LITERATURA › CLAUDIA PIÑEIRO HABLA DE UN COMUNISTA EN CALZONCILLOS
La última novela de la autora de Betibú y Las viudas de los jueves se basó en sus recuerdos de la adolescencia, cuando sentía que no podía decir fuera de su casa lo que se hablaba adentro: buena parte de la narración transcurre entre diciembre de 1975 y junio de 1976.
› Por Silvina Friera
La patria puede ser el ombú de una plaza de Burzaco. Cualquier hallazgo, por modesto que sea, es una conquista. Ese árbol, ámbito por excelencia del juego, vence al himno, a la bandera. Sin distancia, sin esa red que teje la ficción, las inclemencias de una vida naufragan en el pantano de una realidad ominosa. Más aún si parte de esa realidad transcurre entre diciembre de 1975 y junio de 1976. La protagonista, una adolescente de clase media de Burzaco, tiene un padre que se dice comunista, que detesta a los militares y se pasea en calzoncillos por toda la casa. Ser diferente, además de la incomodidad de no encajar en el mundo, genera una tensión insoportable. Mejor que decir es callar. Aunque el silencio sea una mochila demasiado pesada. La situación se complica cuando la narradora debe desfilar el Día de la Bandera –probablemente ante la máxima autoridad, el dictador Jorge Rafael Videla– y su padre se opone. “La resistencia, a veces, no se compone más que de pequeños actos”, le dice a su hija, antes de tomar la decisión extrema de no dirigirle la palabra. “La memoria es un juego de cajas chinas. Uno abre la primera y dentro esperan otras, casi hasta el infinito”, revela Claudia Piñeiro en el epílogo de su última novela, Un comunista en calzoncillos (Alfaguara), la ficción más autobiográfica de la autora o una autobiografía minuciosamente ficcionalizada. “El recuerdo puede ser falaz, una mezcla de datos ciertos e inciertos que se fusionan casi como en un sueño. Y al que muchas veces nos resistimos a contradecir y modificar, aunque una foto, una nota periodística o los recuerdos de otras personas o de otros tiempos lo pongan a prueba. Porque los recuerdos son nuestros, entonces en ellos no hay verdad ni mentira.”
“El vínculo con el padre es un tema literario. Hay mucha literatura sobre el tema, pero no es lo mismo la relación padre-hijo que hija-padre”, plantea Piñeiro en la entrevista con Página/12. “Carta al padre de Kafka y La invención de la soledad de Paul Auster también tienen mucho de cortar con el padre para poder ser uno. En el caso de la hija de Un comunista..., hay admiración al padre. A mí me encantó escribir sobre ese vínculo. A pesar de que es un tema que transitamos muchos escritores y que en algún momento llega, éste era el momento. Quizá no hubiera podido escribir esta novela tres novelas antes porque uno tiene que tener determinado aplomo para meterse con ciertas cuestiones”. El 24 de marzo de 1976 fue miércoles. La evocación sobre qué estaba haciendo ella ese día empezó por un texto que escribió para el blog de Eterna Cadencia. “Tenía muy presente la calle por la que caminaba para ir a mi colegio, por donde pasaba a buscar a una amiga. Después me quedé pensando que no podía haber sido ese día porque seguro que no hubo clases. Entonces averigüé cuántos días hubo de asueto, cuándo empezaron las clases nuevamente. Y un recuerdo fue trayendo otros. Pero en esa primera imagen, en la que estaba caminando hacia la casa de mi amiga, tenía la sensación de que en mi casa me habían dicho determinadas cosas y yo sabía que cuando me encontrara con ella me iba a decir otras, porque sabía la diferencia que había entre lo que pensaban en mi casa y lo que pensaban en las casas de mis amigas”.
–Esta diferencia entre lo que dicen las amigas y lo que se dice en la casa aumenta la rareza de la narradora. No ser igual a las otras es un dilema, ¿no?
–Claro, para colmo en la adolescencia es más complicado porque uno quiere parecerse al grupo al que pertenece. Por un lado, la situación de la protagonista de la novela es creerle al padre, “creo que mi papá tiene razón en lo que me está diciendo”, “me gusta que mi papá piense así, pero a mis amigas no les puedo decir esto porque piensan otra cosa, y si yo digo esto, voy a ser excluida de ese mundo”. Por eso me parece que la novela también tiene que ver con el silencio; cómo manejar los silencios, cómo callar determinadas cosas para poder seguir sobreviviendo, perteneciendo y teniendo una vida lo más normal posible, en el sentido de la vida que hemos tenido durante la dictadura. En el país pasaban cosas horrorosas, pero uno seguía yendo al colegio.
