Mié 21.12.2011
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LITERATURA › ORHAN PAMUK BRINDó UNA CHARLA EN EL MALBA

Escritor entre dos mundos

“Lo que hace que las novelas sean interesantes es algo secreto que fluye, una verdad sugerida sobre qué es la vida”, dijo el autor turco, Premio Nobel 2006. Sin mucho entusiasmo, habló de su último libro, El novelista ingenuo y sentimental, y de su admiración por Borges.

› Por Silvina Friera

La expectativa que generó la visita de Orhan Pamuk se desvaneció a los pocos minutos de que el Premio Nobel de Literatura comenzó a hablar en el Malba. Aunque el escritor turco cultivó una amabilidad distante y por momentos transitó las vías de la ironía, el matiz esquivo de su ánimo empezó a tejer lentamente las redes de una probable decepción. “Cuanto mayor sea el éxito que logre el novelista en su afán por ser a un tiempo ingenuo y sentimental, mejor escribirá.” Esta consigna, suerte de imperativo categórico pamukiano, es la médula ósea de su último libro, El novelista ingenuo y sentimental (Mondadori), que presentó en la noche del lunes. “Debo confesar que yo pensé tanto en visitar esta ciudad que al final ésta ha sido una visita nostálgica y desilusionante”, dijo Pamuk, quien el fin de semana estuvo husmeando manuscritos y contemplando fotos en la Fundación Internacional Jorge Luis Borges. “Quería ir a los lugares tempranos de Borges, tenía un conjunto de imágenes en mi mente, emociones para explorar. ¡Pero todos me decían que esa ciudad había desaparecido hace 50 años!” Ingenuo y honesto hasta el asombro, el autor turco completó el paisaje de esa tenaz desilusión cuando agregó que se encontró con una Buenos Aires en apariencia “europea”, donde pudo “captar” lo local, “que tiene también su aspecto de pobreza global”.

Pamuk soñó con ser pintor y probó suerte con la carrera de arquitectura. Aspiraba a emular a Le Corbusier en esos años universitarios. Pero a los 23 años descubrió la pasión por la novela. Estambul, ciudad en la que ahora vive sólo seis meses –el resto del año reside en Nueva York–, influye en el ánimo de quienes la habitan y la visitan. Flaubert, Nerval y Gautier, entre otros, estuvieron por los pagos natales del autor de Me llamo Rojo y escribieron sobre Estambul. El Premio Nobel de Literatura 2006 recordó que a la hora de escribir Estambul. Ciudad y recuerdos se preguntó cuál era “el sentimiento dominante en el paisaje estambulí”. A poco de explorar la respuesta cayó en la cuenta de que era la melancolía. “La melancolía turca es diferente a la occidental; se puede comparar con una suerte de ética vinculada con lo que los japoneses llaman ‘la nobleza del fracaso’”, precisó. Y agregó que Octavio Paz hizo lo mismo cuando captó el “espíritu” de la nación mexicana. Lector voraz de autores latinoamericanos, subrayó que tuvo suerte al haber leído de todo. Cuando decidió archivar la arquitectura y comenzó a escribir, florecía el boom de la literatura latinoamericana. El primer Borges lo leyó en turco; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, también lo paladeó en su propio idioma. “Cuando llegué a Estados Unidos, en 1985, con 32 años, todas las librerías estaban llenas de literatura latinoamericana y todo el mundo hablaba de los libros latinoamericanos como se podía hablar de la literatura persa o árabe”, evocó Pamuk en el momento en que alcanzó la cúspide de su volátil entusiasmo.

