LITERATURA › ANDREA FERRARI Y SU NOVELA LA NOCHE DEL POLIZóN
Todo comenzó con una nota periodística sobre tres chicos africanos que huyeron a través del océano: en ese encuentro, la escritora tropezó con el germen de una novela formidable, un viaje fascinante y emotivo que evita los lugares comunes.
› Por Karina Micheletto
“Hace cinco años que Karmo no sabe nada de su hermano. Hace cinco años que Karmo tuvo que huir de su casa en Liberia y separarse de su familia, en medio de una guerra. Y hace dos que se subió de polizón a un barco y terminó en la otra punta del mundo. Ahora, la gente de la Cruz Roja encontró a su hermano y organizó una llamada. Tiene muchas preguntas, pero una le ronda con más fuerza: ¿cómo traer a su hermano desde Monrovia a Buenos Aires?” Ya desde su contratapa, La noche del polizón, la novela que acaba de publicar Andrea Ferrari, planta con fuerza una historia y un protagonista. Adentrarse en la lectura de este libro, que en principio aparece dirigido a un público adolescente, pero que como toda buena historia desconoce fronteras de recepción, resulta un viaje fascinante, conmovedor y ciertamente revelador.
Ferrari ejerció el periodismo –durante veinte años integró el staff de Página/12– pero desde hace unos años se dedica por completo a la literatura infantil y juvenil, tras haber publicado una cantidad de títulos y obtenido importantes reconocimientos y premios como el Barco de Vapor de España, por El complot de Las Flores (2003) y el Premio Jaén de Narrativa Juvenil por El camino de Sherlock. En su reciente novela la escritora logra situarse –y situar a los lectores– en la piel de un adolescente africano que debe sobrevivir como refugiado en Buenos Aires. Su historia implica una enorme distancia cultural y un tremendo drama humano; es la historia del otro, el diferente, el marginado. Pero en esa cercanía que logra Ferrari Karmo aparece no como alguien digno de lástima, sino como un par con el que cualquier adolescente podría identificarse, con sus sueños y temores, su timidez que es escudo, su historia de amor, que no tiene componentes épicos ni de culebrón, pero es sumamente tierna. Sin miradas piadosas ni golpes bajos de por medio, la potencia de esta historia se agiganta.
Ferrari cuenta que un primer disparador para esta novela apareció unos ocho años atrás, en su trabajo periodístico. Supo que tres chicos que habían llegado como polizones desde Africa estaban transitoriamente en la casa de una señora que había ofrecido alojarlos, en Olivos, y se propuso entrevistarlos. “Fue una nota difícil. Yo había leído que uno de los chicos era de Liberia e ingenuamente pensé que no habría problemas de comunicación, porque hablaría inglés. Pero su inglés tenía muy poco que ver con mi inglés, así que parte entendí y parte adiviné”, recuerda. “Con mi francés básico de secundaria logré alguna comunicación con otro de los chicos, que era de Guinea. El tercero sólo hablaba susu, el dialecto de su zona, que era además la lengua con la que se comunicaban entre los tres. Así que hubo muchos gestos, muchos supuestos... Aun con todas esas limitaciones, la historia me impactó.”
–¿Qué elementos tenía esa historia?
–Estos chicos se habían conocido en el puerto de Conakry (Guinea). Habían subido a escondidas a un barco, sin saber muy bien adónde irían a parar. Eran cinco, pero dos murieron en el trayecto. Habían viajado, como muchos otros chicos, en un lugar sumamente precario: un pequeño espacio que se usa para reparaciones, por donde pasa el eje de la hélice. De allí pueden caer con facilidad al océano. Después de dieciséis días en que se les acabó toda la comida y el agua, los tres que sobrevivieron llegaron famélicos, deshidratados, enfermos. No tenían idea de dónde estaban. Alguien les dijo que era Argentina. Y para ellos la única referencia de Argentina era Maradona. Suena a lugar común, pero era así: no sabían dónde quedaba este país, qué lengua se hablaba, qué tipo de gente encontrarían, qué podía pasarles. Sólo Maradona.
La noche del polizón es claramente una historia de ficción, una novela construida como tal. Su punto de partida, sin embargo, fue absolutamente real, y es fácil adivinar, detrás de este texto de ritmo, tono y punto de vista precisos, un trabajo de investigación sin el cual no hubieran sido posibles una cantidad de elementos que hacen al verosímil de la historia. “La historia de esos polizones siguió girando en mi cabeza durante mucho tiempo, hasta que decidí encarar una novela. Y sí, para eso me puse a investigar sobre los chicos que llegaron en los últimos años, escapando de las guerras y la miseria en Africa”, confirma Ferrari.
–¿Cómo siguió?
