Jueves, 12 de mayo de 2011 | Hoy
LITERATURA › EDICIONES EN DANZA, DIEZ AñOS EN LA AVENTURA DE PUBLICAR POESíA
En 2001, Alberto Muñoz, Javier Cófreces y Eduardo Mileo decidieron darse el gusto de tener “una editorial a nuestra disposición” y ofrecer un espacio a poetas argentinos siempre asediados por las lógicas de mercado. Una década después, hay motivos para festejar.
Por Silvina Friera
El power trío de Ediciones en Danza está festejando una década. Los poetas y editores Alberto Muñoz, Javier Cófreces y Eduardo Mileo alzan las copas. Sonríen casi todos, excepto uno. Los músculos del pelado, Muñoz, resisten. No se ablandan. “A pesar de los contratiempos, nos divierte seguir adelante con esta ridícula empresa”, bromea Cófreces. Diez años, cien títulos. Hay algo quijotesco en la genealogía de este sello: luchar contra los molinos del olvido y la indiferencia. Han publicado a poetas abandonados, como Francisco Madariaga, Olga Orozco y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, cuando parecía que estaban eclipsados de la faz de la poesía argentina. La fiesta comenzó el lunes, cuando lanzaron El naturalista, de Muñoz; El libro del engaño y del desengaño, de Jorge Aulicino, y Los poemas, de Reynaldo Sietecase. Continuó ayer en la librería Hernández, donde presentaron El cine y la poesía argentina, una compilación de Héctor Freire. La frutilla del postre de esta semana de celebración será con la aparición del libro número cien, la Poesía completa del sanjuanino Jorge Leónidas Escudero, mañana a las 19 (Corrientes 1436).
Hace diez años, Javier Cófreces llamó a Mileo y a Muñoz para tentarlos con la idea de crear una editorial. “Nos propuso crear una empresa como quien te invita a comer un asado el domingo”, recuerda Muñoz a Página/12. “Nos dijo que no nos preocupáramos por los detalles, que él resolvería todo. Y así fue. Tal vez, se trataba de lo que más deseábamos en la vida, tener una editorial a disposición. Hasta entonces sacábamos nuestros libros como podíamos. Los tres teníamos unos cuantos publicados en editoriales independientes, pagando, por supuesto, cosa que todavía hacemos, salvo que ganemos algún subsidio.” La semilla de la editorial se sembró mucho antes de 2001. Mileo, junto con Cófreces, editaron en los años ’80 la revista de poesía La Danza del Ratón, donde publicaron a muchos poetas argentinos poco difundidos entonces, como Escudero, Bustriazo Ortiz, Juan Antonio Vasco, Carlos Latorre, Juan José Ceselli, Federica Rosenfeld, Beatriz Vallejos, María Meleck Vivanco, además de muchísimos autores jóvenes. “Al llegar al número veinte, resolvimos que el ciclo de la revista estaba cerrado”, repasa Mileo. “Lo bueno de aquella etapa es que nos permitió conocer y tratar a los grandes poetas argentinos del siglo XX: (Francisco) Madariaga, (Enrique) Molina, (Olga) Orozco, (Joaquín) Giannuzzi, (Hugo) Padeletti, entre otros, y frecuentarnos con los poetas contemporáneos con quienes compartíamos ciclos de lectura, movilizaciones y encuentros culturales. Ese trato y esa vinculación fueron el verdadero germen del sello.”
El ideólogo de la “ridícula” empresa –Cófreces– dice que los modelos que tuvieron a mano fueron los de dos amigos: José Luis Mangieri, con su Tierra Firme, y Víctor Redondo, con Ultimo Reino. “El esquema que utilizaban para editar poesía era similar. Les cobraban la edición a los autores que comenzaban a publicar, para obtener fondos y editar a poetas consagrados, o para publicar antologías o traducciones”, explica el poeta y editor. “De afuera no parecía tan complicado, pero la práctica nos demostró que el asunto no era tan simple. Mangieri y Redondo fueron dos editores emblemáticos y también carismáticos, fundamentales en los ochenta. Veinte años más tarde, nosotros procuramos tomar lo mejor de ellos. Pero los tiempos fueron otros, la ecuación no resultaría tan sencilla por innumerables motivos. Sin embargo, logramos instalar un espacio que difundió, además de nuestros trabajos, todo aquello que nos hubiera entusiasmado ver publicado. Ir a comprar esos libros hubiera resultado menos engorroso, pero más gratificante fue haberlos sacado nosotros”, confiesa Cófreces.
