LITERATURA › PRESENTACION DE MATEMAGIA, DE ADRIAN PAENZA
Para mostrar la octava entrega de la exitosa saga matemática, el periodista y doctor apeló una vez más a la participación del público. “Cuando uno está muy abarrotado y quiere pensar, necesita tomar distancia y pensar de otra manera”, señaló.
› Por Silvina Friera
Sacar un conejo de la galera es la expresión que viene a la mente cuando se piensa en la magia. Adrián Paenza no es “el David Copperfield argentino”, aunque juega con los números, con sumas y multiplicaciones que se despliegan, pericia y destreza mediante, a la improbable velocidad de la luz. Como si practicara el arte de la magia, el ilusionismo puro y duro. O eso parece. Las apariencias –se sabe– engañan. En la presentación de Matemagia (Penguin Random House Mondadori), la octava entrega de la exitosa saga matemática, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, “el profesor”, como lo llama una parte de sus lectores que, lápiz y papel en mano, se entrenan y crecen resolviendo problemas, apeló una vez más a la informalidad y la participación. “No hay muchos panelistas que puedan hablar de un libro que posiblemente no han leído. O que hablen del autor como si se hubiera muerto”, bromeó el matemático y columnista de Página/12. “Me interesa mostrar algo que habitualmente hacen los magos. ¿Hay alguna persona que tenga buena letra? Necesito un asistente, como todos los magos”, dijo.
La pequeña Paula dio un paso al frente y comenzó a registrar en el pizarrón números de cinco cifras que fue proponiendo el público. Apenas cantado el primero –18.500–, Paenza escribió un número en un papel y se lo dio a Paula. La sumatoria de los números en cuestión dio como resultado el mismo número que había anotado Paenza en el papel.
“Por esto me odian los magos –ironizó Paenza antes de explicar por qué sucede lo que sucede, cómo en esa supuesta “coincidencia” no hay truco sino un trabajo previo de sumas y restas–. La magia tiene un montón de matemática detrás.” En la sala Leopoldo Lugones sobraban los voluntarios que aceptaron sumergirse en cada uno de los ejercicios. Algunos lo hacían desde sus asientos; otros, como en una clase, pasaban al frente. El siguiente consistió en formar con seis fósforos cuatro triángulos equiláteros. Rodrigo probó en el suelo, deslizó palitos a izquierda y derecha, intentando alcanzar la solución. Mariano se acercó a ayudarlo y le confesó a Paenza: “Casi termino tocando el timbre del Borda. Yo empecé haciendo esto. Soy un admirador suyo”. El esfuerzo continuaba hasta que el matemático y periodista intervino para iluminar la razón de la dificultad. “Nunca dije que había que hacerlo en el plano. Si lo hacemos en el espacio, en la mesa, se va a ver mejor”, sugirió. Entonces, claro, sobre la mesa, pudieron armar los cuatro triángulos. “Uno a priori tiene la tentación de hacerlo en el plano. En cuanto uno se corre del plano, aparece la solución. Cuando uno está muy abarrotado y quiere pensar, necesita tomar distancia y pensar de otra manera para correrse de la tentación de usar las herramientas inmediatas”, explicó.
¿Por qué las “cuentas” parece que no cierran? A continuación, otro desafío. Un cliente de un banco que sacó dinero seis veces y retiró un total de mil pesos. En la columna de la izquierda tomó nota de las extracciones; en la de la derecha, el saldo remanente. La primera suma 1000, la segunda 990. Faltan 10 pesos. No es por la comisión que cobra el banco. Enrique dedujo la solución: “La columna de la derecha no tiene nada que ver con la de la izquierda”. Paenza ratificó el razonamiento y agregó: “Uno cree que faltan diez pesos, pero no falta nada. Lo que hay que hacer es poner todo en duda, no importa quién lo diga”. El problema de despedida fue el del ajedrez: si un caballo ubicado en la casilla inferior izquierda, haciendo los movimientos que tiene permitido hacer, puede recorrer todo el tablero, pasando por todas las casillas una sola vez de manera que llegue a la casilla que está en el extremo superior derecho. Paenza dio una ayudita y anticipó que no se podía. Todos empezaron a cooperar hasta encontrar la explicación, convencidos de que –como se advierte en Matemagia– “la matemática es indispensable para avanzar en casi cualquier campo”.
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