Mientras la escritora y periodista Matilde Sánchez presentaba al escritor turco, Pamuk desabrochó su reloj y lo desplegó sobre la mesa, como si calculara de antemano el tiempo exacto que le destinaría a la última obligación de una gira sudamericana que lo llevó a visitar Brasil, Chile y Uruguay. “Pamuk está más allá del color local por la precisión de su ironía”, ponderó la presentadora y añadió que escribe a partir de “un anhelo de clasicismo y de universalidad”. Después de analizar la obra del premiado escritor, traducido a más de cuarenta idiomas, aportó anécdotas que provocaron las primeras carcajadas del público. Sánchez reveló que el autor turco es “temido por sus alumnos” porque los obliga a leer doscientas páginas por semana. “Toma notas en un cuaderno con caligrafía de mosquito y tiene buen sentido del humor”, destacó antes de que lo convidara a reflexionar sobre algunas de sus obras. A su novela La vida nueva la definió como “un libro oscuro que no puede explicar”.

–Orhan, ¿por qué escribiste esta novela? –lo increparon varios amigos.

Aún no lo sabe. Pero anunció que en cinco años tal vez se atreva a bosquejar una fundamentación. “De los otros libros puedo hablar dos horas, pero La vida nueva quiero que sea un misterio para mí.” Con la ironía flameando por su fluido inglés de-salentó a quienes no se hayan animado a esa indescifrable novela. “Si no quieren demasiada tortura, no la compren.” Sobre El castillo blanco, elogiada en su momento por John Updike, expresó que “uno escribe y la novela toma su propio ritmo lúdico con o sin moraleja”. Pamuk reconoció que es un escritor “enciclopédico” a quien le gusta introducir un “chistecito” entre líneas. “Quiero ser un escritor ingenuo; se puede ser juguetón e infantil de forma calculada y dejarse llevar por la historia, sentir que es buena, entregarse a esta creencia mística en los poderes de la escritura. Eso es la inocencia y la ingenuidad”, aseguró el autor de Nieve, calificada por él mismo como su “primera y última novela política”, cuyas doscientas primeras páginas dan cuenta de lo que él vivió cuando visitó la ciudad de Kars.

Pamuk apenas soltó prenda de algunas cuestiones políticas. “El orientalismo es la dominación occidental, la invención de un Oriente mítico –reflexionó el escritor turco, cuya obra hurga en las tensiones culturales que atraviesan su país–. En Turquía estamos un poco en Europa y un poco en Asia y se discute si hay que ser más occidental o más oriental. La cultura es política, ya lo sabemos. Pero no quiero que los que visitan Estambul estén pensando todo el tiempo en esta dicotomía entre Oriente y Occidente, aunque el choque cultural es parte de la identidad turca.” El autor turco contemporáneo más importante admitió que Anna Karenina es una de las novelas más perfectas jamás concebidas. “La estudié tanto, la conozco muy bien y la enseño también en mis clases, y cada vez que la leo es como una experiencia de vida.”

El final se avecinaba. Un par de veces miró el reloj con impaciencia. De repente pidió bajar las luces y aceptó algunas preguntas del público. “¿Cuál es la crítica literaria que prefiere?”, fue la primera. “¡Es tan buena pregunta! La crítica que dice que mis libros son muy buenos”, contestó con una gran sonrisa. Pamuk objetó que exista una fórmula para armonizar modernidad con tradición. “Borges lo hizo: escribió sobre el Martín Fierro pero también sobre literatura universal.” En cuanto a las novelas que le dieron una sensación de libertad, antes de responder, retrucó: “¿Me preguntan por los libros para ver si a ustedes les abren la mente?”. Sus maestros son cuatro: León Tolstoi, Fiódor Dostoievski, Marcel Proust y Thomas Mann. “No dejo de leerlos, los quiero emular pero no puedo. Ellos fijaron las normas.” Además mencionó a Italo Calvino, Vladimir Nabokov, William Faulkner, Gabriel García Márquez y Borges. “No hay final de la lista; soy un poco fundamentalista, en el sentido de que no se debe hablar de un único texto, sino de especies de mapas que te orientan en tu camino.” La extensa fila de lectores de Pamuk pudo comprobar la “caligrafía de mosquito” del hombre que se considera un “escritor de la humanidad”.

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