LITERATURA › DANI UMPI HABLA DE UN POQUITO TARADA, SU CUARTA NOVELA
El escritor, músico y artista visual uruguayo define su libro como “una novela re autoayuda, pero de una manera graciosa y exagerada”. Umpi señala que mantiene una relación conflictiva con el humor y por eso, más que como humorista, se reconoce como un “freak”.
› Por Silvina Friera
En el mundo de la hipérbole brilla la reina de la Plop –unas fiestas “pequeñas, salvajes y exclusivas” que se hacían en San Telmo–, donde ella y Mica –dos pendejas de Villa Ballester– se reían como locas y disfrutaban de la noche. “Nos encantaba burlarnos y eso nos hacía sentir espléndidas, altas, superiores. Desgastábamos a la gente en críticas hasta dejarlos diminutos, bajándonos como cuatro paquetes de obleas de chocolate por encuentro. Al principio sentíamos que no engordábamos. La verborragia nos mantenía en forma y la edad ayudaba bastante.” Ella, la indómita protagonista de Un poquito tarada (Planeta), la cuarta novela de Dani Umpi, una joven que se atribuye la invención del fotolog –o casi–, ya no es lo que era. Sigue siendo joven, frívola y desaforada, con una lengua temible que no deja rockeros ni indies con cabeza –dos tribus a las que desprecia–, pero una década después está en otra. Ahora tiene una misión: encontrar a su padre, ex líder de una secta con poderes electromagnéticos. De Ballester a Punta del Este, de San Pablo pasando por Pocoata (Bolivia) hasta Las Vegas, esta especie de cleptómana consumada en el arte de sustraer documentos de identidad y andar por la vida con los nombres de sus amigas o hermana vive una aventura delirante donde no faltan fantasmas, mensajes telepáticos, invocación de espíritus, casinos y carnavales. La angurria umpiana elevada a la enésima potencia: costumbrismo acelerado, musicalizado con “Ready to Go” de República.
“Cuando escribo, no doy muchos datos de los personajes; son retratos costumbristas de lo que piensa alguien. En este caso, aparte de no decir el nombre, no contaba muchas cosas físicas hasta la mitad de la novela. Ella tiene veinte años al principio del 2000, cuando surgió la posibilidad de la vida inventada con el fotolog, que es pre Facebook. Tampoco es flogger. Pero sí era el momento en que empezó la maravilla de inventarse uno en Internet y relacionarse con eso. Era un mundo paralelo. No conozco otras redes sociales que permitieran ejercer esa fantasía de ser otra persona”, cuenta el escritor, músico y artista visual uruguayo en un bar de Villa Crespo donde elige desayunar café con leche y un budín de pera.
Como viene seguido a Buenos Aires, dice que le llama la atención que en su célula de identidad Daniel Umpiérrez –su nombre completo–, nacido en Tacuarembó en 1974, tiene el pelo largo. Ahora usa lentes y está pelado. “Miran la célula y me dejan pasar, aunque parezca otra persona. Ahí me dije que estaría bueno pensar en una mina que fuera muy libre. Me gustaba un personaje que fuera muy loco, muy manipulador. Originalmente iba a ser peor. Pero la bajé un poco porque no iba a generar mucha empatía. Mis novelas son bastante de iniciación; hay personajes que descubren algo y maduran y van creciendo. Yo quería que fuera bien arpía, como una ‘mostra’ del 2000. Pero de a poco descubre la sensualidad, descubre el mundo. Ella cree que tiene toda la estructura clara, que sabe cómo manipular a la gente, y se mueve en el ambiente de la noche, donde hay códigos que son bastante parecidos. Pero después, cuando sale de ahí, está muy desamparada. Lo mío es muy costumbrista, sobre todo por la manera de hablar que tienen mis personajes”, subraya Umpi a Página/12.
–El costumbrismo suele cargar con una mochila negativa. ¿Cómo es el costumbrismo de las novelas de Dani Umpi?
