LITERATURA › JUAN SASTURAIN Y JUAN VILLORO OFRECIERON UNA CHARLA DIVERTIDA Y PUNZANTE EN LA FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA
Ambos escritores se encontraron en un diálogo titulado “México y Argentina: Identidad literaria en transición”. El autor de El testigo elogió al de Manual de perdedores, y la charla viró inevitable y graciosamente hacia el fútbol.
› Por Silvina Friera
Desde Guadalajara
Las pasiones, como el viento, son las manos que mueven todo lo que tocan. Las pasiones futbolísticas y literarias andan circulando por los pasillos y salas de la 28ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), edición que cuenta con la Argentina como país invitado de honor. Juan Villoro y Juan Sasturain, “dos enormes Juanes”, se encontraron en un delicioso diálogo titulado “México y Argentina: Identidad literaria en transición”, antes del homenaje de Escalandrum a Astor Piazzolla, del que participó Julieta Venegas, en la explanada de la Expo. “He tenido la veleidad, como tantos escritores mexicanos, de soñar que me duermo como escritor mexicano y despierto de pronto como escritor argentino”, reconoció el narrador y cronista mexicano. La cintura verbal del argentino replicó el elogio con un “reproche amoroso” del tipo “a cuántos le dirás lo mismo”.
–¿Tú crees que le diría lo mismo a un escritor boliviano?
–Supongo que sí, ¿por qué no?
Villoro comentó que trabajó en un periódico en el que “había tantos argentinos que les decíamos ‘los inevitables’”. El escritor mexicano precisó que la generación post boom “nos autorizó a entrar de forma muy desenfadada en muchos temas de la cultura popular que para muchos se consideraban vedados”, porque se creía que la alta cultura debía ser refractaria a zonas de la representación de la conciencia y el sentimiento tan amplias y tan extensas como el folletín, la telenovela, el deporte, las mitologías del boxeo y la música popular. “Gracias a la impronta de muchos escritores, de Osvaldo Soriano, (Roberto) Fontanarrosa, (Eduardo) Galeano en lo que toca al fútbol –en España Manuel Vázquez Montalbán– y principalmente Sasturain, aprendimos que se podía escribir de muchos temas que nos apasionaban y que se habían considerado un poco lejanos al horizonte de lo cultural. Había un prejuicio de que lo cultural debía repudiar todo aquello que tuviera que ver con las pasiones del populacho –recordó el autor de El testigo–. El problema es que esas pasiones eran la representación de un sentimiento colectivo y una manera de entender el mundo muy importante. Cuando leímos a Manuel Puig, que incorporaba recursos del folletín y de la telenovela, descubrimos que se podía narrar en clave literaria con mucha fuerza, sin que se tocaran temas prestigiados de antemano por la alta cultura.”
A sala llena, el público disfrutó este intercambio de figuritas futbolísticas y literarias. “He tratado de ser discípulo de Sasturain sin alcanzarlo nunca, porque es jugar como Maradona –confesó Villoro–. Entonces pasa como le sucedió al ‘Negro’ (Héctor) Enrique en aquel partido contra Inglaterra en el mundial de México ’86. El Negro Enrique le da un pequeño pase en mediocampo, le cede la pelota a Maradona, Maradona burla a toda la selección inglesa y anota un golazo. Y cuando se reúnen para el abrazo, el negro Enrique dice: ‘¡Viste qué pase de gol te puse!’. Mi papel en esta mesa es el del Negro Enrique, le voy a tirar algunos pases de gol.” El escritor mexicano le preguntó al autor de Manual de perdedores si estuvo a punto de ser jugador profesional de fútbol. “A veces te preguntan si el fútbol era una vocación y en qué momento tuve que elegir entre el fútbol y la literatura. Es una opción falsa, es mentira eso; la realidad elige sola. El fútbol, por lo menos para los varones de nuestra generación, era una actividad natural; se jugaba al fútbol como se hacía cualquier otra cosa. No estaba pensado en términos profesionales ni siquiera vocacionales; tiene que ver con el disfrute”, subrayó Sasturain. “Antes, a los escritores les gustaba el fútbol, pero no había permiso social para escribir porque era un fenómeno anatemizado por derecha y por izquierda. Por derecha, porque el fútbol era literalmente ‘cosa de negros’, por lo tanto hay una cuestión de clase y los que lloraban ante un resultado deportivo después votaban ‘mal’, porque votaban a partir de lo que sentían y lo que querían. Por izquierda, el fútbol era alienación pura. No había otra lectura posible; era la religión en los términos marxistas, el opio de los pueblos. No existía ni siquiera la posibilidad de ver en eso algo más que la mera distracción de las masas de su tarea histórica de hacer de la revolución.”
