Lun 10.10.2011
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LITERATURA › JORGE HERRALDE, EL MíTICO FUNDADOR DE LA EDITORIAL ANAGRAMA

“Muy injustamente, los editores no somos inmortales”

Vendió su sello a un grupo italiano, pero la operación será paulatina y Herralde conservará las riendas hasta 2015. El editor habla de los nuevos desafíos, en tiempos en que “en España, como en Italia, como en toda Europa, se están vendiendo menos libros”.

› Por Silvina Friera

Un hombre sólo tiene una manera de ser inmortal en la Tierra: debe olvidar que es un mortal. Jorge Herralde lo hizo durante más de cuarenta años. El joven insolente que fue rechazó el mundo de la industria metalúrgica de su padre. No quiso ser ingeniero. Se negó a “vegetar” en la universidad y en la fábrica familiar, donde empezó a trabajar. Su deseo inconformista –politizado entonces por la lectura de Jean-Paul Sartre– desgarró el velo de la convención, desoyendo los consejos paternos. En abril de 1969 eligió involucrarse en la creación de Anagrama. En el trayecto escribió una particular novela-río: el codiciado catálogo de la editorial independiente española más prestigiosa, con más de 3000 títulos publicados, admirada por escritores, editores, periodistas y lectores. Herralde editó a Martin Amis, Julian Barnes, Paul Auster, Roberto Bolaño, Kazuo Ishiguro, Roberto Calasso, Enrique Vila-Matas y Tom Wolfe –la lista es oceánica– cuando eran voces ignotas, ajenas a los fastos de la consagración literaria. Pero en el preciso instante en que comenzaron las celebraciones por las cuatro décadas de vida editorial –en 2009–, el último de los mohicanos de la edición tuvo una epifanía. La biología y la cronología, naturalmente, ponían palos en la rueda de la continuidad. Sin herederos en el camino, llegaba el momento de vender. Anagrama entró en la órbita de Giangiacomo Feltrinelli Editore, propiedad de su vieja amiga Inge Feltrinelli y comandada por su hijo Carlo, a fines del año pasado. El grupo familiar italiano dispone del 10 por ciento del paquete accionario de la editorial catalana. En 2015 –plazo máximo para completar el acuerdo– tendrá el 49 por ciento.

“Los editores no somos eternos”, dice Herralde a Página/12. El creador de Anagrama está en todas partes. Acá –en el bar del Hotel Alvear, como siempre que viene a la Argentina–, pero también allá, en Barcelona. No hay tregua ni descanso. Las riendas de la editorial –que siguen firmes en sus manos hasta 2015– no le confieren la módica indemnización de un recreo. O él no se lo permite. Quien sospeche que la venta del sello de la “fiebre amarilla” –por el color de las tapas de la nave insignia, la colección “Panorama de narrativas”– se debe a fatiga crónica, cansancio irremontable o decrepitud física o mental deberá desplazar inmediatamente ese inventario de achaques y confabulaciones a cuarteles de invierno. ¿Quién arriesgaría, al observar de cerca ese rostro casi sin arrugas, que este hombre que está en todas partes, buscando ávidamente lo nuevo, tiene 75 años? “Herralde vive y habita la edición como religión, credo, way of life, forma de ser, el alfa y el omega, el principio y, sobre todo, el fin de todas las cosas”, escribió Rodrigo Fresán en el prólogo de uno de los libros que publicó Herralde por estos pagos, El observatorio editorial (Adriana Hidalgo).

–La noticia bomba del 2010 en el mercado del libro, la venta paulatina de Anagrama a Feltrinelli, dejó la sensación de que se derrumbó el mito de la editorial independiente. Al final la compró un gran grupo...

–No, voy a matizar. Confío en que no habrá un cambio drástico porque yo sigo al frente como director editorial y como accionista mayoritario de Anagrama hasta el 2015. Feltrinelli tiene el 10 por ciento, pero irá incrementando su participación hasta llegar al 50 por ciento. Y yo quedaré como presidente, como reina madre (risas). Siendo muy poderoso, Feltrinelli no es un grupo como Random o Planeta.

–Feltrinelli es el tercer grupo editorial de Italia.

