Lun 21.03.2011
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LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR MEXICANO JUAN VILLORO

“Busco ser un intérprete de las energías colectivas”

El autor de Dios es redondo volvió a publicar un libro sobre fútbol, La cancha de los deseos, donde homenajea a los hinchas mexicanos. Y presentó La gota gorda, un relato infantil escrito en medio del terremoto chileno de 2010, cuando Villoro quedó varado en medio del desastre.

› Por Mónica Maristain

Nacido en la Ciudad de México en 1956, el escritor Juan Villoro no sólo se destaca por su altura cortazariana sino también porque en esos dos metros de altura cabe uno de los hombres más afables del mundo y en esa cabeza de “autor disperso”, como él suele llamarse a sí mismo, hay lugar para muchas de las aficiones que son tan cercanas al pueblo que lo vio nacer.

Si al autor argentino de Rayuela le gustaban el boxeo y el jazz, a Villoro, el cronista exquisito del fútbol que escribió aquello de que “Dios es redondo”, lo persigue su simpatía doliente por Los Rayos del Necaxa, un equipo fundado en 1923 y que no obtiene un título en el campeonato local desde 1998; también lo caracteriza su profundo conocimiento del rock, género musical que lo ha llevado a entrevistar al mismísimo Mick Jagger en una pieza hoy clásica que publicó el periódico español El País en 2001.

Convencido como está de que “el fútbol, tal cual lo dice Javier Marías, nos devuelve a nuestra infancia”, Villoro acaba de escribir otro libro sobre el deporte de once contra once. Se trata esta vez de una historia infantil llamada La cancha de los deseos, donde el escritor realiza un homenaje a lo que tiene de bueno el balompié mexicano: sus hinchas.

También presenta La gota gorda, un relato infantil escrito en medio del terremoto chileno el pasado 27 de febrero de 2010, cuando Villoro quedó varado en medio del desastre, mientras participaba de un congreso de literatura para niños. “A veces los cuentos sirven para aliviar a los demás y a veces sirven de autoterapia.”

Cronista, dramaturgo, novelista... todos los géneros le son afines y deja uno para tocar el otro con pluma avezada. Es sin dudas uno de los escritores más reconocidos de México y acaso, sin exagerar, uno de los autores más prolíficos y queridos de la lengua española contemporánea.

El mito Maradona

–Francescoli acaba de decir que Messi es mejor que Maradona. ¿Qué opina?

–No, creo que no, porque para superar a Maradona no hay que ser sólo el mejor jugador del mundo, hay que ser un mito viviente. Anotar un gol con la mano ante los ingleses sin que lo note el árbitro, es una picardía. Decir que fue la mano de Dios es crear un mito. Lo que hizo Diego para el fútbol dentro y fuera de la cancha me parece insuperable. Además, Maradona se alzó como campeón del mundo con un equipo que parecía no ser favorito y dejó la impronta, por supuesto incomprobable, de que en el Mundial de México ’86 casi cualquier selección hubiera sido campeona con él en la punta. Nunca ningún jugador ha influido tanto en el desarrollo de un equipo. Lo mismo hizo Maradona en Nápoles: tomó una escuadra que por más de medio siglo no había ganado el Scudetto y la llevó a los niveles más altos. Esa capacidad de liderazgo dentro de la cancha y que pasa por las frases de Diego, por su sentimentalismo, por la inmensa figura operística que ha sido, creo que es inigualable. Messi es sin dudas el mejor jugador del mundo actual, ha logrado proezas extraordinarias, pero para ser comparado con Diego, tan sólo en lo deportivo, primero tiene que ganar un Mundial. Juan Sasturain escribió el maravilloso texto “Me-ssi, autor de El Quijote” a partir de la copia del famoso gol de Diego, con la diferencia sustancial, desde luego, de que no lo es lo mismo burlar a media docena de ingleses en un Mundial, después de la guerra de Malvinas, que burlar al Getafe.

–¿Qué es La cancha de los deseos?

–Es un libro que tiene que ver con una situación esencial del fútbol en México que es que tenemos un público maravilloso, profundamente entregado, que no deja de querer a un equipo bastante malo. Es un enigma, creo que de dimensiones mundiales, determinar por qué México tiene una afición tan leal, tan entregada, cuando la selección permanentemente la defrauda. Alguna vez dije que si hubiera un campeonato mundial de públicos, México podría llegar a la final, porque hacemos mucho más esfuerzo en las tribunas que en la cancha.

–Y a esa afición homenajea en su libro.

