Lun 19.06.2006
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LITERATURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR FEDERICO JEANMAIRE

Ecos de la gente como uno

El narrador habla de La patria, su última novela, un libro de tono autobiográfico que evoca sus días en Europa desde 1979. Allí explora, entre otros temas, el comportamiento de nuestra sociedad durante la dictadura.

› Por Angel Berlanga

Lo primero que dice Federico Jeanmaire es que La patria, la novela que acaba de publicar, es completamente autobiográfica y que es él, en consecuencia, el narrador que desembarca en el paraíso europeo sabiéndose un dios de poco más de veinte años recién salido del infierno-dictadura-Argentina-1979. Un dios en viaje iniciático que toca la guitarra en subtes y vende bocatas de tortilla en una plaza, que prueba alucinógenos duros y enseguida sabe que mejor basta, que camina la soñada París y es expulsado de Italia, que ve muchísimo la foto de Tito en Yugoslavia y que asiste al Tejerazo en una España muy puesta a sacudirse el moho del franquismo, que trabaja en una vendimia con unos gitanos y allí conoce a uno viejo y narigón que una y otra vez le cuenta una versión distinta sobre el origen de la diáspora de su pueblo, que se deslumbra con Cortázar en un acto contra los militares en Madrid (ver recuadro), que decide ser escritor y se enamora de una holandesa. Eso y mucho más es lo que Jeanmaire evoca y redefine, desde el nuevo milenio. Cuenta que le pareció interesante trabajar esta suerte de memoria desde una construcción novelesca ahora, cuando anda cerca de los 50 y nadie espera que se ponga a contar de su vida. “En general las memorias son escritas por tipos de 70 años que pueden venderlas porque son conocidos, y yo no sé si voy a llegar a esa edad y tampoco si a alguien le va a interesar que yo las haga”, bromea.

Jeanmaire ya había publicado otra novela con este sesgo: Papá. “Y ya está, basta, me cansé de pensar en mi pasado”, dice, y cuenta que hasta que encaró estos dos libros nunca había trabajado con lo autobiográfico, que lo leído hasta ahí con ese tono le había parecido una porquería y que la muerte de su padre, ocurrida al tiempo que caía el gobierno de la Alianza, lo condujo a desembocar en este registro. “Trabajé mucho con Recuerdos de provincia, para transgredirlo pero también para aprovecharme de él –dice–. En ese libro Sarmiento mezcla lo autobiográfico con sus ilusiones, el ensayo con la política. También pensé en la tragedia, porque esos fueron años trágicos para casi todo el mundo y a la vez me atrae cómo produce una cosa interior a partir de la historia de otro: cuando uno lee una tragedia, o la ve en teatro, siente que te dicen algo tuyo, aunque la historia no tenga que ver.”

En su recorrido por La patria el narrador andará en 1982 de regreso por la Argentina, junto a su novia holandesa que, cada vez más espantada, decidirá volverse cuando llegue la guerra de Malvinas y el ataque colectivo de argentinismo. En ese ida y vuelta con el pasado, entre aquel dios joven que tomaba notas y este hombre ya maduro que recuerda y escribe, la novela propone un caudal de reflexiones acerca de palabritas como libertad, vocación, orden, amor, lengua y, más vale, patria. “El libro tiene que ver con esa época, con los militares pero también con la sociedad que eran nuestros mayores de entonces –dice Jeanmaire–. Pero no aportaría nada de lo que quiero hacer con ese tiempo si hiciera explícito ese odio u horror continuamente. Recuerdo mi odio de entonces hacia los militares o los policías, que te cagaban a trompadas por dar un beso en la calle: a mí me pasó. El tema es que la sociedad, la inmensa mayoría, era horrible en esa época. Cuando estaba en Ezeiza, haciendo la cola para subirme al avión, yo tenía el pelo largo; había cinco tipos con esas ametralladoras gigantes, dando vueltas, y prácticamente no me miraban. Y sin embargo sentía los ojos clavados de los que estaban en la cola conmigo, sus miradas de odio a lo que yo representaba como imagen. Yo era el joven argentino que ellos no querían tener. Cuando uno se pone a escribir sobre el horror hay que tener mucho cuidado, porque tal vez se le quite al lector la posibilidad de instalarle cierta discusión interior. A mí me parece que el lugar de la literatura es otro: por ahí es molestar, o contradecir cosas. Ahora hay como un renacer nacionalista que si bien plantea ideas políticas más afines a las mías, no me gusta, porque me parece hueco. Sirve más pensar que repetir eslóganes o frases vacías.”

–¿Cambió su concepción de patria antes y después de la escritura de este libro?

–No, y no sé, incluso, si tengo una concepción de patria. Lo que sí sé es que siempre tuve una preocupación por el concepto. Es una palabra que me encanta y que, sin embargo, asocio con los peores momentos de la Argentina; su uso casi compulsivo, desde lo público, es complicado. La patria tiene un origen etimológico muy privado; era el lugar mínimo de uno, el pueblo o la montaña que queda al lado de casa, de la familia, de los muertos. Me interesa el concepto para pensarlo; la literatura es eso, el lugar en el que la lengua conduce a sitios diversos, extraños, donde se puede entender.

–La lengua aparece fuertemente ligada a la patria.

–Esa es otra de las cosas que funcionan alrededor de la palabra. En el fondo uno, como identidad, no es demasiadas cosas; una de ellas, sin duda, es la lengua materna. Porque no sólo significa aquello que aprendí naturalmente, casi por una cosa láctea con mi madre, sino lo que pasa también ahí, en el lugar, con esa lengua: es cultural. Darwin dice, en El origen de las especies, que no hay ninguna, ni siquiera una planta y mucho menos un humano o un animal, que se vaya de un lugar a otro sin necesidad de hacerlo. Son conceptos para sacarlos de lo mecánico y preguntarse a ver, qué hago con esto.

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