Miércoles, 25 de febrero de 2015 | Hoy
LITERATURA › SERGIO RAMíREZ RECIBIó EN MéXICO EL PREMIO CARLOS FUENTES
El escritor nicaragüense señaló que un galardón puede poner “al discípulo frente a su maestro”, refiriéndose a Fuentes. Ramírez, ex sandinista, dijo que “el deber cívico del escritor es el de nunca callarse frente a las injusticias, las imposiciones y las ignominias”.
Por Silvina Friera
Un premio puede poner “al discípulo frente a su maestro”. Sergio Ramírez lo dijo en México, “su patria literaria”, donde recibió el Premio Internacional Carlos Fuentes (1928-2012), un galardón dotado de 250 mil dólares que se entrega cada dos años. “Los escritores latinoamericanos somos cronistas de hechos y debemos registrarlos, exponerlos a la luz pública, iluminarlos. Somos testigos privilegiados de las ocurrencias de la vida cotidiana trastrocada por la violencia, el miedo, la inseguridad, la corrupción, las grandes deficiencias del estado de derecho. Somos testigos de cargo”, afirmó el autor de Margarita está linda la mar y Flores oscuras en su discurso de agradecimiento, en el que alertó que la violencia en América latina está lejos de aspirar al cambio profundo de las estructuras políticas. “No es una violencia que busque transformar la sociedad para hacerla más justa, sino una violencia criminal para envilecerla, pero tiene la misma raíz: la pobreza. Para entrar en el siglo XXI debemos dejar atrás primero el siglo XIX”, aseguró el narrador nicaragüense.
Ramírez (Masatepe, 1942) pulsó las cuerdas de la literatura y la política. “Puede ser que un libro no cambie el mundo, pero sí a quien lo ha escrito y a quien lo lee, porque la imaginación tiene un poder soberano”, subrayó el autor de Tiempo de fulgor (1970), De tropeles y tropelías (1972), Charles Atlas también muere (1976), ¿Te dio miedo la sangre? (1976), finalista del Premio Rómulo Gallegos; Castigo divino (1988), Un baile de máscaras (1995), Mentiras verdaderas (2001), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2004) y La fugitiva (2011), por nombrar apenas un puñado de títulos de los más de 55 libros que ha publicado, entre novela, cuentos, ensayos y testimonios. “Un libro debe ser para un escritor un territorio libre de imposiciones, libre de la cobardía, la autocensura y, al mismo tiempo, libre de la pretensión de imponer verdades, pues toda verdad siempre estará sujeta a revisión, porque las creencias eternas se vuelven inmóviles y la inmovilidad significa la muerte”, advirtió el nicaragüense y se refirió a su maestro, Carlos Fuentes, como el escritor que pintó con palabras un mural en movimiento. “Pero al pintar la historia de México con colores de la imaginación, que nunca desprecia la realidad, pintaba también a América latina y nos enseñaba en su visión ecuménica que somos un organismo vivo de vasos comunicantes, realidades, sueños y derrotas, desilusiones y esperanzas compartidas, porque nuestra identidad está en la diversidad.”
El pasado 11 de noviembre, fecha conmemorativa del nacimiento de Fuentes, el jurado le otorgaba a Ramírez el galardón por “conjugar una literatura comprometida con una alta calidad literaria” y por su papel “como intelectual libre y crítico, de alta vocación cívica”. El jurado de la segunda edición estuvo presidido por el español Juan Goytisolo y el peruano Mario Vargas Llosa, ganador de la primera edición. También participaron Soledad Puértolas, miembro de la Real Academia Española; Margo Glantz, representante de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y Gonzalo Celorio, representante de la Real Academia Mexicana de la Lengua. “México es mi patria literaria desde que Juan Rulfo me enseñó que la desolación de Comala era también la de América latina, repetida en la urdimbre de murmullos de sus muertos”, admitió el narrador nicaragüense y mencionó también las enseñanzas que recibió de la prosa de Alfonso Reyes, la poesía de Xavier Villaurrutia y de Octavio Paz. Ramírez definió el oficio de novelista como “esa especie de cronista de la violencia y las revoluciones”. A la hora de las evocaciones, recordó al escritor portugués José Saramago, para quien el oficio significaba levantar piedras. “No es mi culpa si debajo de esas piedras lo que encuentro son monstruos que quedan al descubierto. El escritor no es otra cosa que un cazador de monstruos.”
A fines de la década del ’70, durante la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza, Ramírez encabezó el Grupo de los Doce en respaldo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En 1979, con el triunfo de la revolución, integró la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. Fue electo vicepresidente en 1984. Luego fue diputado nacional y candidato a presidente del Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), del que posteriormente se separó. “La palabra ha luchado por defenderse de las dictaduras militares, los autoritarismos mesiánicos, los sectarismos religiosos, los nacionalismos extremos, la veleidad desde el poder económico, la intransigencia dogmática y las ideologías totalizantes que pretenden imponer un pensamiento único –planteó el nicaragüense–. La literatura no existe para convencer a nadie de credos y propuestas ideológicas, sino para hacer preguntas. Cuando el escritor se expresa como ciudadano, su voz se multiplica porque es escuchado. Su deber cívico es el de nunca callarse frente a las injusticias, las imposiciones y las ignominias.”
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