–Exacto. La cancha de los deseos se ubica en un país muy semejante a México, donde la selección es tan mala que le dicen Los Putrefactos, pero la gente no deja de quererlos. Compran todos los productos que anuncia la selección, les piden autógrafos a los jugadores, ellos tienen novias guapísimas, usan coches deportivos enormes, se la pasan muy bien. Entonces un científico se pregunta cómo es posible que exista esta asimetría, esta afición tan desbordada por un deporte que se cumple de manera tan pobre, y decide a través de un sistema magnético crear imanes para transformar la buena vibra del público en energía positiva para los jugadores. Y eso tiene que ver con un niño que lo ayuda, aportando lo que pueden aportar los niños, que es la intuición y la pasión. Al mismo tiempo, el niño está muy interesado en esto porque quiere conquistar a una chica. Todos sabemos que las cuestiones amorosas también tienen que ver con el magnetismo. Entonces, La cancha de los deseos es una exploración de en qué medida podemos cumplir nuestros sueños a través de fuerzas magnéticas.

–Es un poco también contar el fútbol desde los perdedores, ¿no?

–Desde luego. Los mexicanos nos hemos graduado en frustraciones. Martín Caparrós, el biógrafo de Boca Juniors, decía en una crónica estar sorprendido por esos países que no tienen ninguna posibilidad de arribar a los primeros puestos y van con tanto entusiasmo al Mundial. Para los argentinos –decía Caparrós– siempre es un anhelo viable pensar en qué tan lejos van a llegar, hasta el título incluso. En cambio, para los mexicanos el Mundial es interesantísimo, aunque sabemos que no vamos a hacer muchas cosas. Yo quería dignificar la vocación pasional por el deporte en un país con pocos logros. Tú puedes ser muy aficionado a algo que te da pocas recompensas, pero quedarte sólo en eso es mediocre, victimista o masoquista. ¿Cómo diablos hacemos para que el equipo juegue un poco mejor? Bueno, vamos a usar nuestro mayor capital, que es la pasión. No hay mejor ingrediente para un platillo que el cariño con el que lo haces. Siguiendo esa lógica: vamos a mejorar el equipo usando nuestra pasión. Esto sólo ocurre, claro está, en los cuentos infantiles. En la realidad necesitamos otro equipo.

–Lo que es cierto es que la literatura para niños le permite expresar su amor por el fútbol en un estado puro, sin cortapisas...

–Ya ves que Javier Marías dice que el fútbol es la recuperación semanal de la infancia, juega tu equipo y vuelves a ser ese niño porque crees que los héroes son posibles, que hay una balanza del mundo que te va a dar un premio y que al fin se impondrá el bien... Entonces, efectivamente, en La cancha de los deseos no sólo quería escribir para niños sino también que fuera un niño el que estuviera escribiendo, el niño que llevo dentro.

Cuando pasó el temblor

Juan Villoro presenta también su reciente libro La gota gorda, un cuento para niños escrito en medio del terremoto de Chile el año pasado, cuando el autor participaba de un congreso de literatura infantil. Dedicada a su hija Inés, la historia del gigante Max Máximus y de su primogénita Mini María resultó un ejercicio de “autoterapia” para el conocido escritor, ganador, entre otros, del premio Xavier Villaurrutia en 1999 por su novela La casa pierde y del Premio Internacional de Periodismo Rey de España por La alfombra roja, el imperio del narcotráfico. “Es un cuento autobiográfico. Estábamos en Chile y no podíamos salir porque el aeropuerto estaba dañado, era muy difícil establecer comunicación telefónica, caminé por toda la ciudad hasta encontrar un cibercafé y pude hablar a mi casa”, cuenta Villoro en entrevista con Página/12.

“Me atendió mi hija Inés y le comenté que no se preocupara, que todo estaba bien, que estaba con Pancho Hinojosa (autor mexicano del famoso libro infantil La peor señora del mundo), a lo que mi hija respondió: ‘Entonces, si estás con Pancho, estás escribiendo un cuento para niños’”, agrega. “Así que le dije que sí, fue una mentira piadosa para tranquilizarla y en el momento menos previsto me puse a escribir un cuento para mi hija, que funcionó como una catarsis para mí. Salió una historia del anhelo de protección de un padre que se cree un gigante y sobre todo es una historia sobre los límites de esa protección. Hay un momento en que el padre tiene que reconocer que no es omnipotente”, dice Villoro.

–Fue un momento muy difícil para escribir un cuento infantil...

–Sí, yo seguía en el séptimo piso del hotel San Francisco, teníamos réplicas todavía, la mayoría de la gente estaba durmiendo en el vestíbulo porque había sufrido ataques de pánico y el edificio estaba en escombros. Había resistido de manera impecable, pero era una ruina. En esa circunstancia nació La gota gorda. A veces los cuentos sirven para aliviar a los demás y a veces sirven de autoterapia, y fue el caso.

–¿No lo acompleja ser tan amigo de Pancho Hinojosa a la hora de escribir cuentos para niños?