Otro pase de gol lanzó Villoro al recordar una frase del Negro Fontanarrosa. “Yo pude ser un gran futbolista, sólo tuve dos grandes impedimentos: uno era la pierna izquierda, el otro era la pierna derecha. Aparte de eso, hubiera sido sensacional.” Sasturain pateó al arco. “Es mucho más fácil ser profesor de literatura que jugar en primera división. No es una afirmación caprichosa; jugar en primera es para muy pocos”, remató el escritor argentino. “Los mexicanos no hemos tenido la posibilidad de ser campeones del mundo, vemos con cierto escepticismo el marcador, no nos interesa demasiado el resultado.” Sasturain no vaciló en meter el adjetivo en la llaga: “¡Qué mentiroso! Siempre pueden llorar como nosotros, que somos expertos”. El narrador mexicano comparó las expresiones que usan los hinchas de ambos países a la hora de definirse. “En la Argentina alguien dice ‘yo soy de Boca’. Nosotros decimos ‘yo le voy al Necaxa’, porque el destino natural del Necaxa es el abismo, entonces tomas cierta distancia prudente”, admitió el sufrido hincha del Necaxa, club del ascenso mexicano.
El editor Daniel Divinsky, que estaba en la sala como uno más del público, ponderó el placer de escuchar a estos dos gigantes sacándose chispas. “En una ocasión, estando en la Argentina en un Boca-River, un señor me reconoció por el acento y me dijo que le habían dicho que en México el equivalente de un hincha de River se puede sentar al lado de un hincha de Boca y no se matan. Yo hice un elogio del pacifismo del aficionado mexicano, tan conocido especialmente en nuestros días –ironizó Villoro–. ‘¿De veras no se matan?’, me preguntó. ‘¡Pero qué degenerados!’, me dijo. Le pareció que era la perversión de la pasión.” Un texto maestro de Sasturain fue recomendado por Villoro para todos los estudiantes de periodismo: “Lionel Messi, autor del Quijote”, publicado en la contratapa de Página/12, en abril de 2007, porque es “la síntesis perfecta de lo culto y popular”. El autor de Dudoso Noriega advirtió que una de las preguntas que le suelen hacer es cómo se hace para enganchar a los jóvenes para que lean. “Más allá de la buena intención, está bastante descaminado explicarle a alguien por qué tiene que leer. Lo único que se puede transmitir es el gusto por la lectura, por qué lee uno, no por qué tiene que hacer a otro que lea. Lo de Messi y Borges es lo mismo, en el sentido de las habilidades de generar cada uno belleza. Lo importante es qué significan para uno. Volviendo al maestro ciego, siempre mucho más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito, en el fútbol también aquel que considera que ser un mero espectador hace que el placer sea menor o irracional no es así; son formas de un mismo disfrute.”
Sasturain señaló que el protagonista de El testigo, “un alter ego un poco corrido que se llama Julio Valdivieso”, era el nombre y apellido del 10 de la selección boliviana. “Esta es una novela donde me había propuesto no escribir absolutamente nada del fútbol, pero el inconsciente me traicionó. Cuando era niño me cautivaban ciertos nombres de futbolistas y siempre he acudido a los nombres del fútbol como una especie de cementerio. (Juan) Rulfo buscaba los nombres de sus personajes en las lápidas y trataba de combinarlos de manera adecuada. Mi cementerio imaginario son las alineaciones de jugadores que ya no están en activo.”
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