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Domingo, 24 de abril de 2011

LITERATURA › UNA RECORRIDA NOCTURNA POR LOS PASILLOS DE LA FERIA

Tinta electrónica y de la otra también

Con la entrada gratuita por la noche de la ciudad, la Feria del Libro se vio “asolada” por un malón de lectores, que se encontraron con una novedad de digestión lenta: el e-book. Y nadie parece acordarse de la polémica por Vargas Llosa.

 Por Silvina Friera

Los lectores, en malón, se divisan desde Plaza Italia, mientras cruzan la avenida Santa Fe a trote desigual. Algunos más apurados; otros literalmente papando moscas. Hay que untarse de unas cuantas capas de paciencia y barnizar la espera con una sonrisa para alcanzar la primera meta: llegar al ingreso a La Rural. La fila avanza a paso de tortuga por la “zona liberada”. A partir de las 21, todos entran gratis por la noche de la ciudad en la Feria del Libro, un clásico que se renueva año a año. Miles de señoras y señores, jóvenes y chicos, toman por asalto los pabellones, corretean por los pasillos y meten la mano en la masa de cientos de libros, que quizás encuentren los ojos de sus futuros destinatarios. Imposible, al cierre de esta edición, arrojar una cifra de las almas que circularon hasta la 1 de la madrugada durante esta 37ª edición. La marea humana, probablemente movilizada por la seguidilla del feriado de Semana Santa, apabulla hasta a aquellos que se jactan de poder calcular, a ojo de buen cubero, un número aproximado de personas. Víctor Oros, de Villa Lugano, tiene 20 años, un piercing cerca de la boca y trabaja como yesero. “Me parece muy interesante, con muchas cosas para ver y con mucha gente”, le dice a Página/12.

–¿Escuchó algo de la polémica que se generó con Mario Vargas Llosa?

–¿Quién?

–El escritor peruano, Mario Vargas Llosa.

–Ahhh, no... la verdad que no estoy informado.

De vez en cuando, si puede y tiene tiempo, Oros lee. El último libro fue para rendir lengua en la secundaria. “Hace mucho que no toco un libro”, reconoce.

“Mi marido anda por ahí”, señala Verónica Bogajo hacia un punto en el horizonte donde hay tantos hombres caminando o revolviendo libros que todos podrían ser el esposo momentáneamente extraviado. “Los libros están más caros en comparación con el año pasado”, se queja. “No hay demasiadas promociones; el año pasado compré textos de Colihue y Atlántida, de la colección ‘Pájaro remendado’ y ‘Elige tu propia aventura’ –explica–. Ninguno de esos libros están ahora en promoción, cuando antes me llevé dos por tal precio o tres por tal otro.” Bogajo no pretende integrar el grupo de “disidentes” que critica la Feria. Pero, aclara, está ahí por sus dos hijos. “No me gusta venir acá; en general, prefiero evitar los lugares donde hay mucha gente, no es sólo por la Feria en sí.” Acaso para que una vez publicada esta crónica alguien recapacite, informa que el estacionamiento está 18 pesos la hora. “Más caro parece imposible, ¿no?” ironiza la mujer. “El asunto Vargas Llosa ni se nota; la gente viene porque le gusta pasear y comprar libros. Todo lo que ocurra al margen, no tiene ninguna importancia.”

Leonardo Lanzani, encargado del stand de Ediciones Manantial, le toma el pulso a este despertar de una edición atípica por el feriado de Semana Santa. “Por ser los primeros días vendimos muy bien, cuando generalmente cuesta arrancar y las ventas son muy bajas.” El precio de los libros de esta editorial, especializada en ciencias sociales, es el mismo que en las librerías. Pero el sello tiene una promoción. “Como estamos asociados al Club del 10, el comprador recibirá un diez por ciento sobre las compras que realice de contado. No hay un monto determinado para hacer el descuento. Se puede hacer sólo por un libro”, cuenta Lanzani. Próximamente, la mayoría de los stands adheridos estará identificada con un cartel que dirá: “El Club del 10”. Manantial aún no tiene el letrero, pero ya efectúa ese descuento. Seminario de La bestia y el soberano, tentador ladrillo de Jacques Derrida, el primer volumen, cuesta 116 pesos, pero con el descuento quedaría clavado en los 100. El espectador emancipado, de Jacques Rancière, que sale 37 pesos, gracias al Club del 10 adelgazaría unos kilitos: 33 pesos y moneditas.

“No escuché hablar sobre Vargas Llosa a la gente que vino a comprar el día de la inauguración –recuerda el encargado de Manantial–. Si armás una Copa América, más allá de estar de acuerdo o no con Maradona, que es un exponente del fútbol, le hacés patear la pelota, ¿no? En este caso, estarás o no de acuerdo con lo que piensa Vargas Llosa, pero ojalá yo pudiera escribir dos hojas de algunas de las páginas que él escribió. Si querés negarlo, hacelo y poné un Chalchalero.” Después de la ocurrencia, Lanzani se despide: el deber lo llama. Pero de pronto se acuerda de una escena y pide contarla. El día de la inauguración, un joven de treinta y pico, de barba, anteojos y cabello afro compró un libro “muy loco”, El hombre, una selección de artículos de antropología de una revista francesa, editado en 1986. Mientras pagaba en la caja le dijo a un amigo:

–Si lo escrachan a Vargas Llosa, yo me hago de La Cámpora.

