LITERATURA › PUBLICAN ORIFICIO, LA NOVELA INéDITA DE NICOLáS CASULLO
El texto, extraordinariamente premonitorio por el momento en que fue escrito, hablaba de seres mutantes que vivían en la anomia, pero imaginaba tiempos fabulosos para Buenos Aires. Sale por Astier, la nueva editorial que dirigen Claudio Zeiger y Gabriel Lerman.
› Por Silvina Friera
La escritura es el altar donde uno puede reencontrarse con los muertos. En los intersticios de los libros releídos, en los ecos de un ecléctico legado, en el diálogo con las tradiciones narrativas y ensayísticas, se eclipsan las ausencias. El trago amargo del duelo quizá sea más soportable cuando la letra impresa rescata las inflexiones de una voz entrañable. A veces sucede. Lo inesperado irrumpe y regresa el asombro del lector insaciable. Un tesoro audaz, salpicado de irreverencias, abandona los confines de la dimensión desconocida. Orificio, excepcional novela inédita de Nicolás Casullo –escrita a principios de los años ’90, que revisaba poco antes de morir, hace tres años–, se publica por primera vez en una nueva editorial, Astier (ver aparte). El terreno minado de estas páginas recuperadas está poblado de figuras espectrales. Tiempos inclementes, catastróficos, surcan el horizonte de una sociedad de mutantes que viven en la anomia más pavorosa que se pueda tolerar. Seres embrutecidos, arrasados, extraviados. Tribus encapsuladas en los antiguos barrios de la ciudad de Buenos Aires, en ese futuro cifrado en 2117, naufragan en el umbral civilizatorio.
La maquinaria casullesca resiste los embates del aplanamiento. Depredadora de saberes literarios, políticos y callejeros, configura una matriz que, al afilar argumentos y contaminar géneros y herencias, se retoba al encasillamiento apresurado. Ricardo Piglia señala en el texto de la contratapa de Orificio que los géneros populares, en especial el policial y la ciencia ficción, “han renovado la literatura política” y son los que han llevado “más lejos la crítica al capitalismo”. Piglia inscribe la novela de Casullo en esta tradición narrativa por el modo en que “anticipa y explora el imaginario apocalíptico de la crisis social”. Y agrega que recuerda, al mismo tiempo, “las conspiraciones de Roberto Arlt y las utopías sin esperanza de Walter Benjamin”.
La cuarta novela de Casullo, tan extraña si se la compara con las anteriores, aunque hija legítima de muchas de sus obsesiones, nació durante un verano de los primeros ’90. “Era una etapa en la que toda memoria parecía borrarse en aras de un futuro al que todos parecíamos precipitarnos sin mucha resistencia aparente”, evoca Ana Amado, docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en diálogo con Página/12. “Cuando se trataba de literatura, no comentaba una trama, no sintetizaba un argumento ni lo reducía a una ‘idea’ guía. Simplemente se sentaba y escribía.” Orificio fue escrita en la vieja Olympia, una máquina de escribir que le regaló Amado durante el exilio que compartieron en México. De pronto, este detalle de la intimidad permite ingresar a la trastienda de una instancia de la creación. “Esa máquina, muy resistente, se bancó por años los golpazos que siempre dio en las teclas al escribir. De hecho siguió haciendo lo mismo con los teclados de las computadoras; los cambiaba a cada rato porque los desbarataba o borroneaba las letras en un suspiro.”
Orificio –el personaje portador de un nombre del que no deseaba acordarse– y ese cosmos urbano violento y desarticulado –con cuerpos deshechos, “hueso y piel consumiéndose de hambre y de sed”– emergió de un tirón, al menos en su mayor parte. Ese tirón, conviene aclarar, implicaba la escritura siempre a mano en un cuaderno, hasta terminar un capítulo que luego pasaba a máquina y corregía. Y otra vez el arrebato de machucar las teclas de la Olympia para sacar la versión “definitiva”. Un trabajo de hormiga. “Cuando escribía literatura, no paraba casi nunca –revela Amado–. Se dejaba absorber totalmente por el ritmo de la escritura.” El manuscrito de Orificio, tan diferente de su antecesora, El frutero de los ojos radiantes (1984), una profusa biografía familiar que ahondó en el drama social de la inmigración europea en el Río de la Plata, quedó archivado. Nunca lo presentó en ninguna editorial. Poco tiempo después, en el verano de 1994, comenzó La cátedra, publicada en 2000, donde buceó en la vertiente de la novela gótica culta y el policial negro a la vez.