–Yo no me veo muy literario. Soy consciente de que tengo un estilo, pero nunca me veo dentro de la literatura. Para mí el costumbrismo no es negativo, es lo que siempre quise hacer de chico. Cuando era chico quería escribir novelas que pudiesen ser leídas por las señoras en la playa. Mis cuatro novelas tienen un tono muy ligero y sé que son muy frívolas. Pero asumo eso y no tengo ningún problema. Cuando dicen: “Ah, pero las novelas de Umpi son siempre re frívolas y re nada”... Bueno, es mi propuesta. Hago esto. El que lea esta novela se va a divertir mucho. Son 33 capítulos y en cada número maestro hay una vuelta de tuerca. Estoy sorprendido porque ha tenido buenas críticas en el ambiente literario, algo que antes no me pasaba. Gustó a otro tipo de gente a la que no le interesaba mucho lo que yo hacía. Quizá por la estructura de la novela, que es medio ambiciosa.
–¿Por qué la protagonista extraña la juventud, aunque sigue siendo joven?
–Lo que pasa es que tuvo una adolescencia muy intensa y después mueren la madre y la abuela. Y tiene ataques de pánico. Ella está en el momento y en el lugar donde, si quiere, puede llevarse el mundo por delante. Pero vive en una burbuja. Y cuando sale de esa burbuja, la extraña. Me gusta que ella se haga pasar por otra, que use los documentos de otra para encontrarse a sí misma. Es una novela re autoayuda (risas), pero de una manera graciosa y exagerada.
Las apariencias engañan. Leerlo a Umpi o verlo en escena llevaría a sentenciar sin vacilar que se mueve como pez en las aguas del humor. “Me río mucho, pero me cuesta el humor. Cuando era más chico tenía mucho prejuicio con los humoristas. Recuerdo que miraba a (Alberto) Olmedo y me parecía horrible. Cuando sintonizo con un humorista, me encanta. Yo construyo un personaje cuando canto. Me pongo pelucas y me disfrazo y creo un freak. El humorista es alguien que comparte un código y señala algo de lo que vos tenés que reírte y cómo tenés que reírte. El humor es muy karmático, porque siempre te reís de alguien y siempre estás juzgando. Por eso el humorista es jodido. En cambio, si me propongo como un freak, me estoy caricaturizando a mí mismo y hago que la gente se burle. Yo digo ‘reíte’ pero nunca cuento chistes. Al stand up recién ahora le empecé a encontrar la vuelta. Y gracias a Malena Pichot. Sé que es una carencia y es muy rara la relación que tengo con el humor. Es como si yo fuera demasiado políticamente correcto. Parece que no, pero en realidad sí. (Diego) Capusotto me costó mucho, pero cuando le saqué la onda me fascinó.”
–La risa que genera la novela viene de la desmesura, de la caricatura, ¿no?
–Claro, es la desproporción. Al principio no la describo a ella, no digo si es alta, baja, morocha. Pero voy dando algunos indicios. En el tercer capítulo digo que es morocha, pero de una manera medio graciosa. Eso es lo que tiene escribir. Cuando vi la película de mi novela Miss Tacuarembó, en la primera escena mostraban al personaje y flasheé porque cuando escribía era todo lo contrario. Me gusta que el que lea vaya haciéndose la cabeza. Es la idea, me parece. Pero, claro, son caricaturas. Mis personajes, exceptuando una novela –Sólo te quiero como amigo–, son siempre mujeres. Maitena, que presentó Un poquito tarada, me decía: “Esta chica tiene cosas que no son de mina”. Es obvio porque no todas las minas son iguales. Tiene cosas que son re de varón. Yo conozco varones que son re minas; entonces soy consciente de que hay una caricatura de esto.
La novela está atravesada, desde la ilustración de la tapa –un rosa chicle bien pop–, por una carta del Tarot: el arcano número cero, el loco, el viajero. Hay una mujer que tiene una valija y está al borde de un precipicio, con un pie en la tierra y el otro en el aire. Atrás un perrito ladra, acaso para advertirle la inminencia del peligro. “Es alguien que está en un momento en que se salva o se cae –plantea Umpi–. Como escritor, esa carta y el Tarot es algo que uso porque me estructura la novela. Pero al lector no se lo digo. Yo confío en esta estructura, me sirve para escribir. Ahora estoy saliendo de ese closet porque antes no lo decía. Imagino los personajes y después los de- sarrollo, le pongo pavadas, todo lo que se me antoja, la hago graciosa o no, la pongo en situaciones medio ridículas. Todo es medio entre fantasioso y demasiado real.”
