Miércoles, 14 de enero de 2015 | Hoy
LITERATURA › JENNY ERPENBECK, AUTORA DE LA PUREZA DE LAS PALABRAS
Espoleada por el caso de una mujer que, cuando supo su verdadera identidad, prefirió a sus apropiadores, la escritora alemana construyó una historia que no está específicamente situada en ningún país, pero en la que se reconocen vínculos notorios.
Por Astrid Riehn
Desde Berlín
Una niña visitada por fantasmas, hija de un padre que “se ocupa del orden” pero no usa uniforme y una madre que no la deja salir sola porque “nunca se sabe lo que puede pasar”, en un país donde se escuchan disparos, los aviones surcan el cielo y las personas son bajadas de los pelos de los colectivos: la escritora alemana Jenny Erpenbeck creó en La pureza de las palabras (Edhasa) un territorio sin nombre que se parece mucho a la Argentina de la última dictadura para reflexionar acerca del peso que tienen las palabras –esas que, a diferencia de lo que sugiere el título, jamás son puras– en la percepción de la realidad.
La autora, que nació en 1967 en Berlín Oriental en el seno de una familia de escritores –su abuela, Hedda Zinna, era novelista; su abuelo, Fritz Erpenbeck, autor de novelas policiales; y su padre John Erpenbeck, un conocido físico, filósofo y novelista–, cuenta en la entrevista con Página/12 que alrededor de un año y medio después del nacimiento de su hijo vio en la televisión alemana un documental sobre una mujer que había sido apropiada durante la última dictadura argentina y que, una vez confrontada con la verdad, había optado por seguir relacionada con sus apropiadores y no con su verdadera familia.
“Esta decisión, moralmente muy problemática, ocupó mi mente. ¿Hay un bien y un mal más allá de nuestra experiencia personal? ¿Cómo se inscribe la crianza en nuestra biografía? ¿Qué sucede con las personas cuya existencia es colocada arbitrariamente en un escenario de mentiras antes de que cuenten siquiera con instrumentos como el pensamiento y el discernimiento? ¿Cuánto nos pertenecen nuestras propias decisiones, opiniones y sentimientos, y en qué medida son el producto de los proyectos de otro?”, se preguntó Erpenbeck, que lleva publicadas varias novelas y libros de cuentos en su país y que forma parte de la Academia Alemana de Lengua y Poesía de Frankfurt, que entre otras cosas entrega el prestigioso premio Georg-Büchner, uno de los más importantes de las letras germanas.
Por la misma época en que vio la entrevista con la mujer apropiada, su hijo estaba aprendiendo a hablar, por lo que se sintió atraída por ese otro fenómeno: el de nombrar. No por nada, en su edición alemana la novela se llama Wörterbuch, es decir, diccionario. “Veo un árbol y digo árbol, huelo la torta que mi madre hace el domingo y digo torta, escucho un pájaro cantando en el jardín y mi madre dice: ‘Sí, un pájaro’”, recita en las primeras páginas aquella niña burguesa que toma lecciones de piano y que es criada por una nodriza cuya hija no regresa a casa hace tres días. “‘Por la mujer que te parió no tenés que hacerte ningún problema’, dice mi padre. Tenía la cabeza llena de mierda. Esa es una palabra sucia”, recuerda años después, ya adolescente, en un arco lingüístico que da cuenta de cómo su hogar muta de refugio en cárcel y de cómo las palabras pueden ser empleadas tanto para nombrar como para conjurar el horror.
“Me gusta que el título genere una contradicción, ya que naturalmente las palabras nunca son ‘puras’. En todo caso son signos, superficie, y por eso pueden tanto ocultar como informar”, explica Erpenbeck. “La cuestión es: ¿dónde queda la verdad silenciada?, ¿dónde termina la consideración y dónde comienza la mentira? Los hijos de las víctimas argentinas pudieron seguir con vida, pero por las circunstancias en las que sobrevivieron no sólo les robaron a sus padres sino su verdadera identidad. Esa es una de las formas más crueles de ejercer el poder, incluso aunque el día a día haya sido quizá más o menos amoroso”, apuntó la escritora, quien además es directora teatral de óperas y musicales.
Un viaje a la Argentina en 2001 –específicamente a La Rioja, donde su hermana había pasado medio año como parte de un intercambio estudiantil– y varias lecturas le dieron los elementos necesarios para recrear esa Argentina velada por la ficción que el lector va descubriendo de a poco gracias a pequeños indicios, como la devoción de sus habitantes por la Difunta Correa –figura mítica del Noroeste del país– o su costumbre de colocar bidones sobre los techos de los autos para venderlos.
Más allá de las diferencias entre el Holocausto y los crímenes de la última dictadura argentina, como alemana, Erpenbeck está familiarizada con las cicatrices profundas que dejan los genocidios en un pueblo. “Lamentablemente para nosotros, la amalgama de monstruos y padres y madres cariñosos es un fenómeno bastante familiar”, afirma. “No creo que haya países más o menos predestinados a la crueldad. Por eso el país no se llama explícitamente Argentina en mi novela. Pero en lo que me atañe personalmente, y en relación con mis ideas políticas, seguramente en Alemania estuve confrontada durante toda mi vida de forma mucho más intensa que en cualquier otro lugar con la pregunta de cómo son posibles en una sociedad ‘normal’ la tortura y el asesinato masivos.”
Los apropiadores de la niña de la novela parecen incluso tener origen alemán: la abuela es oriunda de un país en el que nieva y el padre le enseña canciones populares germanas (traducidas al español en la novela y por tanto una pista poco reconocible para quien no habla el idioma). Sin embargo, esto tampoco es dicho explícitamente en el texto, que le propone al lector una experiencia por momentos algo fantasmática –en una tierra árida y soleada como la de La Rioja, que se parece bastante a la Comala habitada por fantasmas del Pedro Páramo de Juan Rulfo– por la que debe ir avanzando un poco a tientas.
No llamar al país de la novela por su nombre, a pesar de que la mayoría de los acontecimientos descriptos en ella sucedieron en la Argentina, fue también una forma de evitar que los lectores no argentinos pudieran descansar en la idea de que algo similar nunca podría sucederles. “Lo terrible de cualquier dictadura es que la crueldad contra el enemigo de turno tiene una dinámica propia más allá de que esté justificada por esta o aquella ideología. Los sistemas políticos se parecen espantosamente en los medios concretos con los que ejercen su poder”, sostuvo.
Erpenbeck confiesa que sus novelas no suelen ser tan enigmáticas: la última de ellas, Aller Tage Abend (“La noche de todos los días”), aún no traducida al español, propone a través del devenir de una familia judía de Brody, en la región de Galitzia (actual Ucrania), un recorrido por la Europa del siglo XX, desde la caída del Imperio Austrohúngaro hasta la disolución de la República Democrática Alemana (RDA), en una historia con múltiples desviaciones orientadas por el azar, pero en la que el lector cuenta desde el principio con la información necesaria. “Aunque en este libro quise que el largo y difícil proceso de interrogar los propios recuerdos que lleva a cabo la protagonista pudiera ser realizado también por el lector, al que le es aplicada la misma ceguera a la que fue empujada la niña por sus falsos padres”, explica. “No poder comprender es una forma de violación.”
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