LITERATURA › ALEJANDRO PARISI PRESENTA SU NOVELA CON LA SANGRE EN EL OJO
La quinta novela de este nativo de Lugano es la primera de una saga policial protagonizada por una dupla que por el énfasis en la picaresca remite más al Quijote y Sancho Panza que a Sherlock Holmes y Watson. “No soy de usar adjetivos”, dice.
› Por Silvina Friera
La cajita de cristal de las apariencias se quiebra, aunque no se rompe. Alvaro Balestra, policía uruguayo retirado de la fuerza –que cruzó el Río de La Plata para escapar de los “fantasmas” y ganarse la vida persiguiendo a porteños infieles–, es un escéptico incorregible. Pero muerde el anzuelo de su nueva clienta, la mujer de un empresario judío de la industria textil, “actualizada a base de botox y pilates”. El cadáver del supuesto marido infiel –vocal del Comité Ejecutivo de la Unión Industrial Argentina relacionado con el gobierno israelí– es la primera pieza de un enmarañado rompecabezas que Balestra deberá resolver. El detective se involucra con otro caso por pedido de su amigo el Rengo, un linyera en peligro: un puñado de jóvenes de clase media, entre los que se “destaca” Lautaro Alvarez Campos, hijo de un juez con carrera política en ascenso, mata a mendigos y vagabundos mientras se filman y fotografían. “Los hombres y las mujeres que lo contrataban se parecían a esos animales carroñeros que aparecían en Animal Planet: podían esperar durante años a que sus enemigos se cansaran, cayeran y murieran en las fauces de los leones para comerse sus vísceras y roerles los huesos. Porque, ¿cuánto tiempo hacía que la señora Hirsch sabía que su marido la engañaba? Años, tal vez. Pero su instinto había despertado de golpe, y ahora no se detendría hasta revolverle las entrañas”, plantea el narrador de Con la sangre en el ojo (Grijalbo), quinta novela de Alejandro Parisi, primera entrega de una saga policial protagonizada por Balestra y el Rengo, una dupla que por el énfasis en la picaresca remite más al Quijote y Sancho Panza que a Sherlock Holmes y Watson.
Balestra tiene que lidiar con una madre enferma de Alzheimer, internada en un geriátrico, que está convencida de que sigue viviendo en Montevideo y le reprocha al hijo que todos hablen como “porteños” y no montevideanos. “Esos argentinos nos están quitando hasta la forma de hablar”, se queja esta señora que desvaría sin perder esa pátina aristocrática, como si fuera lo único que la pudiera salvar del naufragio existencial. El eco político de fondo, un ruido persistente que suele llegar a través de las noticias que escucha el detective, es el conflicto con Uruguay por las papeleras. Balestra, un melancólico que se disfraza de tipo huraño, está tironeado por la distancia con su hija Sofía –que vive en España–, por los trapos sucios de su propio pasado que preferiría olvidar y por la relación que tiene con Débora, una mujer casada. El único lugar en el mundo que puede curar viejas heridas y limpiar las culpas que lo asedian es el Tigre, donde tiene una casa y una obsesión: plantar jazmines. Parisi (Buenos Aires, 1976), el creador de Balestra, es irónicamente cruel con el adolescente que fue. “Escribía unos poemas horribles tratando de copiar a (Arthur) Rimbaud con mis amigos en Lugano. Sabía que por alguna razón quería escribir. Lo hice desde los 18 años. Cuando publiqué mi primera novela, Delivery (2002), pensé que no iba a escribir más. Ahora no me imagino haciendo otra cosa que no sea escribir”, cuenta el escritor y guionista, autor de El ghetto de las ocho puertas (2009), Un caballero en el purgatorio (2012) y La niña y su doble (2014). Cuando vivió en Barcelona, entre 2002 y 2006, le llamó la atención la cantidad de carteles que decían “detective privado”, un insólito anacronismo que titilaba por las calles. “La novela empezó por Balestra, quería un personaje que me permitiera jugar por un tiempo largo. Lo empecé a pensar cuando volví de Barcelona y me encontré con el quilombo de las papeleras con Uruguay –recuerda Parisi a Página/12–. Balestra es un desplazado porque él se convirtió en un desplazado. Tuvo una educación aristocrática y escucha música clásica; viene de una familia que se fue a pique. Balestra es un paria por cuestiones coyunturales.”
