Domingo, 28 de noviembre de 2010 | Hoy
LITERATURA › EL NOTABLE ESCRITOR MEXICANO DANIEL SADA Y ESE MODO QUE COLMA, SU NUEVO LIBRO
Ganador del Premio Herralde en 2008 por Casi nunca, el autor publica ahora un volumen de relatos, a sabiendas de que va contra la corriente. Y aunque maneja con maestría las palabras, sostiene que si no hay historias y personajes no se llega a nada.
Por Mónica Maristain
Desde México
Pocos escritores hay en México como Daniel Sada, dueño de una obra singular que concentra la atención y el elogio de sus pares. Una literatura sin concesiones, fruto de una ética aferrada a una idea exclusiva: la imaginación es la materia básica y debe ser el norte de toda historia. Después de la imaginación, para este autor que con su novela Casi nunca obtuvo el Premio Herralde en 2008, está el lenguaje y todas las búsquedas a su alrededor, fruto de una voluntad asentada en la certeza de que no hay contenido sin forma y de que, muchas veces, la forma es el mensaje. Un estilo abigarrado, que saca al lector de su posición cómoda y lo obliga a releer con ojos asombrados desde los diálogos más absurdos hasta las situaciones más inesperadas por parte de personajes que en sombras cuentan tragedias y desesperanzas, da vida a una literatura personal y arriesgada que el fallecido escritor chileno Roberto Bolaño definió como “el barroco en el desierto”, una acepción que él rechaza.
Hay quienes han llamado también a la literatura de Daniel Sada como “costumbrista” y el autor, otra vez, no está de acuerdo. Influido por los clásicos que leyó profusamente en su juventud, Sada acaba de publicar Ese modo que colma (Anagrama), conjunto de relatos que narran historias de pueblo como la de Rosiva Alvez, una chica que vive con su madre viuda y que termina pagando un precio muy caro por fugarse de casa para ir a un baile. “El barroco es culterano por definición, y yo trabajo con la oralidad, no hay culteranismo en mi literatura. Pero la oralidad me impulsa a buscar y encontrar arcaísmos”, dice Sada a Página/12. “En una presentación que hizo el escritor Heriberto Yépez el año pasado, decía precisamente que no soy todo eso que dicen. Que no soy barroco ni norteño ni costumbrista y que nadie ha acertado a definirme. Soy un escritor atípico que no se identifica con todos esos adjetivos que me endilgan.”
Lo que sí admite Sada es cierta deuda con el irlandés James Joyce, sobre todo por los monólogos a que son tan afectos muchos de sus personajes, fruto “de un narrador que me invento y que es un poco bobalicón, reflexivo, que increpa a los personajes, se hace muchas preguntas, se responde él mismo”, afirma. “Siempre me interesa un narrador que esté muy cercano a los personajes, casi hombro con hombro”, explica.
–A juzgar por su reciente libro de cuentos, más que nunca la preocupación sigue siendo el lenguaje.
–Trabajé mucho sobre el lenguaje, pero también me interesan los personajes y las historias. El lenguaje por sí mismo no funciona. Alguna vez me han propuesto hacer una novela de lenguaje y dije que no, necesito la historia, los personajes, una trama, quiero saber adónde voy.
–¿Hay una moral en la forma de elegir cómo contar una historia?
–De hecho hay un cuento en este libro que ofrece un alegato de fondo a favor de los libros de imaginación contra los libros de información, y eso podría ser lo que se denomina una poética. Ahora hay más tendencia a informar que a imaginar. Creo que el lenguaje sirve para despertar la imaginación, para explorar en territorios imprevisibles e inesperados en la novela histórica o documental, tan en auge.
–¿Se siente deudor de alguna tradición?
–Empecé leyendo clásicos. Hasta los 22 años no leí literatura contemporánea. A esa edad llegué a la ciudad de México, proveniente de un pueblo donde no había más que una biblioteca particular llena de clásicos que me mal acostumbró. Cuando vine a la capital se produjo un desfase terrible y me sentí un poco avergonzado. No tenía interlocutores, así que empecé a leer a contracorriente toda la literatura contemporánea.
–Su libro de cuentos en realidad empieza en verso.