Un proyecto editorial de poesía emerge en 2001, año en que estalló la crisis. “Una vez que tomamos la decisión de lanzar el sello nada podría frenarnos”, reconoce Cófreces. “Lo único que podría alterar nuestros planes era que alguno de nosotros perdiera la fuente de trabajo, porque somos asalariados. Estaba claro desde el principio que al sello deberíamos subsidiarlo con nuestros bolsillos. Si perdíamos nuestros empleos, el proyecto podría complicarse. Tal vez, en un punto, la crisis política fue un disparador para alentarnos, para generar un motor mientras todo se caía a pedazos. Una vez más resistiríamos desde la poesía, como cuando empezamos con la revista, en 1981, durante la dictadura.” Los primeros libros publicados fueron del power trío: Mileo, Muñoz y Cófreces, a mediados de 2001. Después siguieron con tres autores: Beatriz Vallejos, Jorge Leónidas Escudero y Carlos Latorre. “Por entonces a Escudero no lo conocía nadie”, agrega Mileo. “Vallejos había publicado en Santa Fe libritos muy sencillos y en ediciones de muy pocos ejemplares. Latorre es un extraordinario poeta surrealista argentino que murió en 1980 y del cual jamás se había ocupado nadie. Lanzamos 1000 ejemplares de cada título. Lamentablemente, aunque parezca mentira, todavía nos quedan libros de aquellas ediciones. No fueron suficientes diez años para agotarlos.”
–¿Qué perfil le dieron a Ediciones en Danza? ¿Qué tipo de estéticas o poéticas se cruzan, dialogan o polemizan en el catálogo?
Eduardo Mileo: –La colección está centrada en poesía argentina. El espíritu fundacional fue ése. Los únicos dos libros que no responden a esa consigna son Los V latinos y la antología de Ezra Pound. El primero fue una locura de Javier y Matías Mercuri, histórico colaborador del sello, que quisieron traducir al lenguaje rioplatense a los epigramáticos latinos que siempre nos fascinaron. El libro de Pound, poeta que nunca deja de sorprendernos, estuvo a cargo de Aulicino y fue traducido por autores argentinos. Hacía décadas que Pound no se publicaba en Argentina. Nos pareció un libro necesario y no nos importó que él no fuera argentino. Al menos lo fueron sus traductores.
Alberto Muñoz: –Nadie polemiza en el catálogo; simplemente publicamos los libros que nos entusiasman, con la arbitrariedad que nuestro juicio de valor implique. Ni siquiera discutimos entre nosotros. Podrá resultar aburrido, pero nunca tuvimos encontronazos. Las estéticas que publicamos son bien diversas. No hay una línea poética establecida. Los libros que nos llegan nos gustan o no nos gustan. Lo cual no significa nada más que eso. Hubo poetas que quisieron publicar en el sello y rebotaron. Otros no. Hay editoriales con menos pruritos. Algunas prometen convertir en famosos a todos los poetas que publican porque los llevan a firmar ejemplares en la Feria del Libro. Esos sellos siempre tienen las puertas abiertas. Muchos aspirantes a escritores estarán agradecidos. La literatura, definitivamente, no.
–¿Publicaron algún libro que haya generado polémicas o debates en la poesía?
Javier Cófreces: –¿Qué polémica pueden generar libros de autores desatendidos, olvidados, o que viven lejos de la Capital Federal? Esos son los libros que publicamos nosotros. En general lo que recogemos es agradecimiento por editar poetas abandonados. Publicamos a Madariaga a diez años de su muerte; nadie lo había reeditado desde entonces. La provincia de Corrientes lo decretó libro de interés cultural y no compró un solo ejemplar. Lo mismo pasó en La Pampa, con Bustriazo Ortiz y con Orozco. Todavía las autoridades políticas no encuentran motivo para ocuparse de sus poetas. En San Juan tampoco se ocupan de Escudero. Tuvo que aparecer un insignificante sello de la Capital para editarlo. Cuando viajé a presentar el libro a su provincia, lancé un discurso incendiario contra el gobierno, el ministerio y la Secretaría de Cultura. Los taché de impresentables, mezquinos e ignorantes. No pasó nada. Ni siquiera alguien se enojó. ¿Qué polémica puede haber ante lo que a los ojos del mundo no existe?
“No somos empresarios y pocas cosas están más lejos de nuestro espíritu. Tratamos de sobreponernos al ridículo juego de la oferta y la demanda”, insiste Cófreces. “Tener que imprimir nuevamente la tapa de Cine y poesía argentina, porque la Coca Sarli quería cobrar mil dólares por la utilización de su imagen en la portada, no nos resultó gracioso”, repasa. “No fue gracioso haber instalado un stand en la Feria del Libro en 2003, con un esfuerzo económico incalculable, para vender 20 libros en 20 días. Casi nos fundimos, pero aprendimos la lección: la gente no va a la Feria a comprar libros de poesía.” De repente, husmeando en el baúl de los recuerdos, asoma una anécdota divertida. Hace muchos años, el trío fue al bar de la esquina del taller donde imprimen los libros para revisar cómo había quedado Venecia negra, de Cófreces y Muñoz. “Una moza volcó una jarra completa de licuado sobre la cabeza de Muñoz. Eso sí que fue gracioso, el líquido desbordó todo”, revela el ideólogo de Ediciones en Danza. “Las páginas del libro y la humanidad de Muñoz. Aquella fue nuestra verdadera inundación veneciana, la auténtica república mojada.”
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