Viernes, 26 de abril de 2013 | Hoy
LITERATURA › MICHELE MARI PRESENTARA SU NOVELA ROJO FLOYD MAÑANA EN ZONA FUTURO
El escritor italiano elaboró un relato que va mucho más allá del género de literatura rock: se trata de una novela coral, surrealista, obsesiva y documentada sobre el quinteto británico, especialmente sobre sus mitos.
Por Federico Lisica
No le faltó razón al escritor argentino Patricio Zunini cuando señaló vía Twitter, inmerso en la lectura de Rojo Floyd, que su autor, Michele Mari “mete a Syd Barrett en El Perseguidor de Cortázar”. ¿El motivo? En la novela del italiano (publicada al castellano por La Bestia Equilátera), Charlie Parker muta en el primer líder de Pink Floyd, quien como el saxofonista ya no necesitaba de ejecutar música para sentirla. Y que sobrepasado de adicciones, obeso y calvo, se colaba en las grabaciones en Abbey Road de la banda de la que lo habían echado e incluso en los sueños de los demás integrantes para indicarles cómo componer.
Pero la obra va mucho más allá de la novelización de un “diamante loco” y del resto de los integrantes de esta agrupación británica clave en la historia del rock. Aunque estén presentes sus primeros días, su paso por el local UFO de Londres con sus shows lumínicos, su construcción como megabanda, las desavenencias entre sus miembros: Rojo Floyd es más que una novela rock, o sobre el rock, como Pink Floyd también lo fue. Uno de sus aspectos más significativos tiene que ver con su estructura cual Cubo de Rubbick. Se trata de un enjambre de voces que diversifican la historia de Pink Floyd en algo similar a lo que invitaban sus composiciones más progresivas. Por eso es acertadísima la tapa del libro en la que el prisma de Dark Side of The Moon devuelve algo similar –pero no idéntico– a la del disco. Todos los que tuvieron que ver con la banda parecen haber atravesado por ese espacio para salir transformados. Mari presentará su novela mañana a las 18.30 en Zona Futuro de la Feria del Libro.
Entre los testimonios, documentados o inventados por Mari, están los propios miembros de Pink Floyd, otros sujetos fundamentales como el productor Alan Parsons; cineastas como Michelangelo Antonioni, Stanley Kubrick y Alan Parker; rockeros vivos como David Bowie o “ultramundanos” como Brian Jones; músicos ocasionales que pasaron por la agrupación, hasta la musa de su primer single (la travesti Arnold Layne) y un singular e indefinible monstruo rosa. Mari parece no haber dejado afuera ninguna voz, informe o tótem alrededor de la banda. ¿Ninguno? “No sabía nada de esa leyenda argentina acerca de Pink Floyd en el Valle de la Luna, si no seguramente hubiera hablado de ella”, le dice Mari a Página/12 cuando se le comenta sobre el quimérico recital en la provincia de San Juan y que tuvo en vilo por años a los seguidores argentinos de la banda. “Dejo a elección de los lectores que lean Rojo Floyd acompañados por el disco que quieran; mi favorito será por siempre The Wall”, expone.
Rojo Floyd es la última novela de Mari, por la que recibió los premios Frignano y Procida-Elsa Morante en su país, y la segunda traducida al castellano tras Todo el hierro de la Torre Eiffel. El autor considera que todas sus novelas son diferentes entre sí, “en su estructura, lenguaje y estilo, sin importar el tema, acaso porque los temas son siempre los mismos: los dobles, el lado oscuro, los demonios y las obsesiones, la memoria, psicosis...”.
–Su obra se atreve a mezclar lo fáctico con el azar y lo fantasmagórico, los enigmas con voluntades más humanas. ¿Ese fue el material literario que encontró en Pink Floyd y le permitió concebir su novela?
