LITERATURA › UN REGALO DE NAVIDAD, DE ROBERT LOUIS STEVENSON
No hay ningún benigno Papá Noel ni en el cuento “Markheim” ni en la novela corta Olalla, recientemente publicados en un solo volumen. Oscuro y perturbador, el relato que abre el libro fue el germen de El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde.
› Por Silvina Friera
Los sonidos de las fiestas pueden anestesiar y tranquilizar. Pero más de una vez, o casi siempre, pulen y tallan a mano el fastidio. Ante tantos chirimbolos, pirotecnia y esperanzas de diverso calibre, nada mejor que un poco de oscuridad punzante, dos historias perturbadoras para conjurar el clima imperante. Robert Louis Stevenson, adorable y macabro, suelta las riendas de su mejor literatura, su más estentórea carcajada “póstuma”, con Un regalo de Navidad (Periférica), un cuento y una novela corta que consiguen aniquilar al benigno Papá Noel casi hasta convertirlo en una versión indómita de Jack el Destripador. No hay título más engañoso ni anzuelo más tramposo. Imposible no sucumbir de pies a cabeza frente a las tramas del sagaz escritor escocés, un clásico ineludible de la literatura universal. “Markheim” –escrito para la edición navideña de la Pall Mall Gazette en 1884– inicia este volumen. Un buscavidas poco fiable acude a una casa de antigüedades el día de Navidad, urgido por comprar un regalo para una dama. El anticuario lo reconoce; es un cliente habitual que suele vender las piezas que su tío se encargó de coleccionar. El pálido y encorvado anticuario le ofrece un espejo de mano del siglo XV. “Le he pedido un regalo de Navidad –replicó Markheim– y usted me da esto... este maldito recordatorio de años, pecados y desvaríos. ¡Esta pequeña conciencia de mano! ¿Lo ha hecho usted adrede?”
Lo que al principio parece inocuo, una reyerta de poca monta, despeja el camino hacia una violencia que se expande como una mancha de aceite. Es como si la presencia del espejo, de la “conciencia de mano”, produjera un extraño desenmascaramiento que sólo conduce, acaso por su intempestiva revelación, al crimen del anticuario. “Más bien deberíamos aferrarnos a lo poco que podemos conseguir, como haría un hombre al borde del precipicio. Si lo piensa bien, cada segundo es un precipicio –advierte un lúcido y acaso endemoniado Markheim–. Un precipicio de dos kilómetros de altura, lo suficientemente elevado, si caemos, como para arrancar de nosotros cualquier rasgo de humanidad.” Los mil fantasmas aguijonean al criminal. La pericia de Stevenson para escarbar en la pugna entre el bien y el mal es, sencillamente, magistral. “El tiempo, una vez consumado el crimen, el tiempo, agotado para la víctima, se había vuelto instantáneo y trascendental para el asesino.” Este cuento fue el germen de una de las obras más célebres del escritor: El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde, publicada en inglés en 1886, dos años después de “Markheim”. También se ha dicho que este pequeño obsequio navideño surgió luego de que Stevenson leyera Crimen y castigo, de Dostoievski. Una criatura, una presencia fantasmal con un aire familiar, emerge en el relato y desata un diálogo vibrante, un duelo verbal donde el arte de la réplica y la contrarréplica atraviesa las membranas de múltiples interpretaciones. Ese personaje de contornos vacilantes que le ofrece ayuda, ¿es el mal o la encarnación de su aterida conciencia? “¿Conocerme a mí? –dijo Markheim–. ¿Quién podría conocerme? Mi vida no ha sido otra cosa que una farsa, una falsificación de mí mismo. He vivido para disimular mi naturaleza, como todos los hombres. Todos los hombres son mejores que el disfraz que los envuelve y los sofoca (...) Mi yo verdadero está mucho más oculto. Sólo Dios y yo conocemos el motivo. Pero si tuviera tiempo, podría revelarme como soy.” La dualidad humana no es una novedad. Los seres atormentados como Markheim, que intenta resistir echarse a los brazos del mal –¿será ese asesinato su último crimen?–, han poblado el imaginario literario, cinematográfico y televisivo. No es casual que hasta Sigmund Freud se haya atrevido a hablar de este relato de Stevenson para referirse al inconsciente. El editor y escritor Gordon Lish ponderó este texto como “inagotable a pesar de su brevedad”. Y vaya si lo es. Tal vez nada, excepto la muerte, valdrá para detener la caída de Markheim. Quizá la puerta abierta a la libertad, a la renuncia a toda acción, sea una alternativa. El lector, afortunadamente, decidirá. O puede no hacerlo y quedarse con algo parecido a la sonrisa y el sabor agrio de la incertidumbre en los labios.
Olalla, la novela corta incluida en Un regalo de Navidad –hay que consignar la excelente traducción y notas de Juan Sebastián Cárdenas y las envolventes ilustraciones en blanco y negro de Tyto Alba– fue publicada por The Court and Society Review en su número navideño de 1885. En esta trama, Stevenson hilvana una historia de amor y de terror que transcurre en el campo, en una antigua mansión venida a menos a la que asiste un oficial inglés –cuyo nombre el lector no conocerá– que luchó en España durante la Guerra de la Independencia, para recuperarse de una tuberculosis. El peligro está agazapado en esa anómala familia, un linaje que lo atrae con la misma intensidad que lo repugna: una madre tan bella como idiota y temible y sus dos hijos, Felipe y Olalla, de quien se enamorará fatalmente a primera vista. La muchacha es, según parece, la única sana y vital de una herencia decadente. “¿Cómo dejar que aquella flor incomparable se marchitara oculta en medio de tan rústicas montañas? Era un alma prisionera. ¿Cómo no liberarla de su cárcel?”, se plantea este soldado con “ánimo de desafiar al destino”.
Las cartas, sin embargo, están marcadas. El mordisco bestial de la madre de Olalla en la mano del soldado, la monstruosidad de ese acto inesperado, precipita la huida. Olalla ha jurado que su linaje “maldito” será borrado de la faz de la Tierra, atribulada por esa herencia que convirtió a su abuelo en loco, a su madre en estúpida y a su hermano, que tortura a una ardilla con una crueldad inaudita, en poco menos que un animal... La imagen final de Olalla inclinada ante el crucifijo siembra más de un interrogante.
Stevenson (Edimburgo, Escocia, 13 de noviembre de 1850-Vailima, cerca de Apia, Samoa, 3 de diciembre de 1894) fue un prolífico autor, pese a su temprana muerte. “Todo lector está obligado a leer Olalla; todo escritor debería tratar de escribir una historia de misterio con el mismo pulso magistral de Stevenson. He de confesar que hay mucho en El perro de los Baskerville de esta historia”, escribió Arthur Conan Doyle. La llave de la literatura del narrador escocés es el estilo, que él mismo define como “una telaraña, una pauta a la vez sensorial y lógica, una trama elegante y fecunda”. Una telaraña que tiene el poder de clavarse adrede, como una espada afiladísima, en la yugular de sus lectores.
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