LITERATURA › EL FESTEJO DE LOS DIEZ AñOS DEL GRUPO ALEJANDRíA, EN EL MALBA
La mesa que se realizará hoy servirá como celebración y a la vez apertura de un nuevo ciclo de charlas que arrancará en abril. Los fundadores analizan aquel pasado de primeros encuentros de lectura en el Bartolomeo y este presente de actividad intensa.
› Por Silvina Friera
El cuarteto celebra la mezcolanza de voces que puso en movimiento, micrófono en mano. Los prejuicios y las reticencias narrativas, tarde o temprano, se ablandan o se disipan del horizonte inmediato. Por extraño que parezca, intentar juntar peras, manzanas, ciruelas y otras frutas con diferentes niveles de maduración de la literatura argentina era lo más parecido a una empresa un tanto disparatada. Los escritores Clara Anich y Edgardo Scott, lejos de encogerse de hombros y esperar a que otros pusieran manos a la obra, decidieron apostar las fichas por un ciclo de lecturas que se inició en el bar Bartolomeo, en marzo de 2005, con cinco autores invitados, cuatro inéditos o con poca obra publicada. El quinto, el consagrado o la consagrada, cerraba la noche. En el origen del grupo Alejandría, integrado además por Yair Magrino y Nicolás Hochman, lo fundamental era –es y será– cruzar y hacer dialogar a todas las generaciones. Escuchar a Germán García con Federico Falco, a Leo Masliah con Gabriela Bejerman, a Juan Terranova con Sergio Chejfec, a Pedro Mairal con Andrés Rivera, y cuantas combinaciones más se puedan barajar. Los ciclos de lectura, uno de los últimos “movimientos” literarios, se multiplicaron entre 2007 y 2008. Luego, como suele ocurrir, fueron decantando. Pero el grupo Alejandría no sólo continúa renovándose, sino que festeja diez años. Y lo hará hoy en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), a las 18.30, con una mesa integrada por Martín Kohan, Elsa Drucaroff, Sylvia Iparraguirre, Ricardo Romero y Silvia Hopenhayn. Una jornada de lujo que terminará con la lectura de Hebe Uhart. Y que incluirá –además del brindis– una proyección de fotos de cuando todos eran más flacos y jóvenes.
“Cuando empezamos, tomamos el modelo de los ciclos de poesía, algunos con micrófono abierto. A lo largo de estos diez años fuimos encontrándole la vuelta de tuerca. Al principio eran noches de cuentos. Pero de repente se metió la poesía y el teatro por nuestras inquietudes”, cuenta Anich. También –contextualiza Scott– irrumpió lo performático. “Me acuerdo de Leo Oyola, vestido de pastor de templo o de (Lucas) Funes (Oliveira) con una media en la cabeza, leyendo con una lupa. Carne Argentina, otro grupo de lectura que arrancó después, incluyó lo performático de base. Tanto Carne Argentina como El Quinteto de la Muerte se plantearon cómo hacer algo parecido a Alejandría que no fuera lo mismo que hacíamos nosotros. El Quinteto se hizo grupo itinerante y leían sus propios textos; Carne tomó más lo performático. Noso-tros, en cambio, integramos escritores inéditos con un escritor consagrado, dos planos que hace diez años no estaban integrados.” Mezclar la hacienda literaria no parecía una empresa tan sencilla una década atrás. Y, por eso mismo, era necesaria. Anich subraya que parte del espíritu de Alejandría ha sido invitar escritores a quienes nunca les habían visto la cara. Sólo el correo electrónico, por entonces, era el vehículo para hacer circular textos de autores que se estaban formando y que luego serían leídos, por ellos mismos, en Bartolomeo, el primer bar donde se inició esta experiencia.
