Lunes, 17 de noviembre de 2014 | Hoy
LITERATURA › GIOCONDA BELLI HABLA DE EL INTENSO CALOR DE LA LUNA
En su nueva novela, la escritora nicaragüense narra la historia de una mujer cuya menopausia no marca el fin de su feminidad: a los 48 años, inicia un romance con un joven. “Es una novela política, en el sentido de que lo personal es político”, afirma.
Por Silvina Friera
Una mujer descalza cree que llegó la hora de ser lunática. La epifanía zarandea a Emma a los 48 años, cuando sus hijos ya se han marchado y la relación con su marido, luego de veintiséis años de matrimonio, es una suma de pequeños engaños, una penumbra de pasiva indiferencia cercada por la costumbre. La menopausia no es el fin de su feminidad. Emma experimenta un nuevo impulso de su sexualidad cuando atropella a Ernesto, un joven ebanista de los barrios bajos de Nicaragua, con quien iniciará un romance. Como una druida pagana, decide comenzar esta nueva etapa con un rito: coloca los tampones y las toallitas sobre un plato de cerámica y con los fósforos enciende el pequeño montículo. La hoguera crece y flamea sobre las baldosas. “Emma piensa en su cuerpo de mujer desprendiéndose de la Luna, despidiéndose del influjo con que ésta ha marcado su vida de hembra de la especie; la sangre menstrual y el calendario de los partos”, revela la narradora de El intenso calor de la luna (Seix Barral), de Gioconda Belli. ¿Se propuso reescribir Madame Bovary en clave menopáusica, contada por una narradora nicaragüense del siglo XXI? “No quise hacer eso, pero me fue saliendo en el camino por la simpatía que siento por Emma Bovary, un personaje inolvidable, y jugué con ciertas cosas: el fetichismo de los pies que tiene Ernesto tiene mucho que ver con el fetichismo de (Gustave) Flaubert”, dice Belli a Página/12.
Dejar de fumar no es fácil. Cada vez que lo intentaba, los viajes eran la excusa perfecta para volver no tanto a la necesidad de la nicotina como a la imperiosa relación boca y mano con el mortífero rollo de papel y tabaco. La escritora tiene un cigarrillo electrónico sobre la mesa. Cada tanto le da una pitada y exhala una bocanada de humo virtual. “Este personaje no existía todavía en la literatura. La menopausia es un período en la vida de una mujer que está muy oculto. Se ha hablado más de la menstruación en la literatura, pero de la menopausia sólo se habla en revistas científicas, o se refiere más al fin de la identidad sexual de una mujer. Yo quería tocar el tema de una manera diferente a partir de una mujer que tiene una relación muy especial con su belleza y le dedica tiempo. Como les pasa a muchas mujeres, se ha quedado en mantener la juventud y la belleza a falta de otra cosa que hacer. Ella ya terminó su período maternal, sus hijos se han ido a vivir solos, entonces tiene lo que llaman ‘el síndrome del nido vacío’. Me parecía un personaje perfecto para encarnar ese momento, un personaje que conozco porque tengo amigas que más o menos tienen ese perfil.”
–Uno de los personajes se refiere a las esperanzas perdidas de cuando fue guerrillero. ¿Por qué prevalece un escepticismo y cierto desánimo en lo político?
–La novela sucede en Nicaragua en 2004, ya no usé Faguas, mi país inventado. Quería hablar de la post revolución, aunque está muy sugerida. La novela no habla precisamente de política, pero sí de un estado de ánimo en la población. Las ilusiones de que las cosas iban a cambiar radicalmente se han terminado. Y la gente tiene una actitud un poco más cínica, con menos esperanza. Sitúo la novela en el tiempo del neoliberalismo de los gobiernos que siguieron a la derrota electoral del Frente Sandinista, todavía no entro a la época de Daniel Ortega. Ahora la gente también está muy escéptica. El gobierno de Ortega es muy populista pero sumamente caudillista; el culto a la personalidad es tremendo. Se han perdido todas las instituciones democráticas, que han pasado a ser controladas por el orteguismo. Me parece un desperdicio de la oportunidad de haber reformulado una izquierda que tuviera una capacidad democrática, una discusión interior y una propuesta de país, porque la propuesta de país que tenemos actualmente es una solución muy cuestionable, que es una concesión que le han dado a un empresario chino Wang Jing para construir un canal interoceánico por Nicaragua, que va a destruir no solamente el país, en el sentido de que lo va a partir por la mitad y va a cruzar el lago de Nicaragua con todo lo que eso significa en términos de destrucción ambiental, sino que va a significar un cambio cultural gigantesco porque los chinos en general llevan a sus trabajadores. Entonces estamos ante la posibilidad que haya una migración china enorme que va a cambiar el curso de la cultura nicaragüense. Y todo en nombre de lograr un progreso. Vamos a ver...
