Mar 14.07.2015
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LITERATURA › ENTREVISTA A CARLA GUELFENBEIN, PREMIO ALFAGUARA DE NOVELA 2015

“Mis personajes son desarraigados”

La escritora chilena, que obtuvo el galardón por Contigo en la distancia, vivió el exilio junto a su familia durante la dictadura de Pinochet, algo que marcó su producción. “La incertidumbre te mueve hacia una literatura más profunda”, asegura.

› Por Silvina Friera

“Mi gran misterio es que no tengo misterio.” El escudo de esta respuesta instaura el enigma de la escritora de culto chilena Vera Sigall, una criatura de ficción inspirada en la vida y en la obra de Clarice Lispector. Ella constituye el sistema solar de Contigo en la distancia, de Carla Guelfenbein, Premio Alfaguara de Novela 2015. “Vera tenía plena conciencia del peso de cada palabra, también de su brillo u opacidad. Las trataba con cautela, jamás equivocando un paso, y tal prudencia, combinada con su pasión, avivaba de una forma inédita mi propia escritura”, admite el poeta Horacio Infante en esa cuerda tensada por el amor y la admiración; la larva de la envidia y el reproche tejerán después su propia trama secreta. La narradora de culto cae una mañana de agosto por las escaleras de su casa y queda internada en estado de coma. Como las piezas dislocadas de un rompecabezas arrojado al aire, nada será igual para los personajes que van narrando la historia: el propio Infante, un viejo amor no exento de rencores; Daniel, el vecino y amigo de la escritora que es el primero en dudar de si la caída fue un accidente; la joven Emilia, una estudiante que intenta hacer una curiosa tesis sobre las novelas de Sigall y las estrellas (y que al final descubrirá, gracias a los manuscritos que le envía Infante, quién es su verdadero padre, una revelación que sacudirá los cimientos de su identidad).

“Si hay algo que me da miedo es no tener una novela, porque una novela es el lugar donde habito”, cuenta la autora de las novelas El revés del alma (2003), La mujer de mi vida (2006), El resto es silencio (2009) y Nadar desnudas (2012). La escritora chilena tenía 17 años cuando por la dictadura militar de Augusto Pinochet tuvo que exiliarse en Inglaterra, donde estudió biología en la Universidad de Essex. “Clarice Lispector es un monstruo de la literatura que me cautivó desde muy joven, aun cuando al principio no entendía bien su prosa hermética y yo era muy inmadura”, plantea Guelfenbein a Página/12.

–¿Contigo en la distancia empezó por Vera Sigall, es una novela de personaje?

–Absolutamente. Vera es un personaje que nunca está, pero es el centro que une a los otros personajes. Vera es la semilla de la novela. Cuando leí la biografía de Clarice, me di cuenta de que quería escribir una novela que estuviera inspirada en su vida. La familia de Clarice huyó de los pogromos en la misma época en que mis abuelos huyeron de los pogromos en Ucrania.

–La novela está desplegada en tres partes o tres movimientos. ¿Cómo armó la estructura?

–La estructura de Contigo en la distancia es súper compleja porque hay tres voces muy disímiles. En el caso de Horacio, un hombre mayor de otra época, fue todo un trabajo meterme dentro de la conciencia de un hombre que es conservador y solemne. La diferenciación de las tres voces es algo que trabajé muchísimo. Y luego está el pasado y el presente. Sin perder la tensión dramática, que para mí era importante porque quería escribir una novela que tuviera mucho suspenso, la construcción de la estructura fue un trabajo de relojería, de poner cada pieza hasta que quedara ajustada en su lugar.

–Es interesante la seguidilla de pequeñas mentiras de Daniel. Una novela podría ser definida como una mentira bien narrada, ¿no?

