Mié 09.03.2011
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LITERATURA › ELVIRA LINDO HABLA DE SU NOVELA LO QUE ME QUEDA POR VIVIR

“No quiero escribir sólo para mujeres”

La escritora y periodista española acaba de publicar la historia de una mujer que se encuentra, a los 26 años, sin pareja y con un hijo en la Madrid de los ’80. “Es una novela de juventud, de ese momento en el que uno no sabe cuál es su lugar en el mundo”, explica.

› Por Mónica Maristain

La escritora y periodista española Elvira Lindo es conocida en su país como la guionista de Manolito Gafotas, una serie de novelas en las que se narra la historia de un niño en el barrio madrileño de Carabanchel, que llegó al cine y a la televisión a mediados de los ’90. Sin embargo, el transitar por la literatura convencional de la esposa del también escritor Antonio Muñoz Molina es reflejo de un compromiso tan hondo como aquel que ostenta en los medios masivos. De hecho, su columna sabatina en el diario El País, ácida e ingeniosa como pocas, es apenas un esbozo de una vida íntegramente dedicada a la palabra y a la búsqueda de una expresión que la aleje de lo que podría denominarse literatura para mujeres. De hecho, ella se ve como una escritora que acepta su condición femenina. “Soy mujer y no quiero ni puedo evitarlo, lo que no quiero es escribir libros sólo dirigidos a mi género”, dice.

La reciente novela de Lindo, Lo que me queda por vivir, fue calificada por el escritor español Juan José Millás como “una novela de terror, aunque ella cree que escribió una novela de amor”. Se trata de una historia cargada de melancolía que cuenta la vida de Antonia, una mujer que se ve sin pareja a los 26 años, con un niño de 4 en la Madrid de los años ’80. “Es una novela de juventud, de ese momento en el que uno no sabe cuál es su lugar en el mundo”, explica la autora nacida en Cádiz en 1962 y que recibiera en 2005 el Premio Biblioteca Breve por su novela Una palabra tuya, que fue llevada al cine con éxito por la que es hoy ministra de Cultura de España, Angeles González Sinde. “En mi libro –agrega Lindo–, lo sexual está implícito y de lo que se habla más es de lo que se desea, de lo que se siente, experiencias que a veces son muy difíciles de explicar, pero que finalmente resultan más perturbadoras. De hecho, apenas salida la novela en España fue calificada como muy perturbadora.”

–Lo que me queda por vivir es la historia de una mujer escrita por una mujer...

–Es verdad. Y se trata de una mujer joven, separada, con un hijo, etcétera. Realmente parece uno de tantos argumentos de los que hay ahora sobre el tema, pero nunca intenté hacer ese tipo de libro. Intenté entrar en la intimidad de un ser humano que no representa a todas las mujeres, sino que se representa a sí mismo. Cuando tú cuentas con verdad la vida íntima de una persona y la desesperación que pueda estar padeciendo en ese momento, enseguida logras que el lector, cualquiera sea su género, se identifique con la historia.

–Quién sabe qué será eso que se llama muy a la ligera “literatura femenina”, ¿no?

–He pensado mucho en eso últimamente y me he dado cuenta de que existe el tipo de escritora que se rebela contra la literatura femenina y dice escribir más allá de los géneros. Otra posición es la de la señora que dice escribir exclusivamente para su género y en sus historias la mujer siempre es la heroína. Hay muchas lectoras para las que ese tipo de literatura implica una subida de autoestima. Mi lugar sería una tercera vía, que es aceptar el hecho de que soy mujer y no quiero ni puedo evitarlo. No quiero alardear de ello, pero no puedo ocultarlo. En mi escritura es muy posible que se note que soy mujer, pero no me importa, lo que no quiero es escribir libros sólo dirigidos a mujeres.

–¿Y cuál es la reacción que está teniendo la novela entre sus lectores?

–Hay reacciones muy distintas. Me escriben muchos hombres que se han sentido identificados con la relación entre el niño y su madre y, por supuesto, también me escriben mujeres de mi generación.

–Más allá de los géneros, es innegable que de la intimidad femenina se escribe y se sabe poco, aunque parezca exactamente lo contrario.

–Es cierto. Desde que empezó la democracia en España y hubo nuevos escritores que crearon una comunidad de lectores representados en ese nuevo estado del país, muchas mujeres escribieron libros sobre la intimidad, pero desde un punto de vista muy sexual. Creo que lo sexual fue un momento necesario, pero al cabo termina repitiéndose. Es más difícil explicar lo que se desea, lo que se siente...

–¿Por eso en su novela lo no dicho cobra un papel tan importante?