La escritura de Casullo –los ensayos, las ficciones y los artículos periodísticos que publicó, la mayoría en Página/12– se nutría de una erudición descomunal que irradiaba una jerga rea. Quizás Orificio sea una obra bisagra, el punto de intersección donde la alquimia casullesca barruntaba el “pensar entre épocas” con el combustible de la ficción. Amado cuenta que esta novela fue “un ensayo” de algunos rasgos de estilo que se consolidaron en La cátedra, “como el ritmo y la velocidad de los diálogos, las voces de personajes que se mueven con misteriosos códigos de catacumbas históricas o de templos medievales, pero con la lengua de una picaresca barrial de conventillos”. El lector podrá comprobar el oído especial de Casullo, que le permitía capturar y potenciar el habla barrial. “Podía traducir con fidelidad las voces en sus tonos exactos y hasta ‘epocales’, para usar una de sus expresiones, porque tenía mucha calle”, subraya Amado. Y un sentido del humor que en todas sus variantes –negro, feroz o chicanero– aparecía en su escritura ficcional y a menudo en la periodística como un rasgo notable.”
Apenas iniciada la travesía por la Buenos Aires de 2117, “un año de advenimientos”, Orificio –“una bestia que ya mató a mucha gente”– avanza entre los escombros y las cataratas de lavas que caían desde las terrazas. Ahí está el Obelisco, donde se juntaban los bandoleros de Corrientes, “grupos de facinerosos que con los años se habían organizado en el desfiladero de la avenida”; gente capaz de convivir con soldados anarcos y miserables “que mataban para comer”. Cumpliendo con el oráculo de El Vigía, Orificio llegará al palacio de uno de los amantes filósofos, Lucas Zampino, quien intenta cuidar los 32 libros de la biblioteca de las hordas salvajes de Barracas. “No sirve recordar”, escupe esta criatura que profesa el credo del olvido. “Es doloroso vivir sin memoria –le retruca el joven filósofo–. Los recuerdos humanizan la conciencia.” Este diálogo despliega en el curso de la trama una tensión que explora la encrucijada de ese futuro agrietado por la retórica del indulto a los militares. Pero con la mirada fija en ese pasado que se pretendía clausurar, para horadar postulados cristalizados en la gramática del perdón.
Amado admite que en Orificio se materializa este profundo malestar, “desde las referencias bárbaras que podía concebir en aquella etapa que se empeñaba en negar el pasado”. Abundan ejemplos, como cuando Orificio se encuentra con una peregrinación de jóvenes con estandartes que aludían a dictaduras y derechos humanos –“trapos viejos y deshilachados”–; jóvenes que pronto serán barridos a balazos sin misericordia. “La cuestión de las identidades no termina de fijarse nunca porque no se sabe el origen de muchos de los personajes, sobre todo el de los niños robados para reeducarlos, para ‘recompaginarlos’. Esta es una expresión que me pareció muy feliz”, pondera Amado.
Afortunadamente, se avecinan tantas lecturas como lectores tendrá esta novela póstuma de Casullo. En un primer esbozo, se podría conjeturar que bajo el ropaje de la ciencia ficción, el escritor y ensayista pretendió taladrar el cauce de un sentido común que había naturalizado la inexorable descomposición social provocada por el tsunami del capitalismo neoliberal. Amado comparte esta aproximación. “Tiene aspectos visionarios cuando narra con minucia una tierra sombría donde parecen sobrevivir los más aptos o los de mejor puntería, donde no hay más pueblo, sino figuras singulares, figuras que están dentro del sistema de representación, pero que finalmente son puras siluetas. Aunque la salvajada iniciada de entrada por el menemismo planteaba un cuadro de situación que podría describirse en estos términos, no me parece que sea una novela en clave alegórica –aclara–. Hay una referencia sobre el tipo de creencia que reclaman los géneros literarios, cuando intenta certificar que lo relatado es lo que pasó, ‘textual’. Y que ‘no se trató de una novela ni de una ficción ni de ensayismo barato’.”
