LITERATURA
Se despertó cuando el agua ya lo había cubierto casi por completo. Apenas quedaba afuera su cabeza inclinada, la boca buscando el aire con desesperación. En el mismo instante en que abrió los ojos se incorporó violentamente y la cama entera se balanceó, como un barco a la deriva. No pasaba nada, intentó tranquilizarse, sólo un sueño, pero el ahogo seguía apretándole el pecho. ¿Qué hora sería? Volvió a moverse en la cama para alcanzar el reloj y desde abajo llegó el quejido malhumorado de Ahmed. Seis y cuarto. Demasiado temprano, pero no tenía sentido tratar de seguir durmiendo. Se puso la ropa que había dejado colgada del barral y saltó al piso.
El pasillo estaba horriblemente helado, aunque desierto. Era la ventaja de madrugar tanto: no tenía que esperar turno para el baño. En el espejo su cara lo desagradó. Las rayas bajo los ojos, el pelo pegoteado. ¿Por qué se veía tan mal cuando finalmente había llegado el día? Mientras esperaba que el agua se calentara, se quitó el reloj y volvió a chequear la hora. Seis y veinticinco. Se preguntó qué estaría haciendo Momo. ¿Sentiría el mismo nudo en el estómago? ¿Habría mirado ya mil veces su reloj? Aunque, pensándolo bien, seguramente no tenía reloj.
Ahora iba a concentrarse en qué decirle primero. Porque no podía perder el tiempo con cualquier cosa. Le habían avisado que las líneas eran malas, que la comunicación podía cortarse y entonces era necesario limitarse a lo importante.
–Lo im-por-tante.
Así lo había dicho la mujer gorda de la Cruz Roja, separando innecesariamente las sílabas. ¿Pero qué era lo importante? ¿Lo más importante? Karmo sintió que el malestar se deslizaba por su pecho junto al agua tibia, hasta instalarse en el estómago.
Tenía miedo de hacer las cosas mal, eso era. De quedarse mudo con el teléfono en la oreja y perder la oportunidad. Aunque si eso pasaba, podía mirar el cuaderno, donde había anotado algunas cuestiones básicas. Preguntas que tenía que hacerle. Pero, ¿si no reconocía su voz? ¿Si no se entendían? ¿Si se ponía a llorar? Cuando cerró la canilla las manos le temblaban.
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