–Es difícil porque él es un monstruo de la literatura infantil. Pancho y yo compartimos departamento. Cuando dejé la casa de mis padres, a los 18 años, me fui a vivir con Pancho. El es un poco mayor que yo y vivíamos en un espacio pequeñito, como de cuentos de hadas; era un antiguo garaje de una casa, no había pasillo, para pasar al baño yo tenía que pasar por el cuarto de Pancho y él para pasar a su cuarto tenía que pasar por el mío. Entonces, ninguno de los dos escribía para niños. Somos muy amigos, hemos tenido una carrera bastante paralela y desde luego que hacer literatura infantil en su compañía es maravilloso. Yo lo llamo “el Grimm mexicano” (por los famosos autores de Hansel y Gretel). Todos queremos ser el otro hermano Grimm. Si ya hay uno, todos queremos ser el otro. Así que es fantástica mi relación con Pancho. El me ha dedicado un libro, yo le he dedicado otro... y así.

De la experiencia de Juan Villoro en el terremoto de Chile también nació el libro 8.8: El miedo en el espejo, una crónica donde el autor mexicano compara al sismo devastador de la Ciudad de México en 1985 con el acaecido en el país su-damericano el 27 de febrero de 2010. “El terremoto de 1985 fue menos fuerte que el de Chile, pero devastó la Ciudad de México. En ese momento, tal vez por pudor ante una catástrofe que había matado a personas muy cercanas y por el deseo de hacer algo más útil, me hice brigadista para ayudar en esa circunstancia para la que el gobierno no tuvo capacidad de respuesta”, relata el escritor. “El sismo distante de Chile me llevó al terremoto que había ocurrido 25 años antes en mi ciudad y el libro 8.8: El miedo en el espejo es la combinación de esos dos sismos y de lo que se puede sentir ante la inminencia y todo lo que ocurre en esa delgada línea que separa el destino”, agrega.

–Habla de estos textos catárticos en un momento de su vida en el que está escribiendo realmente mucho.

–La verdad es que creo que me estoy poniendo viejo (risas). Se van acumulando textos, no lo sé, no siento que escriba más que antes.

–¿Cuál es la rutina?

–Una cosa que es para mí esencial es cambiar de género una vez que concluyo un libro. Soy muy disperso por naturaleza, me interesan muchas cosas al mismo tiempo, tengo una mente que debería someterse a un zapping más controlado y paso con mucha facilidad de una cosa a otra. Para no repetir las costumbres o los hábitos que adquieres con un libro, pienso que lo mejor es cambiar de género. Cuando has estado en el universo de una novela para adultos, lo más importante para irte a otra orilla es ensayar un género totalmente distinto. Esto me ayuda a tener tensiones, nervios y de-safíos distintos y por lo menos no repetir las soluciones. No puedo estar seguro de la calidad, pero sí puedo estar seguro de ensayar cosas diferentes.

–¿Cuánto le interesa lo que se dice de usted? Eso que se lee a veces en los artículos cuando se señala que usted es mejor cronista que novelista, o viceversa...

–El ser humano ama las comparaciones. Si vas a ver una exposición del mejor de los pintores, ante dos lienzos que te satisfacen mucho, vas a tratar de encontrar tu favorito. Por eso existen Miss Universo y el Mundial de Fútbol. Amamos las competencias, incluso aquellas que entablamos contra nosotros mismos. La verdad es que no pienso en cómo me puede ver alguien, porque me interesa escribir en diferentes registros y trato de hacerlo conforme a lo que puedo hacer y que consiste en responder a nervios que están dentro de mí y exigencias que son muy diversas. En todo caso, para aquellos que dicen que soy mejor cronista, debo decir que eso me gusta, porque la crónica opera en el presente y si ése es el juicio de los contemporáneos, me siento tranquilo.

–En el corpus de la literatura mexicana, usted funciona muchas veces como el gran contemporizador, el amigo de todos, el que trae paz en tiempos de guerra... ¿Cómo se siente frente a eso?

–Creo que hay dos tipos de escritores. Por un lado están los que quieren ser los únicos escritores en el mundo. Como la literatura es un ejercicio solitario, esta situación estimula mucho las condiciones egoístas. Luego hay otro tipo de autor al que le gusta leer a los demás autores, tener relación con ellos, que no se ve tanto como una voz única sino que se ve más como un instrumento de la época, como un pararrayos que recibe energía y a partir de eso se considera menos el autor absoluto de todo lo que hace y más el intérprete de energías colectivas. Yo soy ese tipo de autor. Me gusta precisamente escribir para niños, entre otras cosas, por eso. Para los niños no existen los autores. El libro adquiere en manos de los niños una autonomía que difícilmente adquiera en manos de los adultos, y eso es muy gratificante para un escritor como yo.

–Como el gigante de su cuento, ¿a usted le gusta mirar a su país desde el otro lado del océano y por eso vive un tiempo en Barcelona y otro en el Distrito Federal?

–Efectivamente. Escribí la novela El testigo (premio Herralde 2004) un año en México y luego durante tres en Barcelona. El estar en España me sirvió para cultivar una nostalgia, una añoranza que no hubiera experimentado en mi propia ciudad. La distancia te acerca de manera paradójica a cosas que pasas por alto cuando estás inmerso en ellas. La crónica más difícil de hacer es la de la calle donde vives.

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