De bestia a líder de una multitud, que responde más al hipotético estado de naturaleza hobbesiano, a una guerra de todos contra todos: éste es el itinerario del héroe en un país “roto”. En el camino, Orificio será recibido por uno de los maestros ancianos, en uno de los pocos barcos arrumbados en el puerto. “Cuando fuimos gobierno se remodeló la ciudad, que volvió a ser, allá por 1950, la armoniosa aldea de barro y paja”, recapitula el anciano. “Repusimos la aldea de los orilleros. Se proyectaron planes de desarrollo nacional de overos y zainos”, continúa enumerando esos progresos remotos, “antes de los años del Gabinete del terror”, sin escamotear una herida: el reproche a un viejo general exiliado que “nos defraudó”. La propia voz del anciano pondrá en remojo sus dichos. “Soñamos el pasado como si fuese lo único que está por empezar, pero de otra forma. Nos queda la nobleza de haber muerto en nuestra ley. No es poca cosa.”
¿Casullo soñaba, en los aciagos ’90, con un peronismo que volviera a empezar? “No sé si se trataba exactamente del peronismo –confiesa Amado–. En todo caso, de las ideas y propuestas del peronismo, pero no su liturgia. El pasado que estaba por empezar, o que había empezado bajo otra forma que a él le entusiasmaba, era el kirchnerismo.” En 2007, Casullo rescató este “eslabón perdido” de sus ficciones para digitalizarlo. Aunque no era nada afecto a la corrección sempiterna, otra vez revisó la versión digital de Orificio: cambió, alteró, retocó. La escena política estaba demasiado convulsionada en 2008, cuando él, en el apogeo de su intervención pública, gestó Carta Abierta, gran usina intelectual de apoyo crítico, y enarboló el vocablo “destituyente” frente al lockout rural. El vértigo de los acontecimientos, el desafío político y la urgencia de la escritura periodística le restaba tiempo. Y sin embargo, Amado fue testigo de cómo se entregó a la corrección sistemática de esta novela, avanzando despacio, con la intención de publicarla. “Yo insistía en que lo hiciera porque a partir de los estallidos del 2001 creía que podía ser leída como extraordinariamente premonitoria. Hasta decía literalmente que iban a llegar a Buenos Aires tiempos fabulosos, temibles, aunque desprendía esta información no de los diarios, sino de ‘manchas en el cielo’.”
Las noticias de los diarios, en esa sociedad en ruinas vislumbrada por Casullo, intrigan “como si fuesen falsas a propósito”. Consternado por los recuerdos, el Alquimista repasa el caos imperante en ese pasado lejano de la novela situado en 2015: la generalización de catacumbas, costumbres neoantropofágicas, inmolación de niños y enemigos, ametrallamiento de transeúntes entre sí, el cuentapropismo en la rama de enterradores y sepultureros, peregrinaciones por las cloacas y la permanente violación anal de encuestadores. La desmesura no tiene límites: “Es la propia población activa la que desea autopulverizar sus deseos, su memoria, y el propio cuerpo”. “¿Cómo leer las discursividades de un período crítico?”, se pregunta el Alquimista. El enigma, no exento de un acento dramático, perfora las trincheras de la ficción. Interrogante beligerante, provocativo, arroja un nudo de discusión trenzado por la pasión política. “Si las cosas ya no se escriben de otra forma, ya no se escriben.” Palabra de Casullo.
* Orificio se presenta hoy, a las 18.30, en el Archibrazo (Mario Bravo 437). Participan: Fernando Spiner, Pablo de Santis, Claudio Zeiger y Gabriel D. Lerman. Actúan Liza Casullo, María Villa y Gabriela Saidón.
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