–Buscaba que no hubiera fórmula, porque el cuento ha caído en fórmulas cerradas. Hay un planteamiento, un desarrollo, un desenlace, en fin, lo cierto es que traté de escapar de eso. El cuento es un género anquilosado porque hay demasiadas fórmulas. En cambio, la novela ha sido un territorio de libertad. Como dice Kundera: “Cada novela es una refutación contra el arte de novelar”. Y en el cuento no sucede esto. Hay exégetas del cuento defendiendo las fórmulas y quise romper con eso y buscar una nueva manera de contar un cuento.
–Lo cual resulta muy provocador.
–El cuento es como la ópera en la música, que tiene al público más conservador que existe. Me gusta mucho Cortázar, por ejemplo, en cuyos cuentos las cosas parten de la normalidad, se complican y arriban a la anormalidad; pero eso también se convirtió en una fórmula. No soy un provocador por naturaleza, simplemente no obedezco a los parámetros naturales de la literatura. Escribo poemas cuando ya nadie lo hace, o me pongo a escribir un cuento cuando todos están esperando de mí una novela. Siempre quiero hacer algo diferente.
–¿Cómo se siente en relación con lo mucho que lo leen los jóvenes?
–Como nunca. Mi generación me ignora, los de los ’60 me quieren, pero mi público está entre los que nacieron después de los ’70. Claro que me gustaría que me leyeran los mayores, pero no es así, por ahora.
–¿Diría que los cuentos de Ese modo que colma podrían ser unificados a través de un sentimiento masculino?
–Creo que sí. En cierto modo este libro es la respuesta a mi novela Una de dos, donde primaba el sentimiento femenino.
–¿Qué es la mujer para usted?
–Lo es todo, la fertilidad, la inspiración, la paz, la sensibilidad... algo extraordinario y enigmático siempre.
–¿Quiénes fueron las mujeres más importantes de su vida?
–Mi esposa y mi madre, que es una mujer de 86 años que me ha tratado siempre muy bien, fue muy cariñosa conmigo.
–¿Ella es consciente de su fama?
–No tanto, y tampoco le importa mucho. Aunque famoso para mí es Maradona. La fama sin dinero no importa mucho, ¿no?
–¿Ha podido vivir de la literatura?
–Sí, de unos veinte años para atrás diría que sí, con mucho esfuerzo, claro, dando muchos cursos, forcejeando con la vida.
–¿A qué cree que se debe en estos tiempos la ausencia de críticos en la literatura?
–A que la gente quiere la creación, no la reflexión. El crítico está devaluado por el mercado, que impulsa a los autores mediante un aparato publicitario fuerte, vulnerando el sentido crítico. Además, casi la mayoría de los críticos actuales escribe muy mal, y eso es inmoral. Si voy a juzgar una obra literaria tengo que escribir al menos decentemente.
–Y poniéndose un poco en crítico literario, ¿a quién recomendaría?
–Hay un libro que me encanta, El zafarrancho aquel de Vía Merulana, del italiano Carlo Emilio Gadda, a quien Pasolini adoraba. Ese libro pasó inadvertido mucho tiempo, hasta que Italo Calvino lo rescató y ahora es un clásico. Empieza con algo trivial y la historia se complica poco a poco, tomando el cariz de un policial. Es un gran ejercicio de imaginación. También recomendaría todo Kafka, lo que sea, es un escritor cuya tesis principal es que lo fácil se hace difícil y que las historias no acaban nunca. No hay un final total, es el lector el que puede inventarlo. Goethe decía que las grandes obras de la literatura universal tenían el carácter de inconcluso.
–¿Qué escritores latinoamericanos merecen su atención?
–Bueno, para mí Roberto Bolaño es la premisa de todo, tiene dos facultades increíbles: el desparpajo y la imaginación. Siempre se está renovando, a pesar de que ya no está entre nosotros. Uno lo lee y descubre varios registros en su literatura, uno nuevo cada vez que lo lee. Es un escritor que te tutea, al igual que nuestro Juan Villoro, que escribe una literatura afectiva, con la que el lector se comunica directamente.
–¿Su comunicación con el lector sería la de la provocación?
–Puede ser, al fin y al cabo soy “sádico”...
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