Lunes, 6 de julio de 2015 | Hoy
LITERATURA › PAULA BOMBARA Y LA CHICA PáJARO, SU NUEVA NOVELA
La escritora incursionó en el tema de la violencia de género, “que en otras mujeres se volvió marcha y campaña”. La novela está dirigida, a priori, al segmento de público juvenil, pero por su calidad y amplitud prescinde de límites para invitar a su lectura.
Por Karina Micheletto
Entre la gran cantidad de ediciones para el segmento de público juvenil, una novela reciente se destaca, escrita con una voz poética que es una marca de la autora, y a la vez con el ritmo urgente que reclaman sus personajes y su acción. Sobresale también por el modo en que aborda un tema que hoy pende en el aire, como de algún modo lo hace la protagonista de esta novela: el de la violencia de género. Se trata de La chica pájaro, la última novela de Paula Bombara, quien ya ha dado muestras de su pluma preciosa y precisa en obras como El mar y la serpiente y Una casa de secretos, así como en libros de divulgación (Ciencia y superhéroes, la colección ¿Querés saber?, que dirige en Eudeba, entre otros), estos últimos, desde su condición de escritora y bioquímica.
“La chica pájaro que duerme en el árbol, pendiente de una tela del color del cielo”, como anticipa la contratapa del libro, es la protagonista de esta historia, que así comienza, en una plaza de ciudad, con una chica que irrumpe corriendo, huyendo. Se trepa a un árbol, tiende allí la tela de danza aérea que lleva en la mochila, y ésa será su casa por los próximos días: su nido. Aquello de lo que huye y que no ha logrado dejar atrás se irá desplegando a medida que se narra una historia que es a la vez de amor y desamparo, de lazos destructores y redentores, de los que no pueden sostenerse y de los que se tienden inesperadamente. La encantadora Leonor, una jubilada que va todos los días a la plaza a practicar yoga, y Darío, un chico que trabaja enfrente, en una obra en construcción, son los personajes que pronto se relacionan en la plaza con Mara, la extraña chica pájaro. Editada dentro de la colección juvenil Zona Libre de Norma, si bien mantiene ciertos elementos que la ligan a la idea de “novela de iniciación” propia de estos lectores, con La chica pájaro ocurre lo que ocurre con la buena literatura, y con el arte en general: prescinde de límites de cualquier tipo para invitar a su lectura.
“La historia de Mara apareció muy nítida en mi cabeza unos días después de ser testigo de una pelea violenta entre dos jóvenes, una chica y un chico, en la calle, hace ya casi tres años; pero la de la violencia contra los niños y contra las mujeres es una cuestión que me inquieta hace mucho tiempo”, cuenta Bombara sobre el germen de esta historia. “En los once años que llevo encontrándome con lectores, en mis viajes y en esos diálogos que suelen darse en tantas escuelas, en muchas ocasiones me confiaron historias de niños y niñas que crecen en núcleos familiares violentos, y cada vez volví a casa preguntándome cómo es que un ser humano puede caer en ese modo de relación.” Sensibilizada y alerta desde hacía tiempo alrededor de este tema, la escritora cuenta que pudo llevarlo a la literatura después de esa vivencia concreta. Algo y alguien, entonces, pidió ser escrito: “Recién cuando fui testigo y cuando sentí en el cuerpo la impotencia de no saber cómo actuar, apareció Mara, mi personaje, pidiéndome ser escrita. Ahí empecé a pensar cómo contar su historia, empecé a investigar, empezó mi búsqueda”, recuerda.
–¿Y cómo llevó adelante esa investigación?
–Es difícil poner en palabras esta etapa de búsqueda. Entro en un modo muy desordenado de investigación en el cual se mezcla lo ensayístico (papers, testimonios, estadísticas, ensayos) con lo artístico (otras obras literarias –narrativa y poesía– pero también otras formas de arte –performances que encuentro en la web, músicas, pinturas, esculturas, etc– y ambas cosas con escenas vistas u oídas en la calle. Intentando un orden que no hice en su momento puedo contar que seguí –y sigo– las notas de Mariana Carbajal, desde que ella comenzó a meterse en este tema, también leí su libro Maltratadas. Soy lectora de los trabajos de Eva Giberti desde hace muchos años y acudí a algunos de sus artículos. Leí estadísticas, notas de opinión sobre noviazgos violentos, escuché testimonios. Busqué novelas, cuentos, series y películas que tematizaran la violencia contra las mujeres para estudiar sus enfoques. Encontré tanto que me sentí desbordada. Así que releí aquellas obras que recordaba, intentando darme cuenta de por qué ésas y no otras me habían quedado en la memoria. La novela La casita azul, casi un clásico de la LIJ, de Sandra Comino, por ejemplo. La poesía de Sylvia Plath, la de Verónica Viola Fisher. El cuarto libro de la serie de Terramar, de Ursula Le Guin, Tehanu. Una de esas lecturas añosas, la novela La mujer que se estrellaba contra las puertas, de Roddy Doyle, terminó apareciendo en la biblioteca de uno de los personajes.
–¿Y por fuera de lo literario?
–Revisité las obras de Louise Bourgeois, de Pina Bausch y de Adriana Lestido: esculturas, danzas y fotografías. También encontré en una canción de Lisandro Aristimuño el ritmo y la energía que quería imprimirle al personaje, puse uno de sus versos como epígrafe. Y escenas callejeras, pedazos de conversaciones escuchadas en el colectivo, noticias tremendas todo el tiempo, cosas vistas a lo largo de la vida que volvieron a mi memoria mientras investigaba.
–El tema se instaló fuertemente en la sociedad, con la marcha y la campaña “Ni una menos”, que coincidió con el lanzamiento del libro. Parece que supo tirar de un hilo que estaba ya lanzado. ¿Lo interpreta así?
–Supongo que sí, que mi sensibilidad frente a este tema andaba en coincidencia con la de muchas otras personas y el grito que en mí se volvió prosa poética, en otras mujeres se volvió marcha y campaña. Comencé a trabajar en esta historia a fines de 2012. Fui encontrando lentamente el modo de contar, la voz de los personajes. Investigué varios meses y luego, mientras seguía leyendo y consultando diversas fuentes, me aventuré a escribir. Trabajé la escritura durante dos años. La llevé a la editorial en 2014. Conversamos mucho con mi editora, Laura Leibiker, y decidí reescribir algunas partes. Los meses fueron pasando y la versión final estuvo a comienzos de este año. Yo no trabajo con dead lines, sigo el pulso de mi deseo de escribir y suelto el texto cuando siento que encontré el modo de decir lo que quería decir. En este caso, el tiempo de maduración del libro coincidió con un movimiento colectivo que se anima a hablar, a denunciar, que se compromete a acompañar a quien sea víctima de la violencia. Yo coincido con eso y así procedo desde mi lugar: poner palabras, buscar justicia. Nos sorprendió a todos que la marcha fuera tan concordante con el lanzamiento de la novela. Fue totalmente inesperado. En lo particular, hizo que volviera a ciertas conversaciones que tuve con amigas y colegas, y también con mi madre, que es artista plástica, acerca del rol social del arte en general y del artista como captador sensible de lo que se está respirando en la sociedad.
–¿Cómo pensó el personaje de Mara? ¿Por qué puede hacer un corte y correr, salir de la violencia, sin la ayuda de otros?
