Lunes, 24 de octubre de 2011 | Hoy
LITERATURA › EL POETA MARTíN GAMBAROTTA FRENTE A LA REEDICIóN DE PUNCTUM
El poemario escrito en 1995, revulsivo para entonces, planteaba el debate interno de la militancia setentista, desde un “castellano punk” que metabolizaba la pedagogía poética de Ezra Pound con la de Leónidas Lamborghini. “Un texto debe tener oído”, dice Gambarotta.
Por Silvina Friera
La operación Gambarotta: o no pasa nada o no se entiende lo que pasa. “El enemigo tiene estilo/ robado de Canal 13”, anota Gamboa, un ex capitán Montonero de la regional Norte, uno de los personajes protagónicos, junto a Guasuncho, Confucio y Cadáver, del poemario Punctum. Estos versos, aunque usted no lo crea, los escribió un visionario poeta de veintipico en 1995. En plena fiesta menemista esa voz emergía como si fuera el comandante de una pseudocélula clandestina que recuperaba, captaba y volvía a poner sobre las páginas de un libro la gramática y la sintaxis del debate interno de la militancia setentista, desde un “castellano punk” rioplatense que metabolizaba la pedagogía poética de Ezra Pound con la de Leónidas Lamborghini. “Toda sangre derramada/ viene de antemano negociada”, dice otro verso. Ese discurso a contrapelo, revulsivo, escrito en los márgenes, no le impidió a Martín Gambarotta, el poeta en cuestión, ganar ese año el Primer Concurso Hispanoamericano organizado por la revista Diario de Poesía. Y ardió Troya en la jungla poética. Las reyertas y objeciones, sofocadas con los años, le dieron una mano a la edición de ese poemario que, publicado originalmente por Tierra Firme en 1996, pronto se agotaría. Fogwill fue el primero en darse cuenta de que pasaba algo. A él –como corresponde– está dedicada la reedición de este texto seminal de los ’90 que dos editoriales independientes, Mansalva y Vox, han puesto otra vez en circulación.
Habrá que cometer el delito de hachar fragmentos del artefacto Gambarotta para graficar, por si persisten las dudas, la bomba molotov que arrojó con Punctum, ese libro de título pretencioso, insolente. Sólo alguien que estaba fuera del sistema literario podía plantear ese combate político. “De izquierda a derecha/ dominante bajo el cielo/ gris gris analgésico”, se lee en una parte, tal vez la menos rabiosa de ese caudaloso poemario narrativo. “La sangre: pacificada/ más suero, en realidad, que sangre./Suero pacífico por sangre/ igual a sangre pacificada;/sangre con suero que anula/ la sangre real”, arremete en otro fragmento. “La violencia organizada/ es superior porque permite/ perpetrar reiterados hechos de violencia/ contra el sistema./ Para derrotar al sistema/ hay que lograr una organización superior/ al sistema, golpearlo varias veces hasta desorganizarlo.” En los comienzos de los ’90, hay un joven Gambarotta en estado de guerra contra el sistema neoliberal, contra “una paz gelatinosa en un estado en bancarrota”.
El lenguaje de Punctum es una estampida arrolladora. Tiene la prepotencia de la disidencia. Cada lector o lectora, en una primera o segunda lectura, podrá elegir esos términos que por alguna razón íntima se tornan luminosos. De pronto “trasca”, que recuerda Página/12, le permite a Gambarotta reponer una necesidad que no ha abandonado. “Esa palabra funciona como una manera de gatillar algo de la narración. La expresión misma, que creo que viene de trascartón, está reflejando un modo del habla que podía ser de alguien del conurbano. Yo tenía un amigo que usaba la expresión. Pero que sea de un amigo es independiente del hecho de tratar de levantar expresiones y hacerlas funcionar en un texto –explica el poeta–. Esto tiene una larga tradición en Zelarayán, que en el prólogo a La obsesión del espacio dice que en una pizzería se escuchan cosas. Muchas veces eso puede ser el gatillador y es parte de lo que se supone que querés meter en un texto: el oído.”
–Esta intención de meter el oído, ¿tenía que ver con el contexto? ¿Sentía que en la poesía de entonces no había oído?
