LITERATURA › JULIáN GORODISCHER Y SU CUARTO LIBRO, LA CIUDAD Y EL DESEO
Con fotografías de Sebastián Freire, el libro posee el subtítulo de Guía Gay de Buenos Aires, aunque el mismo Gorodischer se encarga de relativizarlo: “El concepto se fue desarmando y deconstruyendo en el proceso de escritura”.
› Por Silvina Friera
Dos flâneurs de treinta y pico matan el tiempo. Las horas pasan por al lado sin rozarlos. La voz cantante, el personaje-narrador, callejea y divaga. Cuando está caminando por Corrientes, cuando espera un colectivo sobre Marcelo T. de Alvear, en su itinerario de reviente por la ciudad, ese “romántico incurable” cree que le quedan pocos años de vida y que está al borde del colapso nervioso. Hasta cuando tose lo asaltan las premoniciones de muerte. Se lamenta por no haber conseguido los objetivos que se había propuesto. Cada noche se le ocurre plantear el libro de su vida, libro que sospecha nunca escribirá. Vacío, tedio y miedo al fracaso literario. Su mente no se calla, no para de hablar. Este hombre “bicéfalo” piensa de un modo y actúa de otro. Un día de éstos –amaga– se va a meter una bala en el centro de la frente. Pero no. No cree en nada. Ni en el suicidio como redención. No hay aspiraciones, sueños ni deseos en el horizonte. “La calle es una prisión infernal de la cual no hay modo de evadirse”, dirá hacia el final de sus peripecias, después de haber vagado por discotecas, shoppings, galerías, centros culturales y boliches de diversos pelajes de Villa Crespo, Almagro, Recoleta, Núñez, Palermo, San Telmo y Abasto, entre otros barrios. La ciudad y el deseo (Sudamericana), de Julián Gorodischer, con fotografías de Sebastián Freire, es un libro “apócrifo” y transgresor. Sin cartas marinas ni principios de navegación, estas crónicas más cercanas a la ficción se dejan conducir a cualquier parte de la estantería de una librería o del imaginario de cada uno de sus lectores.
El primer doble engaño mortal consiste en subtitular al libro como Guía Gay de Buenos Aires. Las historias y los recorridos por la ciudad están a años luz del tono pasteurizado, presuntamente “neutral”, de una guía turística. El énfasis en lo gay también es una gran trampa; lugares como el Starbucks o la Galería Braga Menéndez distan de ser espacios paradigmáticos de la cultura gay. Lejos de las postales reconfortantes de paisajes que buscan tentar al lector de una guía turística, las fotos de Freire muestran cuerpos masculinos esculpidos por la estética porno kitsch. “Si bien el libro tiene una continuidad argumental, que es el recorrido de estos flâneurs por Buenos Aires, atraviesa todos los tópicos de la cultura gay, pero recreados narrativamente”, dice Gorodischer a Página/12.
–El personaje que recorre la ciudad es un poco paranoico; por momentos se queja, no tiene ganas de vivir, se autoflagela mucho. ¿Cómo construyó al personaje?
–Hay un efecto autobiográfico que no es tal. El personaje está construido a través de un conjunto de vivencias, anécdotas, sensaciones y pensamientos de escritores de la generación beatnik, William Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg y los primos cercanos, Henry Miller y Charles Bukowski, a partir de materiales que fui encontrando en diarios íntimos, en entrevistas, en biografías, en memorias. Lo que atraviesa a este personaje son esas voces, esa oscuridad, un poco ese estar fuera del mundo y estar contradictoriamente expuesto a situaciones muy deseables sin poder asumir un rol deseante activo; es como un deseo sin disfrute. Pero a su vez, está continuamente luchando para despertar ese deseo, tanto en la escritura como en la vida en general. El deseo está presente aun en su negatividad, aun en la imposibilidad de disfrutar y de sentir placer.
–¿Por qué conectar esas voces beatniks en crónicas de una ciudad como Buenos Aires, que a priori no parece tan oscura?
