LITERATURA › DIANA BELLESSI HABLA DE PASOS DE BAILE, SU NUEVO LIBRO
La gran poeta santafesina potencia en este libro la fe en la poesía a través de la naturaleza. Bellessi descubre con cada movimiento sonidos nuevos en la lengua de todos los días. “Antes orquestaba, ahora bailo”, señala.
› Por Silvina Friera
Vivir el presente con intensidad es como bailar con la naturaleza, una celebración íntima que, en el umbral de la finitud, amplifica el goce del asombro y la conmoción ante la fragilidad de un chanchito, el pajarito o la oruguita, esos sustantivos que son palabras que acarician; hechicería verbal que viene de la infancia, cuando dar nombre era crear a pata ancha con la lengua suelta. “Hoy la muerte se hizo presente/ de un modo nuevo, no en las cosas/ sino en mí, cuerpo y mente ya lo saben/ aunque yo, no lo sé”, escribe Diana Bellessi en el primer poema de Pasos de baile (Adriana Hidalgo). La poeta es una descomunal bailarina en el escenario del mundo que con cada movimiento, verso a verso, invita a participar de ese estado móvil de asombro y fascinación. Que ande la parca merodeando por la vida y por los poemas como dos caras de la misma moneda no convierte este libro en una textualidad fúnebre y lacrimógena. “Te adoro, vida,/ con tus congos negros/ y jilgueros cantando por detrás/ parece siempre poco/ alabar/ tu repetida belleza/ que suscita un asombro nuevo/ hasta el más mínimo/ clavo en la madera”, se lee en el anteúltimo poema.
Este libro es una coreografía abierta que estremece la piel, como si la poeta se dejara llevar y descubriera con cada movimiento sonidos nuevos en la lengua de todos los días. Pasos de baile a la vez explora el obstáculo o las reticencias que impiden llegar al poema. “¿Por qué no viene/ el lenguaje leve/ rompiendo su capullo/ y en la música pueda/ yo confiar/ seguirlo a ciegas/ en el tam-tam/ del corazón que lo vuelve/ ligero hacia el mar del tiempo/ como ese polluelo/ que a las pavas de monte/ sigue detrás/ y rehace la gracia/ del interior sombrío/ con la luz pequeña/ para así confiar,/ confiar..?” La trama de los días de Diana transcurre ahora entre sus tres casas: la del delta del Tigre, la de calle Fitz Roy en el barrio de Palermo y su casita de Zavalla, el pueblo santafecino donde nació. Ya no está la entrañable Talita Kumi saltando y brincando en su propia calesita de dicha. La perrita Fox Terrier, compañera de los últimos catorce años, murió en agosto del año pasado. Pero Talita sigue estando en los poemas. “El año y medio en que escribí este libro fue muy melancólico por la vejez de Talita, porque se iba a morir”, recuerda la poeta a Página/12. En Zavalla dejó a su pequeña criatura: una West White Terrier de cuatro meses llamada Milonguita, “una chanchita blanca que es pura energía y vitalidad”.
–¿Por qué la muerte aparece con más fuerza que en otros libros?
–Creo que la muerte fue una manera de romper con las estructuras anteriores; esto de que la Parca ya viene me permitió generar una cosa nueva, que es lo que uno siempre pretende en un libro.
–El principal tema de “Pasos de baile” es la dificultad de llegar al poema, ¿no?
–Sí, es verdad. Pero ya no tengo esa ansiedad de que debo escribir porque luego me voy de la isla. Me parece que hasta este libro había una ansiedad porque volviera aparecer el poema. Que haya cesado esa ansiedad no significa que cese la vida. Significa que los poemas se escribirán lentamente, cuando aparezcan, ¿no?
–¿Por qué ese “deber ser” de tener que escribir?
–Porque es cuando uno se siente completamente vivo, creo que es por eso que todos los que escribimos, cuando escribimos, nos sentimos completamente en la vida. Y cuando no escribimos, nos sentimos en un lugar que ni sabemos cuál es. Y lo dice alguno de estos pequeños poemas, que están escritos casi con la nada. Mi libro anterior, Variaciones de la luz, está escrito con grandes temas. Entonces después de ese libro tenía que venir un libro donde eso desapareciera y apareciera otra cosa, se supone... Y lo que apareció era que el poema se iba y no venía.
–En uno de los poemas, “Vestida de su fe”, los versos finales plantean el deseo de volver a ser “la chica en los potreros/ inocente y audaz”. ¿Añora la joven que fue, la poeta que fue?
–No, ninguna de las dos cosas. Lo que se añora es exactamente eso que el poema dice. No es la poeta que fui, la joven que fui ni nada de lo que fui. Lo que se añora es ese miedo que no existe porque existe esa audacia de la vida. Es eso nada más. No hay nostalgia de la joven que fui. Por supuesto que lo que uno tiene que aprender en el curso del libro es eso que añorás estuvo presente antes y puede seguir estando presente ahora. No hay diferencias, puede estar presente hasta el último minuto de tu vida. Escribir Pasos de baile fue encontrar eso. Lo encuentro, fijate, a través de los numerosos animalitos que aparecen, más que en los vecinos.
El hechizo de la luz del sol vibra en su mirada. “Zavalla me pone un poquito tonta: me acerca más a la poesía y me aleja de las retóricas de la poesía”, dice Diana mientras las volutas del humo de su cigarrillo se disipan en el aire. A la mente viene ese pequeño poema titulado “Furtivo”: ¡Pesqué a un colibrí por primera vez/ con mi flash en la corola de la flor/ de guineo y fue la gloria del día/ en esta casa de las islas/ donde todo vuelve a ser y es primicia/ si miramos bien, corazón valiente,/ la promesa que nos da el segundo/ todavía previo a la muerte!”.