–Pero hay insinuado un pasado dudoso de Balestra durante la dictadura militar uruguaya.
–Por eso Balestra es uruguayo y no es argentino, porque me permitía cierta distancia y juego. Incluso en un momento de la novela se dice que el padre de Balestra hizo más cosas de las que le pedían los militares... Y ahí está su enfrentamiento con el padre y con la situación que le tocó vivir. Hay personajes satélites argentinos, como el comisario Domínguez, que es el más complicado de todos. El detective tiene que tener un lado oscuro, el género lo demanda. Balestra no tiene una ONG, no es de Cáritas, tiene manchas.
–Aunque Balestra se rebeló, ¿imagina al personaje en el límite de una situación de tortura?
–No lo quiero decir porque eso va a aparecer más adelante. En la novela hay un momento en que se acuerda sosteniendo el fusil y el padre que le gritaba: “Dispará, carajo”. Y Balestra disparó... Ni siquiera es una obediencia debida, porque es algo del mandato familiar. Su familia aristócrata hace 150 años mataba nativos, como se forjaron todas las familias aristocráticas en América latina. Balestra podría haber sido comisario a los 40 años, pero ahora está cagado de hambre. El tipo no lo hizo.
–¿Es deliberado que Balestra no sea un detective lector y que no haya ninguna referencia literaria?
–Sí. Balestra no toma whisky, no escucha jazz y no lee libros. Mis personajes no hacen lo que yo hago. En ninguna de mis novelas hay un personaje que lea, que nombre un autor, que escuche la música que yo escucho. Para eso escribo un diario íntimo. Si un autor quiere hablar de libros en su novela, lo puede hacer de mil maneras. A mí no me interesa. Yo no hago literatura sobre la literatura; es una postura que respeté en los cinco libros que escribí. A mí me gusta mucho Pepe Carvalho, que quema libros para prender la chimenea. Pero los leyó todos. No me interesa la literatura para literatos. Ahí sí: me sacaste la ficha (risas).
–¿Por qué Balestra hace chistes tan malos?
–Cuando los escribía, me reía. Pero sé que son malos. Yo soy así: hago chistes malos. Soy guionista de programas infantiles, escribo gags todo el tiempo y algunos son muy boludos. No todos tenemos el mismo humor. Balestra pone distancia con el otro todo el tiempo y el humor es una forma de escaparse.
–Qué paradójico que Balestra, que suele ser contratado para investigar a mujeres y hombres infieles, tenga una amante, ¿no?
–Es paradójico y al mismo tiempo hay una aceptación de los límites afectivos. Balestra no podría tener una pareja; me gusta la relación que tiene con Débora, su amante. Los imagino juntos en la vejez, pero ahora no se bancarían. Hay muchas distancias que pone Balestra: el humor, la relación afectiva, la madre, a la que no va a ver casi nunca; en el fondo se siente culpable de un montón de cosas.
–¿El Rengo es como el Sancho Panza de esta novela policial?
–Puede ser... Está claro que el Rengo es menos que Balestra, en un sentido de importancia dramática. Pero el Rengo y el comisario son los únicos personajes que pueden mandar a la mierda a Balestra.
–¿Escribir en el género policial implicó cambiar el estilo?
–No, no soy de usar muchos adjetivos. Mis personajes no se sientan a reflexionar. Disfruto verlo al personaje de Nadie, nada, nunca de Juan José Saer cortando un salamín durante cincuenta páginas. Tengo un amigo que dice: “Si no sos Saer, no me cuentes tu merienda”. Yo no soy Saer ni mucho menos y tampoco me interesa esa relación con el lenguaje. Yo escribo a partir de imágenes y de hechos. Para la segunda novela de Balestra yo sé que él va a estar sacando orugas de una Santa Rita en el Tigre. Tengo el logro de no haber puesto en cinco novelas ningún signo de exclamación (risas).
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