–Pero es un grupo familiar, en realidad es propiedad de Carlo Feltrinelli, excepto un mínimo porcentaje; está centrado totalmente en libros, en la editorial que fundó su padre, y en una red de 104 librerías, fundamentales para el tejido del libro en Italia. Tenemos afinidades amistosas y literarias con los Feltrinelli. Inge, la madre de Carlo y la viuda de Giangiacomo, es íntima amiga mía desde los años ’70. En los ’80 conocí a Carlo, con quien trabé una gran amistad, y siempre me dijo que si alguna vez quería vender Anagrama o algunas acciones le haría muchísima ilusión comprarla. En el 2009 hablamos formalmente; por una cuestión cronológica, personal, aunque la editorial está muy bien, tenía que apostar por la continuidad. Mucha gente pensaba que el destino lógico de Anagrama, como el de tantas otras buenas editoriales, era acabar en los brazos de Random o Planeta. Pero no hubiera estado en consonancia con la trayectoria editorial de Anagrama terminar así. En cambio, con Feltrinelli es diferente.

–Pero más allá de la cuestión cronológica, ¿por qué no se pudo concretar que Anagrama siguiera siendo una editorial española administrada, por ejemplo, por varios editores independientes?

–El problema es que no hay editoriales independientes con la capacidad financiera para absorber a Anagrama y la gestión también hubiera sido complicada. La venta a Feltrinelli me pareció lo más pertinente. Igual me he equivocado; pero en cualquier caso alea jacta est (la suerte está echada).

–Mientras continúe al frente de Anagrama, los cambios, aparentemente, no se sentirán. ¿Y después?

–Muy injustamente los editores no somos inmortales (risas). Qué sé yo lo que pasará después. Cuando me vaya, habré estado al frente de Anagrama 47 años, como fundador y propietario.

–En 2015, cuando se termine de concretar el acuerdo con Feltrinelli, ¿continuará o se retirará definitivamente?

–Bueno, depende de las neuronas, de las ganas; en principio seguiré. Pero no en el día a día, como lo hago habitualmente.

–¿Se pierden las ganas después de tantos años de lidiar con los autores?

–Yo no he perdido las ganas, lo sigo pasando muy bien y estoy en plena forma (risas). Tengo el mismo entusiasmo al descubrir nuevos autores. Ahora precisamente hemos publicado el último libro de Emmanuel Carrère, De vidas ajenas, que se está perfilando como uno de los mayores escritores franceses actuales. Aparte hemos recuperado a Michel Houellebecq con El mapa y el territorio, que se había ido por un libro a Alfaguara, por cierto con su peor novela. Y luego hemos fichado a Roberto Saviano, el autor de Sodoma; en breve publicaremos Vente conmigo. También acabamos de fichar y publicar a un autor que era de Mondadori, Niccolò Ammaniti, con Que empiece la fiesta. Y continuamos con autores de primerísima línea internacional, como Uwe Tellkamp con La torre, una novela extensa y ambiciosa que evoca a Los Buddenbrook, de Thomas Mann, pero situada en la Alemania oriental, en los últimos tiempos de comunismo real. Seguimos con Jonathan Coe, uno de los británicos más interesantes después del dream team; y con Siri Hustvedt, que va creciendo en estatura: su última novela, El verano sin hombres, muy autobiográfica, ha causado gran impacto. En enero sacamos a tres de los mejores franceses: Patrick Modiano, Jean Echenoz y Henri Michaux. Y así suma y sigue...

–Quizá de todos los nombres que acaba de mencionar, los italianos, Ammaniti y Saviano, parecen no cuajar plenamente con el “espíritu” Anagrama.

–No, no estoy de acuerdo, yo lo discutiría. Ammaniti es un autor de primerísima fila; Que empiece la fiesta es una farsa delirante de la Italia contemporánea. Con las tres novelas con las que más me he reído en mi vida es con la de Ammaniti, con La conjura de los necios (John Kennedy Toole) y con Wilt (Tom Sharpe). Para mí encaja perfectamente en Anagrama. Ammaniti empezó con el grupo de los caníbales, pero a los pocos años se desmarcó y publicó una novela que es una obra maestra, que editaremos en noviembre, No tengo miedo. Y Saviano pertenece a esta cosa también muy de Anagrama de denuncia anti Berlusconi, antimafia. No creo que estos escritores chirríen en absoluto del catálogo.

–¿Pero fue decisión ciento por ciento suya o fue Feltrinelli quien le recomendó publicarlos?

–Gracias a la presión de Feltrinelli y a la torpeza de Marina Berlusconi, la hija de (Silvio) Berlusconi y directora de Mondadori, que hizo unas declaraciones muy desafortunadas, Saviano dejó Mondadori y se fue a Feltrinelli. Y luego Carlo Feltrinelli presionó para que Saviano dejara Mondadori España y viniera a Anagrama. Esta ha sido la única acción de Feltrinelli, muy beneficiosa respecto de nuestra vinculación.

