Viernes, 11 de junio de 2010 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA CHILENA LINA MERUANE
De Las infantas, su primer libro de relatos publicado aquí, se puede hacer varias lecturas. Una de ellas, dice Meruane, es “un correlato fantaseado de las secuelas de la dictadura”. La escritora exploró el paso crítico de la infancia a la adultez.
Por Silvina Friera
Un recuerdo relampaguea por el rostro de la escritora chilena Lina Meruane. Es una brevísima iluminación de un momento original que se proyecta sobre Las infantas (Eterna Cadencia), su primer libro de relatos de corte experimental, sarcástico y lúdico, publicado en su país hace doce años. Hay una escena inicial que ella define como “extraña”. Una niña, a fines de los años ’70, obsesionada con escribir. Le brotaban, “naturalmente”, poemas, aunque estaba empecinada con la narrativa, sin saber aún qué quería narrar. Se le ocurrió copiar libros de la biblioteca familiar, a mano o a máquina. Los chispazos de la memoria anulan automáticamente muchos de esos libros, pero un resplandor alumbra al último que transcribió de punta a punta: La rebelión de las masas. La cinta del tiempo salta de una década a otra –un momento original, al fin y al cabo, es un montaje de escenas– y se frena en el ’83, en la adolescente de 13 años que transcribió a Ortega y Gasset. Desde entonces se animó a escribir cuentos –algunos, confiesa, sacaron alguna mención en un concurso universitario–, pero nunca se publicaron. Y se han extraviado. “La ambición de escribir un libro intentando copiar otros fue mi primera manera de entrar en la narrativa”, dice Meruane a Página/12.
Los ojos de Meruane emiten un fulgor de sorpresa –que acompaña con la mano deslizándose, como si estuviera copiando en el aire esa anécdota fundacional– en el bar de la librería-editorial que ha publicado Las infantas. “Si uno lo piensa bien, todos los escritores estamos copiando de otras literaturas anteriores. A esta altura me resulta difícil decir de quién tomé más, porque mi biblioteca es grande y las lecturas se van almacenando. Me han interesado los escritores que trabajan el lenguaje. Y ahí está la huella de (Severo) Sarduy con ese trabajo del barroco tan empecinado con las palabras –subraya la escritora–. Tal vez me interesa menos el argumento mismo y más la fuerza de un lenguaje que te va llevando de un lugar a otro y que deja correr el imaginario a través de la palabra. Pero me cuesta identificar un autor influyente porque he ido robando cositas de diferentes escritores.” Y ahí está, en el epígrafe de su primer libro, el linaje del barroco cubano: “Todas las cicatrices remiten a una sola; la primera, la escisión umbilical, la única invisible”.
Más allá del blanqueo de esta tradición, los 21 relatos abren un abanico experimental en múltiples líneas. Con una impronta que parodia a los clásicos infantiles de Perrault, los episodios narrados elípticamente admiten ser leídos como una novela sobre el complejo oficio de crecer en el Chile del terror pinochetista. El envoltorio o disparador son las peripecias y desventuras de dos infantas, Hidelblanca e Hidelgreta, que abandonan el palacio antes de que su padre las entregue como prenda en un juego de naipes. La potencia del ejercicio barroco de escritura que despliega Meruane fue advertida por Roberto Bolaño, cuando señaló que la prosa de la escritora chilena “surge de los martillazos de la conciencia, pero también de lo inasible y del dolor”. Tiene que hacer memoria Meruane, que reside en Estados Unidos, aunque pronto por una beca rumbeará hacia Berlín. “Lo publiqué hace doce años, pero lo escribí entre el ’95 y ’96. Quería explorar el paso crítico de la infancia a la adultez; separarse es escindirse y esa escisión es siempre muy crítica, sobre todo separarse de la madre.”
–¿Por qué no hay madres en Las infantas?
–La madre es una figura que representa cierta ternura y cuidado, pero los personajes están lanzados a la vida sin esa protección, por lo menos las niñas. La madre es simbólicamente lo que no está, el espacio-nido. Las madres están muertas o invisibles. Este libro tiene muchísimo que ver con la norma que se impone en la mujer cuando pasa de niña a adulta y pierde la inocencia; pero también con lo que significaba la figura del padre en el Chile de la dictadura en el que yo crecí. Por eso la figura del padre está tan presente; es una figura que la niña tiene que eludir para poder ser alguien. Me interesaba pensar cómo se sitúa la infancia femenina en relación con esa figura de autoridad.
