LITERATURA › UN DEBATE SOBRE EL MODO EN QUE LOS HEREDEROS Y/O ALBACEAS UTILIZAN LOS DERECHOS DE AUTOR
María Kodama bloqueó la reedición de las obras de Borges en la editorial Gallimard. La académica Carol Shloss demandó al nieto de James Joyce por su política restrictiva respecto de los escritos del autor del Ulises. La coincidencia temporal avivó la discusión. Opinan editores, escritores y académicos.
› Por Silvina Friera
Las viudas literarias suelen gozar de mala reputación. La de Borges –que asegura ser “descendiente de un samurai japonés”, según escribió uno de los más prestigiosos críticos literarios franceses, Pierre Assouline– y el “viudo” de James Joyce se “unieron” circunstancialmente en una cruzada contra editores, académicos y lectores del mundo para impedir que se publiquen las obras éditas o inéditas de dos de los escritores más importantes del siglo XX. La académica norteamericana Carol Shloss ha demandado a Stephen, nieto y único heredero del autor del Ulises, por restringir duramente la posibilidad de citar los escritos de su abuelo y por destruir cartas de su tía Lucia que podían haber sido de suma importancia –cómo saberlo si no pudieron ser leídas– para los estudiosos joyceanos. Kodama bloqueó la reedición de las obras completas en la prestigiosa editorial francesa Gallimard porque habría descubierto errores, aunque no precisó cuáles. Pero además exigió que fuera excluido el editor Jean-Pierre Bernès, elegido de común acuerdo entre la editorial y el autor de El aleph, y le reclama derechos sobre los 20 casetes que Bernès grabó durante sus encuentros con Borges, entre enero y junio de 1986. La coincidencia temporal de estas disputas dispara un debate de fondo sobre el modo en que utilizan los derechos de autor sus herederos o albaceas literarios. ¿Son los jueces últimos que deciden qué material entregar o no? ¿Abusan de sus poderes? ¿Hasta qué punto es válido esgrimir el “derecho a la intimidad” y vetar el acceso de lectores e investigadores cuando esos documentos pueden ser de interés público?
“No muere un escritor sin la discusión inmediata de dos problemas subalternos: el de conjeturar (o predecir) qué parte quedará de su obra, el de prever el fallo irrevocable de la misteriosa posteridad” –escribió Borges en la revista Sur, en enero de 1937–. El segundo es falso, porque no hay tal posteridad judicial, dedicada a emitir fallos irrevocables. El primero es generoso, ya que postula la inmortalidad de unas páginas, más allá de los hechos y del hombre que las causaron; pero también es ruin, porque parece husmear corrupciones.” ¿Qué opinarían Borges y Joyce de que se publicaran sus textos inéditos? ¿Siempre hay que respetar la última voluntad de un escritor? El propio Borges, refiriéndose al caso de Kafka (que le había prohibido a Max Brod la publicación de sus obras), señaló: “A esa inteligente desobediencia debemos el conocimiento cabal de una de las obras más singulares de nuestro siglo”. ¿Por qué Borges califica este hecho como “inteligente desobediencia”? La explicación aparece en una nota sobre Virgilio: “Ya inmediata la muerte, Virgilio encomendó a sus amigos la destrucción de su inconclusa Eneida, que no sin misterio cesa con las palabras “Fugit indignata sub umbras”. Los amigos desobedecieron, lo mismo haría Max Brod. En ambos casos acataron la voluntad secreta del muerto. Si éste hubiera querido destruir su obra, lo habría hecho personalmente; encargó a otros que lo hicieran para desligarse de una responsabilidad, no para que ejecutaran su orden”.
El límite ético
Alejandro Vaccaro, autor de Borges, vida y literatura, plantea a Página/12 que “hay que separar los derechos de autor, la posibilidad que tienen los herederos de cobrar un dinero proveniente de la venta de las obras, y lo que se llama el albacea literario, que es aquella persona que el escritor designa para que se ocupe de sus papeles. En el caso de Borges no hay expresamente designado un albacea literario, o sea que nadie puede tomarse la atribución de modificar su obra, negar la publicación de libros o publicarlos si el autor se negó”, advierte Vaccaro. “Kodama es heredera testamentaria, ella accede a los derechos de autor por un testamento que él dejó. Pero ni en el testamento ni en ningún documento que conozcamos, Borges manifestó por escrito que además ella sea su albacea literario. Kodama hace y deshace la obra de Borges como si fuera la autora. Por ejemplo, publicó tres libros que Borges no quería reeditar: Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos. Ha suprimido dedicatorias como la que Borges le hizo a María Esther Vázquez en el Poema de los dones, o ha eliminado poemas, Al olvidar un sueño, dedicado a Viviana Aguilar, su rival directa en el plano amoroso.”
“Las obras literarias éditas o inéditas son patrimonio de la humanidad. Dentro de cincuenta años, cuando ni Kodama ni nosotros existamos, alguien va a publicar todas las obras de Borges. El derecho de autor es finito, termina a los 70 años de la muerte del escritor”, aclara el biógrafo. La obra del autor de Historia universal de la infamia permanecerá bajo los derechos de autor hasta el 1o de enero de 2057, fecha en la que pasará a ser de dominio público. Vaccaro cuenta que el slogan de Kodama es hablar de “un grupito de gente” que la ataca en su rol de heredera. “Pero Gallimard no es un ‘grupito de gente’, es una de las editoriales más prestigiosas del mundo. Cuando a un escritor lo editan en la colección La Pléiade es como si ganara el Nobel.” En cuanto a los casetes que grabó Bernès, Va-ccaro es contundente: “Le pertenecen a Bernès, que no tiene intención de darlos a conocer hasta cuando mueran ambos, él y Kodama. Pero con ella no hay medias tintas: si no obedecés, pasás a ser su enemigo”. Kodama, en declaraciones a Le Nouvel Observateur, señaló: “Por ley, Gallimard tiene que entregar una copia de la grabación a Borges porque eso es lo normal en una entrevista”.