–Mara apareció una mañana en mi cabeza, no la armé desde una lógica consciente. No sé explicar cómo la construí. Es imperfecta, comete errores, se arriesga mucho y eso tiene un costo importante para ella. Yo decidí mantenerla tal cual apareció esa mañana dentro de mí, decidí que su voz estuviera siempre entrecortada, lo más tensa que pudiera escribirla. En una primera versión, la novela no tenía interlocuciones directas de Mara. Luego mi editora me animó a que las incorporara y las dejé fluir, todas mal puntuadas, porque ella respira mal, se traba, le cuesta contar. Si bien ella siempre fue parte de un núcleo familiar violento, evidentemente hubo algo en su relación con la madre y los hermanos que permitió que no naturalizara nunca la violencia. No exploré ese algo. Me alcanzó con sostener que no hay que naturalizar la violencia, nunca hay que naturalizarla. Luego Mara encontró en la danza aérea, en el arte, un refugio. Y por tener ese refugio pudo elaborar un plan de escape sumamente precario, pero plan al fin. El impulso de llevarlo a cabo es casi un momento de locura. Pero una vez que toma la decisión y actúa, no tiene una vuelta atrás. Se mete en una situación en la cual encontrar a su hermana se vuelve vital. Y a partir de ese momento cada día cuenta.
–El otro personaje central, Leonor, con la vejez digna que representa, también es muy fuerte. ¿Cómo lo construyó?
–Es un personaje que apareció bastante tiempo después. Tiene una diferencia de edad muy grande con Mara. Leonor está cómoda en su soledad y ese cambio que decide darle a su vida, siguiendo ese impulso de ayudar a Mara, tampoco tiene mucha lógica; pero lo hace. Leonor tiene un saber que puede ayudar a esa chica y decide arriesgarse y comprometerse sin pensarlo demasiado. Intuye que Mara le hará bien y que ella le hará bien a Mara, y actúa en consecuencia. Son dos soledades que intersectan en una plaza y que deciden vincularse. Hablamos mucho durante la edición sobre estas decisiones ilógicas que toman mis personajes, sobre si debilitaban o no el verosímil, sobre el efecto emocional que provocan, sobre cómo terminan siendo las que conducen a los personajes hacia el otro. Yo creo que hay muchos momentos inolvidables de nuestras vidas en donde decidimos emocionalmente, sin atender ninguna lógica. Suelen ser decisiones reveladoras; una se dice: “¿Cómo fui capaz de hacer eso?”. También estas decisiones son las que llevan a actos violentos. En el texto traté de mostrar impulsividad tanto en la violencia que guía a Maxi como en la empatía amorosa que guía a Leonor.
–La historia tiene un final esperanzador, pero también doloroso porque la madre queda atrapada en la violencia del hogar. ¿Por qué lo pensó de ese modo?
–La novela termina en un instante en el que Mara siente felicidad. Todo puede oscurecerse al momento siguiente, no lo sabemos. Pero nos quedamos ahí, suspendidos con Mara en una felicidad que muy probablemente dure apenas un rato, pues lo que sigue en su vida no es nada fácil. En versiones previas terminaba de otro modo, pero me hice muchas preguntas sobre qué es la felicidad mientras escribí la historia. De hecho muchas preguntas aparecían en versiones anteriores de la novela y fui sacándolas porque no era necesario hacerlas explícitas. Y mi sensación frente al final que había escrito en un primer momento fue cambiando. Conversando sobre eso con mi editora apareció la idea de suspender la novela en un instante luminoso, íntimo, pleno. Me gustó esa apuesta y la tomé, a riesgo de caer en un lugar común. Creo que la palabra “felicidad” tiene una carga de imposibilidad muy fuerte en la sociedad actual, particularmente para las mujeres. Y me parece que hay que animarse a sentir lo simple como felicidad. Porque la definición se refiere a la satisfacción plena, ¿y qué significa “satisfacción plena” en cada circunstancia? ¿Puedo sentirme plenamente satisfecha cargando esta historia que me tocó, sabiendo que por delante tengo muchos momentos oscuros por atravesar? Y... es muy subjetivo. Yo pienso que sí. Quise que la novela terminara con Mara sintiendo eso que para mí es felicidad: una “satisfacción plena” menos ambiciosa, menos rutilante. Pero igual de valiosa.
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