Vie 04.03.2011
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LITERATURA › PUBLICAN UNA NOVELA INEDITA DE SILVINA OCAMPO

La gran revancha póstuma de una escritora “íntima”

La promesa es el mejor triunfo de una “segundona” eclipsada por su hermana Victoria. El libro es parte de la Biblioteca Silvina Ocampo, que está editando Lumen y que hace que el desdén por la obra de la autora de Viaje olvidado comience a declinar.

› Por Silvina Friera

El gran cambalache de textos inéditos alimenta una liturgia: la fascinación mórbida por la obra póstuma. Las versiones desechadas –el tacho de basura de una escritora con los manuscritos de puño y letra, o mecanografiados– son la esperanza de un puñado de feligreses que esperan el gran batacazo. En las viñas de los “archivos” no publicados –ficción, ensayos, cartas, autobiografías en verso o prosa–, el péndulo de la sorpresa suele oscilar de la dicha inconmensurable a la desazón más amarga. Cuando esa galaxia “clandestina” emerge a través del formato libro, puede iluminar con fogonazos de genialidad las páginas ya publicadas, leídas y gastadas por las sucesivas relecturas. Pero también, a veces, el efecto inverso irrumpe como una cachetada propinada a un viejo amor que empieza a tambalear. Las puertas de la vacilación y la incertidumbre se abren. El fuego de la pasión pretérita, de esas lecturas cuasi sagradas, se consume, se quema mal.

No es el “caso” de Silvina Ocampo. Sus valiosísimos bonus tracks literarios son un triunfo, el mejor triunfo de la “segundona”, la menor de seis hermanas –eclipsada por la prima donna Victoria–, que se sentía un “etcétera” de su familia. Llegó la hora de reacomodar las estanterías del imaginario: misión difícil, pero jamás imposible. De modificar los protocolos de presentación, aunque algunos orangutanes se espanten en el mismo instante en que lean lo que se está por escribir. Adolfo Bioy Casares fue el marido de la ilustre Silvina. De ahora en más será mencionada así, con su nombre a secas, porque el apellido Ocampo fue casi sinónimo de Victoria. La gran “tapada” se destapó con La promesa, la novela inédita que acaba de lanzar Lumen. Si “el mar desviste a las personas como si tuviese enamoradas manos” –dice la narradora innominada mientras agoniza flotando a la deriva en el mar, luego de caerse del barco en el que viajaba–, los lectores devotos, “silvinistas” de la primera hora, como los neófitos, que por primera vez flotarán a lo largo y ancho de exactas 142 páginas, participarán de un banquete inolvidable. El universo de Silvina, para felicidad de muchos, está en constante expansión.

La vida de los otros

“¡Memoria, cuánto me hiciste sufrir!”, se queja la narradora de la novela, una mujer que naufraga en el océano por “culpa” de un accidente; se resbaló del barco en el que viajaba, cuando se inclinó sobre la baranda para alcanzar un broche que se le había caído y que pendía de su bufanda. Aunque el vaivén de las olas le proporcione cierta tranquilidad, la proximidad de la muerte trastrueca una promesa en necesidad: hacer “un diccionario de recuerdos”, escribir un libro –si se salva– y terminarlo para su próximo cumpleaños. ¿Qué sucede en la mente cuando se asiste al umbral de la extinción de una vida? O mejor, en palabras de la propia narradora, ¿qué existirá en el fondo de ese mar? “¿Barcos que naufragaron? ¿Escombros?” En el teatro de esa memoria errática desfilan las personas que conoció en su vida; son “presencias” que acuden caprichosamente, sin respetar ni un orden cronológico ni la jerarquía de sus afectos. “Los últimos eran los primeros y los primeros los últimos, como si mi pensamiento no pudiera obedecer los dictados de mi corazón”, confiesa la protagonista. La vida de los otros se “vuelve mía”, agregará para articular, en medio de ese desorden, una suerte de “cuaderno de bitácora” o inventario final de sus sentimientos más acuciantes, que flotan, como ella, en la orilla de su memoria.

Marina Dongui, la vendedora de fruta, es la primera persona que se le presenta involuntariamente a la narradora. El motor de este “fantasma” está en los celos. El hermano se asomaba por la puerta de la frutería para mirar los pechos de Marina, “parecidos a frutas que rebosaban de su escote”. La cara de Mingo –el hermano– está extraviada en el arcón de personas olvidadas. “La humillación de los celos es no poder elegir el objeto que los inspira”, sentencia la narradora. En el reinado de Silvina, la metáfora es su forma natural de estar en el mundo. En el cuerpo de su escritura palpita ese nervio íntimo, donde la sensibilidad a flor de piel y el humor indómito inoculan su medicina contra el sentimentalismo o la solemnidad. La descripción de la mujer de Aldo Bindo –el sastre, la segunda persona invocada–, “con una cara blanca y blanda como una informe miga de pan”, es un ejemplo, de los tantos que se podrían rastrear, del modo de “adjetivar” o radiografiar a sus criaturas. En este sentido La promesa ratifica una cuestión medular de la literatura de Silvina; la escritora encuentra en las dependencias de servicio de su casa, en las planchadoras y mucamas que a regañadientes la dejaban jugar a la sirvienta –o en el chico a caballo con los pies desnudos, el chico del guardabarrera en el cuento “Los caballos muertos”–, las coordenadas narrativas de muchísimas de sus mejores páginas.