–Logré volver a encontrar a uno de los tres chicos que había conocido antes, que me contó su difícil experiencia en el país. Luego entrevisté en Rosario a Mohmed Baldé. Es uno de los primeros africanos que llegó como polizón y uno de los más chicos: sólo tenía trece años. La suya es quizá la experiencia con un final más feliz, porque logró una buena integración. Lo acogió una familia en su casa, fue a la escuela, cosas que pocos consiguen. Después tomé contacto con la gente de la Comisión para la Protección y Asistencia al Migrante y Refugiado, de la Defensoría General de la Nación. La encabeza Marcos Filardi, que actúa como tutor de los menores que piden refugio. Hacen un muy buen trabajo, dándoles contención y apoyo. A través de ellos conocí a más chicos. También entrevisté a profesores de español, a la gente de la Cruz Roja, en fin, de todo un poco. Pero lo más importante fueron las voces de los chicos. Algunas imágenes de lo que contaron me acompañaron mucho tiempo. Como la del chico que llegó nadando. Cuando su barco se acercó al puerto de Buenos Aires el guarda que lo había escondido le dijo que tenía que tirarse, que nadie podía verlo. Era agosto, hacía frío y nadó hasta alcanzar el puerto. Y empezó a caminar buscando ayuda, sin saber en qué país estaba. Como un náufrago que sale del mar.
–¿En qué público pensó cuando se puso a escribir?
–Creo que el público natural para este libro es adolescente. De todas formas, intento no pensar en un lector muy determinado cuando escribo. A diferencia de los autores de literatura “para adultos”, los que escribimos para chicos y adolescentes estamos de cierta forma definidos por nuestro destinatario. Pero si uno escribe pensando este libro es para diez años o para doce o para catorce, se limita mucho. Prefiero dejar que sea el editor, en última instancia, quien defina eso. En este caso, sin embargo, me propuse que el punto de vista de la narración fuese el de Karmo, mi protagonista. Que fuese su mirada la que marcase el tono del libro. Y como Karmo es un adolescente, aunque venga de un mundo muy distinto, en muchos aspectos su mirada es similar a la de otros adolescentes.
–¿Se propuso algún objetivo de “integración”, o solo quiso contar una buena historia?
–No, no hubo de mi parte una intención pedagógica, no me planteé “hablar de integración”. Lo que quería era, en lo posible, salirme de mi lugar y ver las cosas como lo haría Karmo. Durante la investigación, algo que saltaba con frecuencia en las conversaciones con los chicos era la manera en que los miraban por la calle. A la mayoría de ellos les impacta de entrada que en Argentina haya tan pocas personas negras. Esa una de las primeras cosas que preguntan al bajar del barco: ¿adónde están los negros? Después empiezan a notar cómo los miran, una mirada que es curiosa pero también muy a menudo hostil. En algunos casos la hostilidad es directa: gente que ni siquiera los conoce les grita cosas como “negro de mierda” o “andate a tu país”. Algunos logran con el tiempo ser indiferentes a las miradas, otros viven bajo ese influjo. Yo me propuse ponerme, tanto como fuera posible, en la piel de Karmo y contar su percepción de esa mirada. Que fue lo más complicado del libro, porque por mucho que quisiera achicar las distancias, me separan varios mundos: cultural, social, lingüístico... En la versión inicial el libro estaba escrito en primera persona, pero algo en el tono no terminaba de cerrarme. Por eso luego lo pasé a la tercera y si bien el punto de vista sigue siendo el de Karmo, eso me permitió tomar un poco de distancia.
–Es interesante que no situó a la Cruz Roja o a algún mediador, ni otros inmigrantes entre las relaciones más fuertes de Karmo. El profesor y la novia son relaciones logradas por él, las construyó. ¿Cómo trabajó estos personajes?
–En el caso del profesor, el vínculo surge de una simpatía inicial y se afianza con una experiencia que los une. Pero no es una relación de pares: cada uno guarda su lugar en el vínculo profesor-alumno. En el caso de Lucía es diferente. Intenté que la relación resultase verosímil. Desde Karmo, es lógico: en la comunidad de refugiados africanos no hay casi mujeres y se buscan contactos con chicas argentinas o inmigrantes de otros orígenes. En el caso de Lucía, pensé en esa atracción inicial como parte de su rebeldía adolescente. Ella está en pleno enfrentamiento con sus padres y Karmo es seguramente el candidato que más va a fastidiarlos. Sobre eso van construyendo una relación que aparece como posible, pero difícil.
–¿Qué devoluciones recibió?
–Recién empieza a circular, de modo que por ahora no he tenido más que comentarios de adultos. No hubo oportunidad aún de visitar ninguna escuela donde lo hayan leído. Esas visitas son algo habitual para quienes escribimos literatura infantil y juvenil. Son experiencias interesantes, porque los chicos no tienen pelos en la lengua y dicen con mucha soltura lo que les gusta, lo que no les gusta o cómo les gustaría que fuera. De modo que todavía estoy a la espera de conocer sus opiniones.
* Andrea Ferrari firmará ejemplares de La noche del polizón en la Feria del Libro Infantil, el próximo viernes 20 a las 16, en stand de Norma.
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