–Aunque afirma que no es una novela explícitamente política, Ernesto tiene un poster del Che Guevara en su taller. Y en distintas circunstancias de la novela hay comentarios sobre el impacto que tuvo la revolución.
–Creo que es una novela política, en el sentido de que lo personal es político. Plantear la invisibilización de la mujer a partir de cierta época y lo que se sufre, cómo se pone en cuestión nuestro valor porque ya no somos jóvenes o porque ya no somos bellas, eso para mí es político. El entorno de la novela es político, también, pero no es una novela política; es una historia de amor y de evolución dentro del amor. Emma cuestiona su matrimonio; es una novela de adulterio, de cuadrilátero en vez de triángulo, entonces hay muchas cosas que están metidas ahí.
–Aunque Emma y Fernando, ese matrimonio en disolución, tienen cada uno relaciones con personas más chicas, que la mujer salga con un hombre menor genera siempre más rechazos y suspicacias. ¿Por qué cree que sucede esto?
–Tiene que ver con la reproducción. El hombre se puede reproducir hasta una edad avanzada, pero la mujer no, tiene un límite. Eso tiene que ver con algo casi atávico, pero es un gran error. Ha habido casos muy sonados como el de Edith Piaf, que tenía siempre amantes más jóvenes. Pero es cierto que es totalmente injusta la mirada de la sociedad sobre la mujer que está con un hombre más joven, y no veo por qué. A las mujeres nos dan un tiempo útil muy corto, entre los 20 y los 30. Ese es el auge, el tiempo en que la mujer puede ser “miss tal cosa”, la mujer trofeo. Después de eso, una va perdiendo valor, se va depreciando a medida que pasa el tiempo. Hay que luchar contra eso, sobre todo ahora que vivimos más tiempo. En promedio, vivimos treinta y cuatro años más que nuestros tatarabuelos, según estuve leyendo. Además, la mujer tiene un papel mucho más importante en la sociedad. La ginecóloga de Emma, un personaje sabio, dice que las mujeres vivimos más tiempo que los hombres, porque el tiempo nos compensa por todo lo que nos dedicamos a los demás. Me parece una muy buena explicación.
La risa de Gioconda rezuma coquetería y picardía, como si tuviera una complicidad especial con los personajes que concibió en El intenso calor de la luna. “A muchas mujeres jóvenes les ha gustado el libro. Ahora tengo una relación muy fluida y bonita con mis lectoras por las redes sociales, y con este libro lo he vivido más intensamente. Las mujeres jóvenes están leyendo la novela, que tiene pasajes bastante eróticos. Desde mi primer libro nunca evadí el erotismo. La sexualidad siempre me ha parecido hermosa y digna de ser escrita.”
–Pero para su generación el erotismo y la sexualidad no estaban bien vistos; eran cuestiones “frívolas”, “burguesas”, de las que no se hablaba, ¿no?
–Como entendí el erotismo cuando empecé a escribir sin ninguna noción de lo que iba a suceder cuando empezaba a hablar tan abiertamente de mi sexualidad, de mis sentimientos, del cuerpo del hombre, lo que sentía es que había tocado un elemento extremadamente subversivo, porque la reacción de la sociedad fue de mucha crítica y condena, pero más bien por el paradigma de la mujer como la virgen. La mujer puede ser la mala, que es Eva, la seductora. O la virgen María: la mujer tiene que ser espiritual, decente. A pesar de las críticas que me hicieron, me propuse no cambiar mi manera de escribir.
–En esta novela también se pone la lupa sobre la cuestión de las vocaciones. Emma podría haber sido médica, estudió pero no terminó la carrera. ¿Cree que muchas mujeres han postergado sus deseos profesionales o laborales por el hecho de formar una familia?