–¿Cómo funciona el silencio en esta novela?
–El silencio es fundamental en la novela; el padre de la protagonista usaba el silencio como castigo. Cuando se enojaba con el mundo, no hablaba. Para un niño, que tu padre no te hable y que no sepas por qué es tremendo; es mejor que te insulten antes de que no te hablen. En la base de mi necesidad de ser escritora, de mi necesidad de escribir, está el silencio; es como buscar palabras para poder explicar el silencio. ¿Qué es lo que hay ahí, en ese silencio? Yo termino buscando palabras al silencio. Es más sustancial de lo que a lo mejor un lector se puede dar cuenta. La base del hecho de que sea escritora está en los silencios de mi papá y en mis propios silencios. Esta novela también tiene algo de la evocación amorosa. Si bien evoca al padre desde el punto de vista de una niña, la que lo evoca es una adulta y ya puede comprender ciertas cosas. En este momento creo que mi papá se callaba porque su palabra era tan agresiva que a lo mejor no lo hacía solamente para castigar al otro, sino para protegerlo, también.
–Cuando la narradora dice que se refugió en el silencio, en cierto modo también intenta proteger al padre, ¿no?
–Sí. Más allá del silencio íntimo, había cosas que no se podían decir. Yo no podía decir que mi papá era comunista sin sentir el riesgo que eso implicaba. Por más que mi papá no era un militante comunista, era más declamativo que ninguna otra cosa. Pero yo tenía conciencia de que no podía decir que era comunista. No solamente porque mis amigas me rechazaran, sino porque podía correr un riesgo enorme. Hay una anécdota que está en la novela sobre un médico que tenía un poster del Che Guevara y lo secuestraron, no sé cuál habrá sido exactamente la realidad. Entonces se decía que se lo llevaron porque tenía el poster del Che Guevara, y lo aceptábamos como una posibilidad. Ya con cincuenta y pico de años, hoy les pregunto a mis amigas si se acuerdan por qué se llevaron al doctor tal... “Porque tenía un poster del Che Guevara”, me dicen. Esa fue la versión, haya sido por eso o por alguna otra razón. Nosotros sabíamos que si tenías un poster del Che, si decías que eras comunista, podías correr riesgos. Ahora muchos miran la dictadura y se declaran héroes y dicen que han hecho cosas que no hicieron. Lo que pudimos hacer es sobrevivir. No es que mi papá estaba en un riesgo real porque era un militante. Nada de eso. Pero uno sentía miedo y temía por lo que le pudiera pasar. A mí me gustaba lo que hacía mi papá, que por lo menos me decía la verdad, me decía lo que estaba pasando. Pero más de eso no podía hacer. No fuimos todos héroes en la dictadura. Incluso entre los que militaban había más humanidad que heroísmo. Se hacía lo que se podía, se luchaba como se podía.
–¿Cómo concibió la estructura de la novela? ¿Por qué agregó las “cajas chinas”?
–Esta es una novela de la memoria en la que empecé a tirar y salieron cosas que no encajaban en esa estructura de la primera parte, que es casi una nouvelle muy cerrada porque está también cerrada en el tiempo: diciembre del ’75 a junio del ’76, con un punto de vista de una niña de ese momento. Aparecían recuerdos que no podían ser de esa niña, cosas que esa niña no podía saber. Los escribía, pero no podía ponerlos. Y empezaron a quedar como en un cajón de sastre donde uno va guardando cosas y después ve qué hace con eso. La sensación que tenía era que esas cosas eran sustanciales para la historia, pero no podía contarlas dentro de la estructura narrativa. Entonces lo empecé a manejar como los hipervínculos en Internet, donde tengo una llamada y si quiero voy a mirar lo que dice. Si no, igual entiendo la primera parte de la novela. Me parecía que son cosas que daban una base al relato, pero que no podían interferir en el relato. Hay tres tipos de cosas en las “cajas chinas”: recuerdos, fotos familiares, que a veces sirven para contrastar el recuerdo pero también para dudar, porque vos ves una foto donde están todos felices y te preguntás: ¿estábamos todos felices en ese momento? Y después están las noticias periodísticas porque el recuerdo está encubierto por un montón de cosas. Hay un capítulo que empieza diciendo: “Abril pasó sin pena ni gloria”. Sin embargo, hay una llamada con todas las noticias tremendas que pasaron en abril en el país. Pero esa niña no las registraba porque tenía 14 años. Ahora lo puedo contraponer con el recorte periodístico, pero no en ese momento. Me pareció importante poner cuál había sido la posición del Partido Comunista, una posición de la cual muchos se arrepienten hoy, pero en ese momento el Partido Comunista veía a Videla como el militar más potable para sacar a Isabel Perón.
