Sábado, 7 de diciembre de 2013 | Hoy
LITERATURA › GONÇALO TAVARES HABLA DE SU NOVELA APRENDER A REZAR EN LA ERA DE LA TECNICA
Entre el bullicio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el escritor portugués habló con Página/12 acerca de los problemas que genera el progreso técnico y también sobre su obra. “Me gusta decir la palabra precisa. Procuro la claridad y la ambigüedad”, dijo.
Por Silvina Friera
Desde Guadalajara
“¡Tavares no tiene derecho a escribir tan bien: dan ganas de pegarle!” La frase pertenece a José Saramago y figura en todos los libros que ha publicado el escritor Gonçalo Tavares en la Argentina y México. Repetir que su lenguaje deslumbra es quedarse corto. Cada página es un combate cuerpo a cuerpo con las palabras. “Ni un gramo de grasa de más”, podría ser el lema de un estilo de narración cuya extrema condensación va al hueso de lo poético. Leer a Tavares es como entrar en un trance tan extraño como intenso. Más que pegarle, dan ganas de abrazarlo. ¿Habrá otro escritor con el ego tan controlado y domesticado como él en lengua portuguesa? En el stand de la editorial Almadía, donde acaba de publicar Canciones mexicanas, el bullicio es literalmente infernal. Las escuelas visitan la 27a Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Por momentos, el ruido ambiente es tan ensordecedor que hay que elevar demasiado la voz. El autor de Aprender a rezar en la era de la técnica (Letranómada), novela que integra la tetralogía de El Reino –junto con Un hombre: Klaus Klump, La máquina de Joseph Walser y Jerusalén– conjura la expresión de cansancio tatuada en sus ojeras con lápiz y papel en mano, dispuesto a garabatear sus pensamientos. En tiempos donde se practica un culto a la publicación por la publicación misma, Tavares es una excepción a la regla. “No hay que tener urgencia por publicar; es mejor dedicarse a escribir y hacerlo bien”, sugiere a Página/12.
La escena inicial de Aprender a rezar en la era de la técnica, una exploración sobre el tópico del mal, es una mancha que se expande cuando el padre de Lenz Buchmann –un médico calculador obsesionado por la idea de dominar no sólo los cuerpos, sino las propias voluntades de los hombres– le ofrece a su hijo una empleada joven, “la criadita”, resumiendo el acto de fornicar con una frase verbal que marcará durante años a Lenz: “Vas a hacerla frente a mí”. Tavares plantea que el protagonista está muy cerca del fascismo. “No me gusta escribir escenas explícitas. Tal vez lo más violento de esa escena primera sea el verbo utilizado: ‘hacer’. Una palabra más vulgar ligada al acto sexual sería tal vez mucho más grosera y no tendría tanta violencia”, explica Tavares. “La idea de bisturí que aparece en la novela implica poder rectificar y corregir las cosas humanas. El bisturí es la máquina, el frío metálico que va a salvar al humano. El metal es más sabio que el organismo para Lenz. El bisturí es como la vara del ilusionista, como algo que transforma las cosas. Lenz, después como político, ve su actuación como si ejecutar una ley en el mundo fuese semejante a intervenir con el bisturí en la ciudad”, advierte el escritor nacido en Luanda (Angola) en 1970.
–¿Qué sería el equivalente del bisturí para el escritor?
–Roland Barthes, en un texto muy hermoso, dice que el lápiz y el papel son herederos de la escritura en la piedra. Tienes que tener un metal para conseguir escribir una letra en una piedra; por lo tanto, la escritura tiene algo de inscripción, de marca. Me gusta mucho la imagen del bisturí también en conexión con la autopsia. Como escritor, no me interesan tanto los hechos. Me interesa entender, hacer una autopsia. Se cuenta que a Proust le gustaba mucho saber detalles. Una vez un amigo le contó lo que sucedió en una fiesta. Que un conde le dio la mano a otro y cosas por el estilo. Proust le preguntaba cómo estaban esas manos, esos ojos... El bisturí es el instrumento para entender y salvar al mismo tiempo.
–“La maquinaria no entiende lo lúdico ni lo trágico, entiende la dirección, una cierta fuerza y un cierto movimiento... La máquina es mucho más sensata”, se afirma en uno de los capítulos de Aprender a rezar en la era de la técnica. ¿Cómo explica este optimismo técnico?
–La actitud fascista del protagonista tiene que ver con esa defensa de la máquina. La novela empezó con una imagen que me surgió, aunque después no la incluí. Es la imagen de una persona rezando al lado de una central eléctrica con mucho ruido. Se producía una lucha entre dos sonidos: el sonido de la oración y el de la máquina en funcionamiento. El sonido de la máquina termina tapando al sonido de la oración. Lenz está perplejo por la religión, por mantener sus oraciones como el padre nuestro. ¿Cómo es posible que recemos el mismo padre nuestro que se rezaba diez siglos atrás? Lenz está procurando encontrar una oración del siglo XXI, una oración que pueda venir de las máquinas y no de las personas. Lenz debe crear una nueva oración que tal vez explore el propio funcionamiento sonoro de las máquinas. Estoy pensando en los sonidos de una industria trabajando, que se transforma en algo tan religioso como el padre nuestro. Tal vez sería una utopía de alguien fascinado por la técnica.
–¿Le interesa la técnica como tema literario?
–Sí. Pero no tengo Facebook ni Twitter. Cuando estoy en Lisboa, intento trabajar cinco horas por la mañana. Yo las llamo las “cinco horas en el siglo XVIII”, porque no tengo mail ni Internet en mi atelier. Concentración es estar con un centro. No puedo estar concentrado en esta botella y en este plato. Necesito tener cinco horas para escribir como único centro. La tecnología es un punto de fuga, lo opuesto a la concentración. No es imaginable que, por ejemplo, Miguel Angel diera una pincelada y luego fuera a contestar un mail. Después diera otra pincelada y luego contestara otro mail. El problema de la técnica para mí es que asoció el progreso técnico al progreso humano. Y no necesariamente van juntos.
–La novela cuestiona que mayor progreso técnico se corresponda con mayor progreso humano, ¿no?
–Sí, pero la técnica tiene infinitas aplicaciones. En la medicina es claro que el progreso técnico es también progreso humano. Si mi padre vive más años es por los avances en materia médica; para mí, eso es progreso humano. Si creás una máquina que produce desempleo, es un progreso técnico, porque son máquinas que no existían antes, pero es un retroceso humano. Hace dos años leí un artículo de una periodista muy entusiasmada con una máquina que producía noticias y comentarios automáticamente. ¡Estaba celebrando su desempleo! Hace veinte años se hablaba mucho de la poesía hecha por las máquinas, una especie de poesía surrealista. Pero era muy alarmante. Recuerdo que hicieron una prueba: poner un poema de un poeta muy bueno con un poema hecho por la máquina. No se podía distinguir el poema humano del hecho por la máquina.
Tavares registra sus reflexiones en un papel: dibuja una especie de piedra con flechas, traza círculos, puntos suspensivos, rectas y diagonales. “Mi idea de progreso tiene que ver con la relación que entablamos con las máquinas que hacen algo que los seres humanos no pueden hacer. Una máquina que hace algo que el ser humano puede hacer no es progreso humano. El 80 por ciento de las invenciones son máquinas que hacen cosas que los humanos pueden hacer; algo absurdo, ¿no? Muchas veces nos cuesta percatarnos de que las palabras son violentas y cambian la mente a las personas. La literatura debería ser un lugar de resistencia del lenguaje. Pero a veces no lo es. Me gusta decir la palabra precisa. Procuro la claridad y la ambigüedad. Intento que las frases sean claras, pero al mismo tiempo que haya muchas interpretaciones. Intento eliminar todas las palabras que no sean necesarias. Como me gusta dejar los libros en reposo, mucho tiempo después mi trabajo consiste en ver cómo puedo decir algo en cinco palabras en vez de quince. Quiero que el lector pueda poner su carne, su piel. No me gustan los textos adiposos.”
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