El tiempo pasa y muchas cosas que parecían imposibles cambian. “Hoy está casi aceptado que una primera novela, por ejemplo Glaxo, de Hernán Ronsino, o El viento que arrasa, de Selva Almada, puede ser el libro del año o estar entre los libros de mayor circulación literaria. Se publican en editoriales chicas que no estaban cuando empezamos, como Eterna Cadencia y Mardulce”, recuerda Scott. “Entropía cumple, como nosotros, diez años. El rango de editoriales independientes se fue generando también en estos años. Antes me parece que ‘la novela del año’ podía ser de Juan Forn o de Guillermo Saccomanno. Ahora está mucho más legitimada la juventud en el campo literario. Esto fue un efecto de Alejandría: las editoriales independientes, la horizontalidad, las antologías... Nuestra generación, los que nacimos en los setenta y pico, le dimos visibilidad a autores como Martín Kohan y Gustavo Ferreyra, que quizás en los ’90 no tenían la misma visibilidad y reconocimiento que tienen ahora.” Yair Magrino comenta que al principio él era “un groupie más”, parte del público que disfrutaba de escuchar textos leídos por sus propios autores. “La primera vez que me invitaron a leer yo tenía diez o quince cuentos escritos, como mucho. Leí en la misma mesa con Ferreyra. Esto marca el espíritu del grupo: alguien que recién está arrancando con un monstruo como Ferreyra, por el que siento una gran admiración.” La “mascota” de Alejandría es Nicolás Hochman, el último en integrarse al ciclo en 2008. “Yo me había ido a vivir a Mar del Plata, pero había sido compañero de Clara en la primaria. Cuando volví a la capital, nos reunimos vía red social. Ella estaba ya en Alejandría y escribía, yo estaba haciendo una revista en ese momento y también escribía; teníamos muchas cosas en común. Un día me invitó a Bartolomeo, una noche en que leía Kohan. Para mí algo lindísimo que tiene Alejandría no es sólo la parte de las lecturas, sino la cuestión social que acompaña la lectura.” Magrino coincide: “Lo que pasa después de las lecturas es casi tan importante como la lectura en sí. El Quinteto de la Muerte se formó en Alejandría, en una mesa de Bartolomeo”.
Cuando lo invitaron por primera vez a cerrar la noche, Luis Gusmán preguntó: “¿Esto funciona?”. La pregunta viene a cuento porque los narradores no estaban acostumbrados a leer en público como los poetas. “Muchos saben lo que significa hoy un ciclo de lectura. Tiene que ver con cierta regularidad que se instaló y que antes no era reconocida. No sé si por el carácter más disperso de los poetas o por la itinerancia... Ahora está identificado que los ciclos de lectura suceden en un determinado lugar y con una dinámica”, plantea Scott. “Nuestra alternativa inicial fue hacer una revista literaria, pero en ese momento estaba en pleno apogeo Lamujerdemivida, Los lanzallamas, Mil mamuts, y la verdad que no teníamos plata para el papel –ni para el colectivo– y no queríamos hacer más de lo mismo. Entonces se nos ocurrió este dispositivo que tiene para mí algo mágico. Para ser sincero, si bien tengo mala memoria, no recuerdo que hayamos dicho ‘vamos a seguir el ejemplo de la poesía’. Después nos reconocimos en esa tradición. Pero para mí tiene más que ver con el under de las bandas, con los festipunks, con cierta lógica de que muchas bandas se juntan, tocan y una cierra la fecha.” La primera fecha del grupo Alejandría, el 15 de marzo de 2005, la cerró Ana María Shua. “Tenemos bandas soportes muy buenas”, agrega Scott. “Alejandría fue generando como un Personal Fest de la literatura. En el camino, muchos de los inéditos que pasaron por el ciclo publicaron. Y en algunos casos, varios libros.”
Durante 2005 y 2006, el grupo Alejandría se reunía dos veces por mes. “¡Fue una locura!”, proclama al unísono el cuarteto que dio los primeros pasos en los bares Bartolomeo, Los Porteñitos y Todo Mundo hasta pasar por las librerías Fedro y Eterna Cadencia. Esta década de lecturas con nuevo ciclo comenzará el martes 1 de abril en el auditorio de la librería Gandhi (Malabia 1784), todos los primeros martes de cada mes, hasta diciembre. La novedad para esta edición es que las lecturas serán grabadas y subidas a YouTube. “Nuestro registro siempre fue un poco informal”, admite Anich. “Cuando empezamos, guardábamos en cassettes las entrevistas que les hacíamos a los escritores que cerraban la noche. Sí tenemos un buen registro fotográfico y vamos hacer un paseíto por esas fotos en el Malba. Va haber grandes sorpresas. Hay gente con más pelo, otros más delgados.”
Yair Magrino: –El cambio entre los veintipico y los treintaipico marca una decadencia indisimulable. El hígado pasa facturas (risas).
Por la maquinaria de circulación de Alejandría han estado Leónidas Lamborghini, Mariana Enriquez, Federico Jeanmaire, Samanta Schweblin, Carlos Gamerro, Patricia Suárez, Fabián Casas, Edgardo Cozarinsky, Oliverio Coelho, Pablo De Santis, Federico Levín, Esther Cross, Ignacio Molina, Juan Sasturain, Pablo Ramos, Andrés Rivera, Selva Almada, Guillermo Martínez, Mariano Dupont, Alejandra Laurencich, Enzo Maqueira, Luis Chitarroni, Gabriela Cabezón Cámara... Imposible consignar los 500 nombres entre inéditos o poco editados y autores consagrados que fueron leyendo desde aquel 15 de marzo de 2005. “Hay lugar para todos en las noches de Alejandría –que son de marzo a diciembre–, además de la Feria del Libro, más la Noche de las Librerías y algún que otro evento. Diez o doce eventos por año, a cinco lectores por noche, son 60 escritores que pasan por el ciclo cada año. Por un lado es un montón, porque ya pasaron más de 500. Pero nunca damos abasto para invitar a todos los que queremos”, reconoce Hochman.