–¿Le festejaron la ocurrencia otros compradores o lo abuchearon?

–No, no pasó nada, yo lo escuché, no sé si el resto; pero era evidente que quería que lo escracharan.

La novedad de digestión lenta es el espacio de lectura digital. Lejos de transportar a un más allá a quienes se arriman al pequeño recinto, los curiosos se sumergen de cabeza en el presente. El e-book llegó para quedarse. Papyre, una empresa española que se instaló en el país en diciembre del año pasado, se presenta en sociedad en esta edición de la Feria. Aún rodeada por la cultura del texto impreso, sabe que se hace camino al andar. Las mesas con las tabletas Apple y Samsung y los I-Pads están ocupadas. Padres, hijos, docentes –todos lectores, al fin y al cabo– flirtean con las nuevas tecnologías. Por la expresión de algunas caras entusiastas, pestañas que coquetean más de la cuenta y sonrisas que extienden el elástico de un puñado de bocas, se podría afirmar que el romance marcha viento en popa. El Papyre 5.1, la versión más económica de 1399 pesos, es un lector digital de tinta electrónica –similar a la página de un libro impreso, en criollo de cabotaje–, sin luz propia como las tabletas o los LCD. El modelo no es táctil. Un pequeño teclado abajo y dos teclas en el costado izquierdo permiten pasar las páginas de Cartas desde mi cel-da, de Gustavo Adolfo Bécquer, uno de los 600 clásicos de la literatura que el comprador de este dispositivo podrá cargar gratis en www.papyre.com.

Marco Jara, el encargado de Papyre en la Argentina, acepta el desafío de resumir en qué consiste la tinta electrónica para que el lector de esta crónica no se indigeste con una expresión que suena un tanto extraña a los oídos de los “bichos de papel”. “La tinta electrónica no tiene el brillo molesto de la tableta, emula a la tinta opaca de la página de un libro impreso. Se puede leer perfectamente bajo el sol”, adoctrina Jara. “La tinta electrónica está conformada por unas partículas de titanio; son como pelotitas de un lado blanco y del otro negro, que permiten que se pueda trabajar con 16 niveles diferentes de grises. Cuando se cambia la página, se percibe un breve destello, porque le estás dando la orden para que cada pelotita milimétrica se dé vuelta y vuelva a acomodarse en su lugar, hasta que se forma el texto en la pantalla.” Hay que avisar que las personas ansiosas tropezarán con un pequeño obstáculo, hasta que la costumbre se imponga. Al clickear los botones de abajo o del lateral izquierdo para saltar de página, el lector deberá esperar. No es inmediato el traspaso; el dispositivo se toma su tiempo, un par de segundos. La ventaja de Papyre, agrega Jara, es que lee cualquier tipo de formato de texto. La versión más económica no permite subrayar párrafos ni marcar o anotar una página. Para eso está el Papyre 6.2, por ahora el más vendido de estos dispositivos (cuesta 1800 pesos), que es táctil, tiene wi-fi y se puede anotar y subrayar. La versión “chiche bombón” de estos e-books es el Papyre 6.5, para el que habrá que desembolsar 2500 pesos. La batería de estos dispositivos dura entre 8000 a 10000 cambios de página. Excepto que el lector se devore ocho libros equivalentes a un Don Quijote o La guerra y la Paz, tiene batería para una buena cosecha de lecturas.

Desde que arrancó la Feria hasta ayer, se han vendido un promedio de 8 a 9 aparatos por día entre todos los modelos; cifra, por cierto, nada desdeñable para el debut. “Los compra un público que le gusta mucho leer –analiza Jara–. La edad oscila entre los 30 y 45 años; pero ayer un hombre de 65 años se compró uno, el más sencillo de usar, y lo único que le preocupaba era que no le cansara la vista. El libro de papel no va a de-saparecer nunca porque hay lectores muy fanáticos de la textura del papel, de su olor.” La coordinadora del taller de aula digital, Cristina Velázquez, interviene para meter su bocadillo. “El libro también ha evolucionado hacia formas más versátiles y es lógico que se transforme a la par de las tecnologías. Esto va a seguir avanzando y no será de extrañar que pronto los chicos tengan sus manuales escolares en una tableta. La tecnología está entrando a las escuelas. Lo que importa es que los chicos sigan leyendo, más allá de los soportes.”

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Ayer a la noche, lectores de todas las edades tomaron por asalto los pabellones de La Rural.
Imagen: Sergio Goya
 
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