–Es muy importante la elipsis, porque los capítulos no tienen una clara secuencia temporal, casi podrían leerse de manera independiente. Mi pretensión un poco vanidosa era que el lector rellenara esas elipsis. El lector tiene que imaginar lo que sucede entre una cosa y otra.

–¿Hay mucha observación de los demás en este libro o es pura intuición femenina?

(Risas.) –Bueno, cuando lo leyeron algunos psicólogos me preguntaron si había estudiado psicología. La verdad es que es una carrera que me hubiera interesado seguir. No lo hice, pero leí mucho sobre el tema, porque la realidad es que tengo una enorme curiosidad por el ser humano y sí creo que soy muy observadora. Hay veces que observar ya parece un vicio y no faltan las oportunidades en que le digo a mi marido: “Fíjate que creo que a Fulano le pasa tal cosa”. El suele ponerse nervioso y dice que tengo dotes de adivina, pero no es adivinar, se trata de atar cabos. Me gusta observar la diferencia entre lo que la gente dice y lo que está pensando, y estoy muy entrenada en eso. También es cierto es que me analizo mucho a mí misma.

–En su libro tienen mucho peso las mentiras pequeñas, esas que se dicen a diario sin saber por qué y que terminan teniendo un peso demoledor.

–Sí, uno piensa: ¿por qué me mientes cuando no hace falta? Si es una tontería, si no es necesario.

–¿Recomendaría por ello la verdad a rajatabla siempre?

–No, de ninguna manera. Pero hablo de las mentiras innecesarias. La verdad porque sí es tan cruel como la mentira.

Columnas, guiones, novelas: a Elvira Lindo no parece estarle negada ninguna de las labores relacionadas con la palabra. Su intenso trabajo periodístico, de hecho, está de la mano con su consecuente trabajo literario y de todas sus facetas, la española destaca la obsesión por las lecturas. “He vivido siempre de la escritura sin pensar en que era una escritora profesional –asegura–. Empecé escribiendo en la radio, luego lo hice para la televisión y siempre me creí algo menos por escribir para esos medios. Luego, además, conocí a Antonio (Muñoz Molina, autor español contemporáneo), que es uno de los hombres menos machistas que conozco, al punto de que no hay en nuestra pareja ningún asunto de rivalidad. Sin embargo, al entrar en su mundo cuando él era ya un autor muy conocido, es curioso pero comencé a notar la arrogancia de ese sistema literario donde un escritor con un solo libro suele referirse a su ‘obra’, como si ya tuviera una condición de artista. La verdad es que a mí me ha costado llamarme escritora durante mucho, mucho tiempo.”

–Y el hecho de que la lean mucho, de que sea conocida por el gran público por obras como Manolito Gafotas, también debe quitarle mérito en cierto mundillo literario.

–Sí, aunque nunca he tenido la pretensión de ser una escritora popular. Cuando te conviertes en un escritor popular, cuando lo que escribes tiene una relación directa con el modo en que habla el pueblo, por supuesto te cuesta más la consideración. A lo mejor luego quieres hacer cosas más serias y a ese motor de la consideración te costará más arrancarlo. Parece que te dijeran: “No hagas cosas nuevas, lo que tienes es suficiente para ti”. Pero soy una persona muy obstinada y creo que he conseguido todos mis propósitos. Ya escribí cuatro novelas para adultos, una de las cuales, Una palabra tuya, tuvo gran aceptación entre los lectores. Lo que quiero decir es que, habiendo empezado a escribir cuando era muy joven, mi camino ha sido muy lento, precisamente por hacer muchas cosas a la vez.

–¿Cuánto de provocación y frivolidad hay en su obra?

–De provocación, mucho. No es algo pretendido: no puedo evitarlo. Va en mi carácter, como el humor. Siempre dices algo con la mayor naturalidad y resulta inconveniente o tocas una fibra que no esperabas. En cuanto a la labor en el periódico, la verdad es que no me explico cómo tantos temas terminan siendo polémicos. Es una provocación no intencionada, en todo caso. En cuanto a la frivolidad, si de frivolidad se trata el gusto por vivir, también creo que hay mucho en mi trabajo. Conozco a escritores mucho más frívolos que yo en su gusto personal, pero que luego se crean una imagen de austeridad, de conciencia social, para proyectar a los demás. Yo no tengo esa barrera. No me ha importado nunca hablar de cuando me divierto, de cuando algo me hace sentir feliz. No me ha importado hablar de la belleza, ni de la ropa, ni de la moda... Son cosas que, cuando se trata de escritores varones, resultan más elegantes para cierta visión machista. Respeto a las personas que no se interesan por la belleza de las cosas, pero quiero ser respetada porque a mí me ocurra todo lo contrario.

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