Vie 03.05.2013
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LITERATURA › LA MESA DE LOS HUMORISTAS HIZO QUE SE ESTIRARA EL HORARIO DE CIERRE EN EL PREDIO

La gran venganza de los descastados

Gustavo Sala, el Niño Rodríguez, Liniers, Julieta Arroquy, Alberto Montt y Decur, apadrinados por el veterano Carlos Garaycochea y el mítico Quino, hicieron reír a todos y no dejaron que nadie se fuera sin su ejemplar dedicado.

› Por Andrés Valenzuela

Divinsky, Garaycochea, Sala, Rodríguez, Liniers, Arroquy, Montt y Decur, durante la charla en la Feria.
Imagen: Leandro Teysseire.

“El arte es venganza”, concluyeron pasada la hora y cuarto de charla pública los humoristas gráficos congregados en la Feria del Libro. En la mesa estaban Gustavo Sala, el Niño Rodríguez, Liniers, Julieta Arroquy, Alberto Montt y Decur, apadrinados por el veterano Carlos Garaycochea y el mítico Quino, quien ya se había retirado, agotado por una jornada de firmas de libros que había comenzado temprano esa tarde. Para las 21.30 no quedaba nadie en la Feria, pues estaba bien pasado el horario de cierre. La insistencia de Kuki Miller, de Ediciones de la Flor y promotora de la mesa, había estirado el horario de cierre para las preguntas del público, que colmó la sala Leopoldo Lugones para reírse con los chistes y las ocurrencias de los panelistas. Nadie quería irse sin una firma, un saludo a sus ídolos o dedicar un aplauso al autor de Mafalda.

El panel de humoristas gráficos era un clásico de la Feria del Libro. Allí confluían nombres como Quino, Caloi, Sendra y Fontanarrosa. Ahora es el turno de una nueva generación representada por –pero no limitada a– quienes ocupaban las sillas. Y se les nota que se conocen, que comparten gustos y circuitos. Antes de que la Lugones abriera sus puertas a la larga fila de pacientes fanáticos, los libros propios y ajenos pasaban de mano en mano y eran comentados con ojo atento. Cuando Quino, de saco gris con textura de rombos, se acercó al estrado para felicitarlos por el lugar que ocupaban, los más jóvenes del grupo corrieron como en procesión a saludarlo. A muchachos como Decur o chicas como Arroquy aún les resulta increíble compartir espacio con una leyenda viviente del humor gráfico mundial. Los más veteranos, más curtidos en esta serie de lances, llevaron el peso de la charla. La química entre Sala y Rodríguez funcionó perfectamente, y otro tanto podría decirse de la relación del chileno Montt con Liniers y el resto de sus colegas. Montt, de hecho, estaba imparable despachando comentarios ácidos a cada oportunidad.

Oportunidades no les faltaron ni a él ni a nadie, porque a fin de cuentas la charla fue un encuentro público de amigos dispuestos a hacerse chistes que incorporaran al público, permitiéndose las bromas subidas de tono y sin preocuparse mucho por el buen orden ni por las “preguntas” que se suponen indispensables en estas ocasiones. Garaycochea terciaba cada tanto con alguna reflexión algo más seria y hasta Sala tuvo ocasión de deslizar un análisis agudo sobre las influencias de Rodríguez (donde demostró que, además de humor corrosivo, tiene un ojo crítico muy atinado), pero el grueso de la charla fue una broma tras otra, aunque Arroquy jurara que podían “ser serios, aunque fueran humoristas gráficos”.

Tras sacarse de encima las preguntas recurrentes (¿Por qué te llamás Liniers, Liniers? ¿Por qué no hay mujeres en el humor gráfico? Además de dibujar, ¿de qué vivís?), la excusa que guió la coordinación oficiosa de Rodríguez era el comienzo en el dibujo de cada participante. Allí, Decur recordó su pasado obrero y Arroquy, un de-samor; Sala mencionó su paso por el under y Rodríguez, su experiencia en animación y publicidad. ¿En qué momento dijeron: “Mamá, voy a ser dibujante”?, quiso saber un rubio de la tercera fila. “Ay, chico, eso es una metáfora para mamá, soy gay”, bromeó Montt, y Sala intervino: “Y la respuesta igual es la misma, ¿eh? Si te gusta y no le hacés mal a nadie, ¿por qué no?”.

No fue el único momento en que la charla osciló entre el chiste y la reflexión más o menos seria. Primaron, eso sí, las risas en torno de la sempiterna boina de Decur (sí, tiene pelo debajo), la costumbre de Arroquy de imaginar al auditorio desnudo, “la” Internet y la pornografía (“Aló, ¿prima? ¡Ya no te necesito!”, disparó Montt), la línea de dibujo “neurótica” de Rodríguez (bueno, eso sí iba en serio), el conejismo que atraviesa el humor gráfico contemporáneo y la pregunta repetida con la que todos verduguean a Sala: “¿Hay límites en el humor?”.

Tal parece que no hay muchos límites en el humor, más allá de los autoimpuestos por el autor y el medio. “Lo auténticamente imperdonable es que el chiste sea malo”, consideró Sala. Además, opinaron los panelistas, el humor gráfico es la venganza de los descastados de la escuela primaria. “Yo no tengo mucha coordinación física y soy malo hasta para cebar mates, sólo coordino cosas muy chicas”, confesó Liniers provocando la contundente (y fácil de imaginar) apreciación de Montt, antes que el autor de Bonjour y Macanudo contara del “sistema fascista” por el cual se elige a los niños en los partidos de fútbol escolares: el pan y queso, frente a una hilera de niñitos cual pabellón de fusilamiento.

Niño Rodríguez: –Pero tu infancia fue horrible, ¡jamás jugaste al fútbol!

Liniers: –Jugaba, pero de un modo muy raro; yo charlaba con el arquero mientras todos corrían atrás de la pelota. Después aprendí que si me quedaba en el aula podía dibujar, y eso me ayudó mucho.

¿Y ahora que llegó el reconocimiento?, preguntó alguien desde el público. “Aquí, a todos, nosotros y ustedes, nos elegían últimos en los partidos de fútbol. Somos una confraternidad de hobbits deformes, pero afuera no te conoce nadie, en la panadería te cobran exactamente la misma plata que al vecino. Existe la fantasía de que nos la creemos, pero somos pelotuditos”, afirmó Montt antes de aceptar que, bueno, sí hay un módico reconocimiento y que éste también llega de la mano de la aceptación familiar del muchacho ese que vive del dibujo. “Sobre todo cuando tu primo, el neurocirujano, mata a alguien... ¿Ves, mamá? ¡Yo pago mis cuentas haciendo dibujitos y él asesina gente!”

El toque final llegó de manos de una chica de 11 años, que contó del maltrato de sus amigas en la escuela. Montt le advirtió seriamente: “Niña, si esas chicas te maltratan, ¡no son tus amigas! Hazte una cuenta falsa en Facebook y habla mal de ellas, ¡nosotros te ayudamos!”. Y acotó Rodríguez: “Sí, y con esa cámara que tenés ahí, ¡el Photoshop hace milagros!”. El arte es venganza, entonces, y el humor gráfico hace suya la frase “el que ríe último, ríe mejor”.

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