–La mentira, que tiene connotaciones tan negativas, es parte intrínseca de nuestra vida. A veces estamos conscientemente cambiando la realidad y uno podría decir que eso es una forma de mentir, de no ver cómo son las cosas, de mentirse uno mismo. O convencerse que son de cierta manera, aunque en algún lugar de nuestra conciencia tenemos noción de que no es así. Hay una novela de Javier Cercas, El impostor, que me pareció muy interesante por el personaje y por esa noción de que al fin y al cabo somos todos unos pequeños impostores, que nos inventamos historias y queremos creer que esas historias que nos inventamos son reales. Esta distorsión de la realidad es parte de nuestra existencia del día a día. Si fuéramos conscientes de todo lo que está ocurriendo, no podríamos vivir por la culpa o por el dolor.

–Una cuestión importante en la novela es el modo en que Vera interviene sobre la obra del poeta Horacio Infante para mejorarla. Los poemas corregidos por Vera terminan siendo publicados en la revista Sur de Victoria Ocampo.

–Cuando empecé a escribir la novela no tenía idea de que esto iba a formar parte de la historia. Pero la figura de Vera fue creciendo y la figura de Horacio se fue eclipsando, y terminó primando la genialidad de Vera por sobre la de Horacio. Y me alegro de que sea así, porque ni en la realidad ni menos en la ficción escrita por hombres aparecen estos personajes femeninos que sobrepasan las expectativas de sus pares. No hay personajes femeninos fuertes en la literatura escrita por hombres.

–¿Qué impacto tuvo el exilio en su literatura? ¿Cuánto de la escritora que es hoy tiene que ver con esa experiencia?

–El exilio fue una escisión repentina con la familia, porque al principio nos fuimos mi madre y yo; una escisión con mis amigos y con mis afectos en un momento en que era muy joven y que el grupo de amigos te da una identidad. Yo ni siquiera hablaba inglés; al llegar a Inglaterra sin hablar la lengua me transformé en una sobreviviente que tuvo que aprender el idioma. Pero además, mi madre estaba enferma de cáncer y pronto murió, por lo tanto todo era una situación adversa y eso me marcó para el resto de mi vida. Después descubrí el mundo anglosajón, que me fascinó y pronto me sentí muy cómoda con los ingleses. El exilio también me dio la perspectiva de poder mirar mi país desde la distancia. Uno ve mejor el bosque desde la distancia. Pude entender el lugar que ocupaba en ese país en que había vivido diecisiete años y al cual después volví.

–¿Fue difícil regresar?

–Sí, porque no me sentía parte del mundo al cual volvía, me sentía una extraña, me vestía de otra manera, tenía otros intereses. Viví en Inglaterra una etapa de la vida que es definitoria, entre los 17 y los 27 años, en la cual vas formando tu criterio, tu manera de mirar el mundo. Me costó mucho integrarme. No es que Chile me rechazara, pero era algo interno, había una parte de mí que no conjugaba del todo con mi país. Mi familia primero había huido de Europa, después tuvimos que huir de Chile... y hasta el día de hoy tengo una sensación de desarraigo.

–Ese desarraigo aparece en sus personajes, ¿no?

–Sí. Todos mis personajes son desarraigados, desde mi primera novela, tanto desde un punto de vista concreto –personajes que llegan o se van de Chile– como también en su manera de estar en el mundo. El lugar que habitan esos personajes es su propio mundo, el que construyen ellos, exactamente como yo sobreviví a todo: construyendo mi propio mundo, mi propio imaginario, mis propias historias... Todo esto fue constituyendo un mundo que me cobijó en medio de las vicisitudes que me tocó atravesar.

–¿Ser escritora le dio más seguridad para enfrentar esas vicisitudes?

–No me siento nunca segura con la escritura porque creo que llegar a sentirse segura es como morirse. Pretendo seguir buscando y profundizando en la pureza de la prosa y en ciertas cuestiones que me he planteado desde el comienzo. La labor de la escritura es plantear preguntas y para eso hay que estar dudando de todo, incluso de uno mismo. La incertidumbre te mueve hacia una literatura más profunda.

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