LITERATURA › KARIM MISKE PARTICIPO DEL FESTIVAL BUENOS AIRES NEGRA
El escritor y documentalista vino a presentar Arab jazz, una notable novela policial en la que conviven fundamentalismos de diversos pelajes. “Cuando terminé de escribirla, me di cuenta de que había una relación estrecha entre las drogas y las religiones”, dice.
› Por Silvina Friera
El mal no puede abarcarse con una simple ojeada. Muchas imágenes y documentales después, Karim Miské decidió meterse en el cuadrilátero de la escritura de su primera novela, Arab jazz (Adriana Hidalgo), en la que conviven fundamentalismos de diversos pelajes, una red de tráfico de droga sintética y la corrupción policial. Ahmed, el protagonista de esta ficción, es un joven hijo de musulmanes indiferente a toda práctica religiosa, un lector compulsivo de novelas policiales, un depresivo crónico que estuvo internado en una clínica psiquiátrica. Su vecina Laura, una azafata hija de Testigos de Jehová, es asesinada en el distrito 19 de París, uno de los barrios más multiculturales y religiosos. La dupla policial encabezada por los tenientes Rachel Kupferstein y Jean Hamelot iniciará una compleja pesquisa en la que descubrirán un nuevo tipo de droga llamada Godzwill. El que la toma tiene la impresión de ser el mismísimo Dios.
El ritmo de este thriller metafísico está marcado por la música, el rap de Booba y las canciones de Patti Smith, Dinah Washington, Serge Gainsbourg y Portishead, entre otros. “La vida de un árabe, la vida de un negro, /No valen nada, hermano mío, en este lugar –rapean unos jóvenes aguijoneados por el nihilismo–. Del fondo del pozo, yo vengo a dar este grito/ Nacido dentro de una trampa, con el miedo en la cabeza/ Ahora no hay nada que perder, podemos hacer que reviente todo/ Nuestros padres trataron de pasar inadvertidos, a la espera de un disparo de fusil/ El árabe era el enemigo, remember Argelia/ Hoy es el negro, el elemento peligroso/ El salvaje que mete miedo, imposible de domesticar/ Anteayer era el judío, el jabón para los arios/ Yo no me olvido de eso, de la muerte/ Negros contra judíos, árabes contra negros/ Nos molemos a golpes, nos herimos en la boca.”
Miské significa perfume en árabe. El escritor y documentalista, invitado al Festival Buenos Aires Negra (BAN!) que terminó ayer, nació en Abidjan (Costa de Marfil) en 1964, hijo de padre mauritano y musulmán y de madre francesa y marxista. “En Mauritania no había apellidos, uno era ‘el hijo de su padre’ y así era hasta trece generaciones. Mi padre simplificó ‘el hijo de’ y se quedó con Miské”, cuenta el autor de Arab jazz, novela traducida por Eduardo Berti que obtuvo en 2012 el Grand Prix de Littérature Policière, una de las mayores distinciones que se otorgan en Francia a novelas del género policial. “Empecé a escribir un poco tarde, pero sabía que iba a funcionar. La escritura para hacer los documentales es provisoria. Lo que uno escribe no es lo que va a salir al final. Uno está grabando una realidad que se está moviendo todo el tiempo y no la podés fijar de antemano. Yo estudié periodismo y trabajé en la radio y en la televisión. Como me parecía frustrante intentar hacer un reportaje en dos minutos, me dediqué al documental”, repasa Miské en la entrevista con Página/12.
–¿Por qué todas las religiones están atravesadas en la novela por el fundamentalismo, algo que no impide el negocio del tráfico de drogas?
–Antes de empezar a escribir la novela hice un documental sobre neofundamentalismos, Judíos y musulmanes, y descubrí que había muchos ex adictos que pertenecían a grupos fundamentalistas. Esto me hizo pensar cómo personas que habían sido adictas a la heroína, una droga bastante fuerte, pudieron salir de esa adicción para caer en otra forma de adicción que es Dios en alta dosis. Cuando terminé de escribir la novela, me di cuenta de que había una relación estrecha entre las drogas y las religiones. Al final había como una especie de metáfora entre Dios y la droga; los líderes religiosos son como dealers. Estos líderes obtienen poder y dinero. Y quizá son peores que los dealers porque sacan de este poder una representación social que no los pone fuera de la sociedad, como sucede con los dealers.
–La peor parte en Arab jazz se la llevan los policías corruptos, ¿no?
–Sí, es verdad. Cuando un policía se vuelca a ser corrupto y criminal, es peor, porque normalmente te tendría que defender. Pero la corrupción no es algo típico de Francia, sino que sucede en el mundo entero. Me inspiré en hechos reales que ocurrieron hace pocos años en París. En Francia la diferencia es que no es una corrupción institucional como ocurrió por ejemplo en Italia después de la Segunda Guerra Mundial. Hay algunos casos individuales y aislados.
–En un momento se cuenta que Ahmed lleva leídas dos toneladas y media de novelas policiales. Cuando llegue a las cinco toneladas se va a detener porque entonces contará con el espacio justo para circular entre el colchón y la puerta de entrada. ¿Esta es una fantasía suya como escritor? ¿En algún momento contabilizó lo que lleva leído en toneladas?
–No, es realmente una invención (risas). Pero esta idea vino de una lectura que hice en el colegio de Boris Vian de La espuma de los días, en el que el departamento del héroe se achica poco a poco. En La piel de zapa, de Balzac, el protagonista recibe un pedazo de cuero que satisface cada uno de sus deseos y por cada deseo concedido la piel se encoge. Es como la imagen del nacimiento: el mundo se pone demasiado chico y hay que salir. Yo puedo ser un gran lector, pero jamás acumulé tantas toneladas de libros (risas).
–¿Las lecturas policiales de Ahmed coinciden con sus lecturas?
–Sí, leí muchos policiales. Empecé a leer a los trece años, conseguía los libros en una librería de viejo, pero el librero no era un armenio anarquista como el de mi novela. Desde el principio me di cuenta de que en la literatura policial hay algo de verdad. El hombre en sí es malo; para vivir necesita robar, engañar, matar, una parte que normalmente se esconde a los chicos cuando uno empieza a leer, ¿no? Cuando leía policiales, descubría lo que mis padres y mis abuelos escondían de los hombres, pero también sobre sí mismos.
–¿James Ellroy es uno de sus escritores favoritos?
–Sí, antes de leerlo había visto una entrevista que le hicieron en la televisión francesa. El periodista le preguntaba por qué escribía historias de California de los años ’50 y Ellroy le decía que era una materia prima muy interesante porque había muchas personas que se hacían la guerra entre sí: los negros, los wasp, los chicanos, los judíos. Ellroy cuenta las cosas tal cual son: si un personaje es racista, es racista y punto. No hace juicios de valor. Me gusta esta forma de hacer literatura que consiste en mostrar un espejo de la sociedad en la cual estamos viviendo. El problema que tenemos en Francia es una visión muy universalista del mundo. Si una persona tiene un origen étnico, se sugiere sutilmente, pero no se muestra. Yo me inscribo en una tradición más angloamericana que francesa, porque existen en Francia árabes, negros, blancos, judíos que no se llevan tan bien y que juntos pueden hacer cosas bastante retorcidas. Pero no los juzgo ni le explico al lector lo que tiene que pensar. Aunque tenga mis propias ideas, no me gusta que la literatura sea explícita.
Arab jazz transcurre en un barrio específico “que se podría relacionar con Brooklyn en Nueva York”, compara Miské. “El distrito 19 es uno de los más multiculturales y religiosos a la vez; en otras partes de París no se ven tantos judíos jasídicos y salafistas en el mismo lugar.” La novela comienza con el epígrafe de un tema del rapero francés Booba: “Hablarás menos con una Glock en la boca”. El escritor admite que le gusta esa canción y que se reía cuando la escuchaba. “Lo que me gusta en el rap es lo que encuentro en la literatura negra: el humor. Por supuesto, cuando uno tiene una pistola en la boca, no puede hablar mucho.”
–¿Quiso escribir una novela sobre el mal?
–Sí, Arab jazz es una novela metafísica sobre el mal. De chico estuve en contacto con el mal sin saberlo. Mi madre era una francesa militante marxista pro Albania, que estaba vinculada con el partido comunista chino. En ese momento ella estaba escribiendo un libro sobre la liberación de las mujeres de Albania. Los años ’70 en Francia fueron un período de mucha militancia política en la que se mezclaba ser de izquierda y pro feminista. Una vez, a los ocho años, me invitó a comer una pareja de dirigentes políticos. Fui sin mi madre. Veinticinco años después, mirando un documental, me di cuenta de que el hombre con el que había cenado era el secretario general del partido comunista de Albania, responsable de las purgas y las desapariciones... En el Liceo había leído varias veces 1984 de (George) Orwell y la obsesión que tenía con ese libro seguramente estaba conectada con esta experiencia. Escribí Arab jazz para contar cómo son las personas que dedican toda su vida al mal. Hay algo abismal en el mal: se puede ver, pero no es fácil describirlo. Me gusta la definición de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. Después está la idea teológica de que Dios inventó el mal porque si no se iba a aburrir (risas). Nosotros nos aburriríamos sin el mal y a veces hacemos cosas malas solamente para matar el aburrimiento.
–¿Por qué el asesino de Laura logra escapar?
–Hay muchos policiales que no se resuelven como a uno le gustaría que se resolvieran. Estoy muy cerca de lo que dice uno de los personajes, Mercator: el mal no se puede eliminar, se puede apartar, pero más peligroso es querer destruirlo. Se puede bailar con el mal, pero no se lo puede eliminar. El problema de nuestra época es que piensa que se puede eliminar el mal y la violencia y eso engendra aún más problemas con el mal y la violencia.
–¿Lo mismo pasa con el fundamentalismo?
–Sí, absolutamente. Una sociedad fuerte tiene que encontrar un lugar para los fundamentalismos.
–¿Qué análisis hace de lo que sucede hoy en la Franja de Gaza entre Hamas e Israel?
–El problema es querer erradicar a una parte. Estados Unidos e Israel son parte de la opinión occidental que plantea que no podemos hablar con Hamas porque son terroristas. Pero si uno quiere resolver un problema tiene que hablar con el otro. Es irracional no querer hablar con el otro porque es terrorista, me parece una locura. Al no querer hablar con los hermanos musulmanes en Egipto o con el Hamas se generan cosas peores como el Estado islámico en Irak. Cuando uno es responsable político tiene que reaccionar de forma racional. A lo mejor es fácil decirlo porque yo no hago política. Israel tiene una visión parecida a la de Tom Cruise en Minority Report: trata de resolver los crímenes antes de que existan. Los actos terroristas de Hamas en Israel son menores que los accidentes de tránsito. El problema de Israel es haber dicho que Hamas es el mal y que no quieren hablar con ellos. Entonces hay un mal real que está emergiendo del otro lado y que es mucho más peligroso.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux