LITERATURA › JAVIER MARIAS RECHAZO EL PREMIO NACIONAL DE NARRATIVA
El escritor destacó que lo motivaba la coherencia: siempre sostuvo que nunca recibiría un galardón institucional. El premio, dotado de 20 mil euros, se lo había concedido el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España por su última novela, Los enamoramientos.
› Por Silvina Friera
La coherencia –cumplir la palabra empeñada– merece encuadrarse en el género de lo insólito. Si es frecuente escuchar que nadie resiste un archivo, a veces sucede algo que pone en tela de juicio las capas minerales enquistadas en el sentido común. La excepción, por más paradójico que suene, confirma la regla. Javier Marías tocó un punto neurálgico de la representación literaria al rechazar el Premio Nacional de Narrativa, dotado de 20 mil euros, que le concedió el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España por Los enamoramientos (Alfaguara), su última novela, publicada el año pasado. No es el líder indiscutido de los escritores atribulados ni mucho menos un héroe moral por “desacatar” un codiciado reconocimiento, como se presume que puede ser leído este gesto desde una negligente corrección política. “Estoy siendo coherente con lo que siempre he dicho, que nunca recibiría un premio institucional. Si hubiera estado el PSOE en el poder, habría hecho lo mismo”, explicó ayer el escritor español durante una conferencia de prensa realizada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde leyó un comunicado que escribió. “Recuerdo que un autor, Thomas Bernhard, hablaba de lo horroroso que era recibir los premios, y de las ceremonias de entrega. Decía que los había aceptado por dinero y que estaba bien. Pensando también en él, prefiero no aceptarlo y no ser considerado una especie de abanderado oficial. Y con esto no quiero decir que todos los que lo han recibido antes lo sean. La mayoría es gente independiente. Pero es un galardón que, en este país, prefiero no tener”, aclaró Marías.
La sencillez, como postula la narradora de Los enamoramientos, no está reñida con la inteligencia. Marías desplegó sus argumentos sin dramatismo, con el convencimiento de un deber íntimo que no pretende ser paradigma para las buenas conciencias. “No voy a negar que en principio, en otras épocas, habría sido motivo de alegría”, reconoció. “Es algo halagador que una novela que hayas escrito, con mucha inseguridad, sea reconocida; pero no he tenido dudas a la hora de pensar que, como he expresado varias veces, no lo aceptaría. Han habido autores –aunque no voy a hacer nombres– siempre muy alejados del poder, que se habían manifestado así, y sin embargo, cuando se les dio un premio nacional, lo aceptaron. En este país hay poca memoria para lo que conviene; la gente puede cambiar de opinión, y me parece bien; pero me parecería inconsecuente, una cierta sinvergonzonería que con mi postura de estos años de pronto hoy, por un premio con una cantidad apreciable de dinero, dijera que sí. Habría sido indecente de mi parte.” El autor de Mala índole aseguró que la determinación de impugnar invitaciones del Ministerio de Cultura o del Instituto Cervantes la fue madurando con el tiempo. Aunque vaciló, en 1998 aceptó un premio que le otorgó la comunidad de Madrid. “Dudé, pero era un premio sin mucha repercusión y era de mi ciudad natal. Luego decidí que no aceptaría ningún otro premio de carácter oficial o institucional.”
En 1979, el joven Marías consintió que le otorgaran el Premio Nacional de Traducción por Tristam Shandy. “Tenía veintitantos años y no había decidido nada de esto”, puntualizó el escritor, por si algún ortodoxo de la moralidad le endilgara este hecho a modo de “prontuario” o de insolvencia ética. “Es una postura que mantengo prescindiendo de quién gobierna, me da igual que sea el PSOE o el PP. Decidí que no iba a prestarme en modo alguno a que se dijera: ‘Este ha sido favorecido, le han invitado mucho al Cervantes, ha hecho carrera gracias a ayudas estatales...’.” Aportó una “prueba” fresquita, como una capa de pintura a la que le cuesta secarse, que incluye varios testigos. Marías es miembro de la Real Academia Española (RAE), una de las instituciones que presenta candidatos al Premio Cervantes. El año pasado, en una votación inicial, lo propusieron. Ante esa perspectiva, el escritor intervino, agradeció la confianza, pero les rogó que se abstuvieran de poner su nombre. “Si me lo hubiesen dado, no lo podría aceptar.”
Varias veces repitió que su declinación no está vinculada con quien gobierne o deje de gobernar. “Creo que el Estado no tiene por qué darme nada por ejercer mi tarea de escritor, que al fin al cabo es algo que yo elegí”, subrayó el autor de Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y la trilogía de novelas Tu rostro mañana, entre otros títulos. “En este momento se añade otro motivo más para mantenerme en esta postura. Es un momento de gran dificultad económica para todo el país, para mucha gente. Quizá lo de aceptar el premio y luego donar el dinero habría sido un poco demagógico –planteó–. Ojalá lo destinaran a las bibliotecas públicas, que han recibido un presupuesto de cero euro para 2013, lo cual me parece escandaloso. La cultura es una de las esferas que más han sido perjudicadas por el actual gobierno. Si este dinero que no percibiré es destinado a alguna biblioteca, me parecerá bien, pero no es asunto mío destinarlo.”
Marías mencionó que ha publicado algún artículo en el que admitió que los premios nacionales no le merecían mucha estima. “Desde que se dan, han habido grandes autores que los han recibido con todo merecimiento, pero creo que en muchos aspectos han dejado que desear. Que el de Ensayo no lo recibiera nunca mi padre –el filósofo Julián Marías–, que vivió hasta los 95 años, y publicó montones de libros... Que nunca ninguno de sus ensayos fuera considerado el mejor de ese año era llamativo. Pensé que si él no mereció ese premio, a lo mejor yo tampoco era merecedor.” En el listado de ausencias sugestivas están Juan Benet, Eduardo Mendoza y Juan García Hortelano, maestros hacia quienes guarda una confesada admiración y lealtad. “Si ellos no lo recibieron, por qué habría de merecerlo yo. Tal vez es mejor estar en la lista de los que no”, ponderó. “No es que me haya quedado rehén de mis antiguas palabras y que ahora lo lamente. Si lo lamento un poco es tan solo porque no es agradable decir que no a algo que no deja de ser un reconocimiento”, asumió el costado ingrato de la declinación. De la boca de Marías salió el adjetivo más preciso para resumir la cuestión. “Es una decisión insólita. No me suena que nadie haya rechazado el Premio Nacional de Narrativa antes. Creo que en Literatura nunca había pasado”, respondió. “Tampoco es la primera vez que rechazo un premio. Este mismo año rechacé otro premio de, creo, 15.000 euros. Qué premio era no tiene por qué trascender. Llevo 35.000 euros rechazados, pero a veces vale la pena si te sientes más tranquilo con tu propia conciencia.” No ahorró ironía en el preciso instante que lo interrogaron por lo que implica levantar la coherencia como bandera. “Sería absurdo que dijera ‘nunca cambiaré de idea’. Yo no cambio mucho de opinión, la verdad. Pero todos vamos matizando. Es absurdo que dijera que voy a ser inamovible hasta el fin de mis días. A lo mejor cuando tenga 85 años y esté con pocas facultades, de pronto me hace una ilusión loca que me den un premio. En principio no preveo que haya motivos para cambiar de postura.”
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