LITERATURA › DESDE MAñANA, CON PáGINAL12, CINCO LIBROS DE JUAN FORN
El lanzamiento de Corazones, Nadar de noche, Puras mentiras, María Domecq y El hombre que fue viernes habilita un diálogo en el que Forn relata que “cuando empecé, sentía que no tenía nada que contar, que mi vida era de una inutilidad y vacuidad total”.
› Por Angel Berlanga
Cuando revisa algunos costados de su historia como escritor, como “figura” del “ambiente” literario contemporáneo reciente, a Juan Forn le da un poco de risa. “Yo tenía que triunfar”, dice en algún momento, por ejemplo, y se oye la carcajada del otro lado del teléfono. Forn se salió primero del mandato-destino de familia patricia con niños formateados en el Cardenal Newman y luego, cuando la salud lo dejó en el borde, se salió también del reformateo que se impuso como autor “estrella”: nueve años lleva ya instalado en Villa Gesell, desde donde suena su voz. Allá, tras la publicación de María Domecq, una novela que le costó literalmente sangre, sudor y lágrimas, recuperó “la soltura para escribir”, dice. En más de un sentido, aquella playa es la “tierra elegida”, como tituló alguno de sus libros. En estos últimos meses, además, se pasa aquí tres o cuatro días cada quince para dar unos talleres de narrativa. “Y esto es también volver un poco”, cuenta. “Es como si ya hubiera purgado los años de retiro, de introspección, de castigo. Cuando miraba para atrás, me decía: ‘No me gusta el que era en Buenos Aires’. Tuvieron que pasar muchos años para poder volver a la ciudad y que no se detonaran todos los viejos mecanismos. De todos modos sigo instalado acá, hasta por razones supersticiosas: no me animo a moverme. Acá escribo y pienso bien.”
También hay un “volver” con la reedición de Corazones, su primera novela, publicada en 1987, eslabón inicial de la Biblioteca Juan Forn que arranca con este diario mañana y tendrá su continuidad, domingo por medio, con los cuentos de Nadar de noche, las novelas Puras mentiras, María Domecq y, para cerrar, un volumen hasta ahora inédito como tal, El hombre que fue viernes, que incluye un seleccionado de las contratapas que publica en este diario, esos relatos difíciles de encasillar en un género específico, en los que confluyen sus lecturas actuales y pasadas. “Me dio una gran alegría cuando me propusieron sacar esta biblioteca”, dice Forn. “Y con el correr de los días, cuando vi las tapas que hizo Alejandro Ros y el trabajo de Liliana Viola al cuidado de la edición, esa alegría fue creciendo. La gente de Planeta cedió los derechos sin problemas. Hubo una buena onda re grossa, que me hizo sentir muy bien recibido en la ciudad.”
“Corazones es el libro más íntimo que escribí”, dice Forn (y no es que ese componente falte en sus ficciones). “Es una historia muy chiquita y sospecho que tiene su encanto: yo le tengo un cariño especial”, sigue. “Con el tiempo me fui dando cuenta del trasfondo político que tenía, algo que se me escapó mientras lo escribí, a los 24 o 25 años.” Al publicarse la novela se llamó Corazones cautivos más arriba: transcurre en 1972 y está protagonizada por un pibe de 13 enviado por su madre a vivir junto a su abuelo paterno a La Cumbre en un momento llaga: acaba de morir el padre. Así que para este porteñito soberbio y herido hay un momento fundacional en ese sitio al que venía a pasarse las vacaciones, y en el que ahora debe convivir junto al viejo y sus relaciones, su empleada cama adentro y una hija de su edad. “Las visitas que llegan hasta ahí traen noticias del mundo exterior, en el que la cosa se divide entre ‘Se viene Perón’, medio país cagado en las patas, con la otra mitad a la espera de que llegue el oscuro día de justicia”, dice Forn.
–Señala en el epílogo del libro los componentes autobiográficos de la novela.
–La diferencia es que mi viejo se murió cuando yo tenía 24, y no a mis 13. Pero la edad mental... no había mucha diferencia (se ríe). Mi abuelo, mi abuela y mi viejo se murieron en una sucesión de unos poquitos años. Yo me había ido a Europa, me había destetado de mi familia y de mi clase, había descubierto que la poesía no era para mí y había empezado a escribir ficción. Y sentía, como todos los que empiezan, que no tenía nada que contar, que mi vida era de una inutilidad y vacuidad total. Mientras estaba allá, en las diez de última, sin querer dejarme ayudar, mis viejos se fueron a buscarme con un pasaje en la mano; en el aeropuerto, mientras él estaba juntando las valijas, ella me dijo: “Se murió Galo”. Enseguida, cuando lo vi a mi viejo, pensé: “Es huérfano. Y algún día voy a ser huérfano yo”. En ese momento, creo, empezó esta novela: descubrí que tenía qué contar, que había un personaje interesante en mi familia. Pero recién tres años después la empecé a escribir: cuando se murió mi viejo.
