Viernes, 2 de diciembre de 2011 | Hoy
LITERATURA › CHARLA DE FERNANDA GARCíA LAO, FABIáN CASAS Y HERNáN RONSINO
“Argentina y sus jóvenes autores: textura de palabras” fue el nombre de la mesa de la FIL moderada por Gabriela Cabezón Cámara. Los tres escritores, muy distintos entre sí, coincidieron en que son “la punta pequeña” de la producción literaria del país.
Por Silvina Friera
Desde Guadalajara
Los “secretos” argentinos y latinoamericanos circulan de actividad en actividad en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Como si no fuera suficiente tanto trajín, andan también de fiesta en fiesta por las noches tapatías. La dicha colectiva ensancha sonrisas, pero no puede mantener a raya la expansión ilimitada de las ojeras de escritores y editores que participan en esta 25ª edición. Primeras lecturas de literatura argentina, sensaciones y recuerdos que se tejen y destejen, que vuelven una y otra vez. Fernanda García Lao se reconoce en el espejo de los delirantes y dislocados, y su escritura es tan física que “se puede tocar”. Fabián Casas remonta la cuesta de su falta de imaginación, destripando siempre el mismo juguete que le permite “drenar historias”. Hernán Ronsino explora la “lengua argentina” y propicia un trabajo artesanal con las palabras. Los tres saben que son apenas “la punta pequeña” de una proliferación de voces. De todo esto y mucho más hablaron en la mesa “Argentina y sus jóvenes autores: textura de palabras” –organizada por la Embajada Argentina en México y la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería argentina–, moderada por la escritora y periodista Gabriela Cabezón Cámara.
En la casa de García Lao leían con devoción la novela Zama, de Antonio di Benedetto. Cuando se exilió en España junto con su familia, la escritora se identificó con Eva Perón, de Copi, como una “figura extraña y fuera de lugar”. Casas viajaba en el subte de la línea E con Rayuela, de Julio Cortázar, en la mano y pensaba: “Si llego a entender este libro, voy a ser un genio”. Y confesó que lloró con Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, como su madre lloraba con la telenovela Muchacha italiana viene a casarse. El primer libro que compró Ronsino fue Final de juego, de Cortázar, después de haber visto el documental de Tristán Bauer sobre el escritor. El impacto fue tan fuerte que hasta cambió de carrera: Ciencias Económicas por Sociología. La tradición literaria siempre es una obra en construcción; cada uno se sirve de los materiales más afines a sus inquietudes. La autora de Muerta de hambre es una pariente de los delirantes, perdidos y dislocados. Uno de sus “tríos” capitales, esos que la llevan a “perderse”, está conformado por Copi, Juan Filloy y Witold Gombrowicz.
“Cuando uno lee, se alimenta de muchas tradiciones”, señaló Ronsino, que prefiere trabajar con la exploración de la “lengua argentina” en la línea de Conti, Rodolfo Walsh, Juan José Saer y Manuel Puig. “Me interesa mucho la relación con la historia, de qué modo la historia modela la lengua y cómo los imaginarios afectan la historia. La literatura no cambia la historia, pero deja huellas y funda tradiciones”, subrayó el autor de La descomposición. Casas, en cambio, comentó que cuando leía a sus contemporáneos –Daniel Durand, Daniel Rojo, Sergio Raimondi y Laura Wittner– sentía que estaba leyendo a los clásicos. Y ponderó el valor que tienen para él las “cosas mestizas”. “Uno agradece haber nacido en la lengua de (Ricardo) Zelarayán”, agregó el autor de Los Leemings.
“Soy fiel a mi propio imaginario, me gusta trabajar con el lenguaje como si fuera un cuerpo, pero sin repetir la coreografía lingüística y espacial”, aseguró García Lao. “Mi escritura es muy física, creo que se puede tocar.” Casas apeló a sus consabidos bocadillos. “Si tuviera imaginación, hubiera escrito Harry Potter y me habría hecho millonario. Yo trabajo con una sola cosita, con un solo juguete que dreno en historias. Mi escritura parte de una idea de imposibilidad.” En las cuerdas de las similitudes, Ronsino reconoció que al optar por un tipo de escritura fragmentaria se comunica con parte de la propuesta estética de García Lao. El interés por un espacio geográfico delimitado lo une a Casas. Mientras Ronsino coloca a sus criaturas en un pueblo pampeano –Chivilcoy o su periferia–, el autor de Ocio bucea por las calles del barrio de Boedo.
Todo recorte literario o lista de escritores es caprichoso. “Somos bien distintos, reflejamos visiones distintas de la literatura; pero afortunadamente hay muchas líneas narrativas y estilos diferentes –planteó García Lao–. Lo que más me interesa es que nos estamos leyendo; que a partir de la crisis capital de 2001, la literatura argentina ha crecido de la mano de editoriales pequeñas y a riesgo de que no te lean y que a nadie le importe. La escasez de lectores me fortifica.” Los tres son apenas “una punta pequeña” de lo que se está produciendo en la Argentina. “En nuestro país, a los escritores no les da bola nadie; no ocupan un lugar, y eso es como una bendición porque hace que estés preocupado sólo por escribir”, opinó el autor de Tuca. En desacuerdo con esta concepción de “no lugar”, Ronsino afirmó que el escritor sí ocupa un lugar. Después de la crisis de 2001, una generación de autores construyó espacios de lectura, revistas artesanales y pequeñas editoriales. “En diez años los escritores encontraron un lugar y fueron construyendo espacios de encuentros, más allá de la diversidad de estéticas”, ponderó Ronsino. Casas aclaró que cuando dice que los escritores no ocupan ningún lugar lo postula en términos de que ya no existen “escritores faros”.
Cabezón Cámara preguntó si había algún mexicano en la sala. Quería saber si los autores y autoras mexicanos tienen tanta libertad para escribir. Una mujer mexicana le respondió: “No podemos escribir lo que se nos da la gana; hay temor a decir lo que está sucediendo. Hay tantas voces y tanto ruido que no sabés a quién puedes leer”. García Lao aportó su mirada: “En la Argentina partimos de la base de que nadie es sensato. Nadie espera nada de nosotros. No sé si hay un discurso confiable o una voz a seguir, y ahí está ese permiso de ser lo que tengas ganas de ser. Lo que pasó es que se multiplicaron las visiones, y son todas válidas y son todas inválidas a la vez, y uno elige qué leer y qué escribir”. Ronsino afirmó que la literatura es “un espacio de resistencia para recuperar y transmitir experiencias”. La autora de La piel dura advirtió que “uno tiene que ganarse a cada lector casi como a un amante esquivo”, entonces la literatura queda “como una especie de prehistoria, como si desarrollar un discurso fuera algo fuera de época”. Ronsino propone el trabajo artesanal con las palabras, “tomarse el tiempo que sea para escribir un libro”. Casas postula que la escritura “siempre está puesta en estado de pregunta”. El epílogo de la charla se escribió con una feliz coincidencia: “Lo propio de la literatura es el tiempo lento”.
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