–En realidad son crónicas-ficcionales porque es la primera vez que me lancé un poco a fantasear. Lo que pasa en este libro está más del lado de la ficción, pero con la paradoja que ocurre en lugares reales. Por eso se trata de una guía; pero encontré en estas voces la manera de hallar una propia voz al pie de la vivencia ajena. Tanto este personaje-narrador como su alter ego, Gerardo Martínez, su amigo, salen a recorrer la ciudad, a dejarse atravesar por una ciudad en la que sí interviene la cultura gay con sus brillos, su purpurina, su exaltación continua, su juvenilismo. Qué pasa con aquellos que lentamente están dejando de ser jóvenes o con aquellos que no se sienten identificados con un sistema de relaciones; qué pasa con aquellos que quieren sentir en profundidad. Creo que es la historia de dos inadaptados; en la inadaptación o en la inadecuación uno también puede leer un entorno productivamente, porque puede observar los claroscuros y ponerlos en crisis. Algo de estos inadecuados en medio de la gran ebullición de un mercado que se lo devora todo –un mercado atractivo para la publicidad, para la venta, para los servicios– también habla de dos épocas distintas que entran en colisión. Estos personajes, además de tener poca relación con el placer, tienen poca relación con el sexo también.
–Nunca concretan...
–No, es mirada pura, es como si cuatro ojos salieran a recorrer la ciudad, sus discotecas, sus bares, sus gimnasios, sus shoppings con una paradoja: que los lugares mencionados no se corresponden en su mayoría a un circuito específico de lo gay. La estrategia fue salir del gueto y pensar vivencias de dos hombres que se encuentran con otros hombres en lugares “amigables”, como puede ser en la confitería Las Violetas. Este libro no es una guía gay, es un relato de dos viajantes urbanos que no se pueden quedar quietos y que están perdiendo el tiempo. Es un libro sobre las personas que hacen tiempo antes de entrar a las discotecas y a los bares. Me interesó jugar con la trasgresión de géneros, jugar con un género comercial como puede ser una guía turística y en vez de ofrecer reseñas para cada lugar ofrecer escenas narrativas que conviertan a esa guía en una pequeña novelita.
–En uno de los relatos se lee: “De alma soy un clasificador, como el abuelo”. Todo el tiempo el narrador está guiado por cierta necesidad de clasificar, como si buscara un sentido en el mismo hecho de poner una etiqueta, ¿no?
–El libro nació como una guía y no hay género más clasificador que la guía. Pero se fue desarmando y deconstruyendo en el proceso de escritura. Originalmente era mucho más clasificatoria, tenía hasta fichas. La idea fue transgredir el género al máximo respetando sus propias leyes. Las fotos no tienen que ver con los lugares y situaciones; es una guía absolutamente transgredida. Diría que casi es un “engendro de género”: falsa, falaz, mentirosa. Hay un cuestionamiento de las clasificaciones, sobre todo en un género como “la guía gay” en la cual se está clasificando qué cosa, qué nicho; por qué estás segmentando, por qué armás un gueto, por qué determinadas personas tienen que acudir a los mismos lugares y no a otros, por qué no se facilita la interacción, el encuentro, el intercambio. Acá hay clasificación, pero también un intento continuo de salirse de esa clasificación en una guía que rompe con el tono neutro de ese narrador de guía turística, que es impersonal, objetivo, incuestionable. Acá hay un narrador hipersubjetivizado, angustiado, tironeado entre su pasado y su presente, imposibilitado de desear ante los estímulos de una ciudad. Esta es la apuesta que más me interesa: haber podido agarrar un género sin reventarlo totalmente y poder ofrecer una reacción hacia ese género. Y reaccionar contra ese género es reaccionar contra el mercado.
–¿Qué piensa de lo que dice un personaje cuando plantea que en las primeras marchas del orgullo gay lo cagaban a piedrazos pero se sentía “más vivo”?
–Todos los arquetipos aparecen deconstruidos y cuestionados. La mirada del narrador-personaje no perdona a nadie, ni siquiera al militante; es un mundo bastante descarnado. El narrador puede compartir esa idea en el sentido de pertenecer a otra época, pero no en el hecho de sentirse más vivo. Sin embargo, le cuesta todavía formar parte de un sistema de relaciones tal como están planteadas en la actualidad. Los beatniks me hicieron pensar en la belleza de lo oscuro, en cierta belleza que hay en ese lamento que no llega a ser queja; que es un lamento proactivo, en acto, en circulación, que ayuda a poner en crisis un contexto más que producir un regodeo en la propia miseria.
–La pérdida del hecho de callejear mucho, ¿será algo más de la generación de los treinta y pico, que ahora circula más en las redes sociales? Quizá después de los 30 años se baja el nivel de “calle” en sangre.
–Es probable; este también es un libro sobre los treinta y pico y los personajes se la pasan callejeando como si fueran dos adolescentes tardíos. Se dedican a perder el tiempo y a circular, muy proclives a relacionarse con desconocidos. Pero también habla de su estado en el mundo esta especie de vidas vacías que manifiestan. A mí me han dicho: “No das tregua, es un exceso de oscuridad”. Y es cierto, creo que es mi reacción a la fiesta gay.
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