Miércoles, 12 de julio de 2006 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA POETA JUANA BIGNOZZI, MUJER DE CIERTO ORDEN
Autora emblemática de la generación del ’60, Bignozzi está por publicar su nuevo poemario, La escalera de Aracoeli. “Mi poesía se fue decantando hacia lo ideológico, porque la política me había dejado de lado”, dice.
Por Silvina Friera
Le gusta demoler mitos, uno a uno y de a poco, cada uno a su tiempo y con la sabiduría y la ironía que le fueron dando los años. Para deshacer esos mitos, primero hay que saber vivirlos, los heredados –padre panadero anarquista, que se pasó al Partido Comunista durante el peronismo–, y los construidos en los años ’60, lo que parece confesional en su obra jamás es una confesión estrechamente vinculada con su biografía. Nunca pensó que ella y la poesía se iban a cruzar alguna vez por el mismo camino. No fue la típica chica que a los seis años espantaba a la madre insistiéndole, con esos gritos exasperados por una revelación vocacional cuasi divina: “¡quiero ser poeta!” Y como no tiene habilidad para hacer casi nada, no sabe qué hubiera sido de su vida. ¿Oradora? “Quizá”, admite Juana Bignozzi. ¿Actriz? “No”, grita sacudiendo la cabeza. “Soy un tronco”, aclara. “En mi familia nunca se aceptó la idea del sacrificio. Me mandaron a la escuela primaria a la tarde porque consideraban que no era necesario que me levantara a las siete de la mañana como una desgraciada”, cuenta Bignozzi. Y queda claro que no es la típica poeta sacrificada y abrumada por las escasas visitas de esa extraña dama llamada inspiración. “Yo me divierto cuando escribo. Lo que no me sale, lo dejo y lo retomo en unos meses. Y si no puedo arreglarlo es porque no lo sé escribir y punto. Eso de la página en blanco es ajeno a mí. No vivo torturada por un verso, soy una poeta sin tragedia.”
Bignozzi es considerada como “una de las voces más personales y profundas, más entrañables y cálidas de nuestra lengua”, según señala Jorge Lafforgue en el prólogo de La ley tu ley (Adriana Hidalgo), la obra reunida que incluye los poemarios Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989), Interior con poeta (1996) y La ley tu ley (2000). A punto de publicar La escalera de Aracoeli (ver aparte) y con varios libros terminados en busca de un editor (Las poetas visitan a Andrea del Sarto y Quién hubiera sido pintada, entre otros), Bignozzi repasa en la entrevista con Página/12 el desamparo en que la dejó el fracaso del Partido Comunista, el mito del “obrero blanco, consciente y lúcido”, propio de la izquierda no peronista, confiesa su terror al juvenilismo, a ser una poeta anacrónica, y revela detalles sobre su experiencia en los cursos de poesía que da en la cárcel de Ezeiza. “En mi franja de edad me debo haber quedado un poco sola, quizá por eso me llaman los periodistas para hacerme notas. Como Alejandra Pizarnik está muerta, soy la única poeta del ’60 viva. No me gusta que me llamen tanto, temo ser una figurita repetida”, subraya. “No soy una mujer silenciosa que busca el recogimiento que tanto dicen que necesitan los poetas. A mí me gusta mucho la vida social, pero estoy acostumbrada a tener menos compromisos.”
–¿Le molesta un poco la etiqueta de “poeta del ’60”?
–Para nada, porque corresponde a mi edad y a mi generación. Te puede incomodar, pero por suerte eso conmigo no pasa, cuando está dicho como representante de lo malo del ’60, de los tics de esa década, de las propuestas anquilosadas. Pero en ese sentido no soy una poeta del ’60.
–Beatriz Sarlo señalaba, por Mujer de cierto orden, que ya en 1967 había una Juana Bignozzi completamente construida como poeta, ¿coincide con esta observación?
–Creo que sí. Lo que adquirí después es la sabiduría que te da lo vivido, aunque estructuralmente ya estaban todos los temas que he ido desarrollando. Esos poemas, escritos por una muchacha que tenía 26 años, fueron reescritos por una mujer hasta llegar a la edad que tengo, casi 69. Aunque fui cambiando con la edad, siempre tuve mucho terror al juvenilismo y miedo a tomar lenguajes o estéticas que me interesan y que sigo, pero que son propias de otra edad. Si yo escribiera de esa manera, sería una mujer anacrónica.
–En esos poemas de juventud la idea del fracaso de la revolución ya estaba presente, antes de que ocurriera. ¿Cómo vivió esa época?
–Creía en la revolución y en mis compañeros. Pero ese fracaso que se percibe en Mujer de cierto orden no es el de la política; es el fracaso del Partido Comunista, que era mi sostén ideológico. Tener lucidez siempre te ayuda y yo vislumbraba que no iba a vivir ni hacer la revolución en la Argentina. Desgraciadamente eso que sentía se confirmó después. Quizás esos poemas reflejaban la soledad de una mujer que se ha quedado sin partido; nunca encontré nuevamente una estructura sólida que me permitiera integrarme. Y esa no militancia nunca la superé. No la supero hoy, incluso está en mis poemas recientes. Nunca hice poesía política, porque no tengo voz para eso, pero siempre hice una poesía ideológica de izquierda. Y por eso mi poesía se fue decantando tanto hacia lo ideológico porque la política me había dejado de lado. Era una excluida, no podía participar y tenía prejuicios que no podía superar para integrarme en el peronismo. Pero de las comunistas que conozco, yo soy la más peronizada.
–¿Cómo es eso?
–Siempre he tenido culpas y tentaciones (risas). Culpa por no poder adherir a esa tentación que es el peronismo. Tengo muy mala relación con la gente que dice “la gente como uno”. Hay un discurso, que era el de mi casa y que sigue siendo el discurso de cierta izquierda, “el del obrero blanco, consciente y lúcido”, que no me gusta para nada. Esa idea de que la inmigración europea blanca y de ojos claros trajo la ideología es cierta históricamente, pero no son los dueños del proletariado. No me siento fascinada por ese obrero blanco y de ojos claros.
–¿Qué hubiera pasado en su casa si aparecía con un obrero morocho y peronista y les decía “les presento a mi novio”?
–¡Qué problema!, nunca se me hubiera ocurrido (risas), no se me ocurre tampoco ahora en mi vida personal. En última instancia es un planteo teórico; finalmente soy la hija de un obrero blanco y de ojos claro y eso ya no se arregla, no es fácil.
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