–La fe en la poesía a través de la naturaleza no es algo nuevo. Pero en este poemario se hace más evidente. ¿Cómo explicar la intensificación de esta fe?
–Siempre uno trata con aquello que le sucede. Me parece que la soledad y la presencia de las pequeñas cosas se intensifica en este libro mucho más que en los anteriores. Y eso debe tener que ver con la edad. Pero andá a saber, todo es un misterio...
–¿De dónde viene la idea de movimiento, de baile?
–La vida es un baile; éstos son como los últimos pasos de baile de esa larga y gozosa vida que uno ha tenido. Se llama así el poema con que se abre el libro y eso le dio título al libro entero. Antes orquestaba, ahora bailo. Por eso digo que este libro está escrito casi con la nada, porque esa orquestación es casi invisible. No hay grandes poemas, hay un pequeño gran poema en este libro, “Ektasis”, y está hecho con lo mínimo, con la nada.
–Algunos de los poemas parecen dar cuenta del impacto del viaje a la India, ¿no?
–Sí, aparece Shiva bastante y no Buda. Shiva es el dios bárbaro de los pueblos bárbaros, mientras que Buda es el gran filósofo. Shiva es ese dios al que se adora y se teme porque es un dios que se aburre y se pone colérico y es dual: varón y mujer; es mucho más el pueblo bárbaro de la India, que es hinduista y no budista, y Shiva aparece con Talita Kumi. Tuve una experiencia muy conmovedora cuando fui a la India, hace tres años. Cuando llegué a las cuevas que están en unas islas, cerca de Mumbai, ahí tuve una experiencia arrasadora, me sentí llamada... Shiva aparece de muchas maneras, pero sobre todo como una gran verga, debajo de la cual está el sexo femenino, y sobre la cual se hacen los tributos del yogur, la leche, etcétera. Era como si la verga de Shiva me hablara: una de las guías creyó que me estaba descompensando. No me estaba descompensando nada, estaba entrando en éxtasis con la verga de Shiva. Me acerqué y la abracé, aunque no tenía que tocarla. ¿Cómo transcribís una emoción de ese calibre? Los pueblos bárbaros de la India adoran a Shiva; no son las clases medias ilustradas que adoran a Buda. Esa es la lectura política que uno podría hacer de este libro. Ahí es donde vuelvo a ser esa joven inocente y audaz que atravesaba los campos de la infancia. Esos son los campos que atravieso para llegar a tocar a Shiva. ¿Ahora qué significa eso? Yo encuentro que todo es religioso, todo es tremendamente místico, pero a su vez nada lo es.
–En el último verso del poema “Cacareando en el techo” escribe: “Y lo frágil nos conmueve”. ¿Por qué esa conmoción ante lo frágil?
–Lo frágil me conmovió siempre, pero nunca de una manera tan rotunda como en este libro. Supongo que lo frágil me conmueve por su audacia y por su inocencia. Y porque es lo que está condenado a aparecer y desaparecer rápidamente, sin que queden huellas del chanchito con su rosada trompa.
El dinero que obtuvo con el Premio Nacional de Poesía 2011 –50 mil pesos– le permitió comprarse una casita en su pueblo natal. Ahí está escribiendo un nuevo libro del que ya tiene unos cuarenta poemas. Será su primer poemario creado en Zavalla y no en su “ranchito del Delta”, como llama a la casita que tiene en el Tigre, donde escribió la mayor parte de su obra. “En la isla, lo que mirás salta y brilla, mientras que en Zavalla estoy rodeada por los campos de soja. Sin embargo, hay detalles extraordinarios. En este nuevo libro tengo varios poemas a unos buhitos. Hay un viejo parque mítico de Zavalla, adonde los adolescentes iban a festejar la primavera, un parque precioso lleno de especies que no hay en la llanura argentina. Ese parque, el parque Villarino, aparece bajo la música de The Cure, ¿no es raro? No hay mucho para mirar en Zavalla, o sí... En momentos en que la sequía es grande, pasa un camión que es como un buque azul en medio del polvo. Pasan cosas en ese pueblo entre lo real y lo imaginario que ni sabía que iba a encontrar. Lo imaginario tiene mucho peso porque es en ese pueblo donde nací, crecí y viví hasta los 18 o 19 años.”
–¿La forma de hablar en Zavalla que recuerda se parece a como hablan hoy?
–Sí, es parecido cómo resuena en mí. Siempre aparece algún paisano que te recuerda de dónde venís. Uno de los poemas que más me gustan del libro nuevo que estoy escribiendo está dedicado a mi vecina, una negraza preciosa que tiene como 74 años y va con su moto a pintar las paredes del pueblo. Se llama Belkis, que es uno de los nombres de la reina de Saba, negraza y hermosa como ella. Ahí hay una tirada que va desde Zavalla a El cantar de los cantares sin transición porque uno es eso, uno se crió así: con el hablar de los paisanos y la literatura.
–¿Terminar escribiendo como una niña sería su máxima aspiración?
–Claro que sí, sin duda. Es lo que intento en Pasos de baile; por eso digo que está escrito con la nada, que hablo del chanchito, de las cabritas... Es como el nuevo despertar al final de la vida. Todo el resto ha sido para aprender. Igual he escrito algunos poemas, previos a este libro, que aprecio mucho. Yo fui una niña que jugaba sola en medio de la naturaleza, porque mis primos estaban en colegios internados y yo estaba solita en la gran casa familiar. Hablar de los animalitos es hablar como una niña que va mirando el mundo.
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