–Creo que cada vez menos. La mujer se está dando cuenta de que su propia realización es importante y eso me alegra mucho. Pero en mi tiempo no era así. ¡Esa médica frustrada soy yo! Mis padres me dijeron que era una carrera larguísima, que nunca me iba a casar si estudiaba medicina (risas). Me disuadieron y siempre he tenido esa lástima, esa tristeza, porque me encanta la medicina. Y me hubiera encantado ser médica. Tengo una hija médica; el tiempo que le tocó vivir a ella fue otro. No hay una red social de apoyo para que las mujeres puedan tener a sus hijos y además puedan tener dónde dejarlos, cómo cuidarlos cuando ellas van a trabajar. A veces tienen que renunciar a sus carreras. Esta es una de las cosas que planteo en otra de mis novelas, El país de las mujeres: la reorganización del mundo laboral para que se adapte a la realidad de la familia, de las mujeres y de los hombres.
–En definitiva, tal como están las cosas, la que se sacrifica es la mujer. El hombre no posterga su desarrollo profesional, académico o laboral por ser padre, ¿no?
–Y nadie espera que lo haga, esperan que lo haga la mujer, porque nosotras tenemos el chip de cuidar mucho más interiorizado. Ahora hay hombres que están cuidando a los hijos. En los países nórdicos les dan seis meses de licencia por paternidad. Tuve una experiencia bonita, porque mi esposo participó plenamente en la crianza de la hija más pequeña que tenemos.
–¿Ya era madre cuando empezó a escribir?
–Sí, empecé a escribir a los 20 y ya era madre y me había metido en la revolución.
–¿Qué fue lo que le despertó la escritura? ¿Tuvo que ver con la revolución o con la maternidad?
–Creo que fue una combinación, sucedió casi simultáneamente. En el momento en que empecé a involucrarme en la revolución me había casado y estaba angustiada ante el futuro de mi vida. Me parecía que no iba a dejar mucho y tenía metida en mi cabeza la responsabilidad de estar viva. Esa responsabilidad implicaba la obligación de dejar huella. La vida era tal regalo que uno tenía que dejar huella de su tiempo. Realmente me preocupaba y sentía que no iba a dejar nada, que era una vida muy predecible, además de individualista. Seguía trabajando y eso fue lo que me acercó a un montón de gente que estaba metida en el arte, en la pintura, en la escritura. Ese contacto me ayudó a encontrarme a mí misma dentro de la escritura y después derivó en participar políticamente.
Desde junio de 2013, Belli está viviendo en Managua nuevamente. Antes repartía unos meses en su país y el resto en Los Angeles, Estados Unidos. “Es la ventaja del nido vacío: todos los niños están colocados, haciendo sus cosas. Me hacía mucha falta volver a Nicaragua. Ahora es mi tiempo, mi esposo anda conmigo ahorita, es otra forma de ver las cosas”, plantea Belli. “Todos mis personajes tienen cosas mías, eso es inevitable. Doris Lessing decía que toda novela es autobiográfica y yo coincido con ella, claro que no palabra por palabra, pero sí hay muchos sentimientos, experiencias. Tengo un grupo de amigas entrañables y estoy muy en contacto con muchas mujeres. Nosotras en Nicaragua tenemos una cultura muy abierta, nos contamos muchas cosas, y no sé si será eso una particularidad de la amistad entre las mujeres. Por eso tengo un cúmulo de experiencias a mi disposición que me enriquecen en mi trabajo como escritora. Creo que el sentido del humor es fundamental en la vida.”
–El humor minimiza el miedo a la vejez, a la muerte...
–Sí, después de todo estamos en un camino que nos va a llevar a un fin que a nadie le gusta, ¿no? Hay reflexiones que uno tiene a estas alturas de la vida que nunca las tuviste antes porque te vas acercando al fin... y uno siempre tiene miedo a cómo vas a llegar hasta ahí. No le tengo miedo a la muerte, pero sí le tengo miedo a la decrepitud. En mi cabeza, me siento joven y creo que eso es lo más importante.
–A propósito del humor, que también está muy presente en El intenso calor de la luna, daría la impresión de que el humor es más fluido en los sectores populares, a diferencia de las clases altas, que parecen más serias, ¿no?
–Normalmente, los sectores populares tienen un sentido del humor muy sabio, que tiene que ver con hacer bromas de su propia situación. El humor de las clases populares es bastante refinado, muy sutil. Una muestra perfecta fue un viejito que fui a ver a un pueblito de Nicaragua. Este señor tenía hierbas, remedios, tés. “¿No tiene nada para el mal de amor?”, le digo, porque había terminado con un hombre que yo quería mucho. Se me queda viendo y me dice: “Mal de varón sólo con varón se quita” (risas).
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