LITERATURA › OPINION
› Por Sergio Chejfec
Me gusta volver a una narración de Roberto Bolaño que va contra el habitual vitalismo de sus historias. “Ultimos atardeceres en la tierra” (en Putas asesinas, 2001) es un relato sobre la decepción. Se decepcionan los protagonistas y probablemente el lector. Se trata de un viaje de padre e hijo hacia la playa en busca de aventuras (el padre) y de abandono (el hijo). El lector no se decepciona a causa del final abierto, sino porque advierte que es una historia de manos vacías. Bolaño no dice, pero propone, que todo viaje incluye la aventura y el abandono como formas equivalentes de ser uno mismo. Para ello padre e hijo forman un dúo de humores contrapuestos: el padre, sanguíneo, organiza entusiasta lo real; el hijo, melancólico, se sumerge en libros sin avanzar. El padre observa al hijo y no lo entiende; el hijo observa al padre entendiéndolo demasiado. El padre se empeña en resolver la realidad a empellones; el hijo defiende al padre en su causa perdida. Uno es transparente y el otro es opaco. El opaco se inmola con el transparente.
Más allá de la cronología, este cuento refleja un Bolaño que todavía no alcanza a ser tal como será recordado. Muestra un estilo silencioso de protagonista, cuya pasividad predispone al autor a ensayar los caracteres embrionarios que después le darán voz al Bolaño asertivo y rampante más conocido. ¿Bolaño incompleto?; ¿desviado? En lo que este breve relato tiene de diferencia con el “estilo Bolaño” cristalizado, se cifra la faceta más intrigante de este escritor (y en perspectiva, de todos los escritores): ¿por qué alguien escribe de un modo y no de otro?; ¿cómo se conforma una retórica?; ¿qué resabios se anticipan?; ¿qué derroches se conceden? En un momento del relato, el joven se interroga por la desaparición de un poeta surrealista francés en la costa mediterránea. Interviene el narrador y señala: “B no sabe que falta en su imagen un ruido o rumor determinante: el de las jarcias de las pequeñas embarcaciones que suelen amarrar en las ciudades costeras”. Uno podría decir: si ese saber falta en su imagen es porque después lo tuvo. La brecha que separa este relato de casi todos los otros de este autor es la del saber. En Bolaño siempre se sabe algo, y las obras barajan ese saber de un modo conclusivo repicando en el avatar de la historia.
Como ningún otro escritor post boom, Bolaño escribe junto a un mapa continental en el que se mezclan acentos, paisajes y expatriados a medias. El deseo de predicar la historia y el éxito de sus obras convirtieron a Bolaño en un renovador o reeditor del boom. A esa mirada también contribuyó el impacto sobre escritores jóvenes de todo el continente. Pero por los mismos motivos, podría decirse que en lugar de una actualización la obra produjo un cierre. Bolaño como el escritor de proyección continental que viene a concluir el programa del boom; el escritor que escribe instalado imaginariamente en el boom y nos relata el campo desangelado del post boom. Pocos autores ofrecen la posibilidad de revisar a través de su obra las premisas sobre las cuales la literatura se anuncia como testimonio de una creencia o situación colectiva.
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