–¿Qué importancia tiene leer en voz alta?
Nicolás Hochman: –La lectura en voz alta, y más si hay público, resignifica completamente el texto escrito. Me parece que le da una voz –en la acepción que se le quiera dar– al texto. Cuando uno lee en voz alta, encuentra cosas y desencuentra otras que en la escritura propiamente dicha no estaban. Para mí hay algo lindísimo que tiene Alejandría, desde el funcionamiento en bares, en librerías y ahora en un auditorio: hay situaciones, escenas, ruidos de café, de gente que entra y que sale. Para mí es importantísimo que la escritura en formato de lectura esté por encima de todo eso. O sea que un texto se sostenga a sí mismo, a través de los recursos que sean y del contexto que sea. No es lo mismo leer un texto en un bar que en una librería o en el Malba. Está en la estrategia del autor pensarlos en función de eso. Y es una estrategia posible para difundir la propia obra.
Edgardo Scott: –Hay algo muy elemental, de la tradición literaria, que se da en ese momento mágico cuando un narrador captura a sus oyentes y notás ese silencio... Cuando un texto en la voz de su autor logra esa captura, ese momento de silencio, uno está como en el fogón de los tiempos.
Clara Anich: –Tuvimos que enfrentar, al principio, la pregunta sobre cómo íbamos a hacer para mantener la atención de la gente con alguien leyendo durante diez o quince minutos. “Se van a distraer”; “esto funciona en poesía pero no en narrativa”, nos decían. Hay algo que se logró, que no lo hicimos nosotros sino el público, que es aprender a escuchar. De repente ha pasado de tener lecturas de veinticinco minutos, y la gente estaba en silencio, escuchando. El disfrute pasa simplemente por escuchar.
Anich y Scott, dos de los integrantes que fundaron Alejandría, confiesan que les costó bastante leer sus propios textos. “Armamos el espacio como un ámbito de difusión de otros autores. Hasta que nos encontramos con la pregunta: ‘¿Y ustedes por qué no leen?’”, recuerda la escritora y dramaturga. “Pusimos el acento en el espacio y no nos mostramos tanto ni circulamos con nuestros propios libros. En muchos casos –por eso algunos proyectos terminaron y nosotros seguimos–, se notaba el armar algo para impulsar la obra propia; el proyecto era nada más que un trampolín. En nuestro caso, tuvo un carácter autónomo de lo que nosotros escribíamos. Al punto de que al principio leían los demás y nosotros no”, repasa Scott. La restricción que se impusieron, con el correr de las lecturas, fue cediendo. Hasta que se autorizaron y se animaron a leer sus cuentos, poemas o fragmentos de novelas que estaban escribiendo. “Algo que nos excede tiene que ver con el estilo de lectura de cada uno”, asume Anich. “Nosotros recibimos un texto que tiene cuatro o cinco páginas. Uno lo lee, le imprime un ritmo y calcula más o menos el tiempo. Pero cuando el escritor lo lee, tiene otro ritmo. Ese texto se hizo el doble y vos decís: ‘¡no lo puedo creer!’ El vivo y la oralidad tienen esos riesgos.”
Abrir el juego. Expandir la cancha. Postular la transversalidad y poner el foco en escritores que andan pedaleando, con mucho esfuerzo, por el sinuoso camino que va de la escritura a la publicación. Cada miembro de Alejandría arriesga nombres. Hochman menciona a Ariel Pichersky, que pasó por el taller de Diego Paszkowski, “un pibe de veintipico que escribe excelente y ha publicado en algunas antologías”. Scott pone las fichas en el futuro de Guido Herzovich; Magrino pondera a Pablo Yoiris, un escritor de Neuquén cuyo relato “Utilidad de los laberintos” figura en Mate, la Antología de Cuento Digital Itaú 2013, “un texto maravilloso”, y Anich elige a Jimena Arnolfi, “una poeta que todavía no publicó nada en narrativa y que escribe muy bien”.
“Los escritores que nos acompañarán en el festejo en el Malba son representativos de cierta transversalidad en la literatura. Hubiera sido más fácil cuando empezamos plantear sólo lecturas de la nueva narrativa. Sin embargo, siempre tratamos de abrir el juego”, insiste Scott. “Entre las cosas que leo, identifico al nicho al que van dirigidas. Y la verdad que me molesta y me aburre. Yo quisiera un poquito más de audacia en cada sector. Que los autores que están en el mercado puedan reconocer a los autores que están en la academia. Y viceversa. En esto todavía seguimos siento muy mezquinos.”
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