–No sé... aunque puede ser. Para mis textos el oído importa. El idioma que se habla es una zona peligrosa que se puede confundir con lo coloquial, que es otra cosa que no me interesa. Una cosa es lo coloquial y otra la frase de Zelarayán, que a partir de una frase escuchada en una pizzería podía disparar un texto. No sé si había o no oído en la poesía de los ’90. De hecho, La obsesión del espacio es muy anterior, aunque no lo había leído en ese momento. Cuando lo leí, fue una alegría porque encontraba que decía lo mismo que yo pensaba, pero de mejor manera. Sí recuerdo que tenía la necesidad de plantear que un texto tiene que tener oído. En ese sentido, aunque lo escribí yo, andá a saber de dónde vienen muchas de las frases de Punctum. Tenía una atención intensa puesta en lo que se decía en las charlas nocturnas con amigos y conocidos. Y en ese estado medio caótico fueron saliendo los poemas.
–¿Cómo empezó Punctum?
–Quizá por esos tres o cuatro personajes que se conocen y están en una cocina, en una situación nula. Originalmente también había textos anteriores, que sentía que no iban para ningún lado, pero en vez de empezar de cero los retuve. El poema que es una especie de monólogo de Sid Vicious es anterior y está integrado en ese caos. La idea era que había que hacer algo más extenso, más extremo. Para bien o para mal.
–Dentro del combate que propone el libro hay uno dirigido al frente literario: “Todo es acto literario/ y eso apesta”. Ese énfasis en lo que apesta suena bastante rabioso...
–Aunque ahora se volvió un lugar común, suena “indignado” (risas). Es un verso bastante explícito que podría ser cuestionado; pero “eso apesta” es por la necesidad de que los textos estuvieran más integrados a lo que es el realismo de un país. Si uno se guía por el tema, Punctum se lo puede tirar por la ventana, ¿no?, y preguntarse: “¿qué es esto?”. Muchas veces se dijo: “Esto no es poesía”. En Punctum está la pregunta sobre qué es lo literario, cuál es el límite y por qué uno puede percibir, en ese momento, una mirada que queda fuera de plano.
–Como sujeto que enuncia ese verso, lo hace desde el margen de ese sistema literario.
–Claro, yo leía a (Juan José) Saer y me parecía buenísimo, pero me preguntaba: ¿de qué país es esto? Este tipo es claramente un genio, te das cuenta cuando leés la obra de Saer. Pero a la vez también aparecía la pregunta de qué país está hablando, de qué personajes; jóvenes que se mueven como si no existiera la decadencia alrededor. Lo que se escribe desde los márgenes se termina incorporando. Pero hubo un momento en donde claramente escribía de afuera y traía algo que no estaba. Y eso también es hacer literatura. Cuando se produce una reflexión, se empiezan a encender alarmas. Cuando sos joven, tenés esa ventaja: nadie te puede cuestionar a partir de un texto que funciona. No me conocía nadie, estaba armando el tablero como me parecía y nadie esperaba nada de mí. Este potencial tan fuerte quizás en su conjunto lo tuvo la poesía de los ’90: “Cómo nos van a decir que (Néstor) Perlongher sí o no, cómo nos van a decir que Lamborghini sí o no”.
–En Punctum hay un reconocimiento a Lamborghini. ¿Ya lo había leído?
–Había textos que había leído y otros que no. A Zelarayán no lo había leído cuando escribí Punctum. A Lamborghini sí; sus libros ya estaban en Tierra Firme. Aunque Saer también deja puertas abiertas, Lamborghini abría el juego en todo sentido. Donde Saer cerraba, Lamborghini abría puertas al peronismo, hablaba de la base peronista, de lo que no se hablaba. Obviamente que se respira a Lamborghini en los poemas de (Juan) Desiderio, (Daniel) Durand, (Alejandro) Rubio, Washington Cucurto.
–¿Punctum se podría leer como un intento de reescribir El solicitante descolocado, de Lamborghini, en los años ’90?