El interés público
El editor Fernando Fagnani, de Edhasa, observa que en el caso del nieto de Joyce el derecho a la intimidad no es lo más importante sino el hecho de que quema las cartas. “Es imperdonable porque eso significa que nunca nadie podrá conocer ese material. La obra de Joyce con o sin herederos es patrimonio de los lectores de todo el mundo.” Fagnani entiende que mientras haya derechos sobre las obras, ya sea del autor de Dublineses (que como murió en 1941, recién en 2012 quedará bajo dominio público) o de Borges, “el material queda librado al criterio de los herederos, a pesar de que algunos van contra el sentido común”. Uno de los abogados que representa a la académica norteamericana, David Olson, afirma que “el derecho de autor fue diseñado para proteger a los creadores, no para dar a los herederos el poder de bloquear a los académicos”. Pero el editor de Edhasa rechaza esta argumentación: “Cuando se creó el derecho de autor, nadie estaba pensando en los académicos porque no formaba parte del problema si los académicos iban a husmear o no las cartas una vez que murieran los autores. Esta práctica de revisar y ordenar los papeles privados y los archivos personales es muy reciente”.
Fagnani se pregunta qué sucede si alguien compra todas las cartas de Borges, se las guarda y nadie puede leerlas. “Si me quedo con toda la correspondencia de San Martín, en la que explica el funcionamiento de La logia Lautaro, me estoy quedando con la historia”, subraya el editor. “No es un problema del derecho a la intimidad de San Martín, si tenía problemas con la madre o con la mujer. La cuestión es que hay documentos de relevancia pública. La única manera de ver cuáles de esos papeles son de relevancia pública es mirando las cartas. Se debería legislar para que las cartas puedan ser de consulta pública, y después la publicación quedará librada al criterio de cada investigador –sugiere Fagnani–. Si quiere escribir un libro con las revelaciones más íntimas y pudorosas, nadie debería impedírselo, pero sería un poco tonto porque en la medida en que eso no sea relevante para la obra, no es más que literatura amarilla.”
¿Hay que modificar la legislación vigente sobre derechos de autor? “Me parece bien que los autores tengan durante tanto tiempo el dominio sobre sus obras”, responde Fagnani. “La prueba de que la legislación actual funciona es que los casos de Borges y de Joyce son excepciones. Lo de Kodama con Gallimard es inexplicable; es la mejor edición crítica de Borges que hay en el mundo. La primera se publicó en 1993 y ella no puso ningún reparo. La Pléiade es de un nivel y de un rigor inusual que es muy raro, como dice Kodama, que tenga errores, y si los tiene, ella debería señalarlos para que se corrijan.” ¿Todos los papeles de un autor muerto deben ser publicados? “El material tiene que estar a disposición de los lectores y de los investigadores para poder analizar en su conjunto la obra de un autor. Pero no todo es literariamente relevante desde el punto de vista más general. A lo mejor hay ediciones que no le corresponde publicar a una editorial sino a la Biblioteca Nacional o al Archivo General de la Nación”, propone el editor. “Si aparecen poemas inéditos de Bioy Casares de 1940 y ningún editor tiene interés por publicarlos, quizá el Archivo General o la Biblioteca tendrían que hacerlo, en la medida en que se pongan de acuerdo con los herederos.”
Un escritor
nunca es inocente
El traductor Ernesto Montequin es curador del archivo Silvina Ocampo, nombrado por los tres herederos de la escritora, Florencio y Victoria Basalvibaso y Lucila Frank. Su función consiste en ordenar, clasificar e inventariar el conjunto de manuscritos del archivo, compuesto por obras literarias éditas e inéditas, más lo que serían papeles privados. Montequin cuenta que descubrió una cantidad casi apabullante de inéditos de Ocampo de todos los géneros: cuentos, novelas, teatro (siete obras, ninguna de las cuales fue publicada y sólo una representada, El perro mágico, en los ’50 y en los ’70) y 500 poemas. “Los herederos han sido de una apertura absoluta y una generosidad ejemplares”, admite el curador. “Lo único que ha quedado en suspenso para una segunda etapa de publicación es la correspondencia, que es sumamente interesante. Un escritor cuando escribe no es nunca totalmente inocente, aunque esté redactando una carta. Siempre sabe que de algún modo esos papeles algún día acabarán por publicarse.”
Montequin considera que la correspondencia de Ocampo debería ser editada porque son documentos fundamentales no sólo para entender la obra de Silvina, sino para comprender un período de la historia literaria del país y también de una clase social que ya no existe. “Muchas de sus cartas son piezas literarias y revelan información sobre ella misma, sobre lo que estaba escribiendo, sobre sus lecturas y sus relaciones con otros escritores. Todo documento privado contiene un enorme valor como documento histórico”, precisa. Sobre el caso del nieto de Joyce, Montequin sostiene que lo que hizo “es un acto criminal porque le está quitando a la posteridad elementos valiosos que permiten interpretar la vida de Joyce, de su hija, y analizar un momento de la historia. Destruir un documento, por más privado que sea, es negar la posibilidad de conocer no sólo sobre la vida de una persona sino acerca de un momento histórico. Nadie está en condiciones de juzgar qué es lo que debe publicarse o no, por lo tanto la prudencia o la sensatez indica que todo debe conservarse”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux