Domingo, 11 de septiembre de 2011 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR HOLANDES CEES NOOTEBOOM
Este narrador, poeta, ensayista y traductor de 78 años es una de las principales visitas de la tercera edición del Filba y también, por más que a él no le guste que se diga, candidato a ganar el Premio Nobel de Literatura.
Por Silvina Friera
El holandés errante ladra, pero no muerde. Elegante hasta cuando se enoja, como la furia del mar que describe con un intenso lirismo en el último relato de Los zorros vienen de noche (Siruela), Cees Nooteboom es un nómada que pasea de un lado al otro del mundo. Rondar, callejear, mirar. Y vuelta a empezar. Su escritura tiene tramos de fuerte hipnotismo, frases que engatusan al lector omnívoro. “El mar sigue siendo el mismo y bate suavemente contra el muro del muelle. Todo lo demás es reemplazable, el arsenal de objetos con los que se guarnece la memoria.” La historia de Nooteboom comenzó de un modo muy simple. Un joven empleado bancario se hartó. La vida no era eso que estaba viviendo, esa rutina soporífera que le propinaba un “estúpido” empleo. Quizá creyó que el tiempo era lo primero que se le escapaba cuando enfiló hacia la carretera en busca del viaje como principio vital. Como la sal de su existencia. “Mi vida es muy extraña”, dice Nooteboom, uno de los principales invitados del III Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba). El narrador, poeta, ensayista y traductor holandés le señala a Página/12 que, cuando escribe ficción, intenta seguir la filosofía de Italo Calvino en Seis propuestas para el nuevo milenio. “Se puede comprimir la longitud de una vida; pero Paula, la protagonista de uno de mis relatos, plantea que es inhumano. Para hacerlo, porque yo creo que sí se puede, hay que narrar de un modo especial.”
–En una buena historia, afirma uno de los narradores de Los zorros vienen de noche, el tiempo ha sido abolido y a la vez está presente. ¿Cómo trabaja usted con esta paradoja?
–En la intensidad está comprimida una duración, pero cuando uno lo plantea así suena muy abstracto. Las preguntas complicadas son más sencillas de lo que parecen. Yo quiero crear una atmósfera en la cual una vida es iluminada sólo por un momento; con la historia de las góndolas, el primer cuento, podría haber hecho una novela de 300 páginas, pero creo que no es necesario. Que otros lo hagan, para mí chapeau (risas). Nuestro privilegio –y hay que utilizarlo– es darle montañas a un país como Holanda, que no tiene montañas. No creo en una vida después de la muerte, pero mi privilegio es imaginar lo que pudo haber sucedido.
–Una tarea que se asemeja a la del demiurgo.
–Sí, puede ser. No soy un dios cuando escribo, pero es un papel que represento. He querido hacer con estas historias algo diferente. El tema natural del libro es el luto, aunque se dice que es la muerte. Los temas esenciales son el luto, el pasado, la memoria; eso es lo que conecta las nueve historias.
–¿Por qué los relatos están atravesados por la melancolía?
–Hay melancolía pero no es sentimental. La palabra melancolía está bien, pero prefiero pensar en luto porque tiene más de lo inevitable. Melancolía es un sentimiento y también una atmósfera. El luto es un pensamiento, una conciencia de la finitud que hay que confrontarla, describirla y analizarla.
De repente suena la alarma de un reloj en el hotel donde Nooteboom aceptó someterse al bombardeo de preguntas de los periodistas. La evidencia del paso del tiempo distrae al escritor holandés, autor de Hotel nómada, Rituales, El desvío a Santiago y La historia siguiente, para mencionar apenas un puñado de libros de la cincuentena que ha publicado. “No abundan los lectores de poesía”, protesta uno de los narradores de Los zorros vienen de noche. “¿Quiénes son los lectores de poesía? Yo escribo poesía y leo poesía. He escrito tanto que nunca recuerdo exactamente dónde lo dije, pero nadie es libre como lector.”
–¿A qué se refiere?
–Los escritores no son lectores libres, los críticos no son lectores libres; leen como espías para saber qué hicieron las firmas prestigiosas, otro colega escritor. El único auténtico lector, del cual soy muy celoso, es el lector que no hace otra cosa que leer, que no tiene otro pensamiento más que la lectura. Me refiero al lector que no es escritor ni crítico. Es muy interesante que alguien que sabe que no puede escribir poesía pueda tener un pensamiento inteligente sobre la poesía de los otros. Mi ejemplo siempre es el poeta Wallace Stevens, a quien admiro porque era otro. Era poeta, pero en la vida era lo que se suele llamar un “hombre de negocios”. A sus colegas abogados les daba miedo que aparte de escribir reportes muy claros sobre temas jurídicos pudiera escribir una prosa que sus colegas no podían comprender.
–Pero usted no es Stevens.
–No, no soy Stevens, pero tampoco soy alguien que no puede escribir. Primero empecé a escribir poemas influidos, como todo joven poeta, por el sabor de cierta poesía holandesa que era la única que conocía en ese tiempo. El primer libro de poesía que publiqué se llama Los muertos buscan una casa. Como ve, el tema nunca ha cambiado. También he escrito una obra de teatro Los cisnes del Támesis, del ’58, con tres personajes mayores de 80 años. Mi vida es muy extraña; en mi penúltima novela, Paraíso Perdido, mis protagonistas son dos chicas jóvenes brasileñas. Y muchos me reprocharon cómo podía alguien de mi edad escribir sobre unas chicas jóvenes. Pero antes me decían cómo alguien tan joven podía escribir sobre los viejos. Esto es lo que llamo el privilegio, la libertad de escribir. Simplemente hay que hacerlo bien para que no sea falso.
–¿Antes de viajar ya era un nómada en la escritura, tenía el nomadismo del punto de vista?
–¿Antes de viajar? No lo sé, pero le voy a contar una historia. En el Museo Literario de Holanda hicieron una exposición sobre mi vida; entonces fueron al catastro municipal para averiguar las casas en las que viví. Y un señor me dijo: “¿Sabía usted que entre su nacimiento y los primeros días de la Guerra Mundial, entre el ’33 y el ’39, sus padres se mudaron ocho veces?” No, no lo sabía. Fui a preguntarle a mi madre, que vivió hasta los 97 años, y la confronté con esta información. Y me dijo: “Eso no es cierto”. Luego supe las razones de tantas mudanzas. Aunque mi padre era de buena familia, alquilaba casas y cuando no podía pagar se iba (risas). Mi padre murió en el bombardeo, al final de la guerra. Pero antes ya se había divorciado y yo iba de la casa de mi madre a la de mi padre. Así se fabrica un modo de nomadismo, a través de las mudanzas. Hasta los 6 años, tenía ocho direcciones donde había vivido, pasé por seis escuelas y al final no terminé nunca la escuela ni estudié en la universidad. Sólo tengo dos casas: una en Amsterdam y otra en España, en la isla de Menorca. Yo soy en muchas casas. Me comparo con el pájaro cucú, que pone sus huevos en nidos de otros; escribo mis libros en nidos de otros, porque a mí me gusta estar en otras casas.
–Volviendo a una pregunta que quedó en el aire, quiénes son lectores de poesía hoy, ¿qué diría?
–Juan Ramón Jiménez, el gran poeta español, ha dicho que los lectores de poesía son una minoría “enorme”. En los poemas aparecen las mismas palabras que utiliza la gente común y que pueden leer en un diario o escribir en un email; pero esas palabras están en un orden que es extraño. “¡Ah, poesía yo no puedo leer!”, dicen muchos. Los lectores de poesía son como pequeños movimientos religiosos, como pequeñas sectas.
–¿Ganará este año, finalmente, el Premio Nobel?
–Eso es un mito, una fábula (se enoja). Les puede hacer esta misma pregunta a otros escritores: “Señor Kundera, ¿ganará este año el Nobel?”. “Señor Philip Roth...” Son ustedes, los periodistas, los que escriben que soy un candidato. De la Academia Sueca no creo que venga esto porque no tiene una lista oficial de candidatos. Ahora, para colmo, los españoles dicen que soy el “eterno” candidato. Doris Lessing fue “eterna” candidata durante treinta años. ¿Los suecos le darán un premio a un holandés? No lo creo... Nunca se sabe, pero no sé. No quiero especular, ahora tengo 78 años. Si quieren hacerlo, bueno... pero tú puedes darme como periodista el Nobel (risas).
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