–Pero es un padre que “no es padre”; en uno de los relatos, “De mano en mano”, una mujer recuerda que el padre puso en cuestión que ella fuera su hija...
–¡Tienes razón! En ese cuento el padre sospecha que no es padre y la hija tiene que cargar con la duda y la supuesta culpa de la madre. Y eso genera un momento de violencia porque el padre no sabe... El primer padre, el rey, es un padre que no funciona como padre y sus hijas, las infantas, son objeto de trueque. El hecho de que la figura del padre aparezca cuestionada está relacionado con lo que estaba pasando en la posdictadura, cuando se empezó a cuestionar la figura del “gran padre” que había sido el dictador. El trasfondo de la dictadura está; mucha gente lee este libro como si no transcurriera en un lugar concreto, pero están las marcas de lo chileno y esa historia cruel y horrible de la dictadura. Es un libro que se puede leer de varias maneras, y una de esas maneras es verlo como un correlato fantaseado de las secuelas y las resonancias de la dictadura chilena.
–Al principio, el lector puede pensar que la ausencia de la madre tiene una carga negativa. Pero con la lectura avanzada, parece que esta omisión tiene un sentido positivo. ¿Tal vez si estuvieran las madres-nidos estas criaturas no estarían a la deriva?
–La pregunta es en qué tipo de mujeres se convertirán: si van a repetir a la madre, rellenar el espacio de la madre o van a constituirse desde otro lugar. Como falta un modelo de madre, qué van a ser esas mujeres nuevas. ¿Volverán a ser una madre u otro tipo de mujer? Esa pregunta no se resuelve en el libro, pero se exploran posibilidades. Ahora no sé si esa omisión es negativa o positiva; más bien la pregunta implica qué significa esa omisión para las herederas.
–¿Por qué en los relatos del libro se alterna una primera persona con una tercera, que es la que parodia los cuentos clásicos infantiles?
–Lo que quise hacer con esa doble estructura fue posicionar a ese yo protagonista como una especie de ficción de una experiencia personal, pero trabajando al mismo tiempo con toda una tradición que aborda el pasaje de la niñez a la adultez, ese momento crítico, cruel y desasistido. Estos niños están siempre a la deriva; son niños huérfanos que tienen que autoeducarse o aprender a la mala lo que es ser adulto. Esa educación es especialmente difícil para las chicas, que tienen que luchar en muchos frentes.
–Aunque Las infantas está lejos de la idealización de la infancia, ¿Cómo explica que se la siga idealizando?
–Los padres quieren proyectar en sus hijos seguridad. Se pone a los hijos en el lugar de la protección total y se les niega la posibilidad de violencia que hay en la infancia. En esa proyección se eliminan los ángulos más ásperos de la infancia, que en este libro están ahí, tal vez de una manera grotesca, resaltados. Los niños son muy hábiles, muy manipuladores, o pueden serlo. Son muy libres y no tienen el sentido de la culpa que adquieren con la educación. Las sociedades necesitan idealizar a los niños porque la esencia de lo humano estaría en la infancia. Si no sería muy terrible pensar que nuestra esencia no es tan pura (risas). La educación intenta evitar esa impureza, pero por la vía coercitiva de la violencia.
–En Las infantas los cuerpos duelen y mucho, ¿no?
–Sí, es cierto, eso también está en Sarduy. El dolor es por las marcas que dejó la vida. En mi literatura siempre hay cuerpos en crisis; en este libro en particular está la crisis del crecimiento, del cuerpo que cambia en las mujeres, que es mucho más visible y violento que en los hombres. El cuerpo duele en el sentido de que hay que abandonar el cuerpo de la infancia y adoptar un nuevo cuerpo, que también genera un cambio en la actitud de los otros hacia ese cuerpo. En el resto de mis libros aparecen cuerpos que duelen físicamente porque son cuerpos enfermos, expuestos a la posibilidad de la muerte de una manera mucho más cruda.
–¿De qué modo cree que inserta “lo vivido” en lo que escribe?
–Lo autobiográfico como experiencia se puede dar de muchas maneras. Aunque no sean historias reales, es una mirada que uno tiene sobre el mundo; eso es lo más autobiográfico del libro, el lugar desde donde uno mira, que viene de las experiencias que te han formado como persona. Aunque suene extraño a estas alturas, ser mujer, haber vivido una dictadura y otros elementos de mi biografía en los que prefiero no entrar, se van colando en ciertos intereses y obsesiones que me acompañan. Las infantas es un libro muy germinal; están todos mis temas, que siempre vuelven.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.