–¿Comparte el temor a la locura más que a la muerte que tiene la protagonista de Un poquito tarada?
–Cuando escribía la novela, sí. Los ataques de pánico que hay en la novela me pasaron a mí. No pongo muchas cosas mías cuando escribo, pero en este personaje sí. Tengo miedo a la locura. El dolor en el pecho, esa sensación de que te vas a morir, es espantoso. Es el temor a lo que está dentro de uno que no sabías y de repente aparece. La locura nunca sabés de dónde sale y eso genera miedo. Es algo que está ahí. La protagonista de la novela, que es muy de llevarse el mundo por delante, ve que hay algo que la puede frenar. Y ahí sí soy un poco yo. Siempre fui muy estratega de chico. Yo decía “voy a hacer tal cosa” y la hacía. Como si no tuviera súper yo. Voy a hacer un personaje que cante, se llame Dani Umpi y salga disfrazado. Y lo hice. Hasta que en un momento pensé en que no lo podría hacer más porque me empezaban a pasar cosas raras. Al final, es una novela bastante autobiográfica. Pero no soy tan intrépido como ella, que se va a todos lados y usa otras identidades.
–La mayoría de las mujeres de sus novelas miran mucha televisión, especialmente telenovelas. Es como si la telenovela fuera el pilar de la educación sentimental. ¿Por qué?
–Es lo más común... Una vez conocí un chico y nos empezamos a ver más seguido. Pero en un momento no dio para más y le dije que no podía seguir viéndolo. Me sorprendió mucho su reacción, como si fuese el protagonista de una telenovela. Era así. Ahora cambió un poco por Internet, pero la televisión y los medios te educan mucho en la parte afectiva. Como retratos melodramáticos donde los afectos son el hilo conductor, me parece que la telenovela es importante. No es gente que se formó leyendo a Simone de Beauvoir (risas). Miran la tele y repiten todo. Yo miré mucha tele cuando estaba en Tacuarembó. No leía literatura, leía best sellers. Por eso digo que no soy literario. Yo leía novelas rosas, mucho “chick-lit”, ése era mi mundo...
Umpi sonríe por enésima vez y muestra sus dientes blancos, perfectos, ideales para una publicidad de dentífrico. “El fotolog fue una red social maravillosa que llegó a lo máximo con los floggers, lo último interesante que surgió –afirma–. Cumbio es paradigmática, de momento es la asistente de Mirtha Legrand. No es nada menor. Me interesa mucho la generación flo-gger porque se inventaban, vivían una fantasía que la hacían real. El vínculo era a través de una red social, pero después se juntaban. Y fue una red social que incidió en la moda. Y tenía sus propias estrellas. Cuando Cumbio hizo la publicidad de Nike fue una estrategia increíble: no era un futbolista o una estrella. Y ahí cambió el paradigma. La mayoría de los flo-ggers eran bisexuales, tenían un amor libre, eran muy abiertos sexualmente.”
–¿Qué dejaron los floggers?
–Influyeron mucho en la cultura de los wachiturros y en la construcción de una nueva masculinidad, al menos de una manera estética. Las nuevas generaciones, sobre todo los turros, incorporan más elementos femeninos, se depilan las cejas, tienen un cuidado mayor y son muy metrosexuales. Es la chica un poco la que corteja al chico cuando baila. Las mujeres tienen otro poder. El hombre está más objeto. Ahora algunos se están empezando a pintar las uñas.
–¿Qué efecto busca generar cuando escribe?
–Me gusta la angurria, que la gente empiece a leer y quiera más y más. Me gusta cuando hablan mis amigas muy charlatanas porque es adictivo. Ese efecto lo quiero lograr, como cuando vas navegando por YouTube y vas viendo los videos que te sugiere: no sabés adónde vas, pero hay algo que te guía. Me gusta eso: atrapar a la gente con historias.
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