LITERATURA
Mi padre detestaba a los militares, Isabelita le parecía una ino-perante y las elecciones de unos meses después no se presentaban como un escenario posible. El sabía lo que no quería, pero no tenía una alternativa para ofrecer. Entonces yo tampoco la tenía para mis amigas. “Peor que los militares, nada”, decía. Entonces nada. A veces, ser inteligente, como lo era mi padre, no es negocio. Uno necesita convencerse de que algo va a estar bien. “Por fin los militares van a poner orden”, dijo Mónica. “A mí los militares me dan miedo”, me encontré diciendo en medio de mis amigas, casi sin pensar. “¿Miedo?”, preguntó ella con un tono que yo no podía definir si era de espanto o de subestimación. “¿Sabés el desastre que pueden hacer los subversivos si no nos defienden los militares?”, me preguntó, aunque no parecía que le importara mi respuesta sino lo que enunciaba más allá de los signos de interrogación, y tuve la sensación de que a Mónica hablar de “subversivos” la hacía sentir importante, como si fuera más adulta que nosotras. Al menos más adulta que yo, que no terminaba de entender si subversivos era una buena o una mala palabra, y por qué en mi casa no los llamaban así sino guerrilleros.
* Fragmento de Un comunista en calzoncillos (Alfaguara).
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