“El brío del texto (sin el cual no hay texto) sería su voluntad de goce”, esgrimía Barthes. “Allí mismo donde excede la demanda, sobrepasa el murmullo y trata de desbordar, de forzar la liberación de los adjetivos, que son las puertas por donde lo ideológico y lo imaginario penetran en grandes oleadas.” Las oleadas de goce que suministra la Silvina inédita no dejan de elevar el asombro a la enésima potencia. Su pericia para hilvanar “recurrencias” –tópicos de los que ningún humano está exento– la convierten en una de las mejores costureras de la literatura argentina de todos los tiempos. “Cuando un hombre no ama, se vuelve torpe para abrazar. Los brazos y las piernas le sobran, se llena de huesos, de codos, de rodillas. Es casi imposible que pueda producir un orgasmo. Antes se deslizaba como el agua sobre mí, ahora me lastima”, piensa Irene Roca, una de las “presencias” convocadas. A la erosión, el hartazgo o el desamor, la escritora parece sonsacarles puntos de vista que, en la vuelta de tuerca que ella le imprime, no están exentos de una pátina de crueldad. Lo que lastima duplica el daño, podría conjeturarse. Pero la textura con la que merodea esa idea, la reformulación labrada al resguardo de los lugares comunes, parte de la sutileza de una mirada extrañada que sabe exorcizar lo que deviene hostil y ajeno.

El breve encanto de la intimidad

Está en su derecho de apelar el lector “desconfiado” de estas líneas, claro que después de atravesar la experiencia de lectura de La promesa, la ficción más extensa de Silvina y la que le demandó –según cuenta Ernesto Montequin en una nota preliminar, a juzgar por el examen de las cuantiosas versiones preliminares que cotejó– un mayor esfuerzo compositivo (ver aparte). Construida como una serie de relatos encadenados, en la novela irrumpen en más de una ocasión las personas que la narradora conoció a lo largo de su vida porque “los recuerdos son recurrentes”. Cada lector cultiva sus berretines íntimos: algunos subrayan párrafos enteros o frases; otros añaden comentarios, signos de interrogación o exclamación, y hay quienes copian textuales en libretas, cuadernos, o en algún archivo de sus computadoras, para usarlos en cuanta ocasión puedan. “Qué parecido a una fiesta es un velorio –dice Verónica, una de las criaturas evocadas–. Hay olor a flores, se come a todas horas y las personas se abrazan todo el tiempo. En las fiestas se abrazan bailando, pero en los velorios se abrazan llorando, es la única diferencia. Pero yo no puedo llorar. Envidio a las personas que lloran, ostentan las lágrimas como collares”.

“Soy íntima”, confesó alguna vez Silvina para contrastar, con cierto énfasis, el carácter sociable de los otros que la rodeaban, como su hermana, Victoria, o Bioy Casares. Ese ser “íntima” –tan sustantivo y definitorio de su ser en el mundo– es homologable a su estilo: constituye el ADN de su escritura. “Soy analfabeta. ¡Cómo podría publicar este texto! ¡Qué editorial lo recibiría! Creo que sería imposible, a menos que suceda un milagro”, plantea la narradora al inicio de La promesa. Hay personas inolvidables por las marcas que han dejado, aunque la rememoración se comprima en un puñado de líneas y sea aún más breve, como sucede con Rosina Díaz, compañera de escuela de la protagonista que le explicó los misterios del nacimiento y el amor que tanto la hicieron sufrir. En el anecdotario biográfico brilla un relato que contó la escritora en una entrevista, especie de “prueba” de la brevedad e intensidad potenciada en toda su obra, desde su primer libro, los relatos de Viaje olvidado, publicado en 1937. “Mi primer cuento jamás se publicó. Era una nena cuando lo escribí –recordaba–. Mi profesora de inglés me había encargado una composición y yo inventé una historia de dos príncipes encerrados en una torre. Era larguísima. Llené doce cuadernos. La profesora quedó admirada y asustada por la extensión. Me dijo: ‘Esto no se debe hacer. No hay que escribir tanto. Es muy caro. Se gasta mucho papel, mucha tinta, muchas plumas, mucho tiempo para leerlo’. Desde entonces comprendí que la literatura debía ser barata y, por eso, había que escribir corto. Por eso mis cuentos, en general, son breves.”

El conjunto de esta “literatura barata” está siendo editado y reeditado por la editorial Lumen en la Biblioteca Silvina Ocampo. La promesa, “novela fantasmagórica” según la propia autora, se suma a Autobiografía de Irene, libro de cuentos publicado por primera vez en la editorial Sur en 1948 y reeditado por Sudamericana en 1975, que incluye el argumento inédito que escribió para una versión nunca realizada de su relato “El impostor”; y las Invenciones del recuerdo, excepcional autobiografía en verso libre, hallada entre sus papeles luego de su muerte, que es “una visita guiada por la niñez de una de las figuras más misteriosas y elusivas que han dado nuestras letras”. El desdén que sufrieron la obra de Silvina y su figura –como advirtió Marcelo Pichon Rivière, fue la única integrante del grupo Sur que no había sido tocada por la fama– comienza a declinar. A diferencia de la bellísima leyenda que cierra La promesa, la escritora regresa por la revancha póstuma. Silvina siempre volverá.

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