–Corazones está dedicada a su padre y el padre es, también, fantasmalmente, lo medular del cuento “Nadar de noche”.
–Los actores del método siempre hablan de que hay que trabajar la memoria emocional, que hay una escena en tu vida a la que siempre vas a buscar sentimientos, un sitio donde abrevás para buscar convicción, etcétera. Evidentemente, la mía es la muerte de mi viejo. Es curioso, pero cuando escribí ese cuento no nadaba: empecé años después. Acá en invierno hay una pileta grande, en medio del bosque: nadás y ves los árboles arriba, precioso. Y cuando afloja un poco la temperatura, me voy al mar.
–¿Qué recuerda del momento en el que se publicó?
–Yo trabajaba en Emecé. Me acuerdo de que llevé el original y, para mi estupor, dijeron que lo iban a publicar. Y para mi estupor, también, no cambió en nada mi condición de esclavo después de que apareciera publicado el libro. Era como una especie de mascota en la editorial, y el día que me avisaron que estaban los libros listos me dejaron salir antes para ir a buscar un ejemplar a la imprenta, que estaba en Alsina y Pichincha. Me fui caminando desde ahí hasta el Jardín Botánico, donde vivía, leyendo el libro página por página: me lo leí entero así, mientras caminaba. Llegué a casa emocionado e idiota.
–¿Y qué repercusiones tuvo el libro en ese momento?
–No me gusta exagerarlo, pero me pasaron cosas lindas. Tomás Eloy Martínez estaba por empezar a hacer un programa de televisión y nos invitó a Tununa Mercado, a Caparrós y a mí, juntos. Un día fui a la librería Fausto y estaba Piglia, que siempre retiraba los libros para leer y los devolvía; uno de los vendedores me dijo: “Che, se llevó el tuyo”, así que me acerqué y Piglia me dijo: “Está muy bien tu librito, eh... Me gustó ese uso de la segunda persona”. Esa clase de cosas. A Abelardo Castillo le gustó, Angélica Gorodischer me lo presentó. Tuvo su encanto.
–El libro que tuvo muchísima repercusión en su momento fue Nadar de noche. En esa época (1991) fue como un hit.
–Sí, porque había explotado Biblioteca del Sur y los dos jetones de la colección éramos Rodrigo Fresán y yo, cada uno con su estilo. Me sigo encontrando con fans de Nadar de noche, que están cada vez más viejos, y me dicen: “¡Locooooo!”. Además de la complicidad de los cuentos de drogones, o de amores juveniles, lo más lindo que me ha dado ese libro es la gente que leyó “Nadar de noche” y me dice: “Se me murió mi viejo y ese cuento, esa visita...”. Parece que todo el que perdió a algún ser querido recibe, tarde o temprano, alguna visita espectral, en forma de sueño. A mucha gente le tocó cierta fibra, o le sirvió para procesar la muerte del padre.
Por estos días, Forn se largó con una novela por entregas, cuya primera parte apareció ya en la revista Debate. “Sale una vez al mes y se llama La novela que voy a escribir”, cuenta. “No sé qué pasará, es una especie de bitácora, o la novela misma. Iré viendo qué sale, no tengo mucha idea. Pero me va a venir bárbaro como estímulo para escribir. Uno se preocupa primero por cumplir con las obligaciones y al momento de ponerte con lo tuyo apenas si queda tiempo.” El lector de Página/12 recordará aquel artículo de Forn sobre Macri y la estirpe Newman, las ganas de Macri de ya haber sido presidente para retozar en el country: la historia que arrancó ahora Forn reencauza a un narrador que cuenta, en primera persona, hacia el reencuentro con dos ex compañeros y ex amigos del alma en el Colegio Cardenal, uno en la cima del empresariado, vinculado con Macri, y el otro una incógnita, al borde de la muerte misma.
“Hoy por hoy, para mí, la clave es el relato”, dice Forn. “Tengo que contar un cuentito. El concepto de ficción ya no me interesa: en el relato entra todo, lo que venga, histórico y político, cómico o biográfico. Sí me doy cuenta de que mi tono, indefectiblemente, es elegíaco, que cuando escribo siempre está ese registro. Para las contratapas que estoy escribiendo, que son mi tarea principal en la semana, hago pasar las lecturas de ese momento, que de pronto se me detonan como covers literarios: acerco mi estilo a Kluge, o a Calvino, al que sea, al que toque. En esos textos encontré un lugar en el que poner mis lecturas: me daba mucha tristeza que, tras leer algo, casi todo quedara adentro, sin expresarse. Te puede gustar o no la ficción de un tipo, pero cuando habla de los libros que leyó y lo conmocionaron, casi siempre es interesante, porque casi todos los escritores son buenos lectores.”
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