–Creo que hubo cierta morbosidad, después del “duelo” por la pérdida de Syd Barrett, con la cual los Pink Floyd restantes lo recordaron y honraron transformando ese vacío en plenitud, incluso como si fuera un tintero lleno de culpa. Barrett de inmediato apareció por un lado como una víctima sacrificial, por el otro como una especie de demonio-chamán que con su energía siguió ejerciendo dominio sobre los demás, inspirándolos. Todo esto es profundamente literario.
–Rojo Floyd puede ser descripta como una novela coral, ya que aparecen numerosas voces a partir de lo que usted denomina “testimonios”, “interrogaciones”, “informes”, “lamentaciones” y “exhortaciones”. ¿Por qué esas diferencias? ¿Cómo dio con esa estructura?
–La novela tenía que ser coral y llevada a cabo en forma de discusión o investigación del caso porque la historia de Barrett continúa siendo un misterio y no podía ser esclarecida a través de un desarrollo novelístico tradicional. En otras palabras, quise que todos los que lo habían conocido expresaran su opinión acerca de él, y que él (el único que no habla) siguiera siendo el agujero negro en torno del cual todo gira, como el agua alrededor de una bañera de hidromasaje.
–Sorprende el trabajo de investigación, aunque esté la advertencia al comienzo de la novela en la que aclara que éste es un trabajo sin valor documental alguno. En realidad, en ese juego de realidad y ficción es donde la novela parece sacar más provecho. Uno lee frases de personalidades como John Lydon o Eric Clapton y les “cree”, aunque no haya certeza de que lo hayan dicho. ¿Esa era la intención?
–Creo que dentro de unos años ni yo voy a ser capaz de distinguir qué es real y qué fue inventado... Muchas veces he imaginado lo que pude documentar y resultó ser cierto o casi verdadero. Y entre las cosas reales, elegí algunas que parecen inventadas.
–La novela enfoca su interés primero en Syd Barrett y lentamente aparece la figura predominante de Roger Waters. ¿Esto fue planeado o se dio en el proceso de escritura?
–Se dio en el proceso de escritura, como si la personalidad de Waters se me impusiera novelísticamente, casi como se dio en la historia real de Pink Floyd a partir de Dark Side of the Moon.
–Usted se ha definido como un fan tardío de la banda. ¿Cree que de haberlo sido en su juventud Rojo Floyd habría sido otro tipo de novela?
–Ciertamente. Más bien, estoy seguro que de haber sido un fan histórico de Pink Floyd no habría podido escribir esta novela, por la simple razón de que no lo habría necesitado. Escribirla, para mí, fue una especie de compensación freudiana.
–¿Era trascendental para usted realizar una novela atractiva incluso para quien no conociera nada de la banda?
–Es lo que espero. Que tenga un sentido incluso para el que no supiera nada en la materia, después de todo, yo mismo no sé leer música y nunca he tocado ningún instrumento.
–Animales y colores adquieren una presencia fenomenal en el relato. ¿Cómo logró plasmar lo psicodélico de Pink Floyd en algo discursivo y que además tuviese sentido en la novela?
–En parte tomé el ejemplo de los textos Barrett, quien no por casualidad se inspiró en el libro El viento en los sauces, de Kenneth Grahame. Pero, en general en toda la obra de Pink Floyd sus impulsos físicos y estados existenciales se tradujeron en animales o figuras geométricas.
–¿Qué repercusión ha tenido entre los fans de Pink Floyd? ¿Le han llegado comentarios de algunas de las personalidades que usted utiliza como testimonio?
–Varios me dieron las gracias y han recomendado el libro a otras personas. Algún nostálgico barrettiano me regañó porque según él favorezco a Waters. Y otro, sin comprender el espíritu del libro, me apuntó sobre la inexactitud de cierta información, como si estuviera “equivocado” por inventar.
–En Todo el hierro de la Torre Eiffel usted trabajó con otro personaje mítico como Walter Benjamin. Dicho esto, ¿Pink Floyd es una banda con “aura”?
–Exactamente, una banda con aura. Es una definición perfecta.
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