–No lo veo así porque Lambor-ghini me parece incomparable. Sí creo que desde las cosas que no se decían o no se podían decir se podría comparar. Uno de los temas de Punctum es el peronismo; entonces es medio inevitable pensar en El solicitante descolocado. Quizá viene por el lado de lo subterráneo que puede llegar a tener el peronismo, sus códigos internos, que muchas veces no se terminan de entender desde un lugar no peronista, desde los que no pasaron por esa experiencia. En ese tiempo, mientras escribía Punctum, me despedía del peronismo. El indulto a los militares fue demasiado fuerte para mi estómago. Esa era la despedida de un peronismo que se había vendido. Una despedida que intuyo que Lambor-ghini pudo haber sentido desde otro lugar. Me despedía de algo vivido, presenciado, heredado. Pero no se podía poner sobre la mesa. Si hay algo que no se puede nombrar, pero lo nombrás en un contexto literario, tiene un potencial muy fuerte porque es el único campo que queda disponible para hablar de eso. Era socialmente inaceptable hablar de la militancia de los setenta, de Montoneros, de la izquierda peronista. El gesto pasaba por preguntarse a quién le interesaba el peronismo. Supuestamente a nadie. Entonces aparece un joven poeta que dice: “Me voy del peronismo y acá dejo este texto”. Un poco el espíritu pasaba por ese gesto.
Leer ese gesto como apatía política –tanto en los ’90 como ahora– es pifiar el enfoque, calibrar mal ese réquiem. Su padre, Héctor Gambarotta, economista y militante de Montoneros, se exilió en Inglaterra en 1976 con un hijo que entonces tenía 8 años. La familia regresó en 1983. “Nunca te despedís de pensar la política o de escribir a partir de ese lugar –aclara el poeta–. No quiero un estado manejado por Santo Biasatti, leyendo las noticias a las ocho de la noche y metiéndole miedo a la población. Antes de la guerra de los medios, veía Telenoche y me daban ganas de llorar. Querer construir un país con las noticias leídas de esa manera es un suicidio. Después podés discutir qué tipo de Estado querés, pero sin olvidar que hay una dimensión política que está jugando en todo momento. Y siempre se va a manifestar.”
Gambarotta fue al velatorio de Néstor Kirchner. Estuvo haciendo la cola durante más de seis horas hasta que pudo entrar a despedirse. “Ese velatorio fue devastador para los no peronistas. Aniquiló por completo lo que ellos querían aniquilar del peronismo: ‘Van por la plata’. En el momento en que nadie va por la plata ni por el aparato, pierden. Ven las banderas, ven a los jóvenes, ven la estrella federal, y lo que está en juego ahí es la izquierda peronista. Los jóvenes ahora cantan nuevamente ‘no nos han vencido’. Eso los desespera porque armaron todo un embalaje socialdemócrata para vencer al peronismo. Y les salió un Kirchner”, analiza el poeta. “Ahora podés poner a Lamborghini sobre la mesa y a ciertos textos de los ’90 y son discursos de ‘consenso’, cuando eran discursos completamente disidentes. Lo difícil es ser disidente todo el tiempo.”
–Si el discurso de Punctum era anacrónico y disidente en los ’90, hoy quedó en evidencia otro tipo de anacronismo, por ejemplo el de los socialdemócratas.
–Lo que estaba sucediendo era lo siguiente: Menem estaba vendiendo lo que se conocía como peronismo, los grupos dominantes estaban comprando lo que ellos pensaban que era el peronismo. ¿Estaban comprando para siempre el peronismo? En ese entonces pensaban que lo habían comprado para siempre. Visto desde el no peronismo, muchos creyeron que sí, hasta que quedó en evidencia, con Kirchner, que no. Punctum habla de esa transacción en la que algunos creyeron que compraban al peronismo a partir de Menem, que eliminó su bagaje incómodo pero supo manejar la retórica histórica del peronismo. Esa lectura era fallida en términos concretos porque ahora lo que se entendió por peronismo se volvió a reinventar. Y como dice (Jaime) Durán Barba, el kirchnerismo logró que el peronismo sea joven de nuevo. Es decir que esa compra tenía fecha de vencimiento. Quizá Punctum hablaba de esa transacción, pero advirtiendo que la historia del peronismo es más rica y compleja.
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