Domingo, 7 de noviembre de 2010 | Hoy
LITERATURA › MARIO VARGAS LLOSA HABLA DE SU NUEVA NOVELA, EL SUEñO DEL CELTA
“El hecho de que una novela sea una mentira no quiere decir que esté divorciada de la realidad”, aseguró este clásico vivo que el próximo 10 de diciembre ingresará definitivamente en el Olimpo literario mundial cuando acepte el Premio Nobel.
Por Silvina Friera
La mirada sorprendida, por momentos burlona, de Mario Vargas Llosa llegó desde Madrid, donde está presentando El sueño del celta (Alfaguara), novela con una tirada de medio millón de ejemplares –la mitad distribuidos en España– que acaba de desembarcar en 17 países de habla hispana. Aunque desde Buenos Aires su figura se proyectaba recortada sobre la pantalla, se podía distinguir el “efecto ojeras”. Desde que desayunó con la noticia que menos esperaba, el Premio Nobel de Literatura, sólo duerme dos o tres horas. A veces menos. Más allá de la evidente fatiga y el trajín que implica acompañar el lanzamiento de un nuevo libro, el escritor peruano respondió –entre resignado y amable– las preguntas de los periodistas de varios países latinoamericanos. “El hecho de que una novela sea una mentira no quiere decir que esté divorciada de la realidad”, aseguró este clásico vivo que –vía Estocolmo– el próximo 10 de diciembre ingresará definitivamente en el Olimpo literario mundial cuando acepte el premio que le otorgó la Academia Sueca. “La novela siempre nos hace conocer aspectos de la realidad que sólo a través de las ficciones podemos conocer.”
Al escritor que se está probando el traje del Nobel le sienta muy bien hablar de literatura. Ese es su terreno. La arcilla en la que modela una de sus grandes pasiones. Probablemente El sueño del celta sea una de sus mejores novelas. El protagonista indiscutible de esta ficción –de exactas 451 páginas– es un héroe “muy humano” que realmente existió: Roger Casement, irlandés de familia pro británica, uno de los fundadores del Ejército Republicano Irlandés (IRA) que terminó ahorcado por traidor. Casement capitalizó su posición diplomática para combatir –con un coraje excepcional– el despojo y los crímenes de las potencias europeas en el Congo Belga y en la Amazonía Sudamericana. Fue el europeo que le reveló al mundo las atroces condiciones de explotación de las poblaciones sometidas al colonialismo. La última novela de Vargas Llosa arranca en el momento en que Casement es detenido, después de conspirar con Alemania durante la Primera Guerra Mundial para dar el impulso definitivo a la independencia en Irlanda. En la cárcel londinense de Pentoville, los recuerdos y peripecias de este héroe se le mezclan como naipes mal barajados.
Vargas Llosa descubrió al personaje cuando estaba leyendo una biografía de Joseph Conrad. Le interesó enterarse de que Casement había ayudado a Conrad a escribir “esa obra maestra” que es El corazón de las tinieblas; supo que había estado en la Amazonía colombiana, peruana y brasileña, y que escribió unos informes en los que denunció los atropellos que se cometieron contra los indígenas. “Escribir esta novela ha sido una aventura personal porque me sumergí en mundos como el del Congo y las luchas independentistas en Irlanda, que eran desconocidos para mí”, reconoció el autor de Conversación en la catedral. “Roger Casement está tratado con la libertad de un personaje de ficción. Si hiciera esa imposible discriminación de qué es histórico y qué literario, estoy seguro de que lo literario ganaría. Y con mucha ventaja.” El escritor definió al héroe de su novela como “un gran luchador por los derechos humanos –en una época en que el concepto mismo no existía–, un idealista; alguien que frente a la injusticia terrible que vio decidió actuar”. “Roger fue un héroe humano, no una estatua. Albert Camus dijo que un hombre podría ser un genio en un campo y en otro una persona execrable. Yo no creo que Roger fuera execrable, pero sí un hombre que cometió muchos errores, que vivió en contradicción con lo que era la moral y las costumbres de su época. Y eso humaniza al héroe que fue.”
Los peruanos están festejando el Nobel de Vargas Llosa como si hubiesen ganado el mundial de fútbol. Eso le comentaron al escritor antes de preguntarle por qué esa historia que narra en una parte de su novela –los horrores que se vivieron en el Putumayo– no se enseña en Perú. “No se enseña porque nos acusa a los peruanos, a los colombianos, a los brasileños”, respondió Vargas Llosa. “Somos los corresponsables de lo que allí ocurrió. Roger Casement dejó unos testimonios que afortunadamente nos permiten volver sobre ese horror y hacerlo público. Es un horror que nos denuncia, que nos acusa –subrayó–. En El Congo sí se puede decir que fueron los colonizadores belgas, pero en el caso del Perú, Brasil, Colombia, no fueron colonizadores extranjeros; fueron peruanos, colombianos, brasileños, los que cometieron esos horrores. Es una vergüenza; algo que nos debe remorder la conciencia.”
El escritor dio rienda suelta a su indignación contra “uno de los males que tenemos que tratar de erradicar” de los países latinoamericanos. “La piratería es una manera de ir abriendo las puertas a esa violencia que surge cuando la legalidad desaparece. Lo terrible es que en nuestros países hay cierta complacencia hacia la piratería”, fustigó el Premio Nobel. “La piratería editorial desaparecería si los gobiernos lo quisieran. Pero no lo hacen porque parece que no fuera un delito, sino una falta permisible, y creo que es una de las manifestaciones de nuestro subdesarrollo y del escaso apego que tiene la opinión pública respecto de la necesidad de la legalidad.” Cuando Vargas Llosa se mete en las arenas movedizas de la política, su liberalismo de derecha –grosero y simplificador– provoca náuseas. “Yo estoy muy identificado con quienes en Venezuela luchan para que la democracia sobreviva, para haya una cultura de la libertad que no desaparezca con los atropellos que se cometen por parte del régimen”, señaló sin mencionar al presidente Hugo Chávez. “Esta lucha va a tener éxito a la corta o la larga, mucho mejor que sea a la corta –agregó–. El pueblo venezolano, que ha empezado a tomar conciencia de lo que significa un régimen con vocación autoritaria, irá aumentando esa resistencia pacífica, y finalmente Venezuela volverá a ser una democracia.” Un periodista le planteó una situación “extrema” en la que debería elegir quién lo salva de ahogarse: si Alberto Fujimori o Hugo Chávez. “Creo que preferiría ahogarme ante una situación semejante, preferiría los tiburones”, admitió con esa sinceridad brutal que lo caracteriza.
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