¿Y si en algún lugar, ahora mismo, estuviera cautivo el libro que tanto nos gustaría leer? Es un sueño recurrente: está perdido en un cajón, en la computadora de su autor o autora, rechazado o ignorado, a la espera de una mejor ocasión, corriendo el riesgo de no llegar jamás a sus lectores. Esta fantasía, lindera entre la esperanza y la desesperanza extremas, imposible de comprobar (ya que apenas se publica, la hipotética obra pierde su carácter de Grial), está en el fondo de toda editorial: debe existir, en algún lugar, un libro que lo merece pero no es publicado, traspapelado en la impericia o la desconfianza de su autor, por el descuido de editores, por las inclementes leyes del mercado o por cualquier otra forma de la pereza. Hay que encontrarlo, hay que rescatarlo. Los concursos literarios, por más que se desconfíe de ellos y que tengan una gran limitación si es que se los compara con la varita mágica, son el recurso más público, democrático y festivo de esa fantasía. Además, a veces se cumple. Lanzar una convocatoria al aire y luego elegir en la maraña que llega, el concurso literario se apoya en la ilusión de que hay algo más, se apoya en la pretensión de autoría que tienen los que escriben y culmina colocando en un estante visible al libro en cuestión, señalando para dónde mirar, qué leer.

Esta condición de búsqueda y de celebración es en principio lo que llevó a que, en el año 2007, Página/12 festejara su cumpleaños número 20 con el lanzamiento de su Primer Concurso Nueva Novela. La respuesta, tanto en cantidad como en diversidad de obras –que llegaron desde casi todas las provincias del país y fueron un poco más de setecientas– seguida del hallazgo de un “libro cautivo”, Las primas de Aurora Venturini, impulsan a que en este nuevo número especial, los 25 años, este diario vuelva a probar suerte con una segunda edición de aquel concurso. La relación fundante entre periodismo y literatura que ha configurado el estilo y el modo de entender la comunicación de Página/12 es otro de los factores que vuelven natural y necesaria la búsqueda en este terreno. A eso habrá que sumarle o señalar en primer término que contar entre sus firmas habituales con lo más reconocido y talentoso del periodismo y también de la literatura asegura un jurado por el que vale la pena resultar elegido. No se trata de un premio sortija sino una elección entre autores y lectores críticos. En la edición 2012, el jurado está integrado por Alan Pauls, Juan Forn, Sandra Russo, Guillermo Saccomanno, Juan Sasturain, María Moreno, Juan Boido y Aurora Venturini.

Sin dudas esta ecuación estuvo presente no sólo en la confianza de quienes enviaron sus obras sino en los editores que miraron con interesada atención la lista de los seleccionados. No es casual que siete de las diez novelas que resultaron preseleccionadas en aquella oportunidad hayan sido publicadas casi inmediatamente por grandes editoriales como Alfaguara, Mondadori y Planeta, así como por editoriales independientes como Entropía y El fin de la noche, por ejemplo. Las tres novelas elegidas como ganadoras, Las primas, Sobre el río (de Federico Leguizamón) y Miramar (Gloria Peyrano) no sólo están entre las reconocidas sino que además, por estilos, temáticas y particularidad de sus voces, dan cuenta de la amplitud y diversidad de factores a la hora de leer y elegir que ha tenido el jurado. El hallazgo de Las primas, definida entonces por Alan Pauls como “una novela única, extrema, de una originalidad desconcertante que obliga al lector a hacerse muchas de las preguntas que los libros suelen ignorar o mantener cuidadosamente en silencio”, confirma, sobre todo si se tiene en cuenta además que su autora había llegado a sus 85 años escribiendo sin pausa e intentando publicar obras sin el menor reconocimiento, esa fantasía de descubrimiento.

Luego de recibir el premio y de ser editada por este diario, Las primas fue traducida al italiano y al francés, reeditada en España por Mondadori, editorial que en estos cinco años ya ha publicado dos libros más de esta autora, la novela Nosotros los Caserta y por estos días, la colección de cuentos El hijo de mi madrastra.

Ir en busca de la “nueva novela” no significa necesariamente dar prioridad a una cuestión de edad, ni de temática ni de recursos, ni siquiera se trata de una invocación desesperada a la originalidad. La nueva novela es la que por alguna de todas las razones que instauran un hecho literario implica cierta ruptura, un golpe a la corrección y a la monotonía, una provocación al deseo de seguir leyendo.