–¿Entonces parte del catálogo de Feltrinelli pasaría a ser editado por Anagrama?

–Sí, pero no necesariamente todo, porque cada país tiene su especificidad. Por ejemplo, acabamos de publicar Todos tienen razón, de Paolo Sorrentino, el cineasta de Il Divo. Y de Anagrama, el colombiano Antonio Ungar será publicado por Feltrinelli. En un catálogo de cien títulos al año son aportaciones mínimas, siempre y cuando cada uno de nosotros las consideremos pertinentes para nuestros países.

Herralde defiende cada título que ha publicado y los que tiene en mente con uñas y dientes. Quien pretenda conformarse con un empate no lo obtendrá. Herralde gana cada una de las reyertas en las que se pone en cuestión alguna de sus decisiones. “Estamos aumentando la producción en Argentina –cuenta–. El año pasado publicamos quince títulos; los libros de todos los argentinos los hacemos acá: Ricardo Piglia, Martín Caparrós, Alan Pauls, Martín Kohan. Pero también los títulos-estrella de nuestro catálogo, como Houellebecq, Auster, McEwan, Hustvedt y Bernhard Schlink. Casi todos los libros impresos en Argentina están a mitad de precio”. Eulalia Gubern, Lali, su compañera de ruta en la vida y en la editorial, lo interrumpe. “Perdona, tienes que hablar con Yenny; es importante, te lo digo. Piensa que son cinco horas más.” Lali le entrega un sobre con un contrato “muy complicado” que tiene que leer y firmar. Si está de acuerdo. Desde Barcelona, Yenny tendrá que esperar unos minutos más el imperioso llamado de Herralde.

–¿Cómo ha afectado la crisis económica al mercado editorial?

–En España, como en Italia, en Francia, como en toda Europa, se están vendiendo menos libros. La crisis económica ha azotado mucho más a Europa que a América latina; hay un gran desconcierto porque se recomiendan medidas ambiguas. Tanto Angela Merkel como Nicolas Sarkozy, que manejan el tinglado, impulsan políticas contradictorias. Los expertos o presuntos expertos hacen dictámenes contradictorios. Unos dicen que hay que salvar el euro a toda costa. Otros dicen que si no se sale del euro Grecia no puede sobrevivir; que se está invirtiendo mucho pero para llevar a cabo una política de austeridad, que por otra parte no puede permitir el despegue económico. Estamos viviendo momentos caóticos y el resultado final es que el ciudadano europeo está aterrado y compra lo menos posible.

–Al principio de la crisis, en el mundo editorial español eran más “optimistas”: planteaban que el libro es un “valor refugio” y sufría menos la caída de las ventas. ¿El “valor refugio”, como las Bolsas, también se desplomó?

–El famoso valor refugio lo fue bastante, porque la crisis empezó fuerte en 2008 y 2009, pero al libro llegó en 2010 y este año. Se aguantó mucho; pero este último año y medio ha sido difícil. Se ha vendido entre un 10 y un 15 por ciento menos, según las editoriales; están sufriendo todas. En los grandes grupos ha habido numerosos despidos. Nosotros no hemos despedido a nadie ni hemos reducido la producción, pero somos más cautelosos en los tirajes y las reediciones. De la última novela de Houellebecq tiramos 40 mil ejemplares, cuando dos años atrás, antes de las crisis, hubiéramos lanzado 60 mil. Pero esto pasa también en Francia y en Italia.

–Después del 15M, los indignados han alentado en España varios debates sobre la clase política y los partidos, el capitalismo y los medios de comunicación. ¿El rol del editor está también en discusión?

–Mira..., hay grandes grupos que procuran recortar costos, entre esos costos más que el de editor o publisher se rebajan los del editing, tanto en los libros como en los periódicos. En El País ha habido cartas en las que se han quejado por la falta de editing. Ahora con respecto al rol del editor, el debate pertenece a esta nueva etapa tecnológica que se avecina con mayor o menor velocidad e intensidad, que puede cambiar en el futuro bastantes cosas. Y no siempre favorablemente. No quiero jugar a futurólogo. Lo que pienso hacer es seguir editando los mejores libros posibles de la mejor manera posible. Y si hay cambios drásticos en el horizonte, intentar tener la cintura suficiente para hacer frente a los nuevos desafíos.

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