiés y el entomólogo para explicarse: “Resulta que un buen día un entomólogo le pregunta al ciempiés cuál es la patita que mueve primero. El insecto se queda petrificado. Se agobia, se paraliza, se muere de hambre y cae ante tamaña cuestión. Eso mismo me pasa a mí. No sé qué patita poética muevo en primer lugar. La ‘fama’ me está impidiendo escribir una sola línea. Yo creo que tras la Feria de Guadalajara nadie se acordará de mí”.

Estribillo punzante

Después de Octavio Paz, el nuevo Premio Cervantes mexicano ha logrado crear un ámbito y un espacio poético propio. “Mi único tema es lo que ya no está./ Sólo parezco hablar de lo perdido./ Mi punzante estribillo es nunca más”, escribió en el poema “Contraelegía”. Para Pacheco, el texto sabe lo que el autor ignora. “Una ensayista norteamericana me envió un brillante análisis sobre cómo la novela Morirás lejos está compuesta a base de fórmulas matemáticas que se ajustan como una suma. No le contesté, no me atreví a confesarle que fui el peor alumno en esta materia y sigo siendo torpísimo”, reconoció el escritor. En el poema “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”, abogó por la abolición de conceptos como autor y autoridad. Pero el tiempo pasó y recientemente ha blanqueado su arrepentimiento por esa “carta”. “Fue un gran error y lo he pagado muy caro. Octavio Paz me reprochó en su momento: ‘No quieres darle la entrevista y se la das y en verso. Le hubieras dicho simplemente que no’. ¿Cómo explicar ahora que en 1982 un estudiante norteamericano me envía cien preguntas en un telegrama de no sé cuántas páginas que debe de haberle costado muchos dólares? Me pareció una descortesía y una ingratitud la simple negativa. Y cometí el disparate.”

Pacheco defiende el anonimato “sobre la base de que uno está siempre plagiando sin querer a los demás”. “Trato de compensar un poco esta circunstancia mediante los seudónimos, heterónimos y apócrifos. Pero en todo momento bajo una mínima ética: no escribir nunca nada que no firmaría con mi nombre.” Sus heterónimos, Julián Hernández (1893-1955) y Fernando Tejada (1932-1959), dos marginales de las letras mexicanas, el primero por convicción, el segundo por ausencia, aparecen por primera vez en el libro de Pacheco No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970). “Inventa heterónimos, tal vez con el designio metafórico de desorientar a la muerte”, sugiera Hugo J. Verani. “Cuando uno escribe siempre son tentativas, cosas que uno hace en la oscuridad y me gustaría pensar que escribo con sabiduría, pero creo que carezco por completo de ella. A veces se te ocurre una línea, pero al final puede salir o no el poema. La gran mayoría de lo que escribo son tentativas fallidas, que no van a ningún lado”, advierte el poeta.

Un fragmento de luz

Una impronta de sus narraciones y poemas es “dar testimonio” a partir de los grandes acontecimientos históricos o de los aparentemente nimios en la biografía de un hombre cualquiera. “Por mí sólo pueden testimoniar, para absolverme o condenarme, mis propios escritos que no tienen la menor pretensión”, asegura Pacheco. “Escribo lo que puedo y todo está determinado por el año atroz de mi nacimiento: 1939. Es increíble todo lo que he visto desaparecer, por ejemplo la Ciudad de México. Me alegra que muchos jóvenes rechacen la piedra funeraria que me oprimió por muchos años: la de ser un escritor ‘nostálgico’. La nostalgia es la invención de un falso pasado. A ella se opone la mirada crítica. Estoy en contra de la idealización de lo vivido pero totalmente a favor de la memoria.” Eso que ha visto desaparecer se plasmó, entre otros poemas, en “Alta traición”: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, montañas / –y tres o cuatro ríos”.

El lamento por el México perdido también está presente en uno de los poemas de La edad de las tinieblas, “A la extranjera”: “A usted le duele esta ciudad que también ha hecho suya y lamenta ver cómo la hemos destruido y la seguimos arrasando. No entiendo sus razones para amar un sitio desesperante y sin esperanza. O tal vez existe la esperanza porque usted se encuentra aquí una vez más y llena de luz otra estación sombría. Nací en un lugar que se llamaba como éste y ocupaba su espacio. Ahora también en mi suelo natal soy extranjero en tierra extraña. Ya no conozco a nadie ni reconozco nada. Usted, en cambio, no es extranjera en ningún lado. Usted es de todas partes como la música. Por favor, no se vaya. No se lleve al partir un fragmento de luz entre el desierto pardo y la barbarie que por codicia y estupidez hemos engendrado”.

La obra de Pacheco destila una tonalidad contenida, un modo de masticar cada verso hasta pulirlo o acaso quebrarlo con la pausa que imponen sus silencios. En el “jabón de la lengua española”, el flamante premio Cervantes ha lavado “las heridas del ser, las manchas del desamparo y el fracaso”.

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