–¿Por qué eligió como epígrafe de la novela una cita del poeta Arnaldo Calveyra: “Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora”?
–Lo sentí mucho durante la escritura de la novela. ¿Cómo no me acordaba de esto la semana pasada? ¿Cómo me estoy acordando ahora y lo tengo tan presente que me está atravesando? ¿Qué pasó estos años? A veces uno tapa determinados recuerdos, pero cuando los empieza a destapar te atraviesan. Es algo que me gustó que me pasara, me gustó encontrarme con esos recuerdos, a pesar de que algunos me afectaran. Es como si terminara de completar quién soy. Uno es lo que va generando, pero también es lo que fue en la infancia. Muchas veces se niegan cosas porque se desprecian ciertas cuestiones sobre tus padres o sobre tu vida. Pero con el tiempo las vas viendo de otra manera. Que mi papá se paseara en calzoncillos a mí me avergonzaba. Recuerdo que una vez le saqué una foto en calzoncillos y le dije que con esa foto lo iba a perseguir porque tenía una evidencia de que yo no mentía. Cuando presenté la novela en la Feria del Libro, un montón de mujeres se me acercaban y me decían que también sus padres se paseaban en calzoncillos (risas).
–¿Cómo fue trabajar un material tan personal desde la escritura?
–Me parece que la ficción es la única forma que tenía de trabajar lo autobiográfico. Cada vez que sentí que los personajes necesitaban más espesura, que la curva dramática necesitaba más intensidad o lo que sea, me alejé de lo autobiográfico en función de lo que estaba contando. Si tenía que elegir entre lo autobiográfico y la ficción, elegía que la cosa funcionara desde el punto de vista literario y no me importaba ajustarme a la verdad. No estoy queriendo dar cuenta de ninguna cosa, sino contar una historia. Si necesitaba alejarme, lo hacía y hasta me gustaba hacerlo porque era la parte más creativa, en el sentido de que le daba vuelo a algo menor o simple para que tuviera una gracia literaria diferente. Y cuanto más había de lo ficcional, más me protegía de esta cosa de lo autobiográfico. Porque lo autobiográfico siempre tiene el problema de que gente cercana te empieza a preguntar: ¿pero esto fue así? Acá hay de todo: hay cosas que sí y otras que no. Lo autobiográfico está en casi todo lo que escribimos, lo que pasa que en otros textos no se nota tanto.
–¿Está escribiendo algo en esta línea más autobiográfica o volvió a la ficción más cercana al policial?
–En este momento no estoy escribiendo. Siempre me pasó que cuando terminé una novela, ya empezaba a escribir otra. Todavía no me pasa y estuve sorprendida. Hace poco estuve en Tucumán; me encontré con Leopoldo Brizuela y me contó que después de la escritura de Una misma noche, una novela autobiográfica, le parecía que ya no podía escribir nada más. Cuando me dijo esto, me alivió, porque escarbé tanto buscando recuerdos que ahora no sé de qué voy a hablar. Ahí es cuando tiene que venir más la ficción, ¿no? La sensación es que uno dio vuelta un guante y ya no queda nada adentro. Supongo que me voy a inclinar por la ficción porque en un punto es lo más fácil: invento una historia y empiezo a jugar con las palabras. Pero no lo sé porque todavía no empecé a escribir. Muchas veces se me cruza la idea de seguir con los personajes de Betibú, que quedaron abiertos. Ninguna de mis otras novelas se me ocurre que podrían tener una segunda parte. En el caso de Betibú, me parece que esos personajes podrían vivir otra aventura, pero tampoco lo tengo claro.
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