LITERATURA › PHILIP ROTH GANó EL PRíNCIPE DE ASTURIAS A LAS LETRAS
El escritor norteamericano de 79 años, autor de El mal de Portnoy y La conjura contra América, superó al japonés Haruki Murakami, otro de los favoritos, y se alzó con el premio, por el que recibirá 50 mil euros y una estatua de Joan Miró.
Como todos los años, en el 2012 volvió a sonar el nombre de Philiph Roth para el Príncipe de Asturias a las Letras. Sólo que esta vez el escritor de 79 años finalmente sacó todos los números y le aguó la fiesta al japonés Haruki Murakami, al convertirse en el ganador del premio que anualmente entrega la Corona española en la ciudad asturiana de Oviedo. Cuando se conoció la noticia, ayer por la mañana, el escritor estadounidense recordó a su amigo Carlos Fuentes, el autor mexicano que murió el 15 de mayo pasado por una hemorragia digestiva: “Ojalá estuviera vivo para poder escuchar su meliflua voz al otro lado del teléfono ofreciéndome sus felicitaciones a su elegante manera”, se lamentó Roth en un comunicado de prensa.
Hijo de inmigrantes judíos que habían llegado a Estados Unidos desde Galitzia, Ucrania, Roth nació en Newark, Nueva Jersey, en 1933. A los 26 años publicó su primer libro, Goodbye, Columbus, por el que al año siguiente ganó uno de los premios más prestigiosos de la literatura norteamericana, el National Book Award. Hasta 1992, cuando abandonó la docencia para dedicarse de lleno a la literatura, Roth llevó la enseñanza universitaria y el oficio de escritor por caminos paralelos: graduado en la Universidad de Bucknell, fue profesor de Escritura Creativa en las universidades de Chicago, Iowa y Princeton y de Literatura Comparada en la Universidad de Pennsylvania.
Junto con el Premio Nobel (para el que resuena como candidato todos los años), el Príncipe de Asturias era, hasta ayer, uno de los pocos reconocimientos que se le habían escapado: en los últimos cincuenta años, Roth fue premiado más de 17 veces. En dos ocasiones ganó el National Book Award y el National Book Critics Circle. También recibió un Pulitzer y un premio del PEN Club por una de sus novelas más famosas, Pastoral americana, que publicó en 2007. La lista de galardones sigue y cualquier recorte es arbitrario: en 1998 recibió la Medalla Nacional de las Artes de Estados Unidos, en 2004 la Sociedad Estadounidense de Historiadores lo premió por su novela La conjura contra América y en 2011 se llevó el Premio Booker Internacional.
Destacado por el crítico norteamericano Harold Bloom como uno de los escritores vivos más importantes de Estados Unidos –honor que compartió con Cormac Mc Carthy, Don De Lillo y Thomas Pynchon–, Roth se ha convertido en uno de los escritores más prolíficos e interesantes de su generación. Publicó casi treinta novelas y en cinco décadas nunca le faltó un título que deslumbrara a la crítica y/o rompiera records de venta. Su primer éxito fue El mal de Portnoy (o La queja de Portnoy, según la traducción de Portnoy’s Complaint), que publicó en 1969, y donde abordó, con el humor corrosivo que lo caracteriza, la relación entre padres e hijos, cruzada, como en buena parte de su literatura, por la problemática de la asimilación de la comunidad judía en Estados Unidos. El éxito fue tal que el libro se hizo película: en 1972 el director y guionista Ernest Lehman la llevó al cine. Ese mismo año Roth publicó El pecho, donde narra la historia de un profesor de literatura que un día, como el Gregorio Samsa de La metamorfosis de Kafka, se despierta convertido en el pecho de una mujer. Pronto retornó al tono íntimo e introspectivo de El mal de Portnoy con la publicación en 1974 de Mi vida como hombre.
En Pastoral americana, publicada en 1997, Roth volvió a utilizar la figura de Nathan Zuckerman, protagonista de varias de sus novelas y al que la crítica suele señalar como su alter ego, para narrar la angustia del Sueco, héroe juvenil de los niños judíos de Newark, que en los ’60 colapsa ante el derrumbe del mundo tal y como lo conoció. Esta novela fue la primera de la Trilogía Estadounidense, que se completó con la publicación de Me casé con un comunista, en 1998, y La mancha humana, en 2001. En 2005 Roth volvería a meterse con la sociedad norteamericana en La conjura contra América, su novela más célebre de los últimos años, y donde plantea una distopía: el presidente norteamericano Franklin Roosevelt ha sido vencido en las urnas por el aviador antisemita Charles Lindbergh, al que no le tiembla el pulso para firmar un acuerdo de paz con Adolf Hitler. El narrador es un escritor adulto que recuerda cómo vivió en su niñez esta situación como miembro de una familia judeonorteamericana.
Veinticuatro candidatos de once nacionalidades compitieron por el Príncipe de Asturias que finalmente ganó Roth y por el que recibirá 50 mil euros y una escultura de Joan Miró. El año pasado fue el compositor, poeta e intérprete canadiense Leonard Cohen quien se llevó el premio que desde el 2000, cuando fue premiado el guatemalteco Augusto Monterroso, no se entrega a un autor de habla hispana. En su fallo, el jurado, presidido por José Manuel Blecua, director de la Real Academia Española, destacó que Roth “posee una calidad literaria que se muestra en una escritura fluida e incisiva. Sus personajes, hechos, tramas conforman una compleja visión de la realidad contemporánea que se debate entre la razón y los sentimientos, como el signo de los tiempos y el desasosiego del presente”. Desde 1981, cuando se otorgó por primera vez, recibieron el Príncipe de Asturias autores latinoamericanos como Mario Vargas Llosa y Camilo José Cela.
Cuando ya casi no le quedan premios por ganar ni honores por alcanzar en la literatura (hoy es el único escritor vivo cuya obra completa está siendo editada por The Library of America), Roth desafía con una teoría que hace tambalear todo el edificio de su reconocimiento. En varias entrevistas, el escritor de 79 años presagió la muerte del lector: “La clave no es trasladar libros a pantallas electrónicas. No es eso. No. El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesitáramos una antena y la hubieran cortado. No llega la señal. La concentración, la soledad, la imaginación que requiere el hábito de la lectura. Hemos perdido la guerra. En veinte años, la lectura será un culto”, aseguró en 2008. Ante el asombro del periodista, que preguntó cómo será ese futuro aterrador, Roth no vaciló: “Será un hobby minoritario. Unos criarán perros y peces tropicales, otros leerán”.
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