LITERATURA › TíCHER DE LUZ, EL LIBRO DE MIGUEL ANGEL DENTE QUE REVELA DATOS DESCONOCIDOS
En su libro, el autor uruguayo hace un recorrido exhaustivo por la obra de Luis Alberto, tanto como para revelar detalles que ni el fan más acérrimo atesora, como los monedazos que recibió por el pecado de cerrar un festival de 1977 con una zamba.
› Por Cristian Vitale
Son muchas las veces que Luis Alberto Spinetta nombra la palabra Dios en sus canciones. Tal vez adrede, Miguel Angel Dente omite alguna que es increíble (“Dios quiere ser el viento y así ya no sentir más frío”, en “El Marcapiel”, Téster de violencia, 1988), pero le pone la lupa al nutrido resto: “Suspensión” o “Pleamar de Aguilas”, de Invisible; “La verdad de las grullas”, “Bolsodios” o “Verde Bosque”, salpicadas entre sus diferentes etapas solistas y varias más. Lo mismo hace, más preciso, con otros tópicos recurrentes dentro del extenso y riquísimo corpus poético del Flaco: la memoria, el sueño y el olvido, la soledad de los individuos en la gran urbe, amor, rayo, alma... pero tal vez ninguna palabra, como vocablo o concepto, se repita más en su obra que luz.
Dente, montevideano, diseñador gráfico y tozudo investigador, expone todas las frases que la contienen (77 en total) y el nombre de su libro cae de maduro: Tícher de Luz. “Desde hace más de 40 años, Spinetta persigue la luz”, escribe él, total y convencido, en el track doce de un trabajo exhaustivo, sistemático, que resume, mensura, reordena y compila una historia artística: 37 discos propios, 94 que incluyen canciones o intervenciones suyas, 368 canciones editadas (41 con Almendra, 34 con Pescado Rabioso, 25 con Invisible, 36 con Spinetta Jade, 58 con Los Socios del Desierto, 150 como solista y otras 24 “no incluidas en su discografía” y un puñado de inéditos que muchos, incluso acérrimos, desconocían: “Los espacios amados” o “Bahiana Split”, ambos en el banco de suplentes eterno de A 18 minutos del sol. O “Suave Lumedana” y “Ya es el momento”, descartados de De-satormentándonos. Dente enmarca su investigación para melómanos bajo la sintomática unión de dos mojones cronológicos (Del payaso que llora en la tapa de Almendra al Gardel de oro que le sonríe) y acierta al desmarcarse de temáticas que han desarrollado otros “escritores spinetteanos”. Del buceo hacia el fondo de las letras que han hecho Eduardo Berti (Crónica e iluminaciones) o Juan Carlos Diez (Martropia), por caso. Su centro es hacia fuera. Es un racconto de datos y comentarios sobre edición de discos, conciertos, hechos curiosos, testimonios de y para el Flaco, más un reportaje dado por el protagonista al autor, que opera como guía de introducción a cada track o capítulo.
Es en este margen que da la salvedad donde Dente, también autor del libro Transgresores, muestra los dientes. Es este hueco el que lo “salva” de meterse en los laberintos poéticos del hombre de Belgrano y le deja campo libre para, por ejemplo, revelar que existe una calle en El Tapatá (barrio al oeste de Neuquén) que se llama Maestro Luis Alberto Spinetta. Que hay un cuaderno Avon, con espiral, donde figuran todas las letras de los temas que Almendra nunca grabó; que esa banda primigenia cerraba algunos shows con el vals “Desde el alma”; que Cacho Castaña, Sergio Denis y Carlos Bisso quisieron destruir “Muchacha” pero no pudieron; que el controvertido Spinettalandia y sus amigos se iba a llamar La música que toca cualquiera; que Spinetta fue la tapa del único número de la revista Rolanroc (está el facsímil); que duerme cuatro horas por día, o que no sólo le tiraron monedas cuando fue telonero de Rod Stewart en River el día que mandó “chicos, guarden las monedas que se viene la inflación” (1989): también lo monedearon cuando se le dio por hacer una zamba en un festival en 1977, en el Club Hípico.
Hay recortes, también, que cierta “obsecuencia protectora” tal vez soslaye, y que el autor recuerda sin golpes bajos. Por caso, cuando Spinetta le respondió a su hermano del alma (Emilio del Guercio) grabando una cortina musical para la Rock & Pop sobre la base de “Camafeo”, cuando el ex Almendra y Aquelarre había firmado una solicitada que rechazaba la participación de músicos extranjeros en el festival organizado por la emisora en 1985. O comentarios poco felices sobre el Flaco como el de Federico Moura que, en los antípodas de León Gieco, se refirió al regreso de Almendra en 1979 como “el producto de una intención que no me parece buena porque acá se mira muy para atrás”. También se recrean opiniones jugadas del Flaco comparando a los Babasónicos con el Club del Clan (Rolling Stone, 2008) o el rescate que el vate de Arribeños hace de La Renga en el libro Mi rock perdido: “Tengo bastante respeto por La Renga (...) Los rescato porque son rockers y me gusta el cantante, siempre me gustó cómo toca la viola y cómo suena la banda”. Tícher de Luz no pretende ser una historiografía. Tampoco una fuga al detalle en un universo pleno de bellos detalles como es el de este artista único. Es una guía orientadora y bien trabajada: un mapa para seguir encontrando su corazón.
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